Read Carolina se enamora Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (19 page)

—¿Estás en un aprieto? Dímelo a mí.

—No, dímelo a mí, a mí puedes decírmelo…

—¡No, te he dicho que me lo digas a mí!

Hasta que al final Paoletta se harta y escapa llorando. Al ver la escena, los cuatro chicos que por lo general salen para no dar clase de religión vuelven a entrar a toda prisa.

—¿Lo veis?, teníamos razón.

Y toda la clase empieza a armar un buen jaleo, gritando, dando puñetazos a los pupitres o tirando cosas.

—¡Ooooolé!

Y todos se echan a reír y el tumulto va en aumento, hasta que al final llega el director. En fin, moraleja: a partir de la semana que viene yo tampoco asistiré a la clase de religión. Y eso que, en el fondo, me divertía un poco.

Estoy sola en el patio del colegio, es la hora del recreo. Alis y Clod están armando jaleo con el resto de nuestras amigas. No sé por qué me ha dado por vivir un momento de soledad voluntaria. No me preguntéis por qué, ya que no sabría qué responderos. Sea como sea, estoy completando una de mis
wishlists
.

La canción que te gustaría haber escrito:

L'alba di domani
, Tiromancino.

La que te gustaría que hubiesen escrito para ti:

Se é vero che ci sei
, Biagio Antonacci.

La que te hace evocar tu infancia:

Parlami d'amore
, Negramaro.

La de tus padres:

Almeno tu nell'universo
, Mia Martini.

La de esa noche:

Qué hiciste
, Jennifer López.

La que describe el momento más bonito de tu vida:

Girffriend
, Avril Lavigne.

La que te gustaría tocar con tus amigos:

What Goes Around… Comes Around
, Justin Timberlake.

La que le dedicarías a él:

How To Save a Life
, The Fray.

La que escuchas cuando te cabreas:

Makes Me Wonder
, Maroon 5.

La que empieza mejor:

Hump de Bump
, Red Hot Chili Peppers.

—Eh, ¿se puede saber qué te pasa? ¿Por qué me evitas?

Gibbo se reúne conmigo en el patio.

—¿Yo?

—Sí, tú, no te hagas la loca. Es así. ¿No estaba rico el chocolate?

Me mira y sonríe. Es siempre tan encantador y amable, y además me pasa los deberes. Sólo que hay un problema: me gusta para un beso, eso es todo. Pero ¿cómo puedo decírselo? En fin, lo intentaré.

—Verás, Gibbo… estoy muy mal…

—¿Por qué? ¿Qué te ha pasado?

—Tengo miedo de perderte como amigo.

—¿Y por qué deberías perderme? Al contrario, las cosas son más fáciles ahora.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, a fin de cuentas era una idea que me rondaba desde hacía tiempo por la cabeza, y si no hubiese ocurrido así, como un juego, como una apuesta, perdida, las posibilidades de que nuestra amistad se acabase habrían sido altísimas, más del setenta y siete por ciento. —Después me escruta, me sonríe y se acerca a mí como si pretendiese besarme de nuevo—. En cambio ahora, que por fin estamos juntos…

Y prueba a besarme, pero en cuanto me roza los labios yo giro la cabeza y me lo estampa en la mejilla.

—De eso se trata precisamente. —Me levanto—. Nosotros no estamos juntos. Y el riesgo es exactamente ése, que si continuamos así al final no tendremos ni una cosa ni otra… Nos distanciaremos.

Gibbo abre los brazos.

—Pero ¿no has visto
Cuando Harry encontró a Sally
?

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Los protagonistas son muy amigos, tanto que incluso le buscan posibles parejas al otro, pero al final comprenden que los únicos que encajan son ni más ni menos que ellos mismos, él con ella y ella con él, no hay otras posibilidades.

Se acerca de nuevo para darme un beso, pero yo me vuelvo a toda prisa hacia el otro lado, de modo que me besa en la otra mejilla.

—Ya, pero te has olvidado de un pequeño detalle…

—¿Cuál?

—Que se trata de una película, mientras que lo nuestro es la triste realidad.

Y me alejo así de él, dándole la espalda. Un poco melodramática, ¿no? He hecho una salida arrogante con una frase de efecto, pero al menos así reflexionará. Gibbo permanece donde está, al fondo del patio, y abre los brazos.

—Pero, perdona, ¿a qué triste realidad te refieres? ¡Creía que nos divertíamos mucho juntos!

Me hago la loca, entro y subo la escalera. Y casi parece una película de verdad.

Pero apenas un segundo después, Filo me agarra del brazo.

—Disculpa, ¿puedes venir un momento?

Me arrastra por el pasillo, algunos de los chicos que están apoyados en la pared se dan cuenta y nos miran algo sorprendidos.

—Ven, ven, entra aquí.

Abre la puerta del servicio de los profesores y me empuja dentro.

—¡Ay, Filo, me estás haciendo daño en el brazo!

Me suelta.

—Quiero que me expliques lo que he oído, vamos, explícamelo.

Se planta delante de mí y me arrincona. Intento escabullirme por todos los medios, pero él tiene los brazos en alto, alrededor de mi cabeza y apoyados en la pared.

—¿A qué te refieres?

No obstante, intuyo de qué está hablando. ¿Será posible que Alis y Clod no puedan tener la boca cerrada ni siquiera por una vez? ¡Son geniales! No, genial tú, que sigues contándoselo todo.

Pruebo a escapar, pero Filo me arrincona.

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿Es verdad?

—¡¿El qué?! —le grito a la cara.

—Que besaste a Gibbo.

—Sí…

—¿Cómo que sí? —repite casi gritando.

—Es decir, no.

—Ah, entonces no…

Parece más tranquilo.

—O sea, sí y no.

—¿Qué quieres decir?

—Te he dicho que sí y que no.

Me escabullo por debajo de él y consigo rodearlo, pero él me detiene de nuevo.

—¿Qué quiere decir sí y no? Eso no puede ser. O lo besaste o no lo besaste. ¿Me lo explicas de una vez?

—Muy bien, pero déjame en paz, ¿eh? Tienes que soltarme, ¿estamos? Déjame un poco de espacio porque me estás agobiando, ¿vale?

—Vale.

Filo parece calmarse. Se aparta un poco, aunque sin dejar de vigilarme para que no escape.

—Está bien. —Lo miro a los ojos—. Te lo voy a contar.

Exhalo un largo suspiro.

—Lo besé.

Filo entorna los ojos.

—No. No me lo puedo creer. No es verdad. ¡Me estás contando una milonga!

—¿Y por qué, perdona? Tú me lo has preguntado, ¿no?

—Pero ¿por qué lo besaste? Cuando yo te lo pedí me dijiste que no, que no era posible, ¡que éramos amigos! ¿Acaso no lo eres también de él?

—Sí, de hecho te he dicho que sí y que no.

—¿O sea?

—Que lo besé, pero también le he dicho ya que no volveré a hacerlo.

Filo se queda perplejo por un instante. A continuación arquea las cejas.

—De acuerdo, pero dado que yo te lo pedí primero, deberías haberme besado a mí antes que a él.

—Lo entiendo, pero supongo que no era el momento. Después sucedieron algunas cosas, quizá yo haya cambiado.

—¿Has cambiado?

—Sí, parezco la misma, pero he cambiado.

—Bien, en ese caso, dado que has cambiado, ahora debes besarme también a mí.

—Pero ¿qué dices? Ni lo sueñes.

Y, veloz como el rayo, consigo escabullirme y salir del servicio de los profesores. Pasado un segundo, Filo me da alcance y me agarra del antebrazo.

—¡Venga, Caro, eso no vale!

—No me aprietes el brazo, Filo.

—Bien, pero así no vale. Yo iba primero. A mí también me debes un beso, de lo contrario, no es justo. Luego todos volveremos a ser amigos como antes.

Y lo veo ahí, caprichoso e infantil, y quizá realmente dolido, y en el fondo también más guapo de lo habitual, con gesto enfurruñado y el pelo alborotado. Y con la tez morena. Filo es más alto que Gibbo, delgado, tiene el pelo largo y los labios carnosos, los ojos oscuros y alguna que otra peca en los pómulos, a modo de salpicaduras. Tiene mucho éxito con las chicas pero, no sé por qué, desde hace cosa de un año se ha obsesionado con nuestra historia. Me detengo y lo miro a los ojos. Él sonríe.

—¿De acuerdo, Caro? Seamos honestos… Aclaremos las cosas. ¿Tengo razón o no?

—¡Pero qué razón ni qué ocho cuartos! Un beso es un beso. Él me cortejó, me dio una sorpresa y me hizo reír. Se le ocurrió una bonita idea, no me encerró en un baño… ¡y no me forzó a dárselo!

—¡Está bien! ¡Tienes razón! Una bonita idea, ¿eh? Vale. ¡Pues entonces yo también puedo encontrar una!

No me vuelvo, sigo caminando, risueña, pero él no puede verme.

Caramba, la de esfuerzos que tienen que hacer los chicos para conquistarnos… Aunque la verdad es que eso vale también para nosotras.

¿Cómo se hace para pillar a uno que te gusta? Es decir, exceptuando a los que les gustas ya un poco y te persiguen, ésa es otra historia y, además, no sé por qué, cuando descubres que les gustas a los que no te gustan a ti o a los que te han gustado hace tiempo, puf, se te pasa todo. No, en serio, es así. Yo, en cambio, me refiero a los que te gustan sólo a ti, o sea que ellos ni siquiera lo saben y tú quieres que se enteren sea como sea. Alis siempre, dice: «Hay que comportarse como una presa a punto de escabullirse.» ¡Primer teorema de Alis! Asegura que es la mejor táctica. En cambio, según Clod, eso sólo sirve para perder un montón de tiempo y para correr el riesgo de que luego al tipo se le pase. Hay que ser directos, decírselo de inmediato, sin pensarlo dos veces. ¡Primera ley de Clod! Alis dice que hay que controlarse para no ruborizarse cuando lo ves…, porque así él piensa que al principio nos gustaba pero que ahora ya no nos importa mucho. ¡Eso es perfecto porque, si por casualidad le gustamos, piensa que nos está perdiendo! Pues sí…, ¡como si el rubor fuese algo que se pudiese controlar! Alis defiende que no hay que prestarles mucha atención, y que deben vernos hablar también con otros chicos y luego debemos observar lo que hacen. Sea como sea, en realidad, mi problema es otro, ¡nos gustamos a rabiar y nos lo hemos dicho! Pero ¿dónde estás, Masiiii? Por si fuera poco, a cuarta hora el profe de italiano nos entrega para hacer en casa una hoja con preguntas sobre un relato titulado
¿Qué estás buscando en realidad
? Cuando lo he visto he estado a punto de echarme a llorar. ¿Por casualidad no se estará refiriendo a mí?

La casa de los abuelos Luci y Tom. Es bonita. No es que sea particularmente grande o rica. Es cálida. Pero con ese calor especial que no emana de los radiadores, sino de una infinidad de menudencias. De los cuadros, de las fotografías que reflejan la vida de mi madre, su niñez y su adolescencia. Del cuidado que la abuela Luci pone en todas esas cosas.

—¡Con más energía, Caro! ¡Si no, no sale bien!

Jamás he logrado que la masa de la pizza fermente como es debido. Siempre queda baja y blanda. ¡Pero no es sencillo prepararla!

Vierto la harina sobre la mesa de mármol, dejando un hueco en el centro para el resto de los ingredientes. A continuación desmenuzo la levadura y la disuelvo en un poco de agua tibia. Después echo sal y aceite. Pero, no sé por qué, siempre tengo la impresión de equivocarme con las cantidades o con el proceso. Y aquí viene lo bueno: «Hay que obtener una masa blanda», dice la abuela. ¡Y se necesita fuerza!

—Tienes que llegar a un punto en que la masa se despega de los dedos. Luego haces una bola y la pasas por harina, la cubres con un paño y la dejas fermentar sin que le dé el aire durante casi dos horas. O hasta que la masa doble su volumen.

¡Sólo que, si lo hago yo, eso nunca sucede! Por eso me rindo y dejo que lo haga siempre ella. Otra cosa que no consigo hacer bien, pero que me divierte preparar con ella cuando voy a ver a mis abuelos, es el
risotto
con setas. Me pirra, y mi madre casi nunca lo hace, pese a que la abuela Luci le enseñó a cocinarlo.

Es bonito estar juntas en la cocina. Tengo un delantal con mi nombre y dos cucharones bordados a los lados por la abuela. Se puede hablar con calma de una infinidad de cosas mientras se cortan las verduras, se hace el sofrito, se elige la carne y se hacen todas las demás cosas. Cocinar juntos sirve, en cierta manera, para ser más amigos. Recuerdo la escena de la película
Chocolat
, cuando Vianne quiere marcharse del pueblo que no la acepta porque la considera peligrosa y diferente. De manera que, pese a las protestas de su hija, hace las maletas. Después baja la escalera, abre la puerta de la cocina y ve a todas esas personas que están preparando juntas un sinfín de delicias de chocolate. Unas personas que hasta unos días antes no se entendían, no se hablaban, y que ahora están ahí, unas al lado de otras, y parecen felices y unidas. Y el mérito es también suyo. De modo que, «cuando el viento inquieto del norte le habla a Vianne de los países que aún le quedan por visitar, de los amigos necesitados que todavía debe descubrir, de las batallas que todavía debe combatir…», ella cierra la ventana y se queda a vivir allí, con esas personas, que ahora son sus amigas. Me encanta esa película. La vi con la abuela Luci.

Mi madre y yo nunca tenemos tiempo de cocinar juntas. Sólo algunas veces los domingos, pero no prepara cosas especiales. Además, Ale se entromete siempre y nos toma el pelo o, peor aún, nos agobia, o papá empieza a decir que nos demos prisa, que no entiende para qué sirve perder tantas horas preparando cosas complicadas, cuando bastaría con cocinar unos espaguetis con mantequilla. En fin, que nunca nos dejan a solas del todo, y eso le quita la gracia. En casa de los abuelos, en cambio, es más divertido porque el abuelo Tom apenas da señales de vida, se asoma de vez en cuando a la puerta y, tras decir «¡Mis mujeres!», se marcha sin preguntarnos siquiera qué estamos haciendo porque prefiere que le demos una sorpresa.

Mientras la masa de la pizza fermenta —no gracias a mí, por descontado— y antes de preparar el
risotto
, hablo con la abuela, que siempre tiene muchas cosas bonitas que contarme. Se empieza con un tema y nunca se sabe con cuál se puede acabar. Sin ir más lejos, hoy hemos hablado de belleza, de mujeres delgadas, de mujeres entradas en carnes, de ese tipo de cosas. La abuela me decía que en su época se consideraba una suerte tener unos cuantos kilos de más, porque a los hombres les gustaban las curvas.

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