El frío se extendió en mí de dentro hacia fuera.
—¿Murieron por mi culpa? ¿Fueron a África y alguien los mató… por mi culpa? —Miré a Matthew horrorizada.
Sin esperar una respuesta, me abrí paso ciegamente hacia las escaleras, indiferente al dolor de mi tobillo o a cualquier otra cosa que no fuera huir.
—No, Sarah. Déjala ir —dijo Matthew con severidad.
La casa abrió todas las puertas delante de mí y las cerraba con un golpe en cuanto las traspasaba. Atravesé la sala principal, el comedor y la sala de estar para llegar a la cocina. Un par de botas de jardinería de Sarah se deslizaron sobre mis pies descalzos y sentí la suavidad y el frío de su superficie de goma. Una vez fuera, hice lo que siempre había hecho cuando la familia era demasiado para mí: irme al bosque.
Mis pies no disminuyeron su velocidad hasta que no pasé más allá de los escuálidos manzanos y me metí entre las sombras que arrojaban los viejos robles blancos y los arces plateados. Sin aliento y temblando por la conmoción y el agotamiento, me encontré al pie de un árbol enorme, casi tan ancho como alto. Sus ramas bajas, extensas, casi tocaban el suelo; sus hojas rojas y moradas de lóbulos profundos se destacaban contra la corteza color ceniza.
Durante toda mi infancia y adolescencia, había consolado mis desengaños y mi soledad debajo de sus ramas. Generaciones de Bishop habían encontrado el mismo consuelo en ese lugar y habían tallado sus iniciales en el árbol. Las mías fueron hechas con un cortaplumas junto a las «RB» que mi madre había dejado antes de mí, y toqué sus curvas antes de hacerme un ovillo junto al áspero tronco y mecerme como un niño.
Hubo un roce frío sobre mi pelo antes de que el anorak azul cayera sobre mis hombros. El cuerpo macizo de Matthew estaba agachado cerca del suelo, con la espalda rozando la corteza del árbol.
—¿Te han dicho qué es lo que está mal en mí? —Mi voz fue amortiguada por mis piernas.
—No hay nada malo en ti,
mon coeur
.
—Tienes mucho que aprender sobre las brujas. —Apoyé la barbilla en mis rodillas, pero todavía no podía mirarlo—. Las brujas no le hacen un encantamiento a nadie sin una buena razón.
Matthew permaneció en silencio. Miré de soslayo en dirección a él. Podía ver sus piernas con el rabillo del ojo —una estirada hacia delante y la otra doblada— y también una mano larga y blanca, que se apoyaba sobre su rodilla.
—Tus padres tenían una buena razón. Estaban salvando la vida de su hija. —Hablaba en voz baja e inexpresiva, pero había emociones más fuertes por debajo—. Es lo mismo que yo habría hecho.
—¿Tú también sabías que yo estaba dominada por un encantamiento? —No pude evitar que mi tono de voz fuera acusatorio.
—Marthe e Ysabeau lo supusieron. Me lo dijeron justo antes de salir hacia La Pierre. Emily confirmó sus sospechas. No he tenido la oportunidad de decírtelo.
—¿Cómo pudo Em ocultarme algo así? —Me sentía traicionada y sola, igual que cuando Satu me dijo lo que Matthew había hecho.
—Debes perdonar a tus padres y a Emily. Estaban haciendo lo que creían que era mejor… para ti.
—Tú no lo comprendes, Matthew —dije, sacudiendo la cabeza tercamente—. Mi madre me envolvió con un encantamiento y se fue a África, como si yo fuera una criatura malvada y trastornada en la que no se podía confiar.
—Tus padres estaban preocupados por la Congregación.
—Eso es una tontería. —Me hormigueaban los dedos, y empujé esa sensación para que volviera hacia mis codos, tratando de controlar mi mal humor—. No todo tiene que ver con la maldita Congregación, Matthew.
—No, pero esto sí está relacionado con ella. No hay que ser una bruja para darse cuenta.
Mi mesa blanca apareció ante mí sin previo aviso. Desparramados sobre su superficie había hechos del pasado y del presente. Las piezas del rompecabezas empezaron a organizarse por sí mismas: mi madre persiguiéndome mientras yo aplaudía con las manos y volaba por encima del suelo de linóleo de nuestra cocina en Cambridge, mi padre gritándole a Peter Knox en su estudio en casa, un cuento para dormir acerca de un hada madrina y cintas mágicas, mis padres de pie junto a mi cama pronunciando hechizos y haciendo magia mientras yo estaba tendida encima de la colcha de retales sin moverme. Las piezas se ajustaron en su sitio con ruiditos secos y el dibujo apareció.
—¡Los cuentos para dormir de mi madre! —dije, volviéndome hacia él asombrada—. No podía manifestarme sus miedos directamente, de modo que convirtió todo en un cuento sobre brujas malvadas, cintas encantadas y un hada madrina. Todas las noches me lo contaba, para que pudiera recordar algo ahora.
—¿Y recuerdas alguna otra cosa?
—Antes de que me envolvieran con el encantamiento, Peter Knox visitó a mi padre. —Me estremecí al escuchar el sonido del timbre y al ver otra vez la expresión en la cara de mi padre cuando abrió la puerta—. Esa criatura estaba en mi casa. Me tocó la cabeza. —Recordé que la mano de Knox apoyada en la parte de atrás de mi cabeza había producido una asombrosa sensación—. Mi padre me envió a mi habitación, y ambos discutieron. Mi madre se quedó en la cocina. Era extraño que ella no fuera a ver lo que estaba ocurriendo. Luego mi padre salió durante un largo rato. Mi madre estaba desesperada. Esa noche llamó a Em. —En ese momento los recuerdos comenzaron a acudir con intensidad y rapidez.
—Emily me dijo que el encantamiento de Rebecca fue lanzado para que se mantuviera hasta que «el hombre de las sombras» apareciera. Tu madre pensaba que yo podría protegerte de Knox y de la Congregación. —Su cara se ensombreció.
—Nadie podría haberme protegido…, salvo yo misma. Satu tenía razón: soy una mala imitación de bruja. —Dejé caer la cabeza sobre mis rodillas otra vez—. No soy como mi madre.
Matthew se levantó y extendió una mano.
—Levántate —dijo bruscamente.
Deslicé mi mano en la suya, esperando que él me confortara con un abrazo. Pero en lugar de ello, metió mis brazos en las mangas del anorak azul y se alejó.
—Tú eres una bruja. Es hora de que aprendas a cuidarte por ti misma.
—Ahora no, Matthew.
—¡Ojalá pudiéramos dejarte decidir, pero no es así! —reaccionó con brusquedad—. La Congregación quiere tu poder… o el conocimiento de él, por lo menos. Quieren el Ashmole 782, y tú eres la única criatura en más de un siglo que lo ha visto.
—También os quieren a ti y a los caballeros de Lázaro. —Estaba desesperada por hacer que esto fuera más allá de mí y de mi mal comprendida magia.
—Podrían haber hecho caer antes a la fraternidad. La Congregación ha tenido muchas oportunidades. —Matthew estaba calibrándome y midiendo mis escasas fuerzas y mis considerables debilidades. Eso me hizo sentirme vulnerable—. Pero en realidad eso no les preocupa. Lo que quieren es que yo no os tenga ni a ti ni al manuscrito.
—Pero estoy rodeada de protectores. Tú estás conmigo… y también Sarah y Em.
—No podemos estar contigo todo el tiempo, Diana. Además, ¿quieres que Sarah y Emily arriesguen sus vidas para salvar la tuya? —Era una pregunta dura, y frunció el ceño. Se alejó de mí, con los ojos entrecerrados hasta parecer hendiduras.
—Me estás asustando —dije, poniéndome en cuclillas. Los restos de los efectos de la morfina circulaban en mi sangre empujados para ser eliminados con la primera descarga de adrenalina.
—No es así. —Sacudió con lentitud la cabeza, y su aspecto fue totalmente el de un lobo cuando su pelo se balanceó alrededor de la cara—. Yo sentiría el olor si realmente estuvieras asustada. Simplemente estás desequilibrada.
Un rugido comenzó a hacerse oír en el fondo de la garganta de Matthew. Era algo muy diferente de los sonidos que hacía cuando sentía placer. Por precaución, me alejé un paso de él.
—Eso está mejor —ronroneó—. Por lo menos ahora tienes el sabor del miedo.
—¿Por qué haces esto? —susurré.
Se fue sin decir una palabra.
Parpadeé.
—¿Matthew?
Dos círculos helados aparecieron en la parte superior de mi cráneo.
Matthew estaba colgado como un murciélago entre dos ramas del árbol, con los brazos extendidos como alas. Tenía los pies enganchados en otra rama. Me miraba atentamente y los pequeños toques de escarcha eran la única señal que yo tenía de los cambios en su campo de visión.
—No soy un colega con el que estás manteniendo una discusión. Ésta no es una disputa académica…, esto es algo de vida o muerte.
—¡Baja de ahí! —dije bruscamente—. Está claro lo que quieres decir.
No lo vi aterrizar a mi lado, pero sentí sus dedos fríos en mi cuello y en la barbilla, torciéndome la cabeza a un lado y dejando expuesta mi garganta.
—Si yo fuera Gerberto, ya estarías muerta —siseó.
—Basta, Matthew. —Traté de escaparme de sus manos, pero no pude.
—No. —La presión de su mano aumentó—. Satu trató de romper tu fortaleza, y tú quieres desaparecer por eso. Pero tienes que defenderte.
—Me estoy defendiendo. —Empujé contra sus brazos para demostrárselo.
—No como un humano —dijo Matthew desdeñosamente—, defiéndete como una bruja.
Se esfumó otra vez. Esta vez no estaba en el árbol, ni yo podía sentir sus ojos fríos sobre mí.
—Estoy cansada. Me vuelvo a casa. —Después de haber dado solamente tres pasos en esa dirección, se escuchó una especie de rápido zumbido. Matthew me había colgado de su hombro y se movía… rápido, en dirección opuesta.
—Tú no vas a ninguna parte.
—Sarah y Em vendrán aquí si sigues con esto. —Una de ellas ciertamente iba a percibir que algo no iba bien. Y si ellas no se daban cuenta,
Tabitha
montaría un escándalo.
—No, no van a venir. —Matthew me dejó en el suelo, en lo más profundo del bosque—. Prometieron que no abandonarían la casa… aunque gritaras, fuera cual fuese el peligro que percibieran.
Me deslicé hacia atrás, tratando de establecer alguna distancia entre sus enormes ojos negros y yo. Los músculos de sus piernas se tensaron para saltar. Cuando me volví para salir corriendo, él ya estaba delante de mí. Giré en dirección contraria, pero allí estaba él. Una brisa se movió alrededor de mis pies.
—Bien —dijo él con satisfacción. El cuerpo de Matthew se agachó en la misma postura que había adoptado al acechar al ciervo en Sept-Tours, y el gruñido amenazador apareció otra vez.
La brisa se movía en ráfagas alrededor de mis pies, pero no aumentó. El hormigueo descendió desde mis codos hasta las uñas. En lugar de contener mi frustración, dejé que la sensación aumentara. Por entre mis dedos saltaban arcos azules de electricidad.
—¡Usa tu poder! —dijo irritado—. No puedes luchar contra mí de ninguna otra manera.
Moví mis manos en dirección a él. No parecía algo muy amenazador, pero fue lo único que pude pensar. Matthew demostró lo inútiles que eran mis esfuerzos atacándome y haciéndome girar antes de desaparecer entre los árboles.
—Estás muerta… otra vez. —Su voz venía desde algún sitio a mi derecha.
—¡Sea lo que sea que estás tratando de hacer, no está funcionando! —grité en dirección a él.
—Estoy justo detrás de ti —ronroneó en mi oreja.
Mi grito rompió el silencio del bosque, y los vientos se elevaron a mi alrededor formando un ciclón en forma de capullo.
—¡Aléjate! —bramé.
Matthew extendió la mano hacia mí con una mirada decidida. Sus manos atravesaron veloces mi barrera de vientos. Lancé las mías hacia él dejando que el instinto se impusiera, y una fuerte ráfaga de aire lo hizo retroceder. Se mostró sorprendido y el depredador apareció en las profundidades de sus ojos. Vino otra vez hacia mí en otro intento de romper la barrera de viento. Aunque me concentraba en hacerlo retroceder, el aire no respondió como yo deseaba.
—¡Deja de tratar de forzarlo! —exclamó Matthew. Él no tenía miedo y se había abierto paso a través del ciclón para clavar sus dedos en mis brazos—. El encantamiento que tu madre puso fue preparado para que nadie pudiera forzar tu magia…, ni siquiera tú misma.
—Entonces ¿cómo la llamo cuando la necesito y cómo la controlo cuando no es así?
—Debes descubrirlo. —La mirada helada de Matthew pasó por mi cuello y mis hombros, localizando de manera instintiva mis venas y arterias más importantes.
—No puedo. —Una oleada del pánico me envolvió—. No soy una bruja.
—Deja de decir eso. No es verdad, y tú lo sabes. —Me dejó caer violentamente—. Cierra los ojos. Empieza a caminar.
—¿Qué?
—Te he observado durante semanas, Diana. —La manera en que se estaba moviendo era completamente salvaje, el olor a clavo era tan embriagador que mi garganta se cerró—. Necesitas el movimiento y la anulación sensorial para que lo único que puedas hacer sea
sentir
. —Me dio un empujón y tropecé. Cuando me di la vuelta, él había desaparecido.
Abarqué el bosque, inquietantemente silencioso, con la mirada. Los animales se estaban protegiendo del poderoso depredador que se hallaba entre ellos.
Cerré los ojos y empecé a respirar hondo. Una brisa pasó a mi lado, primero en una dirección, luego en otra. Era Matthew quien me estaba provocando. Me concentré en mi respiración, tratando de permanecer tan inmóvil como el resto de las criaturas del bosque; luego actué.
Había una tensión entre mis ojos. Respiré en ella, también recordando la recomendación en clase de yoga de Amira y el consejo de Marthe de dejar que las visiones pasaran a través de mí. La tensión se convirtió en hormigueo y el hormigueo en una sensación de posibilidad cuando el ojo de mi mente —el tercer ojo de una bruja— se abrió completamente por primera vez.
Vi todo lo que estaba vivo en el bosque: la vegetación, la energía de la tierra, el agua que se movía debajo del suelo, todas las fuerzas vitales de distinto color y tonalidad. El ojo de mi mente vio a unos conejos agazapados en el hueco de un árbol, con sus corazones latiendo de miedo tras olfatear al vampiro. Detectó a las lechuzas, que veían bruscamente interrumpida su siesta de la tarde por la criatura que se movía entre las ramas de los árboles y saltaba como una pantera. Los conejos y las lechuzas sabían que no podían huir de él.
—El rey de las bestias —susurré.
La risa ahogada y profunda de Matthew resonó entre los árboles.
Ninguna criatura en el bosque podía luchar contra Matthew y ganar.
—Excepto yo —susurré.
El ojo de mi mente recorrió el bosque. Un vampiro no está vivo completamente, y era difícil encontrarlo en medio de la energía deslumbrante que me rodeaba. Finalmente descubrí su forma, una concentración de oscuridad como un agujero negro con los bordes rojo brillantes, donde su fuerza vital sobrenatural se encontraba con la vitalidad del mundo. Instintivamente volví mi cara en dirección a él, lo cual lo alertó respecto a mi búsqueda y se deslizó para desaparecer y desvanecerse en las sombras de los árboles.