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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (14 page)

Toco el timbre. Todavía no me han dado las llaves. Antes de que me dé tiempo a entrar en casa, mi madre se abalanza sobre mí.

—¿Se puede saber dónde has estado?

—En el colegio. Tenía que consultar unas cosas con mis amigas.

—¿Y por qué no me avisas? Me dejas una nota ¡Algo! ¿Será posible que siempre tenga que preocuparme por ti?

Veo que tiene las mejillas encendidas. Está fatigada, cansada. Sigue planchando después de toda una jornada de trabajo. «¡Estaba buscando a Massi, mamá!». Aunque quizá no me convenga decírselo.

—Mamá, mira… —Saco del bolsillo el móvil nuevo que me ha regalado Alis—. ¡Lo he encontrado!

—Bien, me alegro. —Exhala un suspiro. Sigue enojada, pero al final me abraza. Se inclina y me estrecha con fuerza. Luego se aparta y me mira a los ojos—. No me asustes. Me vuelvo loca cuando no sé dónde estás, Ya me preocupo bastante por tus hermanos… —Me alborota el pelo—. No empieces ahora tú.

En ese momento llega Ale. Le sonrío mientras se acerca.

—He encontrado mi viejo móvil. Ten. —Me meto la mano en el bolsillo y cojo el nuevo que me ha regalado mi madre—. Éste es para ti…

Y le doy el teléfono. Ale lo coge y lo mira. Después me escruta haciendo una mueca.

—Ah, claro… ¡Porque, según tú, a mi me corresponden las sobras!

Se da media vuelta y se aleja encogiéndose de hombros y resoplando, irritada. En cualquier caso, se ha quedado con el móvil nuevo, con las sobras, como ella dice.

El resto de la tarde transcurre tranquilo. Estudio serena en la cocina mientras mi madre cose. Repito de vez en cuando en voz alta y veo que ella sonríe cuando lo hago. Ha apagado la televisión que estaba mirando casi sin voz.

—Así no te distraes…

De repente siento vibrar el móvil. Lo saco del bolsillo a hurtadillas. Abro la carpetita de mensajes recibidos y lo veo. Es Alis. Echo una ojeada a mi madre. No se ha dado cuenta. Lo abro. ¡Nooo! ¡Es genial! «Hola, he conseguido que Celibassi os invite a las dos. Clod viene por su cuenta. ¿Te paso a recoger a las ocho y media?».

Le respondo sin pensarlo dos veces. ¡Perfecto! Con un
smile
. Pero ahora a ver quién se lo dice a mi madre. Ella quiere que la avisemos con tres días de antelación por lo menos. Y, como si de repente se hubiese percatado de algo, mi madre se vuelve.

—¿Te apetece cenar pasta con atún esta noche? A Alessandra también le gusta… y, además, Giovanni no está. ¿Qué dices?

—Esto…, mamá. A propósito, quería decirte algo… Sé que debería habértelo dicho antes, pero no lo sabía…, mejor dicho, no es que no lo supiera, es que sólo lo esperaba porque no me habían invitado… —En fin, que la enredo un poco, de manera que al final se ve casi obligada a decirme que sí, es más, casi se siente aliviada al hacerlo. Le digo que van todas, que asistirán incluso los profesores, que es importante para mi año académico, que decidiremos a qué instituto pensamos ir, que estarán todas mis amigas, y al final añado—: Pero si no quieres no voy, ¿eh? —que es lo mejor que puedo decir para que se derrumbe, y que, además, se trata de una fiesta elegante.

Insisto tanto que al final no le queda más remedio que dar su brazo a torcer.

—Ve, por favor, ve. ¡Me alegro de que vayas!

Y yo no me hago de rogar. Tras haber simulado depresión y una ligera indecisión, me apropio por completo de mi pequeña victoria.

—¡Gracias, mamá! —Me abalanzo sobre ella y la abrazo, la beso. Le aprieto con fuerza el cuello y le estampo un beso de amor sin ninguna dificultad—. ¡Te quiero mucho, mami, adióóóós!

Me precipito hacia mi dormitorio y empiezo a sacar cosas del armario. El top negro. Los vaqueros oscuros. Quizá vayan también los Ratas. Tengo que impresionar a Matteo, a Matt, como quiere que lo llamen. ¿Y Massi? ¿No piensas en Massi? Sí, es verdad. Pongo el CD y lo escucho y bailo mientras me arreglo. Elijo algo y me lo pongo, a fin de cuentas, nadie puede entrar en mi cuarto. ¡Zona libre! ¡Prohibida la entrada! En la puerta hay tres carteles más. No obstante, Ale hace caso omiso. Entra sin llamar.

—Perdona, ¿podrías bajar el volumen? Estoy estudiando.

Ella es así. No dice nada más, se marcha, más antipática que nunca. Al final, me decido por tres cosas. Primero un pantalón nada escandaloso de Miss Sixty con el que me verá mi madre. Entonces Ale, a pesar de que he bajado el volumen, ha ido a la sala, así que me precipito hacia su habitación y encuentro de inmediato lo que buscaba. Lo absurdo es que mi hermana y yo tenemos la misma talla de cintura para abajo… Por suerte, porque así puedo mangarle lo que quiero, justo como he hecho ahora. En lo tocante a la parte de arriba…, bueno, aún tiene que pasar algún tiempo. Pero eso no me preocupa, la naturaleza va siguiendo su curso. Vuelvo a mi dormitorio, cojo otras dos cosas, que, en mi opinión, me quedan ideales, y a continuación el maquillaje, si bien de momento sólo me pongo un poco de rímel. Lo meto todo en una pequeña bolsa y luego salgo sigilosamente al rellano y llamo el ascensor. Aquí está. Ha llegado. Entro de puntillas e introduzco la bolsa en el compartimento que hay en lo alto, bajo las bombillas. Acto seguido, ya más tranquila, vuelvo a entrar en casa. Pongo otra vez la canción de Massi. Es preciosa. Bailo por un instante con los ojos cerrados y sueño… Acto seguido, vuelvo a abrirlos de golpe. Quizá no nos veamos nunca más, esa idea me destruye. Me echo en la cama, hojeo rápidamente el libro que estoy leyendo,
Perdonadme por tener quince años
, y releo la frase que tanto me impresionó ayer: «Te conozco mejor de lo que mucha gente conseguirá conocerte. Ellos acaban encasillados, interrumpen el flujo de sangre de sus corazones y sonríen como si fuese la cosa más natural del mundo». Aunque, pensándolo bien, ahora no me convence tanto. En cambio, la que me impresionó fue ésta: «Y me estoy perdiendo a mí misma, me estoy perdiendo algo que ni siquiera logro encontrar. Quizá ése sea el problema. No logro encontrarlo. No consigo alcanzarlo. No consigo llegar». Miro afuera. La noche que avanza. Las primeras estrellas empiezan a brillar. Qué poética soy… Es que tengo ganas de enamorarme. Y justo en ese momento empieza de nuevo la canción del CD de Massi, ¡es el destino! Por si no bastase, vibra también el móvil en la mesa. Es Alis.

—¿Bajas?


Five minutes
—le respondo al vuelo.

Hoy me siento un poco
english
.

—¿Estoy bien así, mamá?

Me asomo guapa y tranquila a la cocina. Mi madre deja la aguja, el hilo y el calcetín que está remendando sobre la mesa. Luego me mira, me escruta de arriba abajo y esboza una sonrisa.

—Sí.

Todo parece ir sobre ruedas.

—¿Están ya abajo?

—Sí.

—Vale, ve y no vuelvas tarde. Lleva el móvil encendido y cerca de ti, y a las once te quiero en casa.

Le doy un beso apresurado en la mejilla y salgo corriendo antes de que llegue mi padre. Con él resultaría más arduo. Salgo al rellano y, justo en ese momento, sale también nuestro vecino de enfrente. Oh, no, eso sí que no. ¿Y ahora qué hago? Es un tipo simpático. Se llama Marco, trabaja en la televisión y debe de tener unos cuarenta años. Tengo que arriesgarme. Abro la puerta del ascensor y a continuación lo miro sonriente.

—¿Qué hace?, ¿baja a pie para mantenerse en forma o coge el ascensor?

Marco me mira repentinamente perplejo y arquea las cejas.

—¿Por qué? ¿Te parece que he engordado?

A mí me parece que varios kilos, pero si se lo digo puede que se ofenda. Es duro en esos casos. Hay que ser diplomático y yo, por desgracia, no siempre lo soy. O bromista. Eso me sale mejor.

—¿Qué prefiere?… ¿Una mentira o la cruda verdad?

—Entiendo. —Me sonríe, pero tengo la impresión de que se ha mosqueado un poco—. ¡Bajaré a pie!

—No… ¡Estaba bromeando!

Pero no le doy tiempo a cambiar de idea. Entro en el ascensor, cierro las puertas y pulso el botón de la planta baja. Espero a que descienda un piso y lo detengo. Tengo escasos minutos para cambiarme. Vamos, de prisa. Bajo la bolsa, saco la ropa que hay dentro y me desnudo a toda velocidad. Me cambio los zapatos, los pantalones y la camiseta por el top, la falda corta y las botas. Recojo las cosas que hay en el suelo, me pongo un poco de rímel, de colorete y de
eyeliner y
con eso considero que estoy lista. En ese momento oigo que alguien golpea la puerta de la planta baja y grita.

—¡Ascensor! ¡Ascensor!

Otras voces.

—¿Qué pasa? ¿Se ha bloqueado?

Meto también en la bolsa el maquillaje y a continuación pulso el botón de la B. Me parece estar viviendo una de esas películas de acción tipo
Misión imposible
, sólo que yo no soy Tom Cruise y, sobre todo…, no puedo cambiarme la cara como hace él. De modo que, cuando llego a la planta baja, se abre la puerta. Veo a Marco junto a la señora Volpini, la vecina del segundo piso.

—Pero ¿qué ha pasado?

—Eh… —Sonrío ingenua, tratando de parecer lo más joven e infantil que puedo—. No lo sé, se ha parado…

Pero Marco, que debe de tener buen ojo y una magnífica memoria, escruta antes el interior del ascensor para cerciorarse de que dentro no esté mi otro yo y, a continuación, cabecea.

—Ahora entiendo por qué había engordado de repente.

—Sí… —Sonrío mientras me encamino hacia el portón—. ¿Ha visto? ¡Le ha bastado hacer un poco de ejercicio para perder esos kilos de más!

Y escapo corriendo. Luego me detengo y me surge una sospecha. ¿Y si fuera como pienso? ¿Se habrá dado cuenta? Creo que sí. A una madre no se le escapa nunca nada, ni siquiera de lejos. Abro el móvil y llamo de inmediato a casa. Responde Ale.

—¿Me pasas a mamá?

—¿Dónde estás?

—Dile a mamá que se ponga.

No me responde. Baja el auricular y oigo cómo la llama mientras se aleja:

—Mamá, al teléfono…

Mantengo el móvil pegado a la oreja, me asomo un poco por el portón y la veo en el preciso momento en que desaparece de la ventana. ¡Sabía que estaría ahí! Era lo que esperaba, de modo que echo a correr hacia la verja. Mientras tanto, oigo su voz en mi móvil.

—Sí, ¿quién es?

—Soy yo.

—Caro, ¿qué pasa? ¿Dónde estás?

—Estoy ya en el coche con Alis.

—¿Y por qué me llamas?

—Quería decirte algo. Te quiero muchísimo, mamá.

Siento que sonríe al otro lado de la línea, más dulce y más maternal que nunca y, por un instante, me siento culpable.

—¡Yo también! Pero no vuelvas tarde.

—Por supuesto, mamá…

Y cuelgo. Ya más serena, olvido el sentimiento de culpa y me meto en el coche de Alis con una única certeza:

—Esta noche nos divertiremos a rabiar.

Alis parte como un rayo.

—¡Claro! ¿Sabes quién viene?

Y empieza a soltar una retahíla interminable de nombres que apenas puedo recordar pasados unos minutos. Mientras habla, conduce a una velocidad increíble. Alis se ha convertido en un monstruo con su cochecito. Es genial, ha conseguido un Aixam de color marfil, ha tapizado el interior de rosa y en el capó ha hecho pintar dos grandes ojos rosas al estilo Hello Kitty. ¡E incluso ha instalado la conexión para su iPod! Así podemos escuchar nuestra música. Pongo en seguida una canción que me encanta:
Stop! Dimentica
, de Tiziano Ferro. Y bailo al ritmo de la música. Luego me asalta una duda.

—Eh, pero ¿cómo lo hiciste?

—¿A qué te refieres?

—¿Cómo conseguiste que nos invitaran a Clod y a mí?

—Oh, fue muy fácil. Les dije que estabais organizando una fiesta increíble en el Supper, ¿conoces ese local todo blanco donde es tan difícil entrar?

—Pero si nosotras no estamos organizando nada…

—¿Y ella qué sabe?

—¿Y si lo descubre?

—¡Pues le decís que habéis cambiado de idea! ¿O acaso uno no puede cambiar de idea?

—¡Estás loca!

—Sí, como una cabra.

Y aparca con un viraje tan repentino que me lanza contra la puerta, ¡hasta el punto de que podría haber salido volando por la ventana si ésta no hubiese estado cerrada!

—¡Eh, ya veo que has frenado!

Se echa a reír. Desenchufa el iPod y se lo mete en el bolsillo. Nos apeamos. Hay un montón de coches sin carnet: Chatenet, Aixam y Lieger. Los reconozco todos. Samantha, Simona. Elettra, Marina. Cuánto me gustaría tener uno. Dentro de poco cumpliré catorce años. Quién sabe si mis padres estarán pensando en regalármelo. Les he dado a entender de todas las formas posibles que me encantaría, ¡incluso me he quedado dormida varias veces con el catálogo de la Chatenet encima, abierto sobre la cara, como si fuese un periódico! No me importaría en absoluto que fuera usado, en caso de que quieran ahorrarse un poco de dinero. Mis padres trabajan mucho, y en casa no nadamos en la abundancia. Claro que yo tengo mi paga, voy a un buen colegio y no me puedo quejar. A mi hermana Ale le compraron la moto cuando tenía unos catorce años y medio. A Rusty James, a los quince, pero desde entonces no ha pedido nada más y se las ha arreglado solo inventándose mil trabajos, fiestas en locales o en bares, por ejemplo, para poder comprarse la moto que tiene ahora. Sin embargo, su sueño es tener un coche, siempre lo dice: «Me encantaría tener un viejo Mercedes Pagoda como el de Richard Gere en
American gigolo
, me lo compraría azul celeste…».

Yo no he visto esa película, ¡pero si mi hermano dice eso es porque ese coche debe de ser precioso!

Observo con más detenimiento los microcoches de mis amigos. Hay uno nuevo, es azul oscuro metalizado con unos números claros en las puertas de diferentes tamaños. Parece una extraña secuencia: uno de esos complicados acertijos como los de
El código Da Vinci
. Madre mía, a saber de quién será.

—¡Buenas noches! —Alis saluda al señor que está en la puerta con una lista en la mano—. Sereni y Bolla.

El tipo comprueba nuestros apellidos en la lista y luego se aparta risueño para dejarnos entrar. ¡Menuda casa! Es esplendida. La entrada está en la curva de Parioli, un lugar del que ya había oído hablar, pero en el que nunca había estado.

—¡Habéis llegado!

Clod se asoma desde un árbol que hay detrás de la curva, donde se ha escondido.

—¿Que estabas haciendo ahí?

—Adivina. Os estaba esperando.

—Pero si hay media clase ahí dentro, podrías haber entrado.

—Ohhh, qué pesada eres… Me daba vergüenza, venga, entremos juntas.

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