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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (84 page)

—Supercombinaciones genéticas, como las que podrían ocurrir si una bruja y un vampiro llegaran a tener hijos, conducen a desarrollos evolutivos acelerados. Todas las especies dan saltos como ésos. Son tus propios resultados los que te estamos proporcionando, Matthew —dijo Marcus como si se disculpase.

—Ambos estáis ignorando la alta mortalidad asociada a las supercombinaciones genéticas. Si pensáis que vamos a poner a prueba esas probabilidades con Diana, estáis muy equivocados. —La voz de Matthew era peligrosamente suave.

—Dado que es una quimera, y además AB negativo, es mucho menos probable que ella rechace un feto que sea medio vampiro. Es una receptora universal de sangre y ya ha absorbido ADN extraño en su cuerpo. Como con el sapo de espuelas, las presiones de la supervivencia podrían haberla conducido a ti.

—Ésas son demasiadas conjeturas, Marcus.

—Diana es diferente, Matthew. No es como otras brujas. —Marcus desvió su mirada hacia mí—. No has mirado su informe de ADN mitocondrial.

Matthew revolvió entre las páginas. Su respiración salió como un silbido.

La hoja estaba cubierta de círculos brillantes. Miriam había escrito en la parte de arriba en tinta roja «clan desconocido», acompañado por un símbolo que parecía una E al revés, escrita en ángulo con una cola larga. Los ojos de Matthew volaron sobre esa página y la siguiente.

—Sabía que ibas a cuestionar las conclusiones, de modo que he traído las comparativas — informó Miriam en voz baja.

—¿Qué es un clan? —Examiné el rostro de Matthew minuciosamente buscando una señal de lo que sentía.

—Un linaje genético. A través del ADN mitocondrial de una bruja, podemos seguir la ascendencia hasta alguna de las cuatro mujeres que son antepasados de sexo femenino de todas las brujas que hemos estudiado.

—Excepto vosotras —dijo Marcus, dirigiéndose a mí—. Tú y Sarah no sois descendientes de ninguna de ellas.

—¿Qué significa eso? —Toqué la E al revés.

—Es un glifo antiguo del símbolo
heh,
el número cinco de los hebreos. —Matthew dirigió sus siguientes palabras a Miriam—: ¿A cuándo se remonta?

Miriam consideró sus palabras con cuidado.

—El clan Heh es antiguo, independientemente de la teoría sobre el reloj mitocondrial a la que te adhieras.

—¿Más antiguo que el clan Gimel? —preguntó Matthew, refiriéndose a la palabra hebrea que significa el número tres.

—Sí. —Miriam vaciló—. Y para responder a tu siguiente pregunta, hay dos posibilidades. El clan Heh podría ser simplemente otra línea de descendientes de la Lilith mitocondrial.

Sarah abrió la boca para hacer una pregunta, pero la hice callar con un movimiento de cabeza.

—O el clan Heh podría descender de una hermana de la Lilith mitocondrial, lo cual haría que el ancestro de Diana sea un clan madre, pero no el equivalente de la Eva mitocondrial de las brujas. En cualquiera de los dos casos, es posible que sin la descendencia de Diana el clan Heh pueda desaparecer en esta generación.

Deslicé el sobre marrón de mi madre en dirección a Matthew.

—¿Podrías hacer un dibujo? —Nadie en la habitación iba a comprender aquello sin una ayuda visual.

Matthew deslizó la mano sobre la página para dibujar dos diagramas irregulares. Uno parecía una serpiente; el otro se abría en ramas como un árbol genealógico. Matthew señaló la serpiente.

—Éstas son las siete hijas conocidas de la Eva mitocondrial, mtEva para abreviar. Los científicos consideran que son los antepasados matrilineales comunes más recientes de todos los humanos originarios de Europa occidental. Cada mujer aparece en el registro de ADN en un punto diferente de la historia y en una región diferente del globo. Aunque alguna vez compartieron un antepasado común de sexo femenino.

—Ése sería mtEva —dije.

—Sí. —Señaló las categorías del torneo deportivo—. Esto es lo que hemos descubierto sobre los ancestros matrilineales de las brujas. Hay cuatro líneas de ancestros, o clanes. Los numeramos según el orden en que los fuimos encontrando, aunque la mujer que era la madre del clan Aleph (el primer clan que descubrimos) vivió en tiempos más recientes que los otros.

—Define «recientes», por favor —pidió Em.

—Aleph vivió hace aproximadamente siete mil años.

—¿Hace siete mil años? —exclamó Sarah con incredulidad—. Pero las Bishop sólo podemos rastrear a nuestros antepasados de sexo femenino hasta 1617.

—Gimel vivió hace aproximadamente cuarenta mil años —dijo Matthew sombríamente—. De modo que si Miriam tiene razón y el clan Heh es más antiguo, vosotras debéis de estar mucho más allá de eso.

—¡Maldición! —susurró Sarah otra vez—. ¿Quién es Lilith?

—La primera bruja. —Acerqué los diagramas de Matthew, recordando su críptica respuesta en Oxford cuando le pregunté si estaba buscando el primer vampiro—. O por lo menos la primera bruja de la que las brujas actuales pueden asegurar descender por vía matrilineal.

—Marcus está enamorado de los prerrafaelitas, y Miriam sabe mucho de mitología. Ellos escogieron el nombre —dijo Matthew a manera de explicación.

—Los prerrafaelitas adoraban a Lilith. Dante Gabriel Rossetti la describió como la bruja a la que Adán amó antes que a Eva. —Una sombra soñadora apareció en los ojos de Marcus—. «Así fue / tu hechizo a través de él, y dejó su cuello recto doblado / y alrededor de su corazón un cabello dorado que lo estrangulaba».

—Eso es del Cantar de los Cantares —observó Matthew—. «Has herido mi corazón, hermana mía, esposa mía, has herido mi corazón con uno de tus ojos, y con un pelo de tu cuello».

—Los alquimistas admiraban ese mismo pasaje —murmuré con un movimiento de cabeza—. Está también en el
Aurora Consurgens
.

—Los otros relatos de Lilith son muchos menos entusiastas —dijo Miriam con un tono severo, devolviéndonos al tema en cuestión—. En los relatos antiguos ella era una criatura de la noche, diosa del viento y la luna, y la compañera de Samael, el ángel de la muerte.

—¿La diosa de la luna y el ángel de la muerte tuvieron hijos? —quiso saber Sarah, mirándonos intensamente. Otra vez las semejanzas entre los antiguos relatos, los textos alquímicos y mi relación con un vampiro eran asombrosas.

—Sí. —Matthew me quitó los informes de las manos y los puso en un ordenado montón.

—Por eso la Congregación está preocupada —dije en voz baja—. Temen al nacimiento de niños que no sean ni vampiros, ni brujas, ni daimones, sino una mezcla de todos. ¿Qué harían entonces ellos?

—¿Cuántas criaturas habrán estado en el mismo caso que tú y Matthew a lo largo de los años? —se preguntó Marcus.

—¿Cuántas hay ahora? —añadió Miriam.

—La Congregación no está al tanto de los resultados de estas pruebas, y agradezcamos a Dios que así sea. —Matthew empujó la pila de papeles otra vez al centro de la mesa—. Pero todavía no hay pruebas de que Diana pueda tener un hijo mío.

—Entonces ¿por qué el ama de llaves de tu madre le enseñó a Diana a hacer ese té? — preguntó Sarah—. Ella cree que es posible.

«¡Santo cielo! —dijo mi abuela compadeciéndose—, aquí empiezan los problemas!».

Matthew se puso tenso y su olor se volvió sobrecogedoramente intenso.

—No comprendo.

—Ese té que Diana y esa mujer…, cómo se llama?…, Marthe…, hicieron en Francia. Está lleno de hierbas anticonceptivas y abortivas. Las olí en cuanto abrió la lata.

—¿Lo sabías? —La cara de Matthew estaba blanca de furia.

—No —susurré—. Pero no ha causado ningún daño.

Matthew se puso de pie. Sacó el teléfono de su bolsillo, evitando mirarme a los ojos.

—Por favor, disculpadme —les dijo a Em y a Sarah antes de salir a grandes zancadas de la habitación.

—Sarah, ¿cómo has podido? —le grité cuando la puerta principal se cerró detrás de él.

—Tiene derecho a saberlo… y tú también. Nadie debe tomar drogas sin dar su consentimiento.

—No es asunto tuyo decírselo.

—No —dijo Miriam con satisfacción—. Era asunto tuyo.

—No te metas en esto, Miriam. —Yo estaba furiosa y me temblaban las manos.

—Ya estoy metida en esto, Diana. Tu relación con Matthew pone a todas las criaturas de esta habitación en peligro. Va a cambiarlo todo, tengáis o no tengáis hijos. Y además, él ha hecho que intervengan los caballeros de Lázaro. —Miriam estaba tan furiosa como yo—. Cuantas más criaturas aprueben esa relación, más probable será que haya guerra.

—No seas ridícula. ¿Guerra? —Las marcas que Satu había grabado en mi espalda me picaban de manera funesta—. Las guerras estallan entre naciones, no porque una bruja y un vampiro se amen.

—Lo que Satu te hizo fue un desafío. Matthew reaccionó como ellos esperaban que lo hiciera: dirigiéndose a la Congregación. —Miriam hizo un gesto de desagrado—. Desde que entraste en la Bodleiana, él ha perdido el control de su equilibrio. Y la última vez que perdió el equilibrio por una mujer, mi marido murió.

El silencio en la habitación era como el de una tumba. Hasta mi abuela parecía sorprendida.

Matthew no era un asesino, o eso me repetía a mí misma una y otra vez. Pero mataba para alimentarse, y mataba cuando lo poseía la furia, la cólera. Yo conocía estas dos verdades y lo amaba de todos modos. ¿Qué me revelaba esto, que podía amar a semejante criatura por completo?

—Cálmate, Miriam —le advirtió Marcus.

—No —gruñó ella—. Ésta es mi historia. No la tuya, Marcus.

—Cuéntala entonces —dije lacónicamente, aferrándome a los bordes de la mesa.

—Bertrand era el mejor amigo de Matthew. Cuando mataron a Eleanor St. Leger, Jerusalén estuvo al borde de la guerra. Los ingleses y los franceses se atacaban mutuamente. Él llamó a los caballeros de Lázaro para resolver el conflicto. El resultado fue que casi quedamos expuestos a los humanos. —La voz aguda de Miriam se quebró—. Alguien tenía que pagar por la muerte de Eleanor. Los St. Leger exigían justicia. Eleanor murió a manos de Matthew, pero él era gran maestre en aquel entonces, como ahora. Mi marido asumió la culpa, para proteger a Matthew y también a la orden. Un verdugo sarraceno lo decapitó.

—Lo siento, Miriam… De verdad, lo siento…, que tu marido haya muerto así. Pero yo no soy Eleanor St. Leger, y no estamos en Jerusalén. Eso fue hace mucho tiempo, y Matthew no es la misma criatura.

—A mí me parece que fue ayer —dijo Miriam con sencillez—. De nuevo Matthew de Clermont quiere lo que no puede tener. No ha cambiado en absoluto.

Se hizo el silencio en la habitación. Sarah parecía aterrada. La historia de Miriam había confirmado sus peores sospechas acerca de los vampiros en general y de Matthew en particular.

—Tal vez tú permanezcas fiel a él, incluso después de que lo conozcas mejor —continuó Miriam con voz inexpresiva—. Pero ¿a cuántas criaturas más va Matthew a destruir en tu nombre? ¿Crees que Satu Järvinen se librará del destino de Gillian Chamberlain?

—¿Qué le pasó a Gillian? —preguntó Em, alzando la voz.

Miriam abrió la boca para responder, yo cerré los dedos de mi mano derecha instintivamente formando una pelota. Los dedos índices y medios se levantaron en dirección a ella con un ligero crujido. Se agarró la garganta y se oyó un gorgoteo.

«Eso no ha sido muy agradable, Diana —dijo mi abuela sacudiendo un dedo—. Tienes que controlar tu mal humor, mi niña».

—No te metas en esto, abuela…, y tú tampoco, Miriam. —Les dirigí hirientes miradas a ambas y me volví hacia Em—. Gillian está muerta. Ella y Peter Knox me enviaron la fotografía de mis padres en Nigeria. Era una amenaza, y Matthew sintió que tenía que protegerme. Es algo instintivo en él, como respirar. Por favor, trata de perdonarlo.

Em se puso blanca.

—¿Matthew la mató por entregar una fotografía?

—No sólo por eso —intervino Marcus—. Había estado espiando a Diana durante años. Gillian y Knox entraron por la fuerza en sus habitaciones de la residencia y la saquearon. Estaban buscando pruebas de ADN para saber así más acerca de su poder. Si hubieran descubierto lo que sabemos ahora…

Mi destino sería mucho peor que la muerte si Gillian y Knox se hubieran enterado de lo que había en los resultados de mis pruebas. De todas formas, resultaba devastador que Matthew no me lo hubiera contado él mismo. Disimulé mis pensamientos tratando de cerrar unas persianas imaginarias detrás de mis ojos. Mis tías no tenían por qué saber que mi marido me ocultaba cosas.

Pero no había manera de hacer que mi abuela no se enterara.

«Oh, Diana —susurró—, ¿estás segura de que sabes lo que estás haciendo?».

—Quiero que os vayáis todos de mi casa. —Sarah empujó su silla hacia atrás—. Tú también, Diana.

Un estremecimiento largo y lento empezó en el viejo sótano debajo de la sala y se extendió por todas las tablas del suelo. Trepó por las paredes e hizo temblar los cristales de las ventanas. La silla de Sarah la empujó hacia delante, apretándola contra la mesa. La puerta entre el comedor y la sala se cerró con un golpe.

«A la casa nunca le gusta cuando Sarah trata de tomar el mando», comentó mi abuela.

Mi propia silla se movió hacia atrás y me arrojó sin ninguna ceremonia al suelo. Usé la mesa para poder levantarme, y cuando ya estaba de pie, manos invisibles me hicieron girar y me empujaron por la puerta hacia la entrada principal. La puerta del comedor se cerró con fuerza detrás de mí, dejando encerrados allí dentro a dos brujas, dos vampiros y un fantasma. Hubo ruidos sordos de indignación.

Otro fantasma, uno que nunca había visto antes, salió de la sala principal y me hizo señas para que me acercara. Llevaba un corpiño cubierto por un bordado intrincado encima de una falda oscura y larga que tocaba el suelo. Su cara estaba llena de arrugas por la edad, pero la barbilla prominente y la nariz larga de las Bishop eran inconfundibles.

«Ten cuidado, hija. —Su voz era baja y ronca—. Eres una criatura de la encrucijada, que no está ni aquí ni allí. Es un lugar peligroso para permanecer en él».

—¿Quién eres tú?

Miró hacia la puerta principal sin responder. Ésta se abrió en silencio y suavemente, sin que sus bisagras chirriaran como de costumbre.

Siempre he sabido que él llegaría… y que vendría por ti. Mi propia madre me lo dijo».

Estaba yo debatiéndome entre las Bishop y los De Clermont; parte de mí quería regresar al comedor, la otra parte necesitaba estar con Matthew. El fantasma sonrió ante mi dilema.

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