Sumergido en la noche, alguien empezó a tararear la melodía con la que habíamos bailado hacía siglos en el gran salón de Ysabeau. No era Marcus ni Matthew —estaban hablando el uno con el otro—, pero estaba demasiado cansada como para descubrir de dónde venía la música.
—¿Dónde aprendió ella esa vieja canción? —preguntó Marcus.
—En casa. Por Dios, incluso en sueños sigue tratando de ser valiente. —La voz de Matthew era de desolación—. Baldwin tiene razón…, no soy bueno para la estrategia. Tenía que haber previsto esto.
—Gerberto contaba con que te hubieras olvidado de Juliette. Había ocurrido hacía tanto tiempo… Y él sabía que tú estarías con Diana cuando ella atacara. Se regodeaba con eso hablando por teléfono.
—Sí, él sabe que soy un arrogante que piensa que ella se encuentra a salvo si está a mi lado.
—Has tratado de protegerla. Pero no puedes hacerlo…, nadie puede. No es la única que tiene que dejar de ser valiente.
Había algo que Marcus no sabía, algo que Matthew estaba olvidando. Retazos de conversaciones olvidadas a medias me volvían a la memoria. La música se detuvo para dejarme hablar.
—Ya te lo he dicho —insistí, buscando a tientas a Matthew en la oscuridad para encontrar sólo un puñado de lana blanda que despedía perfume a clavo al ser aplastada—, yo puedo ser muy valiente por los dos.
—Diana —dijo Matthew con voz apremiante—, abre los ojos y mírame.
Su cara estaba a pocos centímetros de la mía. Me sostenía la cabeza con una mano, la otra mano fría estaba en la parte baja de mi espalda, donde una luna creciente iba de un lado de mi cuerpo al otro.
—Así es —murmuré—. Me temo que estamos perdidos.
—No, querida mía, no estamos perdidos. Estamos en casa de las Bishop. Y no tienes por qué ser valiente. Es mi turno.
—¿Podrás descubrir qué camino tenemos que tomar?
—Encontraré la manera. Descansa y deja que yo me ocupe de eso. —Los ojos de Matthew eran muy verdes.
Una vez más me fui corriendo para eludir a Gerberto y Juliette, que estaban pisándome los talones. Hacia el amanecer, mi sueño se hizo más profundo, y cuando me desperté ya era de día. Un rápido examen reveló que mi cuerpo estaba desnudo, aunque bien cubierto bajo capas y capas de colchas, como un paciente en una sala de cuidados intensivos británica. Los tubos desaparecían en mi brazo derecho, un vendaje me envolvía el codo izquierdo, y había algo en mi cuello. Cerca, Matthew estaba sentado, con las rodillas dobladas y la espalda apoyada contra el sofá.
—¿Matthew? ¿Va todo bien? —Yo tenía la lengua pastosa, y todavía me sentía ferozmente sedienta.
—Va todo bien. —El alivio se reflejaba en su cara al buscar mi mano y apretar sus labios en la palma. Matthew detuvo su mirada en mi muñeca, donde las uñas de Juliette habían dejado marcas furiosas en forma de rojas lunas crecientes.
El sonido de nuestras voces hizo que toda la familia se acercara a la habitación. Primero llegaron mis tías. Sarah estaba perdida en sus pensamientos, con oscuras sombras bajo los ojos. Em parecía cansada pero aliviada, y me acariciaba el pelo asegurándome que todo iba a ir bien. Luego vino Marcus. Me examinó y habló severamente de mi necesidad de descansar. Finalmente, Miriam echó a todo el mundo de la habitación para poder cambiarme las vendas.
—¿Ha sido muy grave? —pregunté cuando estuvimos solas.
—Si te refieres a Matthew, fue grave. Los De Clermont no gestionan demasiado bien el hecho de perder, ni la posibilidad de perder. Ysabeau estuvo peor cuando murió Philippe. Es estupendo que tú hayas sobrevivido, y no sólo por mí. —Miriam aplicó ungüento a mis heridas con una delicadeza asombrosa.
Sus palabras conjuraban imágenes de Matthew alterado y vengativo. Cerré los ojos para ocultarlas.
—Háblame sobre Juliette.
Miriam dejó escapar un silbido de advertencia.
—No me corresponde a mí contar nada acerca de Juliette Durand. Pregúntale a tu marido. — Desconectó el goteo intravenoso y me dio una de las viejas camisas de franela de Sarah. Cuando me vio forcejear porque no conseguía ponérmela, se acercó para ayudarme. Sus ojos se posaron en las marcas de la espalda.
—Las cicatrices no me molestan. Son sólo señales de que he peleado y sobrevivido. —De todas formas, me eché la camisa sobre los hombros con cierto pudor.
—A mí tampoco me molestan. El amor de los De Clermont siempre deja alguna marca. Nadie sabe eso mejor que Matthew.
Me abroché la camisa con dedos temblorosos, sin querer mirarla a los ojos. Me alcanzó un par de
leggings
negros.
—Darle tu sangre de esa manera fue extremadamente peligroso. Él podría no haber estado en condiciones de contenerse y dejar de beber. —Un cierto tono de admiración se había deslizado en su voz.
—Ysabeau me dijo que los De Clermont luchan por aquellos a quienes aman.
—Su madre comprenderá, pero Matthew es otra cosa. Tiene que sacar todo fuera de su sistema…, tu sangre, todo lo que ocurrió anoche.
«Juliette». Aunque no pronunciado, ese nombre estaba en el aire, entre nosotras.
Miriam volvió a conectar el goteo intravenoso y ajustó su ritmo.
—Marcus lo llevará a Canadá. Pasarán horas antes de que Matthew encuentre a alguien que le provoque deseos de alimentarse, pero es imposible evitarlo.
—¿Sarah y Em estarán seguras con los dos ausentes?
—Tú has conseguido un poco más de tiempo para todos nosotros. La Congregación nunca imaginó que Juliette iba a fallar. Gerberto es tan orgulloso como Matthew, y casi tan infalible. Tardarán algunos días en reagruparse. —Se quedó inmóvil, con una expresión culpable en la cara.
—Me gustaría hablar con Diana ahora —dijo Matthew en voz baja desde la puerta. Tenía un aspecto terrible. Había hambre en los ángulos afilados de su cara y las manchas moradas debajo de sus ojos.
Observó en silencio mientras Miriam se movía alrededor de mi cama improvisada. Cerró las amplias y pesadas puertas detrás de ella y sus cerrojos golpearon al mismo tiempo. Cuando se volvió hacia mí, su mirada era de preocupación.
La necesidad de sangre de Matthew estaba en guerra con sus instintos protectores.
—¿Cuándo te vas? —pregunté, con la esperanza de que mis deseos fueran claros.
—No me voy a ningún lado.
—Tienes que recuperar fuerzas. La próxima vez, la Congregación no enviará sólo un vampiro o una bruja. —Me pregunté cuántas otras criaturas del pasado de Matthew iban a seguir llegando por orden de la Congregación, y traté de incorporarme.
—¿Tienes ya tanta experiencia bélica,
ma lionne,
que comprendes sus estrategias? —Era imposible para mí deducir sus sentimientos por las expresiones de su rostro, pero su voz revelaba un cierto tono divertido.
—Hemos demostrado fácilmente que no podemos ser derrotados.
—¿Fácilmente? Tú has estado a punto de morir. —Se sentó a mi lado, sobre los almohadones.
—Y tú también.
—Usaste la magia para salvarme. Pude olerla: milenrama y ámbar gris.
—No ha sido nada. —No quería que supiera lo que yo había prometido a cambio de su vida.
—Nada de mentiras. —Matthew me agarró la barbilla con las puntas de sus dedos—. Si no quieres decírmelo, no lo hagas. Tus secretos son tuyos. Pero nada de mentiras.
—Si yo guardo secretos, no seré la única que lo haga en esta familia. Háblame de Juliette Durand.
Me soltó la barbilla y se dirigió inquieto hacia la ventana.
—Ya sabes que nos presentó Gerberto. La raptó en un burdel de El Cairo, la llevó al borde de la muerte una y otra vez antes de convertirla en vampira, y luego le dio la forma de una mujer que me iba a resultar atractiva. Todavía no sé si ya estaba loca cuando Gerberto la encontró o si su mente se quebró después de lo que él le hizo.
—¿Por qué? —No podía ocultar mi incredulidad.
—Ella debía abrirse paso hacia mi corazón para luego entrar en los asuntos de mi familia. Gerberto siempre había querido ser incluido entre los caballeros de Lázaro, y mi padre lo rechazó una y otra vez. Una vez que Juliette hubiera descubierto las complejidades de la hermandad y cualquier otra información útil sobre los De Clermont, podía matarme cuando quisiera. Gerberto la entrenó para que fuera mi asesina y también mi amante. —Matthew pasó el dedo sobre la pintura que se desconchaba en el marco de la ventana—. Cuando la conocí, sabía esconder mejor su enfermedad. Tardé mucho tiempo en descubrir los síntomas. Baldwin e Ysabeau nunca confiaron en ella, y Marcus la detestaba. Pero yo…, Gerberto la había preparado bien. Me recordaba a Louisa, y su fragilidad emocional parecía explicar su comportamiento irregular.
«Siempre le han gustado las cosas frágiles», me había advertido Ysabeau. No era que Matthew se hubiese sentido sólo sexualmente atraído por Juliette. Aquellos sentimientos habían calado más hondo.
—Tú la amabas. —Recordé el extraño beso de Juliette y me estremecí.
—Alguna vez. Hace mucho tiempo. En cualquier caso, por razones que fueron erróneas — continuó Matthew—. La cuidé… desde una distancia segura, y me aseguré de que fuera cuidada, ya que ella era incapaz de hacerlo por sí misma. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, desapareció y supuse que había muerto. Nunca imaginé que estaba con vida en algún lugar.
—Y todo ese tiempo que tú estuviste atento a ella, ella también te observaba a ti. —La mirada atenta de Juliette había captado cada uno de mis movimientos. Debía de haber observado a Matthew con un interés similar.
—Si yo lo hubiera sabido, jamás le habría permitido acercarse a ti. —Su mirada se perdió en la pálida luz matutina—. Pero hay otra cosa de la que tenemos que hablar. Debes prometerme que nunca vas a usar tu magia para salvarme. No tengo ningún deseo de vivir más de lo que me corresponde. La vida y la muerte son fuerzas poderosas. Ysabeau interfirió en ellas por mí alguna vez. Tú no debes hacerlo. Y nada de pedirle a Miriam, ni a cualquier otro, que te convierta en vampira. —Su voz era sorprendente en su frialdad, y cruzó la habitación hacia mí con pasos rápidos, largos—. Nadie…, ni siquiera yo…, te va a transformar en algo que no eres.
—Tú tendrás que prometerme algo a cambio.
Entrecerró sus ojos con desagrado.
—¿De qué se trata?
—Nunca me pidas que te deje cuando estés en peligro —dije casi con ferocidad—. Porque no lo haré.
Matthew calculó lo que iba a necesitar para mantener su promesa y a la vez mantenerme fuera de peligro. Yo estaba igualmente ocupada calculando cuáles de mis poderes apenas comprendidos por mí necesitaban ser dominados para poder protegerlo sin incinerarlo o sin ahogarme a mí misma. Nos miramos mutuamente con cautela durante algunos momentos. Finalmente le toqué la mejilla.
—Vete a cazar con Marcus. Estaremos bien durante unas horas. —Todavía tenía mal color. Yo no era la única que había perdido mucha sangre.
—No debes quedarte sola.
—Tengo a mis tías, además de a Miriam. Ella me dijo en la Bodleiana que sus dientes eran tan afilados como los tuyos. Y la creo. —En ese momento ya sabía bastante sobre los dientes de los vampiros.
—Regresaremos a casa cuando oscurezca —dijo de mala gana, acariciándome la mejilla con sus dedos—. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?
—Me gustaría hablar con Ysabeau. —Sarah se había mostrado distante aquella mañana, y quería escuchar una voz maternal.
—Por supuesto —dijo, ocultando su sorpresa mientras metía la mano en el bolsillo para sacar su teléfono. Alguien se había preocupado de recuperarlo de entre los arbustos. Llamó a Sept-Tours con un solo movimiento de su dedo.
—¿Maman? —Un torrente de palabras en francés surgió del teléfono—. Ella está bien —la interrumpió Matthew, con un tono de voz tranquilizador—. Diana quiere…, ha pedido… hablar contigo.
Hubo un silencio, seguido de una sola y clara palabra.
—Oui.
Matthew me pasó el teléfono.
—¿Ysabeau? —Mi voz se quebró y mis ojos se llenaron con lágrimas repentinas.
—Estoy aquí, Diana. —La voz de Ysabeau sonaba tan musical como siempre.
—Casi lo pierdo.
—Tenías que haberle obedecido y haberte alejado de Juliette tanto como te fuera posible. —El tono de Ysabeau fue afilado antes de volverse suave otra vez—. Pero me alegra que no lo hicieras.
Entonces lloré en serio. Matthew acarició mi pelo hacia atrás, apartándomelo de la frente, y metió mi mechón siempre caprichoso detrás de mi oreja antes de dejarme seguir con mi conversación.
Con Ysabeau podía expresar mi pesar y confesar que había fallado por no haber matado a Juliette a la primera oportunidad. Le conté todo: la sorprendente aparición de Juliette y su extraño beso, mi terror cuando Matthew empezó a alimentarse, cómo había sido eso de empezar a morir para luego regresar bruscamente a la vida. La madre de Matthew me comprendía, y yo ya sabía que sería así. La única vez que Ysabeau me interrumpió fue durante la parte de mi historia en la que aparecían la doncella y la anciana.
—Entonces la diosa salvó a mi hijo —murmuró—. Ella tiene un sentido de la justicia, al igual que un gran sentido del humor. Pero ésa es una historia demasiado larga para hoy. La próxima vez que vengas a Sept-Tours te la contaré.
Cuando ella mencionó el
château,
tuve otro ataque agudo de nostalgia.
—Ojalá estuviera ahí. No estoy segura de que alguien en Madison pueda enseñarme todo lo que tengo que saber.
—Entonces debemos encontrar un maestro diferente. En algún lugar hay una criatura que puede ayudarte.
Ysabeau pronunció una serie de claras instrucciones acerca de obedecer a Matthew, de cuidarlo, de cuidarme a mí misma y de regresar al
château
lo antes posible. Las acepté todas ellas con anormal presteza y corté la comunicación.
Unos prudentes momentos después, Matthew abrió la puerta y entró.
—Gracias —le dije, sorbiéndome la nariz y entregándole su teléfono.
Sacudió la cabeza.
—Quédatelo. Llama a Marcus o a Ysabeau en cualquier momento que lo necesites. Son los números dos y tres en la marcación rápida. Necesitas un nuevo teléfono, y también un reloj. El tuyo ya ni siquiera puede volver a cargarse. —Matthew me acomodó suavemente sobre los almohadones y me besó en la frente—. Miriam está trabajando en el comedor, pero puede escuchar hasta el sonido más leve.
—¿Y Sarah y Em? —pregunté.
—Esperando para verte —respondió con una sonrisa.