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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (68 page)

—Es una bruja —espetó Baldwin—. Todas son responsables. Ellas sabían que los nazis lo estaban torturando y no hicieron nada para impedirlo.

—Baldwin. —El tono agudo de Ysabeau atrajo su atención—. Philippe dejó órdenes estrictas de que no se llevara a cabo ninguna venganza en caso de que él sufriera algún daño. —Aunque ella se lo había dicho a Baldwin en repetidas ocasiones, eso nunca hizo que la cólera de él disminuyera.

—Las brujas ayudaron a esos animales a capturar a Philippe. Cuando estuvo en manos de los nazis, experimentaron con él para determinar cuánto daño podía soportar el cuerpo de un vampiro sin morirse. Los hechizos de las brujas hicieron imposible que nosotros pudiéramos encontrarlo y liberarlo.

—No lograron destruir el cuerpo de Philippe, pero destruyeron su alma. —La voz de Matthew sonó hueca—. Por Dios, Baldwin, podrían hacerle lo mismo a Diana.

Si las brujas le hicieran daño físicamente, Matthew sabía que ella podría recuperarse. Pero nunca sería la misma si las brujas destrozaban su espíritu. Cerró los ojos tratando de alejar la dolorosa idea de que Diana pudiera no regresar siendo la misma criatura terca y obstinada.

—¿Y qué? —Baldwin lanzó a su hermano al suelo con disgusto y saltó sobre él.

Una tetera de cobre del tamaño de un timbal chocó contra la pared. Ambos hermanos saltaron para ponerse de pie.

Marthe apareció y puso sus manos retorcidas sobre sus amplias caderas, mirándolos furiosa.

—Es su esposa —le dijo a Baldwin secamente.

—¿Te
apareaste
con ella? —Baldwin parecía no dar crédito.

—Ahora Diana forma parte de esta familia —intervino Ysabeau—. Marthe y yo la hemos aceptado. Tú debes hacerlo también.

—Nunca —dijo sin emoción en su voz—. Ninguna bruja será nunca una De Clermont, ni será bienvenida en esta casa. El apareamiento es un instinto fuerte, pero no sobrevive a la muerte. Si las brujas no matan a esa Bishop, lo haré yo.

Matthew arremetió contra la garganta de su hermano. Se oyó el sonido de la carne al desgarrarse. Baldwin se tambaleó hacia atrás y aulló, con la mano en el cuello.

—¡Me has mordido!

—Amenaza a mi esposa otra vez y haré más que eso. —Matthew respiraba agitado y en sus ojos había un brillo salvaje.

—¡Basta! —Ysabeau los sobresaltó en medio del silencio—. Ya he perdido a mi marido, a una hija y a dos de mis hijos. No voy a permitir que sigáis como el perro y el gato. No dejaré que las brujas se lleven a alguien de mi casa sin mi permiso. —Sus últimas palabras fueron pronunciadas como un siseo bajo—. Y no pienso permanecer aquí discutiendo mientras la esposa de mi hijo está en manos de mis enemigos.

—En 1944 insististe en que desafiar a las brujas no iba a solucionar nada. Mírate ahora — replicó Baldwin, mirando furioso a su hermano.

—Esto es diferente —respondió Matthew con gran tensión.

—Claro que es diferente, por supuesto. Estás corriendo el riesgo de una interferencia de la Congregación en los asuntos de nuestra familia sólo para poder acostarte con una de ellas.

—La decisión de emprender hostilidades directas contra las brujas no era tuya en ese momento. Era de tu padre… y él prohibió expresamente prolongar una guerra mundial. —Ysabeau se detuvo detrás de Baldwin y esperó a que se volviera para enfrentarse a él cara a cara—. Debes dejar las cosas como están. El poder de castigar aquellas atrocidades fue puesto en manos de autoridades humanas.

Baldwin la miró amargamente.

—Tú misma te encargaste de solucionarlo, según recuerdo, Ysabeau. ¿A cuántos nazis convertiste en tu alimento antes de quedar satisfecha? —Era imperdonable decir una cosa semejante, pero él había sido empujado más allá de sus límites normales.

—En cuanto a Diana —continuó Ysabeau sin levantar la voz, aunque sus ojos echaban chispas a modo de advertencia—, si tu padre estuviera vivo, Lucius Sigéric Benoit Christophe Baldwin de Clermont, ya estaría fuera buscándola, fuese bruja o no. Se avergonzaría de ti, que te quedas saldando viejas cuentas con tu hermano. —Cada uno de los nombres que Philippe le había dado con el paso de los años sonó como una bofetada, y Baldwin sacudió la cabeza hacia atrás con cada golpe.

Respiró lentamente por la nariz.

—Gracias por el consejo, Ysabeau, y por la lección de historia. Ahora, afortunadamente, la decisión es mía. Matthew no se permitirá el lujo de tener a esta muchacha. Fin de la discusión. —Se sentía mejor después de ejercer su autoridad y se volvió para salir con paso majestuoso de Sept-Tours.

—Entonces no me dejas otra opción. —La respuesta de Matthew lo detuvo.

—¿Opción? —Baldwin resopló—. Tú harás lo que yo te diga.

—Puede que yo no sea el cabeza de familia, pero éste ya no es un asunto de familia. — Matthew había, por fin, comprendido el sentido del comentario anterior de Ysabeau.

—Muy bien. —Baldwin se encogió de hombros—. Emprende esa estúpida cruzada, si quieres. Encuentra a tu bruja. Llévate a Marthe…, que parece estar tan prendada de ella como tú. Si queréis enfadar a las brujas y hacer que la Congregación os caiga encima, allá vosotros. Para proteger a la familia, renegaré de ti.

Estaba dirigiéndose a la puerta otra vez, cuando su hermano menor sacó su as de la manga:

—Eximo a los De Clermont de cualquier responsabilidad en la protección de Diana Bishop. Los caballeros de Lázaro se encargarán ahora de su seguridad, como hemos hecho por otros en el pasado.

Ysabeau se dio la vuelta para esconder su expresión de orgullo.

—No puedes hablar en serio —dijo Baldwin entre dientes—. Si convocas a la hermandad, eso será el equivalente a una declaración de guerra.

—Si ésa es tu decisión, ya conoces las consecuencias. Podría matarte por tu desobediencia, pero no tengo tiempo. Tus tierras y pertenencias te son retiradas. Abandona esta casa, y entrega el sello de tu cargo. Un nuevo maestre francés será nombrado en una semana. Estás más allá de la protección de la orden y tienes siete días para encontrar un nuevo lugar para vivir.

—Si tratas de quitarme Sept-Tours —gruñó Baldwin—, lo lamentarás.

—Sept-Tours no es tuyo. Pertenece a los caballeros de Lázaro. Ysabeau vive aquí con la bendición de la hermandad. Te daré una última oportunidad de ser incluido en este arreglo. —La voz de Matthew adquirió un tono indiscutible de mando—: Baldwin de Clermont, te exijo que cumplas tu juramento y entres en el campo de batalla, donde obedecerás mis órdenes hasta que yo te libere de esa obligación.

No había pronunciado ni escrito esas palabras desde hacía mucho tiempo, pero Matthew las recordaba perfectamente. Los caballeros de Lázaro estaban en su sangre, al igual que lo estaba Diana. Músculos que hacía mucho que no se usaban se tensaron en su más íntimo ser, y recursos que se habían oxidado empezaron a agudizarse.

—Los caballeros no van en ayuda de su jefe por un idilio que termina mal, Matthew. Combatimos en la batalla de Acre. Ayudamos a los herejes albigenses a resistir a los norteños. Sobrevivimos a la desaparición de los templarios y a los avances ingleses en Crécy y Agincourt. Los caballeros de Lázaro estaban en las naves que rechazaron al Imperio Otomano en Lepanto, y cuando nos negamos a seguir luchando, terminó la Guerra de los Treinta Años. El propósito de la hermandad es asegurar que los vampiros sobrevivan en un mundo dominado por humanos.

—Empezamos a proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos, Baldwin. Nuestra reputación heroica fue sólo un subproducto inesperado de esa misión.

—Nuestro padre nunca debió haberte pasado a ti la orden cuando murió. Tú eres un soldado y un idealista, no un comandante. No tienes las agallas necesarias para tomar las decisiones difíciles. —El desprecio de Baldwin por su hermano quedaba patente en sus palabras, pero sus ojos mostraban preocupación.

—Diana vino a mí pidiendo que la protegiera de su propia gente. Me aseguraré de que tenga esa protección, al igual que los caballeros protegieron a los ciudadanos de Jerusalén, de Alemania y de Occitania cuando estuvieron amenazados.

—Todos pensarán que esto es algo personal, como también lo habrían creído en 1944. Entonces tú dijiste que no.

—Estaba equivocado.

Baldwin se mostró indignado.

Matthew respiró hondo, lentamente y estremeciéndose.

—En otro tiempo habríamos respondido de inmediato a semejante ultraje sin pensar en las consecuencias. Pero el miedo a divulgar los secretos de la familia y la reticencia a provocar la ira de la Congregación me frenaron. Esto sólo sirvió para alentar a nuestros enemigos a atacar a esta familia de nuevo, y no cometeré el mismo error ahora que Diana está involucrada. Las brujas no se detendrán ante nada para conocer su poder. Han invadido nuestro hogar y han secuestrado a una de las suyas. Esto es peor que lo que hicieron con Philippe. A los ojos de las brujas, él era sólo un vampiro. Al llevarse a Diana han ido demasiado lejos.

Mientras Baldwin asimilaba las palabras de su hermano, la ansiedad de Matthew se hacía más aguda.

—Diana. —Ysabeau hizo que Baldwin volviera al tema en cuestión.

Baldwin asintió con la cabeza. Sólo una vez.

—Gracias —dijo Matthew, con sencillez—. Una bruja la arrebató directamente en el jardín. Cualquier pista que pudiera haber quedado acerca del rumbo que tomaron había desaparecido ya cuando descubrimos que ella no estaba. —Sacó un mapa arrugado del bolsillo—. Aquí es donde todavía tenemos que buscar.

Baldwin miró las zonas que Ysabeau y su hermano ya habían cubierto y los amplios sectores del campo que faltaban por inspeccionar.

—¿Habéis registrado todos estos sitios desde que se la llevaron?

Matthew asintió con la cabeza.

—Por supuesto.

Baldwin no podía ocultar su irritación.

—Matthew, ¿nunca vas a aprender a detenerte a pensar antes de actuar? Enséñame el jardín.

Matthew y Baldwin salieron, dejando a Marthe e Ysabeau dentro para que sus olores no oscurecieran cualquier remoto rastro de Diana. Cuando se hubieron ido, Ysabeau empezó a temblar de los pies a la cabeza.

—Esto es demasiado, Marthe. Si le han hecho daño a ella…

—Tú y yo siempre hemos sabido que un día como éste llegaría. —Marthe apoyó una mano compasiva sobre el hombro de su ama, y luego se dirigió a las cocinas, dejando a la pensativa Ysabeau sentada junto a la fría chimenea.

En el jardín, Baldwin dirigió su mirada de agudeza sobrenatural al suelo, donde había una manzana junto a una frondosa mata de ruda. Ysabeau había insistido prudentemente en que dejaran la fruta en el lugar donde la habían encontrado. Su ubicación ayudó a Baldwin a ver lo que su hermano no había percibido. Los tallos de la ruda estaban ligeramente doblados y conducían a otra mata de hierbas con hojas rotas, y luego a otra.

—¿En qué dirección soplaba el viento? —La imaginación de Baldwin ya estaba en funcionamiento.

—Del oeste —respondió Matthew, tratando de ver lo que su hermano estaba descubriendo. Se rindió con un suspiro de frustración—. Esto nos lleva demasiado tiempo. Debemos separarnos. De ese modo podremos cubrir más terreno. Volveré a revisar las cuevas.

—No estará en las cuevas —aseguró Baldwin, enderezando sus rodillas y sacudiendo el aroma de las hierbas de sus manos—. Los vampiros usan las cuevas, no las brujas. Además, fueron hacia el sur.

—¿Al sur? No hay nada en el sur.

—Ya no —estuvo de acuerdo Baldwin—. Pero tiene que haber algo allí, o la bruja no habría ido en esa dirección. Le preguntaremos a Ysabeau.

Una razón por la que la familia De Clermont había sobrevivido tanto era que cada miembro tenía una destreza diferente en caso de crisis. Philippe siempre había sido el líder de los varones, una figura carismática que podía convencer a los vampiros y a los humanos, y a veces incluso a los daimones, para que lucharan por una causa común. Hugh, uno de sus hijos, había sido el mediador que llevaba a las partes enfrentadas a la mesa de negociaciones para resolver incluso los más feroces conflictos. Godfrey, el menor de los tres hijos de Philippe, había sido su conciencia, haciendo notar las implicaciones éticas de cada decisión. A Baldwin le correspondieron las estrategias de los combates, su mente aguda y rápida podía ver en cada plan las virtudes y los defectos. Louisa había sido útil como cebo o como espía, dependía de la situación.

Matthew, por extraño que pareciera, había sido el guerrero más feroz de la familia. Sus primeras aventuras con la espada habían vuelto loco a su padre por su falta de disciplina, pero había cambiado. Desde entonces, cada vez que Matthew empuñaba un arma, algo en él se volvía frío y se abría paso por entre los obstáculos con una tenacidad que lo hacía invencible.

Luego estaba Ysabeau. Todos la subestimaban, menos Philippe, que la llamaba «el general» o «mi arma secreta». No se le escapaba nada y tenía una memoria más larga que Mnemosina.

Los hermanos volvieron a la casa. Baldwin llamó a gritos a Ysabeau y se dirigió a la cocina para agarrar un puñado de harina de un tazón y esparcirla sobre la mesa de trabajo de Marthe. Trazó el contorno de Auvernia en la harina y marcó con el pulgar el sitio donde estaba Sept-Tours.

—¿Adónde llevaría una bruja a otra bruja en dirección suroeste desde aquí? —preguntó.

Ysabeau frunció el entrecejo.

—Dependería de la razón por la que fue llevada.

Matthew y Baldwin intercambiaron expresiones de exasperación. Ése era el único problema con su arma secreta: Ysabeau nunca quería responder a la pregunta que se le hacía. Para ella siempre había una pregunta más importante que debía ser respondida primero.

—Piensa,
maman
—la urgió Matthew—. Las brujas quieren alejar a Diana de mí.

—No, hijo mío. Vosotros podríais haber sido separados de muchas maneras. Al entrar en mi casa y llevarse a mi invitada, las brujas le han hecho algo imperdonable a esta familia. Agresiones como ésta son como el ajedrez —dijo Ysabeau, tocando la mejilla de su hijo con una mano fría—. Las brujas quieren demostrar lo débiles que nos hemos vuelto. Tú querías a Diana. Ahora se la han llevado para hacer que te resulte imposible ignorar su desafío.

—Por favor, Ysabeau. ¿Adónde?

—No hay nada más que montañas estériles y senderos de cabras entre este lugar y el Cantal —dijo Ysabeau.

—¿El Cantal? —reaccionó Baldwin.

—Sí —susurró ella, con su sangre helada por las implicaciones de aquello.

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