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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (72 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté cuando terminé—. No podemos dejar que la Congregación les haga daño a Sarah y a Em…, o a Marthe e Ysabeau.

—Eso depende de ti —respondió Matthew lentamente—. Comprenderé perfectamente que para ti esto haya sido más que suficiente. —Estiré el cuello para observarlo, pero no me miró a los ojos y resueltamente desvió la mirada por la ventana hacia la oscuridad.

—Me dijiste que estábamos unidos de por vida.

—Nada cambiará mis sentimientos por ti, pero tú no eres un vampiro. Sin embargo, lo que te ha ocurrido hoy… —Matthew se detuvo y volvió a empezar—: Si has cambiado de idea con respecto a todo esto, con respecto a mí, lo comprenderé.

—Ni siquiera Satu pudo hacerme cambiar de idea. Y ten por seguro que lo intentó. Mi madre parecía muy convencida cuando me dijo que tú eras el que yo estaba esperando. Eso fue cuando volé. —En realidad no había sido exactamente así. Mi madre había dicho que Matthew era el que
nosotros
habíamos estado esperando. Pero dado que eso no tenía sentido, no dije nada más.

—¿Estás segura? —Matthew me levantó la barbilla y examinó mi cara.

—Completamente.

Su rostro perdió algo de angustia. Inclinó la cabeza para besarme y luego se apartó.

—Los labios son la única parte de mi cuerpo que no me duele. —Además, necesitaba que me recordaran que había criaturas en el mundo que podían tocarme sin causarme dolor.

Apretó su boca suavemente contra la mía, con su aliento de clavo y especias. Borró los recuerdos de La Pierre, y por unos momentos pude cerrar mis ojos y descansar en sus brazos. Pero una necesidad urgente de saber qué iba a ocurrir después me hizo volver rápidamente a un estado de alerta.

—Entonces… ahora qué? —pregunté otra vez.

—Ysabeau tiene razón. Debemos volver con tu familia. Los vampiros no pueden ayudarte a aprender sobre tu magia, y las brujas seguirán persiguiéndote.

—¿Cuándo? —Después de La Pierre, me sentía extrañamente feliz de que él tomara las decisiones que considerara mejores.

Matthew se estremeció ligeramente debajo de mí. Su sorpresa ante mi sometimiento fue evidente.

—Nos reuniremos con Baldwin y llevaremos el helicóptero a Lyon. Su avión está cargado de combustible y listo para salir. Satu y las otras brujas de la Congregación no volverán aquí de inmediato, pero volverán —dijo sombríamente.

—¿Ysabeau y Marthe estarán a salvo en Sept-Tours contigo ausente?

La risa de Matthew rugió debajo de mí.

—Han estado en el centro de todos los conflictos armados más importantes de la historia. Una manada de vampiros de cacería o algunas brujas curiosas difícilmente podrán alterarlas. Pero tengo algunas cosas que hacer antes de irnos. ¿Descansarás si Marthe se queda contigo?

—Tengo que preparar mis cosas.

—Marthe lo hará. E Ysabeau la ayudará, si la dejas.

Asentí con la cabeza. La idea de que Ysabeau regresara a la habitación me resultaba sorprendentemente reconfortante.

Matthew me volvió a acomodar sobre las almohadas con sus tiernas manos. Llamó en voz baja a Marthe y a Ysabeau, y les hizo un gesto a los perros en dirección a las escaleras, donde se colocaron en una postura que hacía recordar a los leones de la Biblioteca Pública de Nueva York.

Las dos mujeres se movieron en silencio por la habitación; sus tranquilos movimientos y los fragmentos de conversación me proporcionaron un tranquilizador ruido de fondo que finalmente me ayudó a quedarme dormida. Cuando desperté varias horas después, mi vieja bolsa de lona estaba llena y esperaba junto al fuego. Marthe estaba inclinada sobre ella metiendo una lata dentro.

—¿Qué es eso? —pregunté, frotando el sueño de mis ojos.

—Tu té. Una taza todos los días, ¿recuerdas?

—Sí, Marthe. —Me desplomé otra vez sobre las almohadas—. Gracias. Por todo.

Marthe me acarició la frente con sus nudosas manos.

—Él te ama. ¿Lo sabes? —Su voz era más ronca que de costumbre.

—Lo sé, Marthe. Yo también le amo.

Héctor
y
Fallon
volvieron sus cabezas, su atención había sido atraída por un ruido en las escaleras que era demasiado leve para que yo pudiera escucharlo. La oscura silueta de Matthew apareció. Se acercó al sofá para observarme y asintió con la cabeza después de tomarme el pulso. Luego me levantó en sus brazos como si no pesara nada y la morfina se ocupó de que no sintiera más que un desagradable tirón en la espalda cuando me llevó escaleras abajo.
Héctor
y
Fallon
cerraban nuestra pequeña comitiva mientras bajábamos.

Su despacho estaba iluminado solamente por el fuego, y lanzaba sombras sobre los libros y los objetos que allí había. Posó sus ojos rápidamente en la torre de madera en un adiós silencioso a Lucas y a Blanca.

—Volveremos… tan pronto como podamos —prometí.

Matthew sonrió.

Baldwin nos estaba esperando en el salón.
Héctor
y
Fallon
daban vueltas alrededor de las piernas de Matthew, evitando que nadie pudiera acercársele. Les ordenó apartarse para que Ysabeau pudiera aproximarse.

Ella puso sus manos frías sobre mis hombros.

—Sé valiente, hija, pero escucha a Matthew —me sugirió mientras me daba un beso en cada mejilla.

—Lamento mucho haber traído problemas a tu casa.

—Hein, esta casa ha visto cosas peores —respondió, antes de volverse hacia Baldwin.

—Hazme saber si necesitas algo, Ysabeau. —Baldwin le rozó las mejillas con sus labios.

—Por supuesto, Baldwin. Que tengáis un buen vuelo —murmuró mientras él salía.

—Hay siete cartas en el estudio de mi padre —le dijo Matthew cuando su hermano se retiró. Habló bajo y muy rápido—: Alain vendrá a buscarlas. Él sabe qué debe hacer. —Ysabeau asintió con la cabeza. Tenía los ojos brillantes.

—Entonces, todo empieza de nuevo —susurró—. Tu padre estaría orgulloso de ti, Matthew. —Lo tocó en el brazo y recogió sus maletas.

Los vampiros, los perros y la bruja recorrimos en fila los verdes jardines del
château
. Las aspas del helicóptero empezaron a moverse lentamente cuando aparecimos. Matthew me agarró por la cintura y me levantó para hacerme subir a la cabina; luego trepó detrás de mí.

Despegamos y nos quedamos un momento frente a las paredes iluminadas del
château
antes de dirigirnos al este, donde las luces de Lyon eran visibles en el oscuro cielo matutino.

Capítulo
32

P
ermanecí con los ojos firmemente cerrados mientras íbamos rumbo al aeropuerto. Pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volar sin pensar en Satu.

En Lyon todo fue intensamente rápido y eficiente. Era evidente que Matthew había estado organizando las cosas desde Sept-Tours y había informado a las autoridades de que el avión iba a ser usado para transporte médico. Apenas mostró su identificación y el personal del aeropuerto me vio bien la cara, me metieron en una silla de ruedas a pesar de mis objeciones y me empujaron hacia el avión con un funcionario de inmigración siguiéndonos para sellar mi pasaporte. Baldwin marchaba delante y la gente rápidamente se apartaba de nuestro camino.

El avión de los Clermont estaba equipado como un yate de lujo, con sillones que se desplegaban para convertirse en camas, áreas de asientos tapizados y mesas, y una cocina pequeña donde un encargado uniformado esperaba con una botella de vino tinto y agua mineral helada. Matthew me acomodó en uno de los sillones reclinables, con almohadas como cabezales para quitar la presión de mi espalda. Él se situó en el asiento más cercano. Baldwin tomó posesión de una mesa lo suficientemente grande como para una reunión de un consejo de administración donde desplegó papeles, encendió dos ordenadores diferentes y empezó a hablar sin descanso por teléfono.

Tras el despegue, Matthew me ordenó que durmiera. Cuando me resistí, amenazó con darme más morfina. Todavía estábamos negociando cuando el teléfono zumbó en su bolsillo.

—Marcus —dijo al mirar la pantalla. Baldwin levantó la mirada de su mesa.

Matthew apretó el botón verde.

—Hola, Marcus. Estoy en un avión de camino a Nueva York con Baldwin y Diana. —Habló rápidamente, sin darle a Marcus ninguna oportunidad para responder. Su hijo no podía haber pronunciado más que unas pocas palabras antes de terminar la comunicación.

Apenas Matthew apretó el botón rojo del teléfono, líneas de texto empezaron a iluminar su pantalla. El intercambio de mensajes de texto debe de haber sido un regalo del cielo para los vampiros, necesitados de privacidad. Matthew respondió y sus dedos volaron sobre las teclas. Cuando la pantalla se quedó oscura, me dirigió una sonrisa forzada.

—¿Todo bien? —pregunté con voz suave, sabiendo que la historia completa tendría que esperar hasta que estuviéramos lejos de Baldwin.

—Sí. Sólo tenía curiosidad por saber dónde estábamos. —Dada la hora, dudé de que fuera cierto.

La somnolencia hizo que fuera innecesario que Matthew insistiera en que me durmiera.

—Gracias por encontrarme —dije según mis ojos se iban cerrando.

Su única respuesta fue inclinar la cabeza para apoyarla en silencio sobre mi hombro.

No desperté hasta que aterrizamos en La Guardia, donde nos detuvimos en la zona reservada para los aviones privados. Nuestra llegada a ese lugar y no a un aeropuerto más activo y más lleno de gente al otro lado de la ciudad era otro ejemplo más de la eficiencia mágica y la conveniencia de viajar con vampiros. La identificación de Matthew produjo más magia todavía, y los funcionarios aceleraron nuestros trámites. En cuanto pasamos la aduana y el control de inmigración, Baldwin nos examinó, yo en la silla de ruedas y su hermano de pie detrás de mí con aspecto sombrío.

—Tenéis un aspecto terrible —comentó.

—Ta gueule —replicó Matthew con una falsa sonrisa y un tono de voz ácido. Incluso con mi limitado conocimiento del francés, sabía que esas palabras no eran de las que uno diría delante de su madre.

Baldwin mostró una gran sonrisa.

—Eso está mejor, Matthew. Me alegra ver que todavía te queda algo de espíritu de lucha. Vas a necesitarlo. —Miró su reloj. Era tan masculino como él, del tipo de los que usan los buceadores y los pilotos de cazas, con varias esferas y la capacidad de resistir presiones negativas de fuerza G—. Tengo una reunión dentro de unas horas, pero quería darte primero algunos consejos.

—Tengo todo bajo control, Baldwin —dijo Matthew con una voz peligrosamente suave.

—No, no tienes nada bajo control. Además, no te estoy hablando a ti. —Baldwin se agachó, doblando su enorme cuerpo para poder fijar sus misteriosos y enormes ojos color marrón claro en los míos—. ¿Sabes lo que es un gambito, Diana?

—Vagamente. Es algo del ajedrez.

—Exacto —respondió—. Un gambito lleva a tu adversario a tener una falsa sensación de seguridad. Uno hace un sacrificio deliberado para conseguir una ventaja más grande.

Matthew dejó escapar un leve gruñido.

—Entiendo los principios básicos —dije.

—Lo que ocurrió en La Pierre me parece que fue un gambito —continuó Baldwin sin que sus ojos vacilaran ni por un instante—. La Congregación te dejó escapar por alguna razón. Haz tu siguiente jugada antes de que ellos hagan la suya. No esperes tu turno como una buena niña, y no te dejes engañar pensando que tu actual libertad significa que estás a salvo. Decide qué vas a hacer para sobrevivir, y hazlo.

—Gracias. —Podía ser el hermano de Matthew, pero la presencia física cerca de Baldwin era perturbadora. Le tendí mi brazo derecho envuelto en gasa a modo de despedida.

—Hermana, ésa no es la manera en que la familia se dice
adieu
. —La voz de Baldwin era suavemente burlona. No me dio tiempo para reaccionar: me cogió por los hombros y me besó en ambas mejillas. Cuando su cara rozó la mía, aspiró mi perfume deliberadamente. Lo sentí como una amenaza, y me pregunté si él había actuado así a propósito. Me soltó y se puso de pie—. Matthew,
à bientôt
.

—Espera. —Matthew siguió a su hermano. Usó su ancha espalda para taparme la visión y le dio un sobre a Baldwin. El trozo curvo de cera negra en él fue visible a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo.

—Dijiste que no ibas a obedecer mis órdenes. Después de La Pierre tal vez lo hayas reconsiderado.

Baldwin fijó la mirada en el rectángulo blanco. Su cara se contorsionó en un rictus amargo antes de adoptar una expresión de resignación. Al recibir el sobre, inclinó la cabeza y dijo:

—Je suis à votre commande, seigneur.

Las palabras eran formales, motivadas por el protocolo más que por un sentimiento genuino. Él era un caballero y Matthew era su superior. Baldwin se había sometido, técnicamente, a la autoridad de Matthew. Pero el simple hecho de haber aceptado la tradición no significaba que le gustara. Se llevó el sobre a la frente en una parodia de saludo militar.

Matthew esperó hasta que Baldwin desapareció en la lejanía antes de volver a mí. Agarró la silla de ruedas.

—Vamos, subamos al coche.

En algún lugar sobre el océano Atlántico, Matthew había hecho arreglos previos para cuando llegáramos. Recibimos el Range Rover en el borde de la terminal de un hombre uniformado que dejó caer las llaves en la palma de la mano de Matthew, metió nuestro equipaje en el maletero y se fue sin decir una palabra. Matthew estiró la mano hacia el asiento trasero, sacó un anorak azul diseñado para caminatas en el ártico más que para el otoño en Nueva York, y lo acomodó como un nido lleno de plumón en el asiento del acompañante.

Pronto estuvimos en medio del tráfico urbano de primera hora de la mañana para luego dirigirnos hacia el campo. El GPS había sido programado con la dirección de la casa en Madison y nos informó de que llegaríamos en poco más de cuatro horas. Miré el cielo, que se iba iluminando, y empecé a preocuparme por cómo reaccionarían Sarah y Em ante Matthew.

—Estaremos en casa justo después del desayuno. Eso es una ventaja. —Sarah no estaba en su mejor momento antes de que el café, una buena cantidad de él, hubiera entrado en su torrente sanguíneo—. Deberíamos llamar y decirles a qué hora tienen que esperarnos.

—Ya lo saben. Las llamé desde Sept-Tours.

Me sentí completamente manejada por él y ligeramente embotada por la morfina y la fatiga, de modo que me acomodé en mi asiento para seguir el viaje.

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