Era Sarah. Había permanecido apartada sin hacer comentarios durante la conversación entre Matthew y Nathaniel, aunque apenas había apartado la mirada de la caja recién entregada.
Matthew ya había cortado la cinta protectora alrededor del recipiente de corcho blanco para abrirlo. Había en él siete ampollas pequeñas bien colocadas junto con una bolsa de pastillas, algo que parecía un recipiente de sal y un instrumento de metal con dos puntas que jamás había visto. Él ya había establecido la misma distancia médica que yo había detectado por primera vez en su laboratorio en Oxford, sin tiempo para charlas ni gestos de calidez hacia el paciente. Sarah resultaba un buen apoyo moral.
—Tengo algunas camisas blancas viejas para que te pongas. —Sarah me distrajo momentáneamente de lo que Matthew estaba haciendo—. Será fácil dejarlas blancas. Algunas toallas blancas también. Deja tu ropa sucia arriba y yo me ocuparé.
—Gracias, Sarah. Eso es un riesgo de contagio menos por el que preocuparse. —Matthew sacó una de las ampollas—. Empezaremos con el refuerzo para el tétanos.
Cada vez que clavaba algo en mi brazo, yo hacía una mueca de dolor. Con el tercer pinchazo, había un ligero brillo de sudor en mi frente y mi corazón latía con fuerza.
—Sarah —dije débilmente—, ¿podrías no ponerte detrás de mí por favor?
—Lo siento. —Sarah se apartó para quedarse detrás de Matthew—. Te traeré un vaso de agua. —Me pasó un vaso de agua helada cuyo exterior estaba resbaladizo por la condensación. Lo recibí agradecida, tratando de concentrarme en sostenerlo en lugar de pensar en la siguiente ampolla que Matthew estaba abriendo.
Otra aguja entró en mi piel, y salté.
—Ésta es la última vacuna —aseguró Matthew. Abrió el recipiente que parecía estar lleno de cristales de sal y añadió cuidadosamente el contenido a una botella de líquido. Después de sacudirlo enérgicamente, me lo pasó—. Ésta es la vacuna contra el cólera. Es oral. Luego viene la inmunización de la viruela, y algunas pastillas para tomar después de la cena las noches siguientes.
Lo bebí rápidamente, pero estuve a punto de vomitar por su espesa textura y el horrible sabor.
Matthew abrió el estuche cerrado que contenía el inoculador de dos puntas para la viruela.
—¿Sabes lo que Thomas Jefferson le escribió a Edward Jenner sobre esta vacuna? —me preguntó con voz hipnótica—. Jefferson dijo que se trataba del descubrimiento más útil de la medicina. —Sentí un toque frío de alcohol sobre mi brazo derecho, luego los pinchazos cuando la puntas del inoculador me perforaron la piel—. El presidente consideró el descubrimiento de la circulación de la sangre de Harvey sólo como un «hermoso añadido» a los conocimientos médicos. —Matthew lo movió de manera circular, distribuyendo el virus vivo sobre mi piel.
Sus tácticas de distracción estaban funcionando. Yo estaba demasiado ocupada escuchando su historia como para prestar demasiada atención a mi brazo.
—Pero Jefferson elogió a Jenner porque su vacuna relegó a la viruela a ser una enfermedad que sería conocida solamente por los historiadores. Había salvado a la raza humana de uno de sus más mortales enemigos. —Matthew arrojó la ampolla vacía y el inoculador en un recipiente de desechos biológicos sellado—. Listo.
—¿Conociste a Jefferson? —Yo ya estaba fantaseando acerca de viajar en el tiempo hasta la Virginia del siglo XVIII.
—Conocí mejor a Washington. Era un soldado…, un hombre que dejaba que sus acciones hablaran por él. Jefferson era un intelectual. Pero no era fácil llegar hasta el hombre que había detrás del intelecto. Nunca aparecería en su casa inesperadamente con una intelectual como tú a rastras.
Estiré el brazo en busca de mi jersey de cuello alto, pero Matthew me detuvo y cubrió cuidadosamente el sitio donde había puesto la vacuna con una venda impermeable.
—Éste es un virus vivo, así que tienes que mantenerlo tapado. Sophie y Nathaniel no pueden entrar en contacto con él, ni con nada que haya tocado. —Fue hasta el fregadero y se lavó las manos enérgicamente con agua muy caliente.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Se te hará una ampolla, y luego la ampolla formará una costra. Nadie debe tocar esa zona hasta que la ampolla sane.
Me puse el viejo jersey de cuello alto, teniendo cuidado de no mover la venda.
—Ahora que ya has acabado con esto, tenemos que ver de qué forma Diana te va a llevar a ti, y se va a llevar a sí misma, a algún tiempo lejano antes de Halloween. Puede que ella haya viajado en el tiempo desde que era un bebé, pero de todos modos no es fácil. —Sarah frunció el ceño manifestando su preocupación.
Em apareció en la puerta. Hicimos sitio para ella en la mesa.
—También he estado viajando en el tiempo hace poco —confesé.
—¿Cuándo? —Matthew dejó por un momento de ordenar lo que quedaba de las vacunas.
—Primero en el camino de entrada cuando tú estabas hablando con Ysabeau. Y otra vez el día en que Sarah trataba de hacerme encender una vela, cuando fui de la despensa hasta el huerto. En ambas ocasiones levanté el pie, deseé estar en algún otro lugar y puse el pie donde quería estar.
—Eso parece viajar en el tiempo —dijo Sarah lentamente—. Por supuesto, no llegaste lejos… y no llevabas nada. —Observó a Matthew con expresión dubitativa.
Se oyó un golpe en la puerta.
—¿Puedo entrar? —La voz de Sophie se oía amortiguada.
—¿Puede, Matthew? —preguntó Em.
—Siempre que no toque a Diana.
Cuando Em abrió la puerta, Sophie estaba pasándose las manos por el vientre en un gesto tranquilizador.
—Todo va a ir bien —dijo serenamente desde el umbral—. Siempre que Matthew tenga una conexión con el lugar adonde van, ayudará a Diana y no será un lastre.
Miriam apareció detrás de Sophie.
—¿Está ocurriendo algo interesante?
—Estamos hablando de viajar en el tiempo —expliqué.
—¿Cómo lo vas a poner en práctica? —Miriam pasó junto a Sophie y la empujó con firmeza hacia atrás, hacia la puerta, cuando trató de seguirla.
—Diana irá atrás en el tiempo unas pocas horas, luego un poco más. Aumentaremos el tiempo y luego la distancia. Después haremos que Matthew la acompañe y veremos qué ocurre. —Sarah miró a Em—. ¿Puedes ayudarla?
—Un poco —respondió Em con cautela—. Stephen me dijo cómo lo hacía. Nunca usaba hechizos para volver en el tiempo…, su poder era lo suficientemente fuerte sin ellos. Dadas las experiencias tempranas de Diana en cuanto a viajar en el tiempo y a sus dificultades con el arte de la brujería, podríamos seguir el ejemplo de él.
—¿Por qué no vais tú y Diana al granero y lo intentáis? —sugirió amablemente Sarah—. Puede volver directamente a la despensa.
Cuando Matthew se movió para seguirnos, Sarah lo detuvo con una mano.
—Quédate aquí.
El color del rostro de Matthew cambió al gris de nuevo. No le gustaba que yo estuviera en una habitación diferente, y mucho menos en un tiempo diferente.
El granero todavía tenía el dulce aroma de antiguas cosechas. Em estaba de pie frente a mí y me daba instrucciones con tranquilidad.
—Quédate lo más quieta que te sea posible —dijo—. Y vacía tu mente.
—Pareces mi maestra de yoga —dije, colocando mis miembros en las líneas familiares de la postura de la montaña.
Em sonrió.
—Siempre he pensado que el yoga y la magia tenían mucho en común. Ahora cierra los ojos. Piensa en la despensa que acabas de dejar. Tienes que querer estar ahí más que aquí.
Al recrear la despensa en mi mente, la llené con objetos, olores, personas. Fruncí el ceño.
—¿Dónde estarás tú?
—Depende de cuándo llegues. Si es antes de que saliéramos, estaré allí. Si no, estaré aquí.
—La física de todo esto no tiene sentido. —Empecé a preocuparme sobre cómo se las podría arreglar el universo con muchas Dianas y muchas Ems, por no mencionar a las Miriams y a las Sarahs.
—Deja de pensar en la física. ¿Qué escribió en su nota tu padre? «Quien ya no pueda hacerse preguntas, no pueda maravillarse, es como si estuviera muerto».
—Casi con las mismas palabras —admití de mala gana.
—Ha llegado el momento de dar el gran paso hacia lo misterioso, Diana. La magia y el asombro, que siempre fueron tuyos por derecho de nacimiento, te están esperando. Ahora, piensa en el lugar en el que quieres estar.
Cuando mi mente estuvo llena de imágenes de él, levanté el pie.
Cuando lo bajé otra vez, allí estaba yo en el granero con Em.
—No ha funcionado —exclamé, atemorizada.
—Estabas demasiado concentrada en los detalles de la habitación. Piensa en Matthew. ¿No quieres estar con él? La magia está en el corazón, no en la mente. No se trata de palabras y de seguir un procedimiento, como el arte de la brujería. Tienes que sentirla.
—Deseo. —Me vi llamando a la revista
Notas e Investigaciones
del estante en la Bodleiana, sentí otra vez el primer contacto de los labios de Matthew sobre los míos en sus habitaciones en All Souls. El granero se desvaneció y Matthew me estaba contando la historia sobre Thomas Jefferson y Edward Jenner.
—No —dijo Em con voz dura—. No pienses en Jefferson. Piensa en Matthew.
—Matthew. —Hice que mi mente recordara el contacto de sus dedos fríos sobre mi piel, el rico sonido de su voz, la sensación de intensa vitalidad cuando estábamos juntos.
Levanté el pie.
Aterricé en el rincón de la despensa, donde aparecí acurrucada detrás de un barril viejo.
—¿Y si se pierde? —Matthew parecía tenso—. ¿Cómo la haremos volver?
—No tenemos que preocuparnos por eso —dijo Sophie, señalando con el dedo hacia donde estaba yo—. Ya está aquí.
Matthew se giró como un relámpago y dejó escapar un áspero suspiro.
—¿Cuánto tiempo he estado ausente? —Me sentía mareada y desorientada, pero por lo demás, bien.
—Unos noventa segundos —informó Sarah—. Tiempo más que suficiente para que a Matthew le diera un colapso nervioso.
Matthew me tomó en sus brazos y me metió debajo de su barbilla.
—Gracias a Dios. ¿Cuándo podrá llevarme con ella?
—No nos adelantemos —advirtió Sarah—. Paso a paso.
—Miré a mi alrededor.
—¿Dónde está Em?
—En el granero. —Sophie sonreía radiante—. Ya vendrá.
Em tardó más de veinte minutos en regresar. Cuando lo hizo, sus mejillas estaban rosadas por la preocupación tanto como por el frío, aunque algo de la tensión la abandonó cuando me vio allí con Matthew.
—Lo has hecho muy bien, Em —dijo Sarah y la besó, en una demostración pública de cariño poco habitual en ella.
—Diana empezó a pensar en Thomas Jefferson —dijo Em—. Podría haber terminado en Monticello. Luego se concentró en sus sentimientos y su cuerpo se puso borroso en los bordes. Parpadeé, y había desaparecido.
Esa tarde, con el entrenamiento cuidadoso de Em, hice un viaje ligeramente más largo de vuelta al desayuno. Durante los días siguientes, me desplacé un poco más lejos viajando en el tiempo. Volver al pasado ayudada por tres objetos era siempre más fácil que regresar al presente, que requería una enorme concentración así como la habilidad para pronosticar con exactitud dónde y cuándo quería llegar. Finalmente llegó el momento de llevar a Matthew.
Sarah había insistido en limitar las variables para ajustar el esfuerzo adicional requerido.
—Comienza por donde quieres terminar —aconsejó—. De ese modo, lo único por lo que vas a tener que preocuparte es por pensar en ti misma en un tiempo en concreto. El sitio saldrá por sí solo.
Conduje a Matthew al dormitorio al anochecer sin decirle qué era lo que le esperaba. La estatuilla de Diana y el pendiente de oro de la muñeca de trapo de Bridget Bishop reposaban sobre la cómoda delante de una fotografía de mis padres.
—Por más que me gustaría pasar unas horas contigo aquí, los dos solos, la cena está casi lista —protestó, aunque había un brillo calculador en sus ojos.
—Hay mucho tiempo. Sarah dijo que estoy preparada para llevarte conmigo en mi viaje en el tiempo. Vamos a volver a nuestra primera noche en la casa.
Matthew pensó por un momento y sus ojos se iluminaron todavía más.
—Fue aquélla la noche en que salieron las estrellas… dentro?
Lo besé a modo de respuesta.
—¡Oh! —Se mostró tímidamente contento—. ¿Qué tengo que hacer?
—Nada. —Eso iba a ser lo peor del viaje para él—. ¿Qué es lo que siempre me dices? Cierra los ojos, relájate y déjame a mí hacer el resto. —Le dirigí una sonrisa traviesa.
Entrelazó sus dedos con los míos.
—Bruja.
—Ni siquiera te darás cuenta de lo que está ocurriendo —le aseguré—. Es rápido. Sólo levanta el pie y bájalo cuando yo te diga. Y no te sueltes.
—Ni loco te suelto —dijo Matthew, agarrándome con más fuerza.
Pensé en aquella noche, nuestra primera noche solos después de mi encuentro con Satu. Recordé cuando me tocó la espalda, feroz y amable al mismo tiempo. Sentí la conexión, inmediata y tenaz, con ese momento compartido en nuestro pasado.
—Ahora —susurré. Ambos levantamos nuestros pies a la vez.
Pero viajar en el tiempo con Matthew era diferente. Tenerlo a él conmigo hacía que nos moviéramos con mayor lentitud y por primera vez tuve conciencia de lo que estaba ocurriendo.
El pasado, el presente y el futuro lanzaban destellos alrededor de nosotros en una telaraña de luz y color. Cada filamento de la telaraña se movía lentamente, de manera casi imperceptible, a veces tocando otro filamento antes de alejarse suavemente de nuevo como empujado por una brisa. Cada vez que las hebras se tocaban —y millones de hebras se estaban tocando constantemente—, se producía el suave eco de un sonido original e inaudible.
Momentáneamente distraídos por las posibilidades aparentemente ilimitadas que aparecían ante nosotros, era fácil perder de vista el retorcido hilo rojo y blanco de tiempo que íbamos siguiendo. Volví a poner mi concentración en él, sabiendo que nos llevaría de vuelta a nuestra primera noche en Madison.
Bajé mi pie y sentí un suelo de ásperas tablas contra mi piel desnuda.
—Me dijiste que sería rápido —dijo él con voz ronca—. A mí eso no me ha parecido rápido.
—No, ha sido diferente —estuve de acuerdo—. ¿Has visto las luces?
Matthew sacudió la cabeza.
—Estaba todo negro. Fui cayendo despacio, y sólo tu mano me impedía llegar al fondo. —La llevó hasta sus labios y la besó.