—Eso tenía que haberme ayudado a comprender, pero no ha sido así. —Juliette me arrojó hacia Matthew, pero siguió agarrándome de la muñeca, con sus afiladísimas uñas apoyadas sobre mis venas—. Bésala. Tengo que saber cómo lo hace ella.
—¿Por qué no nos dejas en paz, Juliette? —Matthew me retuvo con su mano fría.
—Debo aprender de mis errores… Gerberto me lo ha estado diciendo desde que me abandonaste en Nueva York. —Juliette se concentró en Matthew con una avidez que hizo que se me erizara la piel.
—Eso fue hace más de cien años. Si todavía no has aprendido de tu error, no lo harás nunca. —Aunque la cólera de Matthew no estaba dirigida contra mí, su poder me hizo retroceder. Hervía con una rabia que salía de él en oleadas.
Las uñas de Juliette me lastimaban el brazo.
—Bésala, Matthew, o la haré sangrar.
Envolvió mi cara con una mano en un gesto cuidadoso y amable, a la vez que se esforzaba por levantar los extremos de su boca para formar una sonrisa.
—Todo saldrá bien,
mon coeur
. —Las pupilas de Matthew eran puntos en un mar gris verdoso. Con su pulgar me acarició la mandíbula cuando se inclinó para quedar más cerca, con sus labios casi tocando los míos. Su beso fue lento y tierno, un testimonio de sentimientos. Juliette fijó su mirada fría en nosotros, absorbiendo cada detalle. Se deslizó acercándose cuando Matthew se apartó de mí.
—¡Ah! —El tono de su voz fue inexpresivo y amargo a la vez—: Te gusta la manera en que reacciona cuando la tocas. Pero yo ya no puedo sentir más.
Había visto la cólera de Ysabeau y la crueldad de Baldwin. Había sentido la desesperación de Domenico y olido el inconfundible olor del mal que envolvía a Gerberto. Pero Juliette era diferente. Algo esencial se había roto dentro de ella.
Me soltó el brazo y saltó para quedarse fuera del alcance de Matthew. Éste me apretó los codos con sus manos, y sus dedos fríos me tocaron las caderas. Con un empujón imperceptible, Matthew me dio otra orden muda para que me fuera.
Pero yo no tenía ninguna intención de dejar a mi marido a solas con una psicótica vampira. Algo se removió en las profundidades de mi ser. Aunque ni el fuego de brujos ni el manantial de brujos serían suficientes para matar a Juliette, con ellos podría distraerla lo suficiente como para poder huir, pero ambos poderes se negaban a obedecer mis órdenes no pronunciadas, a pesar de que todos los hechizos que había aprendido durante los últimos días, por imperfectos que fueran, habían salido volando de mi mente.
—No te preocupes —le dijo Juliette en voz baja y con los ojos brillantes a Matthew—. Esto terminará muy rápidamente. Me gustaría quedarme, por supuesto, para que pudiéramos recordar lo que hubo alguna vez entre nosotros. Pero ninguno de mis intentos conseguirá sacártela de la cabeza. Por lo tanto, debo matarte y llevar a tu bruja ante Gerberto y la Congregación.
—Deja que Diana se vaya. —Matthew levantó sus manos buscando una tregua—. Esto es entre nosotros, Juliette.
Sacudió la cabeza, haciendo que su cabello espeso y brillante se balanceara.
—Soy el instrumento de Gerberto, Matthew. Cuando él me hizo, no dejó espacio para mis deseos. Yo no quería aprender filosofía ni matemáticas. Pero Gerberto insistió para que yo pudiera complacerte. Y vaya si te complací, ¿no es cierto? —La atención de Juliette estaba concentrada en Matthew, y su voz era tan áspera como las fisuras en su mente alterada.
—Sí, me complaciste.
—Eso me parecía. Pero Gerberto ya era mi dueño. —Los ojos de Juliette se volvieron a mí. Estaban brillantes, lo cual sugería que se había alimentado recientemente—. Él también te va a poseer, Diana, de maneras que ni siquiera puedes imaginar. De maneras que sólo yo conozco. Entonces serás suya, sólo suya y de nadie más para siempre.
—No. —Matthew arremetió contra Juliette, pero ella se apartó de su camino.
—Éste no es momento para juegos, Matthew —reaccionó Juliette.
Se movió rápidamente —demasiado rápidamente como para que mis ojos la vieran— y luego se alejó de él con una expresión de triunfo. Se oyó el ruido de algo que se rasgaba y la sangre brotó oscura del cuello de él.
—Esto servirá para empezar —dijo con satisfacción.
Se produjo un rugido en mi cabeza. Matthew se interpuso entre Juliette y yo. Incluso mi imperfecta nariz de criatura de sangre caliente podía percibir el fuerte olor metálico de la sangre de él. Estaba empapándole el jersey, y una mancha oscura se extendía sobre su pecho.
—No hagas esto, Juliette. Si alguna vez me amaste, déjala ir. Ella no se merece a Gerberto.
La respuesta de Juliette se expresó en una mancha de músculos y cuero marrón. Su pierna voló alto y se oyó un crujido cuando su pie se puso en contacto con el abdomen de Matthew. Éste se dobló como un árbol talado.
—Yo tampoco
me merecía
a Gerberto. —Había un tono de histeria en la voz de Juliette—. Yo te merecía a ti. Tú me perteneces, Matthew.
Sentí que mis manos se ponían pesadas y supe sin mirarlas que sostenían un arco y flechas. Me alejé de los dos vampiros mientras levantaba mis brazos.
—¡Corre! —gritó Matthew.
—No —repliqué con una voz que no era la mía, entrecerrando los ojos para seguir la línea de mi brazo izquierdo. Juliette estaba cerca de Matthew, pero podía soltar la flecha sin tocarlo a él. Cuando moviera mi mano derecha, Juliette estaría muerta. Sin embargo, vacilé, ya que nunca había matado a nadie antes.
Ese momento era todo lo que Juliette necesitaba. Sus dedos atravesaron el pecho de Matthew y sus uñas atravesaron tela y carne como si ambos fueran de papel. Él ahogó un grito de dolor y Juliette bramó saboreando ya la victoria.
Toda vacilación desapareció, mi mano derecha tensó y se abrió. Una bola de fuego salió de las puntas de los dedos de mi mano izquierda. Juliette escuchó la explosión con llamas y olió el azufre en el aire. Se volvió a la vez que retiraba las uñas del agujero en el pecho de Matthew. La incredulidad apareció en sus ojos antes de que la rápida bola de color negro, oro y rojo la envolviera. Su pelo se incendió primero y ella retrocedió aterrada. Pero yo me había anticipado y otra bola de fuego la estaba esperando. Impactó directamente sobre ella.
Matthew cayó de rodillas, con sus manos apretando el jersey empapado en sangre en el sitio donde ella había rasgado la piel sobre su corazón. Gritando, Juliette alargó sus brazos e intentó arrastrarlo al infierno.
Con un rápido movimiento de mi muñeca y una palabra lanzada al viento, ella fue levantada y alejada unos metros del lugar donde Matthew se estaba desplomando en el suelo. Ella cayó de espaldas, con su cuerpo envuelto en llamas.
Yo quería correr hacia él, pero continué mirando a Juliette, pues sus huesos y su carne de vampira resistían a las llamas. Su pelo había desaparecido y su piel aparecía ennegrecida y endurecida; aun así, no estaba muerta. Seguía moviendo la boca, gritando el nombre de Matthew.
Mantuve mis manos alzadas, listas por si acaso ella llegaba a recuperarse. Se movió pesadamente para ponerse de pie y lancé otra bola de fuego. La golpeó en medio del pecho y le atravesó la caja torácica hasta el otro lado, rompiendo la piel dura al pasar y convirtiendo sus costillas y pulmones en carbón. Su boca se torció en un rictus de horror. Ya estaba más allá de toda posible recuperación, más allá de toda la fuerza de su sangre de vampira.
Corrí al lado de Matthew y caí al suelo. Él ya no podía mantenerse de pie y estaba echado sobre su espalda, con las rodillas dobladas. Había sangre por todos lados, saliendo rítmicamente por el agujero de su pecho en oleadas de un negro profundo y fluyendo lentamente de su cuello, tan oscura como la brea.
—¿Qué debo hacer? —Presioné mis dedos desesperadamente sobre su cuello. Sus manos blancas todavía estaban entrelazadas sobre la herida del pecho, pero su resistencia se iba filtrando por entre sus dedos con cada momento que pasaba.
—¿Me puedes sostener? —susurró.
Con mi espalda apoyada en el roble, lo arrastré hasta tenerlo entre mis piernas.
—Tengo frío —dijo con cierta sorpresa—. ¡Qué extraño!
—¡No puedes dejarme! —exclamé ferozmente—. No lo permitiré.
—No hay nada que se pueda hacer ahora. La muerte me tiene en sus garras. —Matthew estaba hablando de una manera que no había sido escuchada en mil años. Su voz evanescente subía y bajaba en una cadencia antigua.
—No. —Luché contra mis lágrimas—. Tienes que luchar, Matthew.
—He luchado, Diana. Y estás a salvo. Marcus te sacará de aquí antes de que la Congregación sepa lo que ha ocurrido.
—No iré a ninguna parte sin ti.
—Debes hacerlo. —Se movió entre mis brazos, dándose la vuelta para poder mirarme a la cara.
—No puedo perderte, Matthew. Por favor, resiste hasta que llegue Marcus. —La cadena dentro de mí se movió y sus eslabones se fueron aflojando uno a uno. Traté de resistir apretándolo con fuerza contra mi corazón.
—Chsss… —susurró en voz baja, y levantó un dedo ensangrentado para tocarme los labios. Sentí un hormigueo y se me quedaron entumecidos cuando su sangre helada entró en contacto con mi piel—. Marcus y Baldwin saben qué hacer. Te pondrán a salvo con Ysabeau. Sin mí, a la Congregación le resultará más difícil actuar contra ti. A los vampiros y a las brujas no les va a gustar, pero tú ahora eres una De Clermont, con la protección de mi familia y la de los caballeros de Lázaro.
—Quédate conmigo, Matthew. —Incliné la cabeza y apreté mis labios contra los suyos, deseando que siguiera respirando. Respiraba… débilmente…, pero sus párpados estaban cerrados.
—Desde que nací te he buscado —murmuró Matthew con una sonrisa, con un fuerte acento francés—. Desde que te encontré he podido tenerte en mis brazos, he escuchado tu corazón latiendo contra el mío. Habría sido algo terrible morir sin saber lo que se siente cuando uno ama de verdad. —Breves escalofríos recorrieron su cuerpo de los pies a la cabeza y luego se desvanecieron.
—¡Matthew! —exclamé sollozando, pero él ya no podía responder—. ¡Marcus! —grité hacia los árboles, elevando mis ruegos a la diosa todo el tiempo. Cuando su hijo llegó hasta nosotros, yo ya había pensado varias veces que Matthew estaba muerto.
—¡Dios sagrado! —exclamó Marcus al ver el cuerpo carbonizado de Juliette y la ensangrentada silueta de Matthew.
—La hemorragia no se detiene —señalé—. ¿De dónde viene tanta sangre?
—Tengo que examinarlo para saberlo, Diana. —Marcus dio un paso vacilante hacia mí.
Abracé con fuerza a mi marido y sentí que mis ojos se ponían fríos. El viento empezó a soplar donde estaba sentada.
—No te pido que lo sueltes —dijo Marcus, con una comprensión instintiva del problema—, pero tengo que revisarle el pecho.
Se agachó junto a nosotros y desgarró con suavidad el jersey negro de su padre. Con un ruido horrible al rasgarse, la tela cedió. Un corte profundo y largo cruzaba desde la yugular de Matthew hasta su corazón. Junto al corazón había un boquete hondo por donde Juliette había tratado de atravesar la aorta.
—La yugular está casi seccionada y la aorta ha sido dañada. Ni siquiera la sangre de Matthew puede trabajar con la velocidad suficiente para curarlo en ambos sitios a la vez —dijo Marcus en voz baja, pero en realidad no era necesario que hablara. Juliette había asestado un golpe mortal a Matthew.
Mis tías ya habían llegado y Sarah jadeaba un poco. Detrás de ellas apareció Miriam, con su rostro blanco. Tras una breve ojeada, giró sobre sus talones y corrió de regreso a la casa.
—Es culpa mía. —Sollocé, meciendo a Matthew como a un niño—. Pude haber hecho un disparo certero, pero vacilé. Nunca había matado a nadie antes. Ella no habría alcanzado su corazón si yo hubiera actuado más rápido.
—Diana, mi niña —susurró Sarah—, no es culpa tuya. Has hecho lo que has podido. Vas a tener que dejarlo marchar.
Dejé escapar un hondo lamento y mi pelo se alzó alrededor de mi cara.
—¡No! —El miedo apareció en los ojos del vampiro y de la bruja mientras el bosque quedaba en silencio.
—¡Apártate de ella, Marcus! —gritó Em. Él saltó hacia atrás justo a tiempo.
Me había convertido en alguien…, en algo… a quien no le importaban esas criaturas, ni el hecho de que estuvieran tratando de ayudar. La vacilación anterior había sido un error. En ese momento, la parte de mí que había matado a Juliette se concentraba sólo en una cosa: un cuchillo. Mi brazo derecho se extendió hacia mi tía.
Sarah siempre llevaba dos cuchillos consigo, uno sin punta de mango negro, el otro de punta afilada con mango blanco. A una llamada mía, la hoja de mango blanco cortó su cinturón y voló hacia mí de punta. Sarah levantó una mano para hacerlo regresar, y yo imaginé una pared de oscuridad y fuego entre mi persona y las caras sorprendidas de mi familia. El cuchillo de mango blanco atravesó con facilidad la negrura y voló suavemente para aterrizar cerca de mi doblada rodilla derecha. La cabeza de Matthew quedó colgando cuando lo solté un poco para agarrar el mango.
Al girar su cara suavemente hacia la mía, le di un largo y fuerte beso en la boca. Abrió los ojos con un parpadeo. Parecía muy cansado y su piel era gris.
—No te preocupes, mi amor. Voy a arreglarlo. —Levanté el cuchillo.
Había dos mujeres dentro de la barrera de llamas. Una era joven y llevaba una túnica suelta, con sandalias sobre sus pies y una aljaba con flechas colgada entre los hombros. La correa estaba enredada en su pelo, que era oscuro y espeso. La otra era la anciana de la despensa, con una larga falda que se balanceaba.
—Ayúdame —imploré.
«Tendrás que pagar un precio», dijo la joven cazadora.
—Lo pagaré.
«No hagas una promesa a la diosa a la ligera, hija —murmuró la anciana con un movimiento de cabeza—. Tendrás que cumplirla».
—Llévate algo…, llévate a cualquiera. Pero déjamelo a él.
La cazadora consideró mi propuesta y asintió con la cabeza.
«Es tuyo».
Mis ojos estaban dirigidos a las dos mujeres cuando levanté el cuchillo. Moví a Matthew acercándolo más a mi cuerpo para que no pudiera ver, extendí la mano sobre él e hice un corte en la parte interior de mi codo izquierdo; la hoja afilada cortó con facilidad la tela y la carne. Mi sangre fluyó, un hilillo al principio, luego más rápido. Dejé caer el cuchillo y tensé mi brazo izquierdo hasta que quedó delante de su boca.