—También podemos saborearlo. La adrenalina hace que la sangre tenga mejor sabor —agregó Marcus—. Sabrosa, sedosa y luego se pone dulce. Algo muy bueno.
Un profundo retumbar empezó en la garganta de Matthew. Sus labios se estiraron por encima de sus dientes y Marcus retrocedió. Miriam puso su mano firme sobre el brazo del vampiro rubio.
—¿Qué? ¡No tengo hambre! —protestó Marcus, sacándose de encima la mano de Miriam.
—La doctora Bishop podría no saber que los vampiros no tienen que estar físicamente hambrientos para ser sensibles a la adrenalina, Marcus. —Matthew se controlaba con visible esfuerzo—. Los vampiros no siempre necesitan comer, pero siempre nos atraen la persecución y la reacción de adrenalina de la presa ante el depredador.
Dados mis esfuerzos por controlar la ansiedad, no era sorprendente que Matthew estuviera siempre invitándome a comer. No era mi olor a madreselva lo que lo atraía…, era mi exceso de adrenalina.
—Gracias por explicármelo, Matthew. —Incluso después de la noche anterior, yo seguía siendo relativamente ignorante en lo que a vampiros se refería—. Trataré de serenarme.
—No es necesario —dijo Matthew secamente—. No tienes obligación de serenarte. Nosotros tenemos la obligación de mostrar una mínima cortesía y un cierto control. —Miró ferozmente a Marcus y sacó uno de los archivos.
Miriam me dirigió una mirada preocupada.
—Tal vez deberíamos empezar por el principio.
—No. Me parece mejor empezar por el final —respondió, abriendo el archivo.
—¿Saben ellos algo del Ashmole 782? —le pregunté a Matthew cuando vi que Miriam y Marcus no daban señales de retirarse. Asintió con la cabeza—. ¿Y les has contado lo que vi? — Asintió con la cabeza otra vez.
—¿Se lo has contado a alguien más? —La pregunta que Miriam me dirigía reflejaba siglos de desconfianza.
—Si te refieres a Peter Knox, no. Solamente mi tía y su pareja, Emily, lo saben.
—Tres brujas y tres vampiros que comparten un secreto —comentó Marcus pensativamente, dirigiendo una mirada a Matthew—. Interesante.
—Esperemos que podamos hacer mejor trabajo manteniéndolo que el que hemos hecho al esconder esto. —Matthew empujó el archivo hacia mí.
Tres pares de ojos de vampiros me observaban atentamente mientras lo abría. VAMPIRO SUELTO EN LONDRES, decía el titular. Mi estómago dio un vuelco. Dejé a un lado el recorte de periódico. Debajo se veía el informe de otra muerte misteriosa en la que aparecía un cadáver desangrado. Luego venía una nota de una revista acompañada por una fotografía que hacía que el contenido fuera claro, a pesar de mi incapacidad para leer ruso. La garganta de la víctima había sido abierta desde la mandíbula hasta la carótida.
Había docenas de asesinatos e informes en todos los idiomas imaginables. Algunas de las muertes incluían decapitaciones. En otras aparecían cadáveres desangrados, sin que hubiera sido descubierta ni una gota de sangre alrededor. En otros casos parecía el ataque de algún animal, debido a la ferocidad de las lesiones en el cuello y el pecho.
—Estamos desapareciendo —comentó Matthew cuando guardó el último de los artículos periodísticos.
—Lo que parece seguro es que los humanos son los que están desapareciendo. —Mi voz era severa.
—No sólo los humanos —dijo—. Todas estas pruebas indican que los vampiros presentan señales de deterioro como especie.
—¿Esto era lo que querías mostrarme? —pregunté temblorosa—. ¿Qué tiene que ver esto con el origen de las criaturas o con el Ashmole 782? —Las advertencias recientes de Gillian habían removido recuerdos dolorosos, y esas fotografías no hacían más que volverlos más nítidos.
—Escúchame —invitó Matthew con voz tranquila—. Por favor.
Tal vez no tenía mucho sentido su actitud, pero tampoco estaba asustándome deliberadamente. Con toda seguridad, Matthew tenía una buena razón para compartir aquello conmigo. Sin soltar la carpeta, me senté en el taburete.
—Estas muertes —comenzó, cogiendo suavemente la carpeta de mis manos— son el resultado de intentos fallidos de transformar humanos en vampiros. Lo que en algún tiempo fue algo natural en nosotros se ha vuelto difícil. Nuestra sangre es cada vez menos capaz de producir nueva vida a partir de la muerte.
La imposibilidad de reproducirse hace que cualquier especie se extinga. No obstante, a juzgar por las imágenes que acababa de ver, el mundo no necesitaba más vampiros.
—Es más fácil para quienes son más viejos…, para los vampiros como yo, que nos alimentamos sobre todo con sangre humana cuando éramos jóvenes —continuó Matthew—. Pero a medida que los vampiros envejecen, nos sentimos menos impulsados a crear nuevos vampiros. En cambio los vampiros más jóvenes son algo diferente. Quieren formar una familia para disipar la soledad de su nueva vida. Cuando encuentran a un ser humano con el cual desean aparearse, o tratar de tener hijos, algunos descubren que su sangre no es lo suficientemente fuerte.
—Tú dijiste que todos nos estamos extinguiendo —le recordé en tono neutro, aunque mi irritación seguía presente.
—Las brujas modernas no son tan fuertes como eran sus antepasados. —La voz de Miriam denotaba sentido práctico—. Y vosotras ya no tenéis tantos hijos como antiguamente.
—Eso no parece ser una prueba…, sino más bien una valoración subjetiva —repliqué.
—¿Quieres ver pruebas? —Miriam cogió otras dos carpetas, las arrojó sobre la brillante superficie y se deslizaron hasta mis brazos—. Aquí tienes…, aunque dudo que entiendas gran parte de eso.
Una carpeta tenía una etiqueta con bordes color morado y la palabra «Benvenguda» cuidadosamente escrita en ella. La otra tenía una etiqueta con bordes rojos, con las palabras «Good, Beatrice». Las carpetas sólo contenían gráficos. Los de arriba tenían forma de lazo y eran de brillantes colores. Debajo de éstos, nuevos gráficos mostraban barras negras y grises que se desplegaban sobre papel blanco.
—Eso no es justo —protestó Marcus—. Ningún historiador podría leer eso.
—Éstas son secuencias de ADN —dije, señalando las imágenes en blanco y negro—. Pero ¿qué son los gráficos de color?
Matthew apoyó los codos sobre la mesa junto a mí.
—Son también resultados de pruebas genéticas —dijo, acercando hacia él la página que mostraba la forma de lazo—. Éstos nos hablan del ADN mitocondrial de una mujer llamada Benvenguda, que heredó de la madre, y de la madre de su madre, y de todo antepasado de sexo femenino antes de ella. Nos cuenta la historia de su herencia genética por vía materna.
—¿Y el legado genético de su padre?
Matthew cogió los resultados de ADN en blanco y negro.
—El padre humano de Benvenguda está aquí, en su ADN nuclear, su genoma, junto con el de su madre, que era una bruja. —Volvió a los lazos multicolor—. Pero el ADN mitocondrial, fuera del núcleo de la célula, registra solamente su ancestro materno.
—¿Por qué estáis estudiando tanto su genoma como su ADN mitocondrial? —Había oído hablar del genoma, pero el ADN mitocondrial era algo nuevo para mí.
—El ADN nuclear nos informa acerca de alguien como persona individual, única…, la manera en que el legado genético de la madre y del padre se combinaron para crearla. Es la mezcla de los genes de tu padre y los genes de tu madre lo que te otorga los ojos azules, pelo rubio y pecas. El ADN mitocondrial puede ayudarnos a comprender la historia de toda una especie.
—Eso quiere decir que el origen y la evolución de la especie están grabados en cada uno de nosotros —dije lentamente—. Están en nuestra sangre y en cada célula de nuestro cuerpo.
Matthew asintió con la cabeza.
—Pero cada historia de orígenes cuenta otra historia también…, no de principios sino de finales.
—Volvemos a Darwin. —Fruncí el ceño al hablar—.
El origen
no sólo trata de dónde vienen las diferentes especies. Trata también sobre la selección natural y la extinción de las especies.
—Algunos llegan a decir que
El origen
trata principalmente sobre la extinción —acordó Marcus, desplazándose hacia el otro lado de la mesa del laboratorio.
Observé los brillantes lazos de Benvenguda.
—¿Quién era?
—Una bruja muy poderosa —explicó Miriam— que vivió en Bretaña en el siglo VII. Era un prodigio en una era que produjo muchos prodigios. Beatrice Good es una de sus últimas descendientes directas que se conocen.
—¿La familia de Beatrice Good provenía de Salem? —susurré, tocando la carpeta con su nombre. Había una familia Good que eran vecinos de los Bishop y de los Proctor.
—El linaje de Beatrice incluye a Sarah y Dorothy Good de Salem —explicó Matthew, confirmando mi corazonada. Abrió el archivo de Beatrice y puso los resultados de las pruebas de mitocondria junto a los de Benvenguda.
—Pero son diferentes —observé. Era posible darse cuenta por los colores y la manera en que estaban ordenados.
—No tan diferentes —me corrigió Matthew—. El ADN nuclear de Beatrice tiene menos marcadores comunes entre las brujas. Esto indica que sus antepasados, a medida que pasaron los siglos, dependían cada vez menos de la magia y la brujería en su lucha por sobrevivir. Esas necesidades cambiantes empezaron a forzar mutaciones en su ADN, mutaciones que fueron dejando de lado la magia. —Su mensaje parecía perfectamente científico, pero estaba dirigido a mí.
—¿Los antepasados de Beatrice dejaron su magia a un lado, y eso al final va a destruir a la familia?
—La culpa no es toda de las brujas. La naturaleza también es culpable. —Los ojos de Matthew estaban tristes—. Parece que las brujas, al igual que los vampiros, también han sentido las presiones de sobrevivir en un mundo que es cada vez más humano. Lo mismo ocurre con los daimones. Éstos presentan cada vez menos muestras de genialidad (que era la manera en que solíamos distinguirlos de la población humana) y más demencia.
—¿Y los humanos no están desapareciendo? —quise saber.
—Sí y no —respondió Matthew—. Creemos que los humanos, hasta ahora, han resultado ser mejores para adaptarse. Sus sistemas inmunológicos son más receptivos y tienen un impulso de reproducción más fuerte que los vampiros o las brujas. Antaño el mundo estaba dividido de manera más uniforme entre humanos y criaturas. Ahora los humanos son mayoría y las criaturas llegan solamente al diez por ciento de la población mundial.
—El mundo era un lugar diferente cuando había tantas criaturas como humanos. —Miriam parecía lamentar que la plataforma genética ya no estuviera inclinada a nuestro favor—. Pero sus delicados sistemas inmunológicos van a hundir a los humanos al final.
—¿Hasta qué punto somos nosotros, las criaturas, diferentes de los humanos?
—Bastante, por lo menos en el nivel genético. Parecemos similares, pero debajo de la superficie nuestra estructura cromosómica es distinta. —Matthew dibujó un diagrama en la parte exterior de la carpeta de Beatrice Good—. Los humanos tienen veintitrés pares de cromosomas en cada núcleo de célula, cada uno organizado en largas secuencias codificadas. Los vampiros y las brujas tienen veinticuatro pares de cromosomas.
—Más que los humanos, las uvas de
pinot noir
o los cerdos. —Marcus guiñó un ojo.
—¿Y los daimones?
—Ellos tienen el mismo número de pares de cromosomas que los humanos… y también tienen un solo cromosoma adicional. Hasta donde podemos saber, es su cromosoma adicional el que los hace daimones —respondió Matthew—, y propensos a la inestabilidad.
Mientras yo estudiaba su dibujo a lápiz, se me cayó un mechón de cabello sobre los ojos. Me lo echó hacia atrás con impaciencia.
—¿Qué hay en los cromosomas adicionales? —Era tan difícil para mí seguir a Matthew en ese momento como cuando tuve que estudiar para aprobar Biología en la universidad.
—Material genético que nos distingue de los humanos —dijo Matthew—, y también material que regula el funcionamiento de las células o lo que los científicos llaman «ADN basura».
—Sin embargo, no se trata de basura —intervino Marcus—. Todo ese material genético tiene que ser sobrante de una selección anterior, o está a la espera de ser usado en el próximo cambio evolutivo. Sencillamente, no sabemos cuál es su propósito… todavía.
—Espera un minuto —interrumpí—. Las brujas y los daimones nacen. Yo nací con un par adicional de cromosomas, y tu amigo Hamish nació con un solo cromosoma adicional. Pero los vampiros no nacen…, vosotros sois creados a partir de ADN humano. Dónde adquirís un par adicional de cromosomas?
—Cuando un ser humano renace como vampiro, el hacedor primero retira toda la sangre humana, lo que causa el fallo de los órganos. Antes de que se produzca la muerte, el hacedor o hacedora le da su sangre al que está renaciendo —respondió Matthew—. Hasta donde podemos saber, el influjo de la sangre de un vampiro impulsa mutaciones genéticas espontáneas en cada célula del cuerpo.
Matthew había usado la palabra «renacer» la noche anterior, pero yo jamás había escuchado la palabra «hacedor» relacionada con vampiros.
—La sangre del hacedor inunda el sistema del renacido, llevando la nueva información genética con él —completó Miriam—. Algo similar ocurre con las transfusiones de sangre humana. Pero la sangre de un vampiro produce cientos de modificaciones en el ADN.
—Empezamos a buscar en el genoma las pruebas de semejante cambio explosivo —explicó Matthew—. Las encontramos…, encontramos mutaciones que prueban que todos los nuevos vampiros atraviesan una adaptación espontánea para sobrevivir cuando absorben la sangre de sus hacedores. Eso es lo que estimula el desarrollo de un par de cromosomas adicional.
—Un big-bang genético. Vosotros sois como una galaxia que nace de una estrella moribunda. En unos pocos instantes, vuestros genes se transforman en otra cosa…, en algo no humano. —Miré a Matthew asombrada.
—¿Estás bien? —me preguntó—. Podemos tomarnos un descanso.
—¿Podría beber un poco de agua?
—La traeré. —Marcus saltó de su taburete—. Hay un poco en el frigorífico de las muestras.
—Los humanos proporcionaron la primera pista de que el estrés celular agudo producido por bacterias y otras formas del bombardeo genético podía provocar mutaciones rápidas, en lugar de los cambios más lentos de la selección natural. —Miriam sacó una carpeta de un cajón del archivo. Al abrirlo, señaló una sección de un gráfico en blanco y negro—. Este hombre murió en 1375. Sobrevivió a la viruela, pero la enfermedad impulsó una mutación en el tercer cromosoma cuando su cuerpo se adaptaba rápidamente al influjo de bacterias.