—¿Por qué? —Por la manera en que Miriam había hablado, ese vampiro era un guerrero respetado con siglos de experiencia.
—Fernando encuentra cierto parecido entre Marcus y Philippe. Si hay guerra, vamos a necesitar a alguien con el encanto de mi padre para convencer a los vampiros de que luchen no sólo contra las brujas, sino también contra otros vampiros. —Matthew movió la cabeza pensativo, con los ojos fijos en los esquemas rápidos que representaban su imperio—. Sí, Fernando le ayudará. Y evitará que cometa demasiados errores.
Cuando regresamos a la cocina —Matthew para recoger su periódico y yo en busca de algo para picar—, Sarah y Em acababan de regresar de la tienda de comestibles. Sacaron cajas de palomitas de maíz para el microondas y también latas de frutos secos mezclados y todas las frutas del bosque disponibles en octubre en esa parte del estado de Nueva York. Cogí una bolsa de arándanos.
—¡Estás aquí! —Los ojos de Sarah brillaban—. Es hora de tus clases.
—Primero necesito más té y algo de comer —protesté, pasando los arándanos de una mano a la otra en su bolsa de plástico—. No hay magia con el estómago vacío.
—Dame eso —dijo Em, quitándome la bolsa—. Los estás aplastando y son los favoritos de Marcus.
—Puedes comer después. —Sarah me empujó hacia la despensa—. Deja de comportarte como un bebé y vamos.
Resulté ser tan inútil con los hechizos en ese momento como cuando era adolescente. Incapaz de recordar cómo empezaban, y dada la tendencia de mi mente a divagar, mezclaba el orden de las palabras con resultados desastrosos.
Sarah puso una vela sobre la amplia mesa de la despensa.
—Enciéndela —ordenó, mientras se volvía hacia el grimorio increíblemente manchado.
Era un truco simple que incluso una bruja adolescente podía realizar. Pero cuando el hechizo salía de mi boca, la vela echaba humo sin que la mecha produjera luz, o se incendiaba alguna otra cosa. Esta vez prendí fuego a un ramillete de lavanda.
—No se trata sólo de decir las palabras, Diana —explicó Sarah una vez que hubo apagado las llamas—. Tienes que concentrarte. Hazlo otra vez.
Lo hice otra vez, y otra, y otra más. Sólo en una ocasión la mecha de la vela produjo una llama vacilante.
—Esto no funciona. —Me hormigueaban las manos y tenía las uñas de color azul, y estaba a punto de ponerme a gritar por la frustración.
—Puedes convocar un fuego de brujos y no puedes encender una vela.
—Muevo mis brazos de una manera que te hace recordar a alguien que sí puede controlar el fuego de brujos, que no es lo mismo. Además, aprender sobre la magia es más importante que esas cosas —dije, señalando el grimorio.
—La magia no es la única respuesta —replicó Sarah de manera cortante—. Es como usar una motosierra para cortar el pan. A veces, basta sólo con un cuchillo.
—Tú no tienes una muy buena opinión de la magia, pero tengo una gran cantidad de ella dentro de mí, y quiere salir. Alguien tiene que enseñarme a controlarla.
—Yo no puedo. —La voz de Sarah estaba teñida de pesar—. Yo no nací con la habilidad para convocar el fuego de brujos ni el manantial de brujos. Pero me voy a asegurar de que aprendas a encender una vela con uno de los hechizos más simples que se hayan inventado.
Sarah tenía razón. Pero se requería mucho tiempo para dominar ese arte, y los hechizos no serían de ninguna ayuda si yo empezaba a echar agua otra vez.
Mientras yo volvía a ocuparme de mi vela y mascullaba palabras, Sarah revisó el grimorio en busca de un nuevo desafío.
—Éste es uno bueno —exclamó, señalando una página con manchas de residuos marrones, verdes y rojos—. Es un hechizo de aparición modificada que crea lo que se llama un eco, un duplicado exacto de las palabras pronunciadas por alguien en otro lugar. Muy útil. Hagamos eso después.
—No, tomémonos un descanso. —Me volví y levanté el pie para dar un paso.
El huerto de manzanos estaba a mi alrededor cuando apoyé el pie en el suelo.
—¿Diana? ¿Dónde estás? —gritaba Sarah en la casa.
Matthew salió disparado por la puerta para bajar los escalones del porche. Con su vista aguda me encontró fácilmente, y estuvo a mi lado en unos pocos pasos rápidos.
—¿Qué es todo esto? —Me sujetaba el codo con la mano para que no pudiera desaparecer otra vez.
—Necesitaba alejarme de Sarah, y cuando bajé el pie, ya estaba aquí. Lo mismo ocurrió en el sendero de la entrada la otra noche.
—¿Necesitabas una manzana también? ¿Volver a la cocina no habría sido suficiente? —Las comisuras de sus labios temblaban. Matthew se estaba divirtiendo.
—No —dije escuetamente.
—¿Es todo demasiado concentrado,
ma lionne?
—No soy buena para el arte de la brujería. Es demasiado…
—¿Preciso? —completó él.
—Se requiere demasiada paciencia —confesé.
—La brujería y los hechizos podrían no ser las armas que prefieras —señaló en voz baja, acariciándome la mandíbula tensa con el dorso de su mano—, pero
vas a aprender
a usarlos. —El tono de mando era leve, pero estaba ahí—. Busquemos algo de comer. Eso siempre te pone de mejor humor.
—¿Estás controlando mi vida? —pregunté con voz misteriosa.
—¿Te acabas de dar cuenta ahora? —Se rió entre dientes—. Ése ha sido mi trabajo a tiempo completo en las últimas semanas.
Matthew continuó haciéndolo durante un buen rato, repitiendo historias que había leído en el diario sobre gatos perdidos en los árboles, el concurso de comidas picantes del Departamento de Bomberos y las próximas celebraciones de Halloween. Cuando terminé de devorar un bol de sobras, la comida y su parloteo ligero cumplieron su cometido, y me fue posible volver a Sarah y al grimorio de las Bishop otra vez. De regreso en la despensa, las palabras de Matthew me volvían a la memoria cada vez que yo amenazaba con abandonar las instrucciones detalladas de Sarah, y me concentraba de nuevo en mis intentos de hacer aparecer fuego o cualquier otra cosa que ella pedía.
Después de algunas horas de hacer hechizos, sin que ninguno de ellos hubiese salido particularmente bien, él llamó a la puerta de la despensa y anunció que era la hora de nuestra caminata. En el vestíbulo me eché sobre los hombros un grueso jersey, me puse las zapatillas y cruzamos la puerta. Matthew me seguía con pasos más lentos, olfateando el aire con atención y observando el juego de luces sobre los campos alrededor de la casa.
La oscuridad llegaba pronto en octubre y el crepúsculo era en ese momento mi hora favorita del día. Matthew podía ser madrugador, pero su natural sentido de la autoprotección disminuía con la puesta del sol. Parecía relajarse a medida que las sombras se alargaban y la evanescente luz ablandaba las líneas de sus fuertes huesos haciendo que su pálida piel pareciera menos extraña.
Cogidos de la mano, caminamos en silencio disfrutando de la compañía, felices de estar el uno cerca del otro y lejos de nuestras familias. En el lindero del bosque, Matthew se apresuró y me quedé atrás, deseosa de permanecer al aire libre durante el tiempo que fuera posible.
—¡Vamos! —ordenó para no tener que adaptarse a la lentitud de mi forma de andar.
—¡No! —Mis pasos se hicieron más pequeños y más lentos—. Somos sólo una pareja normal que da un paseo antes de cenar.
—Somos la pareja menos normal de todo el estado de Nueva York —dijo Matthew lacónicamente—. Y este ritmo ni siquiera te va a hacer sudar.
—¿Qué tienes en mente? —Había quedado claro en nuestras caminatas anteriores que la parte de lobo que tenía Matthew disfrutaba retozando en el bosque como un cachorro de gran tamaño. Siempre proponía nuevas maneras de jugar con mis poderes para que el hecho de aprender a usarlos no lo sintiera como una obligación. Las cosas aburridas y precisas se las dejaba a Sarah.
—¡No me pillarás! ¡Corre! —Me lanzó una mirada traviesa imposible de resistir y se largó en una explosión de velocidad y fuerza—. Atrápame.
Me reí y me lancé a perseguirlo. Mis pies se separaron del suelo y mi mente trató de formar una imagen clara de sus hombros anchos al alcanzarlos y tocarlos. Mi velocidad aumentó a medida que la visión se hizo más precisa, pero mi agilidad dejaba mucho que desear. El hecho de usar simultáneamente los poderes de vuelo y clarividencia a gran velocidad me hizo tropezar con un arbusto. Antes de caer al suelo, Matthew ya me había recogido.
—¡Hueles como aire fresco y humo de chimenea! —exclamó con su cara entre mi pelo.
Había una anomalía en el bosque, algo percibido más que visto. Era una curva en la luz que se desvanecía, una sensación de impulso, un aura de oscuras intenciones. Giré la cabeza.
—Aquí hay alguien —dije.
El viento soplaba alejándose de nosotros. Matthew levantó la cabeza, tratando de captar el olor. Lo identificó con una profunda aspiración.
—Vampiro —dijo con tranquilidad. Me cogió de la mano y permaneció en su sitio. Me empujó contra el tronco de un roble blanco.
—¿Amigo o enemigo? —pregunté temblando.
—Vete. Ya. —Matthew sacó su teléfono, apretó un solo número en la marcación rápida que lo conectó con Marcus. Insultó a la grabación del buzón de voz—. Alguien nos está persiguiendo, Marcus. Ven aquí rápido. —Cortó y apretó otro botón que mostró una pantalla de mensaje de texto.
El viento cambió, y la piel alrededor de su boca se puso tensa.
—Cielos, no. —Sus dedos volaron sobre las teclas al escribir dos palabras antes de arrojar el teléfono hacia los arbustos cercanos: «SOS. Juliette».
Se volvió y me cogió por los hombros.
—Haz lo mismo que hiciste en la despensa. Levanta tus pies y vuelve a casa. De inmediato. No te lo estoy pidiendo, Diana, te digo que lo hagas.
Mis pies estaban congelados y se negaban a obedecer.
—No sé cómo hacerlo. No puedo.
—Lo harás. —Matthew me empujó contra el árbol, con sus brazos a cada uno de mis lados y la espalda hacia el bosque—. Gerberto me presentó a esta vampira hace mucho tiempo, y no se puede confiar en ella, ni subestimarla. Pasamos juntos un tiempo en Francia en el siglo XVIII, y en Nueva Orleans en el siglo XIX. Te lo explicaré todo después. Ahora, vete.
—No pienso irme sin ti. —El tono de mi voz era de terquedad—. ¿Quién es Juliette?
—Yo soy Juliette Durand. —La voz melodiosa, teñida con cierto acento francés y algo más, vino desde arriba. Ambos levantamos la mirada—. ¡Cuántos problemas habéis causado vosotros dos!
Una despampanante vampira estaba sentada sobre la gruesa rama de un arce cercano. Su piel era del color de la leche con una gota de café, y su pelo brillaba en una mezcla de marrón y cobre. Vestida con los colores del otoño —marrones, verdes y dorados—, parecía una extensión del árbol. Sus grandes ojos color avellana brillaban encima de sus pómulos inclinados, y sus huesos implicaban una delicadeza que yo sabía que no era representativa de su fuerza.
—Os he estado observando… y también oyendo. Todos vuestros olores están entremezclados. —Hizo un silencioso ruido de reproche.
No la vi abandonar la rama, pero Matthew sí. Él había colocado su cuerpo de tal manera que pudiera estar delante de mí cuando ella aterrizara. La miró cara a cara. Sus labios estaban tensos en un gesto de advertencia.
Juliette lo ignoró.
—Tengo que examinarla. —Inclinó su cabeza a la derecha y levantó un poco la barbilla para observarme atentamente.
Fruncí el ceño.
Ella me devolvió el gesto de la misma manera.
Matthew se estremeció.
Lo miré con preocupación y los ojos de Juliette siguieron mi mirada.
Estaba copiando cada uno de mis movimientos. Su barbilla estaba adelantada exactamente en el mismo ángulo que la mía, su cabeza se inclinaba igual que la mía. Era como mirarse en un espejo.
El pánico se apoderó de todos mis sistemas y me llenó la boca de amargura. Tragué con fuerza y lo mismo hizo ella. Sus fosas nasales se dilataron y se rió con una risa penetrante y dura como un diamante.
—¿Cómo la has soportado, Matthew? —Respiró hondo y muy lentamente—. Su olor debe de volverte loco de hambre. ¿Recuerdas a aquella mujer joven y asustada a la que acechamos en Roma?
Tenía un olor parecido a éste, me parece.
Matthew permaneció en silencio, con los ojos fijos en la vampira.
Juliette dio unos pasos hacia la derecha, obligándolo a modificar su posición.
—Estás esperando a Marcus —observó tristemente—. Me temo que no va a venir. Tan apuesto… Me habría gustado verlo de nuevo. La última vez que coincidimos, era tan joven e impresionable… Nos llevó semanas arreglar el desastre que había causado en Nueva Orleans, ¿verdad?
Sentía que un abismo se abría ante mí. ¿Había matado a Marcus? ¿A Sarah y a Em?
—Está al teléfono —continuó—. Gerberto quería estar seguro de que tu hijo comprendía el riesgo que estaba corriendo. La cólera de la Congregación está dirigida solamente contra vosotros dos, de momento. Pero si insistís, los demás también pagarán el precio.
Marcus no estaba muerto. A pesar del alivio, se me heló la sangre al ver la expresión del rostro de ella.
Todavía no había respuesta de Matthew.
—¿Por qué estás tan silencioso, querido? —La voz cálida de Juliette desmentía la falta de vida de sus ojos—. Deberías alegrarte de verme. Soy todo lo que tú deseas. Gerberto se aseguró de eso.
Él siguió sin responder.
—¡Ah, guardas silencio porque te he sorprendido! —dijo Juliette, y su tono de voz fluctuó extrañamente entre la música y la malicia—. Tú también me has sorprendido. ¿Una bruja?
Hizo una finta hacia la izquierda, y Matthew giró para encararse a ella. Dio un salto por el aire por encima de su propia cabeza y aterrizó a mi lado para poner sus dedos alrededor de mi garganta. Me quedé paralizada.
—No comprendo por qué te quiere tanto. —La voz de Juliette era petulante—. ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es lo que Gerberto no pudo enseñarme?
—Juliette, déjala tranquila. —Matthew no podía arriesgarse a avanzar hacia mí por temor a que ella me rompiera el cuello, pero sus piernas estaban tensas por el esfuerzo de permanecer inmóvil.
—Paciencia, Matthew —dijo, ladeando la cabeza.
Cerré los ojos, esperando sentir sus dientes en mi cuello.
En lugar de ello, unos labios fríos se apretaron sobre los míos. El beso de Juliette fue extrañamente impersonal mientras jugaba dentro de mi boca con su lengua, tratando de conseguir una respuesta mía. Como no la hubo, gimió mostrando su frustración.