Cuando el líquido dulce y brillante pasó por mi garganta, algo antiguo y poderoso entró en mi torrente sanguíneo. «Así debe de ser el sabor de la sangre de los vampiros». Guardé mis pensamientos sólo para mí.
—¿Me vas a decir qué es? —le pregunté para averiguar los sabores que había en mi boca.
—Malvasía —respondió con una gran sonrisa—. Uva malvasía añeja, añeja.
—¿Cómo de añeja? —dije con desconfianza—. ¿Tiene tantos años como tú?
Se rió.
—No. No te gustaría beber algo tan viejo como yo. Es de 1795, de uvas cultivadas en las islas de Madeira. Estuvo muy de moda en otros tiempos, pero nadie le presta demasiada atención ahora.
—¡Bien! —dije con avara satisfacción—. Más para mí. —Se rió otra vez y se sentó cómodamente en uno de sus sillones Morris.
Hablamos de su vida en All Souls, de Hamish —que resultó ser otro becario de All Souls— y de las aventuras de ambos en Oxford. Me reí con sus historias sobre las cenas en el comedor y cómo escapaba hasta Woodstock después de cada comida para quitar el sabor de la carne de ternera demasiado cocida de su boca.
—Pareces cansada —observó finalmente, poniéndose de pie después de otra copa de malvasía y otra hora de conversación.
—Estoy cansada. —A pesar de mi fatiga, había algo que tenía que decirle antes de que me llevara a casa. Dejé con cuidado mi copa—. He tomado una decisión, Matthew. El lunes volveré a pedir el Ashmole 782.
El vampiro se sentó con brusquedad.
—No sé cómo rompí el hechizo la primera vez, pero trataré de hacerlo de nuevo. Knox no tiene mucha fe en que vaya a tener éxito. —Tensé los labios—. ¿Y él qué sabe? Él no ha podido romper el hechizo ni una vez. Y tú podrás ver las palabras del palimpsesto mágico que están debajo de las imágenes.
—¿Qué quieres decir con eso de que no sabes qué hiciste para romper el hechizo? —La frente de Matthew se frunció con gesto de incomprensión—. ¿Qué palabras usaste? ¿A qué poderes recurriste?
—Rompí el hechizo sin darme cuenta —le expliqué.
—Santo cielo, Diana. —Se puso otra vez de pie de un salto—. ¿Knox sabe que no recurriste a la brujería?
—Si lo sabe, no es porque yo se lo dijese. —Me encogí de hombros—. Además, ¿qué importancia tiene eso?
—Importa, porque si no rompiste el hechizo deliberadamente, entonces es porque tú cumples con sus condiciones. En este mismo momento, las criaturas están a la espera de ver cuál fue el contrahechizo que usaste, para copiarlo si pueden y conseguir el Ashmole 782 por sí mismas. Cuando tus hermanas brujas descubran que el hechizo se abrió para ti por sí mismo, no serán tan pacientes y obedientes como hasta ahora.
El rostro enfadado de Gillian apareció ante mis ojos, acompañado de un vivo recuerdo de todo lo que me contó que habían hecho las brujas para poder meterse en los secretos de mis padres. Aparté esos pensamientos, pues mi estómago estaba revuelto, y me concentré en los fallos del argumento de Matthew.
—El hechizo fue formulado más de un siglo antes de que yo naciera. Eso es imposible.
—El hecho de que algo parezca imposible no significa que sea falso —dijo en tono grave—. Newton lo sabía. No podemos saber qué hará Knox cuando comprenda cuál es tu relación con el hechizo.
—Estoy en peligro, vuelva a pedir el manuscrito o no —señalé—. Knox no va a dejar que esto se le escape de las manos, ¿verdad?
—No —aceptó con reticencia—. Y no va a vacilar en usar magia contra ti, aunque todos los humanos de la Bodleiana lo vieran hacerlo. Yo podría no llegar a ti a tiempo.
Los vampiros eran rápidos, pero la magia era más rápida.
—Me sentaré en la mesa cerca de ti, entonces. Lo sabremos tan pronto como el manuscrito me sea entregado.
—No me gusta eso —dijo Matthew, claramente preocupado—. Sólo hay una fina línea entre la valentía y la imprudencia, Diana.
—No es imprudencia…, sólo quiero recuperar mi vida.
—¿Y qué pasa si ésta es tu vida? —preguntó—. ¿Qué pasa si no puedes mantenerte lejos de la magia, después de todo?
—Conservaré algunas partes de ella. —Al recordar su beso, y la repentina e intensa sensación de vitalidad que lo había acompañado, lo miré directamente a los ojos para que supiera que él estaba incluido—. Pero no voy a dejar que me intimiden.
Matthew todavía seguía preocupado por mi plan cuando me acompañó a casa. Cuando doblé por la calle lateral de la residencia para usar la entrada posterior, me cogió la mano.
—De ninguna manera —dijo—. ¿Viste la mirada que me dirigió el portero? Quiero que él sepa que estás a salvo en la residencia.
Atravesamos las irregulares aceras de la calle Holywell, cruzamos por la entrada del Turf Pub y atravesamos los portones del New College. Pasamos junto al atento portero, siempre cogidos de la mano.
—¿Irás a remar mañana? —preguntó Matthew al pie de mi escalera.
Gruñí.
—No, tengo que escribir mil cartas de recomendación. Voy a quedarme en mis habitaciones a poner al día mis papeles.
—Yo voy a Woodstock a cazar —comentó casi sin darle importancia.
—Buena caza, entonces —dije en el mismo tono.
—¿No te molesta saber que saldré a escoger mi propio ciervo para matarlo? —Matthew parecía sorprendido.
—No. A veces yo como perdices. A veces tú te alimentas de ciervos. —Me encogí de hombros—. Honestamente, no veo la diferencia.
Los ojos de Matthew centellearon. Estiró sus dedos ligeramente, pero no me soltó la mano. La levantó hasta sus labios y depositó un lento beso sobre el tierno hueco de la palma.
—Vete a dormir —dijo, liberando mis dedos. Sus ojos dejaron huellas de hielo y nieve que permanecieron no sólo en mi cara, sino también en mi cuerpo.
Sin decir una palabra, volví a mirarlo, asombrada de que un beso en la palma de mi mano pudiera ser tan íntimo.
—Buenas noches —dije, casi con un suspiro—. Te veré el lunes.
Subí los estrechos peldaños hasta mis habitaciones. Quien había arreglado el pomo de mi puerta se había hecho un lío con la llave, y tanto las partes metálicas como la madera estaban llenas de arañazos nuevos. Una vez dentro, encendí las luces. La luz del contestador automático brillaba intermitentemente, por supuesto. Junto a la ventana levanté la mano para indicar que ya estaba a salvo, dentro.
Cuando eché una mirada unos segundos después, Matthew ya había desaparecido.
15
E
l lunes por la mañana, el aire tenía esa mágica cualidad de quietud tan común en otoño. El mundo entero parecía renovado y brillante, y el tiempo parecía estar suspendido. Salté de la cama al amanecer y me puse la ropa de remo, que esperaba lista, ansiosa por salir afuera.
En el río no hubo nadie durante la primera hora. A medida que el sol asomaba por el horizonte, la niebla retrocedía hacia la línea del agua, de modo que yo me deslizaba entre franjas de neblina y rosados rayos de sol.
Cuando me detuve en el muelle, Matthew me estaba esperando en la curva de los escalones que conducían a la terraza del cobertizo de botes; llevaba una vieja bufanda con rayas marrones y marfil del New College colgada alrededor del cuello. Salí del bote, puse las manos sobre mis caderas y lo miré sin creer lo que veía.
—¿Dónde has conseguido eso? —Señalé con el dedo la bufanda.
—Tienes que ser más respetuosa con los antiguos miembros —dijo con una enorme sonrisa traviesa, echándose un extremo por encima del hombro—. Creo que la compré en 1920, pero sinceramente no me acuerdo. Ciertamente fue después de finalizar la Gran Guerra.
Sin dejar de sacudir la cabeza, llevé los remos al cobertizo para botes. Dos tripulaciones pasaron deslizándose junto al muelle en perfecta y fuerte coordinación en el mismo momento en que yo sacaba mi bote del agua. Mis rodillas se doblaron un poco y el bote se balanceó hacia arriba y hacia delante hasta que se apoyó con todo su peso en mi cabeza.
—¿Por qué no me dejas que te ayude con eso? —exclamó Matthew, levantándose del sitio donde estaba sentado.
—De ninguna manera. —Mis pasos resonaron con firmeza al llevar el bote al interior. Él masculló algo entre dientes.
Una vez colocado el bote en su sitio, Matthew me persuadió fácilmente de desayunar en el café de Mary y Dan. Él iba a tener que estar sentado junto a mí durante buena parte del día, y yo estaba hambrienta después del esfuerzo matutino. Me cogió por el codo y me condujo por entre los otros comensales con su mano en mi espalda con más firmeza que antes. Mary me dio la bienvenida como a una vieja amiga y Steph ni se molestó en ofrecer la carta, simplemente anunció: «Lo de siempre» cuando se acercó a la mesa. No había la menor duda en su voz, y cuando llegó la bandeja —cargada de huevos, tocino, champiñones y tomates— me alegré de no haber insistido en algo más propio de una dama.
Después del desayuno pasé velozmente por la portería y escaleras arriba hasta mis habitaciones para darme una ducha y cambiarme la ropa. Fred miró por su ventana para ver si era efectivamente el Jaguar de Matthew el que había aparcado frente a los portones. Sin duda los porteros estaban cruzando apuestas tratando de saber adónde conduciría nuestra relación curiosamente formal. Esa mañana fue la primera vez que logré convencer a Matthew de que me dejara en la entrada sin acompañarme.
—Es de día y Fred se pondrá furioso si obstruyes su entrada en horario de reparto de mercancías —protesté cuando Matthew empezó a bajar del coche. Me miró con cierta irritación, pero estuvo de acuerdo en que el simple hecho de aparcar en la entrada podía entorpecer cualquier movimiento de vehículos.
Esa mañana, cada paso de mi rutina tenía que ser lento y deliberado. Mi ducha fue larga y pausada, con el agua caliente deslizándose sobre mis músculos cansados. Sin apresurarme, me puse unos cómodos pantalones negros, un jersey de cuello alto para evitar que se me agarrotaran los hombros en la cada vez más fría biblioteca y una razonablemente presentable chaqueta azul oscuro para aligerar el intenso negro. Até mi pelo en una cola de caballo baja. El mechón de delante se cayó como siempre y, con un gruñido, me lo puse detrás de la oreja.
A pesar de mis esfuerzos, mi ansiedad aumentó cuando abrí las puertas de cristal de la biblioteca. El vigilante entrecerró los ojos ante mi sonrisa inusitadamente afectuosa y tardó una buena cantidad de tiempo cotejando mi cara con la fotografía en mi carné de lector. Finalmente me dejó entrar y me apresuré escaleras arriba hasta la sala Duke Humphrey.
No había pasado más de una hora desde que había estado con Matthew, pero la imagen de él en el primer grupo de mesas isabelinas, instalado en una de las incómodas sillas del ala medieval, era bienvenida. Levantó la vista cuando mi ordenador portátil golpeó sobre la superficie de madera gastada.
—¿Está aquí? —susurré, sin querer mencionar el nombre de Knox.
Matthew asintió sombríamente con la cabeza.
—Está en el ala Selden.
—Bien, por lo que a mí respecta, puede esperar allí todo el día —dije entre dientes mientras cogía un formulario de solicitud en blanco de la bandeja rectangular que había sobre la mesa. Allí escribí «Ashmole MS 782», mi nombre y mi número de carné de biblioteca.
Sean estaba en el mostrador de préstamos.
—Tengo dos manuscritos reservados —le dije con una sonrisa. Entró en la jaula y regresó con mis manuscritos, luego estiró la mano para recibir mi nuevo pedido. Puso el formulario de pedido en el gastado sobre de cartón gris que iba a ser enviado al depósito.
—¿Puedo hablar contigo un minuto? —preguntó Sean.
—Por supuesto. —Hice un gesto para indicarle a Matthew que se quedara en su sitio y seguí a Sean por la puerta hacia el ala de las Artes, que, al igual que el ala Selden, corría perpendicular a la parte más larga de la antigua biblioteca. Nos detuvimos debajo de una serie de ventanas emplomadas que dejaban entrar el débil sol matutino.
—¿Te está molestando?
—¿El profesor Clairmont? No.
—No es asunto mío, pero no me gusta. —Sean miraba preocupado por el pasillo central, como si esperara que Matthew saliera de sopetón y lo mirara furioso—. Todo este lugar se ha llenado de bichos raros durante esta última semana más o menos.
Al no poder contradecirlo, recurrí a hacer suaves ruidos de comprensión.
—Me avisarás si algo no marcha bien, ¿verdad?
—Por supuesto, Sean. Pero con el profesor Clairmont no hay problema. No tienes que preocuparte por él.
Mi viejo amigo parecía poco convencido.
—Sean tal vez sepa que soy diferente…, pero parece que no soy tan diferente como tú —le dije a Matthew al regresar a mi asiento.
—Pocos lo son —replicó sombríamente mientras volvía a su lectura.
Encendí mi ordenador y traté de concentrarme en mi trabajo. Pasarían horas antes de que apareciera el manuscrito. Pero pensar en la alquimia me resultaba más difícil que nunca, atrapada como estaba entre un vampiro y el mostrador de préstamos. Cada vez que llegaban nuevos libros de los depósitos, yo levantaba la vista.
Después de varias falsas alarmas, oí unos suaves pasos que se acercaron desde el ala Selden. Matthew se puso tenso en su asiento.
Peter Knox se acercó y se detuvo.
—Doctora Bishop —dijo con frialdad.
—Señor Knox. —Mi voz fue igualmente fría y volví mi atención al volumen abierto ante mí.
Knox dio un paso en dirección a mí.
Matthew habló en voz baja, sin levantar sus ojos de las obras de Needham:
—Yo me detendría ahí, a menos que la doctora Bishop desee hablar con usted.
—Estoy muy ocupada. —Una sensación de presión rondaba mi frente, y una voz susurró dentro de mi cráneo. Cada gramo de mi energía estaba dedicado a mantener al brujo fuera de mis pensamientos—. Le he dicho que estoy ocupada —repetí con dureza.
Matthew dejó su lápiz y se apartó de la mesa.
—El señor Knox ya se iba, Matthew. —Me volví a mi ordenador portátil y escribí algunas palabras que no eran más que disparates.
—Espero que usted se dé cuenta de lo que está haciendo —espetó Knox.
Matthew gruñó y apoyé ligeramente una mano sobre su brazo. La mirada de Knox se concentró en el lugar donde los cuerpos de una bruja y un vampiro se tocaron.
Hasta ese momento, Knox sólo había sospechado que Matthew y yo estábamos demasiado cerca para la tranquilidad de las brujas. En este instante estuvo seguro.
«Usted le ha dicho a él lo que sabe sobre nuestro libro». La dura voz de Knox resonó en toda mi cabeza, y aunque traté de resistir su intromisión, el mago era demasiado poderoso. Cuando superó mis barreras, ahogué un grito y abrí la boca sorprendida.