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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Carolina se enamora (18 page)

—Ven, ponte aquí, a mi lado.

Me siento tranquila. En el parque reina un extraño silencio y en algunas zonas está oscuro, pero cuando estoy con R. J. no tengo miedo.

—¿Estás lista, Caro?

Asiento con la cabeza y él se mete una mano en la cazadora, saca un periódico y lo abre muy ufano.

—Aquí está.

Me indica un fragmento escrito en el que, al final, aparece el nombre de Giovanni Bolla.

—¡Eres tú!

—Eh, sí, soy yo. Y éste es mi primer artículo. Mejor dicho, es un relato.

Empieza a leérmelo. Me gusta y lo escucho complacida. Es la historia de un chico que se escapa de casa a la edad de doce años, que coge una bicicleta del garaje después de haber discutido con su padre y se marcha. Y mientras lo escucho recuerdo que una vez me contó que él mismo había hecho una cosa parecida. El relato es divertido y está lleno de detalles, de pasión. Es ágil, no aburre, divierte y emociona, en fin, aunque quizá también me guste por el modo en que mi hermano lo lee. Y de vez en cuando me río porque ese personaje, Simone, es en ocasiones un poco torpe y realmente divertido. R. J. vuelve la página cuando acaba.

—¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? Es mi primer relato.

—Es precioso… —Me gustaría añadir algo, pero sólo consigo decirle—: ¡Hace soñar!

—Bueno, eso no es poco.

—Es un poco autobiográfico, ¿verdad?

—Bueno, todos hemos reñido alguna vez con nuestro padre.

—Ah, claro.

Con el nuestro es realmente sencillo. Y entonces se me ocurre una pregunta de lo más absurda y mientras la hago me arrepiento, pero ya es demasiado tarde y no puedo echarme atrás.

—Pero ¿te han pagado?

R. J. no se enfada, al contrario, está feliz.

—¡Por supuesto! No mucho, pero me han pagado. —Se mete el periódico en el bolsillo—. Piensa que es el primer dinero que gano escribiendo.

—Pues sí…

Se levanta del banco.

—Venga, Caro, vamos a casa, ya es casi medianoche y, además, ¡mamá se preocupa por ti!

Así que nos encaminamos hacia nuestro edificio. Lo hacemos en silencio y yo disfruto de ese momento. Luego me paro de golpe y, no sé por qué, se lo suelto.

—¿Sigues viendo a Debbie?

R. J. me sonríe.

—Hablo con ella…

Pero no quiere decirme nada más.

—Me gustaba mucho. —No le digo lo de la camiseta y todo lo demás.

—Bueno, a mí también. ¡Por eso he vuelto a llamarla!

Y se echa a reír. Acto seguido, abre el portón y me deja pasar.

—Venga, entra.

—R. J., ¿me haces un favor?

—¿Otro?

Siempre dice lo mismo. Luego se ríe de nuevo.

—Dime, Caro.

—¿Me regalas tu primer relato? Lo quiero enmarcar.

Giovanni, el hermano de Carolina

Me llamo Giovanni. Rusty James, como me llama Carolina. Soy su hermano. Escribir es mi sueño. Meter el mundo en una página. Sentir el repiqueteo de las teclas del ordenador o, mejor aún, ver cómo se seca la tinta de una pluma estilográfica en un cuaderno conservado a duras penas con un poco de pegamento y una goma. Es mi pasión. El instante en que me siento más vivo es aquel en que releo una frase, un pasaje, una idea que he detenido para siempre en el blanco del papel transformándolo a mi manera. Es difícil hacer comprender eso a los que piensan que la vida es tan sólo el armazón que en el pasado tenías por cierto, a quien ha dejado de emocionarse, prisionero de las innumerables dificultades de la vida. Como si las dificultades fueran únicamente un mal rollo cuando, en cambio, son ocasiones, posibilidades de demostrar que podemos conseguir lo que pretendemos. ¿Soy un idealista? ¿Un loco? ¿Un soñador? No lo sé. Tengo veinte años, miro alrededor y veo que la vida es dura. Sí, pero también esplendida. Conozco los problemas del mundo, no escondo la cabeza debajo del ala, es duro suscribir una hipoteca para comprar un tugurio, es difícil encontrar un trabajo que no te dé simplemente lo suficiente para sobrevivir, sino que, además, te permita expresarte y vivir de una manera digna. Y también soy consciente de las innumerables injusticias y violencias que nos rodean. No obstante, no he perdido la esperanza. Me conmuevo al contemplar un amanecer, daría lo que fuese por un amigo sin sentirme por ello pobre. Danzo con la vida, la invito a bailar, la abrazo sin excederme, la miro a los ojos y la respeto y la amo, al igual que adoro la mirada de una mujer enamorada. Eso es. Me gustaría estar en esa mirada, dentro, siempre, ser su sueño, hacer que se sienta preciosa y única como la gota de rocío que por la mañana ilumina de repente el pétalo de una violeta. Soy el polo opuesto de mi padre y eso me hace sentirme un poco mal. Me gustaría que me entendiese. Pero, como dice él, sólo tengo veinte años, de manera que, ¿qué puedo saber de la vida? Me viene a la mente Ligabue y su canción «cuando bailas sólo tienes dieciocho años y hay muchas cosas que no sabes, cuando sólo tienes dieciocho años quizá lo sabes ya todo y no deberías crecer nunca…». Es cierto, y quizá sea inevitable que seamos tan diferentes. En cambio, me siento en perfecta sintonía con ella, con Carolina. Mi Caro. Su entusiasmo, la sonrisa y la energía con la que lo vive todo la hacen auténticamente arrebatadora. Somos muy afines, nos entendemos sin necesidad de intercambiar muchas palabras. La quiero y espero que tenga una vida feliz. Se la merece de verdad. Ella confía en mí, cree en mí, me respeta y se hace respetar. Ella es leal con los demás, distinta y madura. Sabia. Sí, ¡Carolina es sabia, pese a que no lo sabe! Y es justo que sea así, es justo que conserve esa inocencia soñadora que no supone ser demasiado ingenuos o alelados, sino conservar sobre todo la capacidad de sorprenderse. Y además está mi madre, a la que adoro, porque siempre se sacrifica sin lamentarse jamás, con el único deseo de darnos lo que necesitamos, sobre todo amor. Me gustan sus manos, algo delgadas, la sonrisa que ilumina sus ojos cuando habla de nosotros o el olor de su piel cuando cocina. Olor a antiguo, a algo que me recuerda a mi infancia. Un olor bueno. A mi hermana Alessandra, en cambio, no consigo entenderla. Me gustaría que se abriese un poco más conmigo, porque la verdad es que no la conozco, jamás he hablado en serio con ella. Y además parece casi celosa de Caro y cada vez que, precisamente por temor a eso, trato de prestarle atención y darle importancia, tengo la impresión de que me rechaza. Se está endureciendo y no comprendo el motivo. Adoro a mis abuelos, las raíces de lo que yo soy, la sencilla franqueza de unos sabios que han visto el mundo y las cosas. Los adoro porque dentro de sesenta años me gustaría ser como ellos, seguir enamorado de la vida y, tal vez, de la mujer que la ha compartido y transformado conmigo. Una auténtica apuesta que debe jugarse con lealtad. Ahora quiero a una mujer, guapa, dulce y sincera. La quiero y espero que ese sentimiento no acabe, que me haga sentir siempre tan bien como ahora. Y, sin embargo, en ocasiones experimento un extraño miedo, tengo la impresión de que no tardará en finalizar o de que quizá ése no sea mi camino. No sé por qué. Sensaciones. Pero bueno, mientras tanto sigo adelante, entre otras cosas porque ella es verdaderamente guapa. Viva la vida.

Octubre

Wishlist

El último CD de Radiohead y de Finley.

Una cinta negra para el pelo, brillante, estilo años treinta.

Peinarme hacia atrás y no vomitar cuando me mire al espejo.

Comprar el cofrecito de
High School Musical
.

Ir a Pulp Fashion, en la via Monte Testaccio, para curiosear un poco entre el
vintage
de los años setenta.

¡Hacer rayos UVA! Papá me va a matar.

En octubre no ha ocurrido nada especial. Es decir…, exceptuando la disputa con don Gianni, el cura que enseña religión en el colegio, la discusión con Gibbo sobre las consecuencias de nuestro beso, y el beso que le di a Filo para que ambos hiciesen las paces. Ah, sí, lo olvidaba, Rusty James se ha ido de casa. En fin, que, pensándolo bien, ha sido un mes bastante movidito, pero vayamos por partes.

—Buenos días, chicos.

Apenas ha cruzado la puerta cuando de repente salen cuatro alumnos, los que están exentos de su hora. La verdad es que no sé si eso es motivo o no de pecado, pero creo que es importante quedarse, no tirar la toalla. Aunque ello signifique discutir y pasarse de la raya, Pero nunca hay que abandonar. Me parece que es un poco como darse por vencido. Yo al menos me quedo. Y siempre he sido de la misma opinión. Hasta ese día.

Don Gianni los mira y acto seguido suspira.

—Pobres… No saben lo que hacen.

El comentario se lo podría haber ahorrado, porque si unos chicos se marchan de clase es porque tienen permiso para hacerlo, lo que quiere decir que lo han pedido en casa, que deben de haber hablado del tema con sus padres, o que quizá hayan sido éstos quienes se lo hayan sugerido. ¡O sea, que saben de sobra lo que hacen! En cualquier caso, se le podría pasar por alto porque es un latiguillo, una forma de hablar. Pero ese día añadió algo que nunca podré olvidar.

—Chicas, hoy por fin podemos hablar de un caso concreto que puede ayudarnos a entender las particularidades del amor…

Al oír eso cierro la agenda, hago a un lado el móvil, lo escondo bajo el estuche y despliego las antenas, ya que siento curiosidad por el tema.

—Una de vuestras compañeras me ha contado su experiencia y me gustaría ponérosla como ejemplo para explicaros ciertos comportamientos… Puedo, ¿verdad que sí, Paola Tondi?

Y Paola, Paoletta, como la llamamos nosotros, se encoge, casi se hunde en su silla. Acto seguido mira por unos instantes en derredor y al final vuelve a emerger como uno de esos submarinos de guerra que salen repentinamente del mar saltando fuera del agua para flotar después entre las olas.

—Claro, sí, claro… —responde con voz trémula.

¿Qué otra cosa podía decir, dadas las circunstancias? En fin, os juro que fue una sorpresa general. Es decir, que ninguna de nosotras se habría imaginado jamás que Paola Tondi, Paoletta, para entendernos, pudiese ser tomada como ejemplo para nuestras experiencias sexuales.

A ver si me explico. Es alta, mejor dicho, no lo es, es baja, mide un metro cuarenta, es bastante corpulenta, lleva ortodoncia, como no podía ser de otro modo, metálica y llamativa, tiene el pelo encrespado y abundante, la cara algo picada, la nariz aguileña y los ojos saltones. ¡Y por si fuera poco, encima huele mal! ¿Habéis entendido de qué clase de persona estamos hablando? ¡Me gustaría saber quién ha tenido el valor, quién ha sido el intrépido que se ha lanzado a una misión semejante!

Y don Gianni se aprovecha de eso. Paoletta, en un momento particular, en un día en que, quizá, necesitaba hablar con alguien y no sabía a quién dirigirse, se lo contó todo a don Gianni. ¿Y él qué hace ahora? Lo usa entrando en toda una serie de detalles para dar su lección. ¿Os dais cuenta?

—Chicas, tened muy presente lo que os voy a decir. El amor no tiene edad, e incluso una chica de trece o catorce años como Tondi puede verse enfrentada a la siguiente duda: ¿es quizá pronto para tener una relación?

Don Gianni nos mira tratando de leer nuestros semblantes. Ha alargado las manos hasta el borde del escritorio y se inclina hacia adelante, nos pasa revista como si se tratara de una ametralladora lista para disparar. Pero nosotras no nos inmutamos, simulamos que casi no existimos, seguimos escuchándolo con gesto imperturbable, que sólo expresa pureza, indiferencia e ingenuidad. Todas permanecemos en absoluto silencio, si bien alguna podría rendirse y replicar: «¡No, no es demasiado pronto!».

De hecho, creo que Lucia, Simona y Eleonora hace más de un año que salen con un chico. Pero, en cualquier caso, sería demasiado pronto. Y, en cualquier caso, por encima de todo, es asunto suyo. Y, en cualquier caso, no entiendo cómo se le puede haber ocurrido a Paola Tondi contarle algo semejante a don Gianni y, sobre todo, a saber qué le habrá contado, ¡qué será verdad y qué no!

—Bueno, Paola, debes ser un ejemplo para tus amigas, para todos tus compañeros… Debes ayudarlos a no tener dudas como, por desgracia, te sucedió a ti. Cuéntanos, estabas sola en casa porque tus padres se habían marchado a pasar el fin de semana fuera, ¿verdad?

Paola asiente con la cabeza.

—Y le dijiste a tu abuela que se iban a marchar mucho después, por la noche, porque querías tener la casa libre por la tarde, ¿no es así?

Paola vuelve a asentir con la cabeza.

—Y entonces llamaste al chico que te gusta desde hace algún tiempo, ¿me equivoco?

Paoletta repite el gesto afirmativo. Y el interrogatorio prosigue.

—Que es el hijo del dueño de la tienda de comestibles que hay debajo de tu casa…

Y continúa de ese modo. La situación se hace cada vez más embarazosa, porque don Gianni va entrando en detalles y también porque Paoletta no abre la boca, ni siquiera mueve ya la cabeza. Además, don Gianni sonríe de vez en cuando, y eso también me molesta. Es más, al final no puedo resistirlo y me pongo en pie de un salto.

—Perdone. ¿Se puede saber por qué sonríe? Mejor dicho, ¿de qué se ríe? Puede tratarse de una historia de amor, de una pasión, incluso de un error frente al Señor, claro…, pero usted, en lugar de comprenderla, de mostrarnos que nos entiende, da la impresión de que se divierte, ¿quiere decirme qué clase de educación es ésa?

—Bolla, no veo qué motivo tienes para intervenir. Estoy tratando de enseñaros cómo debéis comportaros en determinadas situaciones, y eso vale para todos, incluso para ti…, que quizá lo necesites.

—¿Qué ha querido decir con esa última frase? ¿Después de todo lo que ha sucedido con ustedes, los curas, ahora va y me dice que soy yo la que tiene necesidad de algo? ¿De qué? De contárselo a usted, no, desde luego, en vista de cómo lo usa luego… Lo felicito, ¿no se da cuenta del aprieto en el que ha puesto a Paola Tondi después de lo que nos ha contado?

—Eso no es cierto.

—Sí que lo es.

—En ese caso, mejor se lo pregunto a ella. —Don Gianni se dirige a Paoletta con una sonrisita taimada—. Dime, Tondi, ¿estás en un aprieto?

—Espere un momento, así no vale, de ese modo la obliga a contestar lo que usted quiere, no lo que, quizá, piensa realmente. —Abandono mi pupitre y me planto delante de Paoletta impidiendo que don Gianni pueda verla—. ¿Estás en un aprieto? A mí me lo puedes decir.

—Eh, no, así no vale.

Don Gianni baja de la tarima, se coloca delante y seguimos así durante un rato.

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