Después de pasar un rato con mis tías, dormí unas horas, hasta que una inquietante y fuerte necesidad de Matthew hizo que me despertara clavándome las uñas.
Em se levantó de la mecedora de mi abuela recientemente aparecida y vino a mi lado trayéndome un vaso de agua. Su frente estaba atravesada por profundas arrugas que no estaban allí en los días anteriores. La abuela estaba sentada en el sofá mirando atentamente el revestimiento de madera cerca de la chimenea; estaba esperando claramente otro mensaje de la casa.
—¿Dónde está Sarah? —Cerré mis dedos alrededor del vaso. Todavía sentía la garganta reseca y el agua me venía de maravilla.
—Ha salido un rato. —La delicada boca de Em se tensó hasta convertirse en una línea fina.
—Culpa a Matthew de todo esto, ¿no?
Em cayó de rodillas sobre el suelo hasta que sus ojos se quedaron al nivel de los míos.
—Esto no tiene nada que ver con Matthew. Le ofreciste tu sangre a un vampiro…, un vampiro desesperado y moribundo. —Hizo callar mis protestas con un gesto—. Sé que no es cualquier vampiro. Aun así, Matthew podía haberte matado. Además, Sarah está destrozada porque no puede enseñarte a controlar tus poderes.
—Sarah no debería preocuparse por mí. ¿Has visto lo que le hice a Juliette?
Asintió con la cabeza.
—Y otras cosas también.
La atención de mi abuela estaba en ese momento dirigida a mí y no al revestimiento de madera.
—Vi el hambre en Matthew cuando se alimentaba de ti —continuó Em con serenidad—. También vi a la doncella y a la anciana de pie, al otro lado del fuego.
—¿Sarah las vio? —susurré, con la esperanza de que Miriam no pudiera oírnos.
Em negó con la cabeza.
—No. ¿Matthew lo sabe?
—No. —Me aparté el pelo de la cara, aliviada por que Sarah ignorara todo lo que había ocurrido la noche anterior.
—¿Qué le prometiste a la diosa a cambio de su vida, Diana?
—Lo que ella quisiera.
—Oh, mi amor. —Em contrajo el rostro—. No debiste haber hecho eso. Nunca se sabe cuándo va a actuar… ni qué va a coger.
Mi abuela se estaba meciendo furiosamente. Em observó los movimientos salvajes de la silla.
—Tuve que hacerlo, Em. La diosa no parecía sorprendida. Parecía algo inevitable…, correcto, de algún modo.
—¿Habías visto a la doncella y a la anciana antes?
Asentí con la cabeza.
—La doncella ha estado en mis sueños. A veces es como si yo estuviera dentro de ella, mirando hacia fuera cuando monta o caza. Y me encontré con la vieja saliendo de la sala principal.
«Estás en aguas profundas ahora, Diana —dijo mi abuela con voz áspera—. Espero que sepas nadar».
—No debes invocar a la diosa a la ligera —me advirtió Em—. Ésas son fuerzas muy poderosas que tú todavía no comprendes.
—Yo no la llamé. Aparecieron cuando decidí darle mi sangre a Matthew. Me ofrecieron su ayuda voluntariamente.
«Tal vez no debías haberle dado tu sangre. —Mi abuela continuó meciéndose sin detenerse, haciendo chirriar las tablas del suelo—. ¿Lo has pensado alguna vez?».
—Conoces a Matthew desde hace algunas semanas. Y a pesar de ello sigues sus órdenes muy fácilmente, y estabas dispuesta a morir por él. Seguramente te das cuenta de por qué Sarah está tan preocupada. La Diana que hemos conocido todos estos años ya no existe.
—Le quiero —dije con fiereza—. Y él me ama. —Dejé de lado los muchos secretos de Matthew…, los caballeros de Lázaro, Juliette, incluso Marcus…, al igual que dejé de lado todo lo que sabía ya de su carácter feroz y de su necesidad de controlar todo y a todos alrededor de él.
Pero Em supo lo que yo estaba pensando. Sacudió la cabeza.
—No puedes ignorar todo eso, Diana. Lo intentaste con tu magia, y ella te encontró. Las partes de Matthew que no te gustan y que no comprendes también te alcanzarán. No puedes esconderte para siempre. Especialmente ahora.
—¿Qué quieres decir?
—Hay demasiadas criaturas interesadas en ese manuscrito, y en ti y Matthew. Puedo sentirlas avanzando sobre la casa Bishop, sobre ti. No sé en qué lado de este combate están, pero mi sexto sentido me dice que no pasará mucho tiempo antes de enterarnos.
Em acomodó la colcha alrededor de mí. Después de poner otro tronco en el fuego, abandonó la habitación.
El olor característico y muy especiado de mi marido me despertó.
—Has vuelto —dije, frotándome los ojos.
Matthew parecía descansado, y su piel había recuperado su color normal, perlado.
Se había alimentado. Con sangre humana.
—Tú también. —Matthew se llevó mi mano a los labios—. Miriam me ha dicho que has estado durmiendo casi todo el día.
—¿Sarah está en casa?
—Todos están presentes y preparados. —Me dirigió una gran sonrisa—. Incluso
Tabitha.
Pedí verlos, y me desconectó del goteo intravenoso sin discutir. Cuando vio que mis piernas resultaban demasiado inestables para conducirme a la sala de estar, simplemente me alzó y me llevó en brazos.
Em y Marcus me acomodaron en el sofá con gran ceremonia. Pronto me sentí cansada por nada más extenuante que una tranquila conversación y por ver la más reciente selección de cine negro en la televisión, y Matthew me levantó otra vez.
—Vamos arriba —anunció—. Nos veremos por la mañana.
—¿Quieres que lleve el goteo intravenoso de Diana? —preguntó Miriam.
—No. No lo necesita. —La voz de él sonó brusca.
—Gracias por no conectarme a todas esas cosas —dije mientras atravesábamos el salón delantero.
—Tu cuerpo todavía está débil, pero es excepcionalmente resistente para tratarse de un ser de sangre caliente —dijo Matthew cuando subíamos las escaleras—. Es la recompensa por ser una máquina de movimiento perpetuo, imagino.
Tan pronto apagó la luz, me acurruqué en su cuerpo con un suspiro de satisfacción, desplegando mis dedos posesivamente sobre su pecho. La luz de la luna que entraba por las ventanas destacaba sus nuevas cicatrices. Ya estaban pasando del rosado al blanco.
A pesar de estar tan cansada, los engranajes de la mente de Matthew estaban trabajando tan furiosamente que me resultaba imposible dormirme. Resultaba evidente por el gesto de su boca y el resplandor brillante de sus ojos que estaba escogiendo nuestro camino futuro, tal como había prometido hacer la noche anterior.
—Háblame —pedí, cuando la tensión se volvió insoportable.
—Lo que necesitamos es tiempo —dijo pensativamente.
—La Congregación seguramente no nos lo concederá.
—Entonces lo cogeremos. —Su voz era casi inaudible—. Viajaremos en el tiempo.
39
A
la mañana siguiente, estábamos a mitad de camino bajando las escaleras cuando nos detuvimos para descansar, pero yo estaba decidida a llegar a la cocina por mis propios medios. Para mi sorpresa, Matthew no trató de disuadirme. Nos sentamos en los gastados escalones de madera en un amable silencio. Una luz clara, acuosa, se filtraba a través de los paneles de vidrio ondulado de la puerta principal, anunciando que tendríamos un día soleado. De la sala llegaba el ruido de las fichas del Scrabble.
—¿Cuándo se lo dirás? —No había mucho que anunciar aún, pues todavía estaba elaborando las líneas principales del plan.
—Después —dijo, inclinándose hacia mí. Me giré hacia él y nuestros hombros se tocaron.
—Ni siquiera varios litros de café impedirán que Sarah se ponga frenética cuando se entere. —Puse mi mano sobre la barandilla e hice fuerza para ponerme de pie con un suspiro—. Probemos otra vez con esto.
En la sala, Em me trajo mi primera taza de té. Lo bebí en el sofá mientras Matthew y Marcus salían a dar su paseo matutino con mi silenciosa bendición. Debían pasar juntos todo el tiempo que les fuera posible antes de que nos marcháramos.
Después de mi té, Sarah me hizo sus famosos huevos revueltos. Estaban rehogados con cebollas champiñones y queso, y cubiertos con una cucharada de salsa picante. Puso un plato humeante delante de mí.
—Gracias, Sarah. —Me lancé sobre él sin más ceremonias.
—No sólo Matthew necesita comida y descanso. —Miró por la ventana hacia el huerto, donde los dos vampiros paseaban.
—Me siento mucho mejor hoy —dije mientras mordía una tostada.
—Por lo menos parece que has recuperado el apetito. —Ya había un hueco de gran tamaño en la montaña de huevos.
Cuando Matthew y Marcus regresaron, yo estaba con mi segundo plato de huevos revueltos. Ambos venían con aspecto sombrío, pero Matthew sacudió la cabeza ante mi expresión de curiosidad.
Aparentemente no habían estado hablando de nuestros planes de viajar en el tiempo. Era otra cosa la que los había puesto de mal humor. Matthew acercó un taburete, abrió el periódico con un solo movimiento y se concentró en las noticias. Comí mis huevos y tostadas, hice más té y esperé el momento oportuno mientras Sarah fregaba y guardaba los platos.
Por fin, Matthew dobló el periódico y lo dejó a un lado.
—Me gustaría ir al bosque. Al lugar donde murió Juliette —anuncié.
Él se puso de pie.
—Traeré el Range Rover a la puerta.
—Eso es una locura, Matthew. Es demasiado pronto. —Marcus se volvió hacia Sarah en busca de apoyo. —Déjalos que vayan —dijo Sarah—. Pero Diana debe ponerse un abrigo antes. Hace frío fuera.
Em apareció con una expresión de perplejidad en la cara.
—¿Estamos esperando visitas? La casa cree que sí.
—¡Estás bromeando! —exclamé—. La casa no ha añadido ninguna habitación desde la última reunión familiar. ¿Dónde está?
—Entre el baño y el desván. —Em señaló el techo.
«Te dije que esto no os afectaba sólo a ti y a Matthew —me dijo Em en silencio cuando subimos para ver la transformación—. Mis premoniciones rara vez son equivocadas».
La recién materializada habitación tenía una cama antigua de bronce con enorme bolas pulidas coronando las esquinas, cortinas rojas de guinga que Em insistió en sacar de inmediato, una alfombra de nudos de fuertes tonos granate y ciruela, y un maltrecho lavabo con una desportillada jofaina rosa y una jarra. Ninguno de nosotros reconoció aquellos objetos.
—¿De dónde ha salido todo esto? —preguntó asombrada Miriam.
—¿Quién sabe dónde guarda la casa estas cosas? —Sarah se sentó sobre la cama y saltó sobre ella con energía. La cama respondió con una serie de chirridos indignados.
—Las hazañas más asombrosas de la casa ocurrieron alrededor de mi decimotercer cumpleaños —recordé con una gran sonrisa—. Batió un récord cuando hizo aparecer cuatro dormitorios y un salón victoriano completo.
—Y un juego de porcelana azul para veinticuatro personas —recordó Em—. Todavía tenemos algunas de las tazas de té, aunque la mayoría de las piezas más grandes desaparecieron otra vez cuando la familia se fue.
Cuando todo el mundo hubo inspeccionado la nueva habitación y el desván considerablemente reducido junto a ella, me cambié y bajé con paso vacilante para subir al Range Rover. Cerca del sitio donde Juliette había encontrado su fin, Matthew se detuvo. Los pesados neumáticos se hundieron en el suelo blando.
—¿Vamos andando la distancia que falta? —sugirió—. Podemos ir despacio.
Lo encontraba diferente esa mañana. No me mimaba ni tampoco me decía qué debía hacer.
—¿Qué es lo que ha cambiado? —pregunté cuando nos acercábamos al viejo roble.
—Te he visto luchar —respondió en voz baja—. En el campo de batalla los hombres más valientes se desploman de miedo. Sencillamente no pueden luchar, ni siquiera para salvarse.
—Pero me quedé paralizada. —Mi pelo cayó hacia delante y ocultó mi rostro.
Matthew se detuvo de golpe y me apretó el brazo con sus dedos para que yo me detuviera también.
—Por supuesto que sí. Estabas a punto de acabar con una vida. Pero no le tienes miedo a la muerte.
—No. —Había vivido con la muerte, y a veces la había deseado, desde que tenía siete años.
Me hizo girarme para mirarlo de frente.
—Con lo de La Pierre, Satu te dejó maltrecha e insegura. Toda la vida te has ocultado de tus miedos. Yo no estaba seguro de si ibas a poder pelear cuando llegara el momento. Ahora lo único que tengo que hacer es impedir que corras riesgos innecesarios. —Su mirada bajó hasta mi cuello.
Matthew siguió avanzando, arrastrándome con delicadeza. Una mancha de hierba ennegrecida me indicó que habíamos llegado al claro. Me puse tensa y él me soltó el brazo.
Las marcas dejadas por el fuego conducían al lugar donde Juliette había caído. El bosque estaba inquietantemente silencioso, sin cantos de pájaros ni ningún otro sonido de vida. Recogí un trozo de madera carbonizada del suelo. Se desintegró entre mis dedos.
—No conocía a Juliette, pero en ese momento la odié lo suficiente como para matarla. —Sus ojos marrón verdoso siempre me perseguirían desde las sombras debajo de los árboles.
Seguí la línea dejada por el arco de fuego que yo había conjurado hasta donde la doncella y la anciana habían aceptado ayudarme a salvar a Matthew. Levanté la mirada hacia la copa del roble y ahogué un grito.
—Empezó ayer. —Matthew siguió mi mirada—. Sarah dice que tú sacaste la vida de él.
Por encima de mi cabeza, las ramas del árbol estaban rotas y mustias. Las ramas desnudas se abrían una y otra vez en formas que hacían recordar la cornamenta de un ciervo. Hojas marrones daban vueltas alrededor de mis pies. Matthew había sobrevivido porque yo había sacado la vitalidad del árbol a través de mis venas para llevarla a su cuerpo. De la áspera corteza del roble antes emanaba esa fuerza, pero ahora no había nada más que vacío.
—El poder impone siempre un precio —dijo Matthew—, sea mágico o no.
—¿Qué he hecho? —La muerte de un árbol no iba a saldar mi deuda con la diosa. Por primera vez, sentí miedo por el trato que había realizado.
Matthew atravesó el claro y me acogió en sus brazos. Nos abrazamos abrumados, conscientes de todo lo que casi habíamos perdido.
—Me prometiste que ibas a ser menos imprudente. —Había irritación en su voz.
Yo también estaba enfadada con él.
—Se suponía que tú eras indestructible.
Apoyó su frente contra la mía.
—Debería haberte hablado de Juliette.
—Sí, debiste hacerlo. Ella casi te aparta de mí. —Mi pulso latió detrás de la venda del cuello. Matthew apoyó el pulgar sobre el sitio donde había atravesado con un mordisco piel y músculos. Su contacto resultó inesperadamente cálido.