—Bebe —dije, enderezando su cabeza. Matthew parpadeó otra vez, y sus fosas nasales se dilataron. Reconoció el olor de mi sangre y se esforzó por apartarse. Sentía que mis brazos eran pesados y fuertes como las ramas de un roble, unidos al árbol detrás de mí. Acerqué un poco más a su boca mi brazo abierto y sangrante—. Bebe.
El poder del árbol y de la tierra circulaba por mis venas, un inesperado ofrecimiento de vida para un vampiro al borde de la muerte. Sonreí con agradecimiento a la cazadora y al fantasma de la anciana, mientras alimentaba a Matthew con mi cuerpo. Yo era la madre en ese momento, el tercer aspecto de la diosa junto con la doncella y la anciana. Con la ayuda de la diosa, mi sangre lo curaría.
Finalmente Matthew sucumbió al instinto de sobrevivir. Su boca se apretó sobre la piel blanda de la parte interior de mi brazo con sus dientes afilados. Su lengua sondeó ligeramente la incisión abierta, abriendo más el corte profundo en mi piel. Chupó largamente y con fuerza sobre mis venas. Sentí un estallido breve y agudo de terror.
Su piel empezó a perder un poco de su palidez, pero la sangre venosa no iba a ser suficiente para curarlo por completo. Yo esperaba que al probarme se lanzara a sobrepasar los límites de su habitual control y pudiera dar el paso siguiente, pero busqué a tientas el cuchillo de mango blanco por si acaso.
Les dirigí una última mirada a la cazadora y a la bruja, y volví la atención hacia mi marido. Otra oleada de poder invadió mi cuerpo cuando me apoyé con más fuerza contra el árbol.
Mientras él se alimentaba, empecé a besarlo. Mi pelo cayó alrededor de su cara, mezclando mi ya conocido olor con el de su sangre y el de la mía. Volvió sus distantes ojos color verde pálido hacia mí, como si no estuviera seguro de mi identidad. Lo besé otra vez y sentí el gusto de mi propia sangre en su lengua.
En dos movimientos rápidos y suaves que yo no podría haber impedido aunque hubiera querido hacerlo, Matthew me agarró el pelo de la nuca. Empujó mi cabeza hacia atrás y hacia abajo, luego bajó su boca hacia mi garganta. No hubo terror entonces, sólo entrega total.
—Diana —dijo con total satisfacción.
«De modo que así es como ocurre —pensé—. De aquí es de donde nace la leyenda».
Mi agotada y usada sangre le había dado la fuerza de desear algo nuevo y vital. Los afilados dientes superiores de Matthew cortaron su propio labio inferior y allí se formó una gota. Sus labios me rozaron el cuello, de manera sensual y rápida. Me estremecí, inesperadamente excitada por su contacto. Mi piel se entumeció cuando su sangre tocó mi carne. Sostuvo mi cabeza con firmeza, sus manos eran otra vez fuertes.
«Sin equivocaciones», rogué.
Hubo ligeros pinchazos a lo largo de mi carótida. Abrí los ojos desmesuradamente por la sorpresa cuando la primera presión de extracción me reveló que Matthew había encontrado la sangre que buscaba.
Sarah se dio la vuelta, incapaz de seguir mirando. Marcus estiró el brazo hacia Em, y ella fue hacia él sin titubeos para llorar en su hombro.
Apreté el cuerpo de Matthew contra el mío, animándolo a beber más profundamente. Su deleite al hacerlo fue evidente. Cuánta hambre de mí había tenido, y qué fuerte había sido al resistir.
Matthew continuó alimentándose rítmicamente, chupando mi sangre en oleadas.
«Matthew, escúchame». Gracias a Gerberto, supe que mi sangre le iba a llevar mensajes a él.
Mi única preocupación era que iban a ser fugaces y mi poder de comunicación iba a ser devorado.
Se sobresaltó sin separarse de mi cuello y continuó alimentándose.
«Te amo».
Se estremeció otra vez ante la sorpresa.
«Éste era mi regalo. Estoy dentro de ti, dándote vida».
Matthew sacudió la cabeza como si quisiera apartar a un insecto molesto y siguió bebiendo.
«Estoy dentro de ti, dándote vida». Era más difícil pensar, más difícil ver a través del fuego. Me concentré en Em y Sarah, traté de decirles con mis ojos que no se preocuparan. Busqué a Marcus también, pero no podía mover mis ojos con suficiente velocidad como para encontrarlo.
«Estoy dentro de ti, dándote vida». Repetí el mantra hasta que ya no fue posible.
Hubo un pulso cada vez más lento, el ruido de mi corazón que empezaba a morir.
La muerte no era de ninguna manera como yo había esperado.
Hubo un momento de tranquilidad que llegaba de los huesos.
Una sensación de despedida y de pesar.
Luego, nada.
38
E
n mis huesos se produjo una súbita explosión, como la de dos mundos que chocaran.
Algo pinchó mi brazo derecho, acompañado por el olor a látex y plástico. Matthew estaba discutiendo con Marcus. Había tierra fría debajo de mí, y el fuerte olor a mantillo reemplazó los otros olores. Tenía los ojos abiertos, pero no veía nada salvo la oscuridad. Con esfuerzo pude distinguir las ramas medio desnudas de los árboles que se entrecruzaban por encima de mí.
—Usa el brazo izquierdo…, ya está abierto —dijo Matthew con impaciencia.
—Ese brazo es inútil, Matthew. Los tejidos están llenos con tu saliva y no pueden absorber otra cosa. El brazo derecho es mejor. Su presión sanguínea es tan baja que me resulta difícil encontrar una vena, eso es todo. —La voz de Marcus tenía la anormal serenidad del médico del quirófano de urgencias, que ve la muerte con frecuencia.
Dos gruesos espaguetis se desenrollaron en mi cara. Unos dedos fríos tocaron mi nariz, y traté de apartarlos, pero me sujetaron con más firmeza.
La voz de Miriam vino de la oscuridad a mi derecha:
—Taquicardia. La voy a sedar.
—No —replicó Matthew con brusquedad—. Nada de sedantes. Está apenas consciente. Podrían producirle un coma.
—Entonces mantenla inmóvil. —El tono de voz de Miriam era práctico. Sus dedos diminutos y fríos me apretaban el cuello con inesperada firmeza—. No puedo impedir que siga sangrando y mantenerla quieta al mismo tiempo.
Lo que estaba ocurriendo alrededor de mí era sólo visible en desconcertantes fragmentos…, lo que estaba directamente arriba, lo que podía ser visto a través del rabillo de mis ojos, lo que podía ser seguido por medio del enorme esfuerzo de hacerlos girar en sus cuencas.
—¿Puedes hacer algo, Sarah? —La voz de Matthew estaba llena de angustia.
Apareció la cara de Sarah.
—La brujería no puede curar mordeduras de vampiro. Si pudiera, nunca habríamos tenido nada que temer de criaturas como vosotros.
Empecé a deslizarme hacia algún sitio apacible, pero mi avance fue interrumpido por la mano de Em, que agarró la mía para mantenerme dentro de mi cuerpo.
—Entonces no tenemos otra opción. —Matthew parecía desesperado—. Yo lo haré.
—No, Matthew —dijo Miriam decididamente—. Todavía no estás lo suficientemente fuerte. Además, yo lo he hecho cientos de veces. —Se oyó el ruido de algo que se rasgaba. Después del ataque de Juliette a Matthew, pude darme cuenta de que era carne de vampiro.
—¿Están convirtiéndome en vampira? —le pregunté a Em en un susurro.
—No,
mon coeur
. —La voz de Matthew sonaba tan decidida como la de Miriam—. Has perdido…, yo tomé… mucha sangre. Marcus la está reemplazando con sangre humana. Ahora Miriam tiene que ocuparse de tu cuello.
—¡Oh! —Era demasiado complicado para entenderlo del todo. Mi cerebro estaba confuso…, casi tan confuso como mi lengua y mi garganta—. Tengo sed.
—Deseas sangre de vampiro, pero no vas a tenerla. Quédate muy quieta —dijo Matthew con firmeza, sosteniéndome los hombros con tanta fuerza que era doloroso. Las manos frías de Marcus pasaron por mis orejas hasta la mandíbula, manteniéndome la boca cerrada también—. Miriam…
—Deja de preocuparte, Matthew —dijo Miriam enérgicamente—. He estado haciendo esto a los seres de sangre caliente desde mucho antes de que tú hubieras renacido.
Algo afilado se metió en mi cuello y el olor a sangre llenó el aire.
La sensación de corte fue seguida por un dolor que congelaba y quemaba simultáneamente. El calor y el frío se intensificaron, desplazándose por debajo de los tejidos de la superficie de mi cuello para sellar huesos y músculos internos.
Quise apartarme de aquellas lenguas heladas, pero había dos vampiros que me mantenían inmóvil. Mantenían también mi boca cerrada con firmeza, de modo que lo único que pude hacer fue dejar escapar un sonido amortiguado, terrible.
—Su arteria está oscurecida —dijo Miriam en voz baja—. Hay que limpiar la herida. —Con un único y audible sorbo, retiró la sangre. La piel quedó insensible durante un momento, pero la sensación volvió con toda su fuerza cuando ella se retiró.
El dolor extremo envió adrenalina por todo mi cuerpo y el pánico la siguió en su estela. Los muros grises de La Pierre se alzaban a mi alrededor y la imposibilidad de moverme me puso otra vez en manos de Satu.
Los dedos de Matthew se clavaban en mis hombros, haciéndome volver al bosque que rodeaba la casa de las Bishop.
—Dile lo que estás haciendo, Miriam. Esa bruja finlandesa la hizo temer lo que no ve.
—Son sólo gotas de mi sangre, Diana, que caen de mi muñeca —explicó Miriam tranquilamente—. Sé que duele, pero no podemos hacer otra cosa. La sangre de vampiro cura por contacto. Va a cerrar tu arteria mejor que las suturas que cualquier cirujano podría usar. Y no tienes que preocuparte. No hay ninguna posibilidad de que una cantidad tan pequeña aplicada de esta manera te convierta en una de nosotros.
Después de esa descripción me fue posible reconocer cada gota individualmente al caer en mi herida abierta. Allí se mezclaba con mi carne de bruja, precipitando la acumulación instantánea de tejido de cicatrización. Pensé que un vampiro necesitaba un enorme control de sí mismo para seguir semejante procedimiento sin ceder a su propio deseo. Por fin, las últimas gotas de frío abrasador llegaron a su destino.
—Listo —dijo Miriam con cierto tono de alivio—. Lo único que me queda por hacer ahora es coser la incisión. —Sus dedos volaron sobre mi cuello, estirando y suturando la carne al mismo tiempo—. He intentado que la herida quedara lo mejor posible, Diana, pero Matthew rasgó la piel con los dientes.
—Ahora te llevaremos a casa —dijo Matthew.
Él me sostuvo la cabeza y los hombros mientras Marcus hacía lo mismo con mis piernas. Miriam caminaba al lado llevando el equipo. Alguien había atravesado el campo con el Range Rover, que nos esperaba con la puerta trasera abierta. Matthew y Miriam intercambiaron sus puestos, y él desapareció en la parte trasera para prepararla para mí.
—Miriam —susurré. Ella se inclinó hacia mí—. Si algo sale mal… —no pude terminar, pero era imprescindible que ella me comprendiera. Todavía era una bruja. Pero prefería ser vampira antes que estar muerta.
Me miró fijamente a los ojos, buscó por un momento y luego asintió con la cabeza.
—Aunque será mejor que no te atrevas a morirte. Él me matará si hago lo que me pides.
Matthew me habló sin parar durante el movido viaje de regreso a la casa, besándome con suavidad si yo trataba de dormirme. A pesar de su amabilidad, cada vez era como una sacudida.
En casa, Sarah y Em se apresuraron a reunir almohadones y almohadas. Hicieron una cama delante de la chimenea de la sala principal. Sarah encendió el montón de leña de la rejilla con algunas palabras y un ademán. De inmediato se prendió fuego, pero aun así yo seguía temblando de manera incontrolable, helada hasta la médula.
Matthew me bajó para dejarme sobre los almohadones y me cubrió con colchas de retales mientras Miriam me colocaba vendas en el cuello. Mientras ella lo hacía, mi marido y su hijo hablaban entre dientes en un rincón.
—Es lo que ella necesita y yo sé dónde están sus pulmones —decía Marcus con impaciencia—. No le voy a pinchar nada.
—Ella es fuerte. Nada de línea central. No se hable más. Sólo deshazte de lo que queda del cuerpo de Juliette —replicó Matthew, en voz baja pero con autoridad.
—Me ocuparé de ello —aseguró Marcus. Se dio la vuelta y la puerta principal se cerró con un ruido sordo detrás de él antes de que el Range Rover cobrara vida otra vez.
El antiguo reloj de pared en la sala delantera marcaba el paso de los minutos. El calor penetró en mis huesos y me produjo somnolencia. Matthew estaba sentado a mi lado y me sostenía una mano con fuerza para poder tirar de ella y retenerme cada vez que yo trataba de huir hacia una agradable inconsciencia.
Finalmente Miriam dijo la palabra mágica:
—Estable.
Entonces pude dejarme llevar por la oscuridad que revoloteaba en los límites exteriores de mi conciencia. Sarah y Em me besaron y se retiraron seguidas por Miriam. Por fin sólo se quedaron Matthew y la bendita tranquilidad.
Pero una vez que el silencio se apoderó de todo, mi mente se volvió hacia Juliette.
—La he matado. —Mi corazón se aceleró.
—No tenías otra opción. —Su tono indicaba que no era necesario decir más al respecto—. Fue en defensa propia.
—No, no fue así. El fuego de brujos… —Sólo cuando él estuvo en peligro, el arco y las flechas aparecieron en mis manos.
Matthew me tranquilizó con un beso.
—Podemos hablar de eso mañana.
Había algo que no podía esperar, algo que yo quería que él supiera en ese momento.
—Te amo, Matthew. —No había habido oportunidad de decírselo antes de que Satu me arrebatara de Sept-Tours. Esta vez quería estar segura de habérselo dicho antes de que ocurriera algo.
—Yo también te amo. —Inclinó la cabeza y puso sus labios sobre mi oreja—. ¿Recuerdas nuestra cena en Oxford? Tú querías saber qué sabor tendrías.
Asentí con la cabeza.
—Tienes sabor a miel —murmuró—. Miel… y esperanza.
Una sonrisa tímida apareció en mis labios, y luego me quedé dormida.
Pero no fue un sueño tranquilo. Yo estaba atrapada entre el sueño y la vigilia, entre La Pierre y Madison, entre la vida y la muerte. La fantasmal anciana me había advertido de que estaba en una encrucijada. Había momentos en que la muerte parecía estar pacientemente a mi lado, a la espera de que yo eligiera el camino que quería tomar.
Recorrí innumerables kilómetros esa noche, huyendo de un lugar a otro, a sólo un paso de quien estuviera persiguiéndome: Gerberto, Satu, Juliette, Peter Knox. Cada vez que mi viaje me devolvía a casa de las Bishop, Matthew estaba allí. A veces Sarah estaba con él. Otras veces era Marcus. Pero casi siempre Matthew estaba solo.