Entre los ruidos ambientales de fondo oímos un autobús que pasa, un recordatorio estruendoso de cómo mi señorita Kathie va a ser aplastada hasta quedar convertida en lentejuelas de sangre. Tal vez dentro de apenas una hora o dos. Su pelo caoba de estrella de cine y sus dientes perfectos, tan blancos y resplandecientes como la dentadura postiza de
Clark Gable
, quedarán incrustados en la metalizada y sonriente rejilla de un carburador. Los ojos de color violeta saldrán despedidos de sus cuencas pintadas y se quedarán mirando desde la alcantarilla a una muchedumbre de horrorizados fans suyos.
La noche va cayendo mientras nuestras figuras diminutas avanzan hacia el borde del parque, acercándose a la Quinta Avenida. En un momento dado todas las farolas se encienden con un parpadeo y se ponen a brillar.
En ese mismo momento, una de las figuras diminutas deja de caminar mientras la otra da unos cuantos pasos más hacia el frente.
La voz de la señorita Kathie dice:
—Espera —dice—. Tenemos que ver adónde va a parar todo esto. Vamos a tener que leer el segundo borrador y el tercero y el cuarto, si queremos ver hasta dónde piensa llegar Webb para completar su espanto de libro.
Yo tengo que volver a meter discretamente este borrador en su maleta, y todos los días, a medida que la señorita Kathie vaya frustrando cada uno de los sucesivos intentos de asesinato, tendremos que buscar el siguiente borrador para anticiparnos a la siguiente conspiración. Hasta que se nos ocurra una solución.
Cuando cambia el semáforo, cruzamos la Quinta Avenida.
Pasamos por corte a una imagen de nosotras dos acercándonos a la casa de la señorita Kathie, un plano medio que muestra cómo subimos los escalones que llevan a la puerta. Desde la calle vemos cómo una mano peluda sostiene entreabierta la cortina de la alcoba de la segunda planta y cómo unos ojos castaños luminosos observan nuestra llegada. Oímos que unos pasos bajan aporreando las escaleras en el interior de la casa. La puerta principal se abre y el señor Westward aparece en la luz del vestíbulo. Lleva el esmoquin cruzado de
Brooks Brothers
que se menciona en el último capítulo de
Es clavos del amor
. Una orquídea en el ojal de la solapa. Las puntas de una pajarita blanca le cuelgan, sueltas y enroscadas alrededor del cuello de la camisa, y
Webster Carlton Westward III
dice:
—Tenemos que darnos prisa para no retrasarnos. —Mirándonos desde arriba, se sostiene las puntas de la pajarita, se inclina hacia delante y dice—: ¿Te supondría demasiado esfuerzo ayudarme con esto?
Esas manos, las blandas herramientas que tiene planeado usar para cometer su asesinato. Detrás de esa sonrisa, la astuta mente que ha planeado esta traición. Por si fuera poco, todas las mentiras que ha escrito sobre mi señorita Kathie y sus aventuras sexuales acabarán siendo tergiversadas por
Frazier Hunt
de
Photoplay
,
Katherine Albert
de la revista
Modern Screen
,
Howard Barnes
del
New York Herald Tribune
,
Jack Grant
de
Screen Book
,
Sheilah Graham
, todos los rastreros comedores de escoria de la revista
Confidential
y todos los biógrafos que vengan en el futuro. Todas sus escabrosas, indulgentes y sórdidas invenciones se petrificarán y se fosilizarán hasta volverse duras como el diamante, datos sólidos como la roca para siempre jamás. Las mentiras obscenas siempre se imponen a las verdades nobles.
La mirada de ojos violeta de la señorita Kathie deambula hasta encontrarse con la mía.
Un autobús pasa estruendosamente por la calle, haciendo temblar el suelo con su peso y dejando un rastro apestoso de humo de diésel. A nuestro alrededor se arremolina el aire, cargado de polvo y de la amenaza de la muerte inminente.
A continuación la señorita Kathie sube los peldaños hasta la puerta donde la está esperando el espécimen Webster. De puntillas, se pone a anudarle la pajarita blanca. Su cara de estrella del cine está tan cerca de la de él como para sentir su respiración. Desde este momento y durante todo el futuro inmediato, colocándose tan lejos como le sea posible del flujo constante y acechante de autobuses.
Y Webb, ese cabrón malvado y mentiroso, baja la mirada y le planta un beso en la frente.
Pasamos por corte al interior de un lujoso teatro de Broadway. La puesta en escena inicial incluye el arco del proscenio, el telón del escenario que se eleva dentro del arco y, más abajo, las cabezas repeinadas y los instrumentos de metal de los músicos que están en el foso de la orquesta. El director,
Woody Herman
, levanta la batuta y una apasionada obertura de
Oscar Levant
llena la sala, con arreglos de
André Previn
. Piezas musicales adicionales de
Sigmund Romberg
y de
Victor Herbert
. Al piano,
Vladimir Horowitz
. Cuando se levanta el telón, vemos un coro en el que están
Ruth Donnelly, Barbara Merrill, Alma Rubens, Zachary Scott
y
Kent Smith
, haciendo
ronds de jambe
sobre la cubierta del acorazado
USS Arizona
, diseñado por
Romain de Tirtoff
y amarrado en el centro del escenario. Los almirantes japoneses
Isoroku Yamamoto
y
Hara Tadaichi
son interpretados por los bailarines
Kinuyo Tanaka
y
Tora Teje
, respectivamente.
Andy Clyde
ejecuta un zapateo furioso para encarnar al alférez
Kazuo Sakamaki
, el que fue oficialmente el primer prisionero de guerra japonés.
Anna May Wong
hace un solo de claqué interpretando al capitán
Mitsuo Fuchida
, y
Tex Ritter
presta su cuerpo al general
Douglas McArthur
.
Emiko Yakumo
y
Tia Xeo
hacen del teniente coronel
Shigekazu Shimazaki
y del capitán
Minoru Genda
, los bailarines principales entre los oficiales japoneses de rango menor.
Coreografía de
mugido, cloqueo, ladrido
...
Leónide Massine
.
Escenografía de
Gorjeo, rebuzno, maullido
...
W. MacQueen Pope
.
Mientras la orquesta ataca la partitura, el
USS Oklahoma
sufre una explosión cerca de la línea de flotación y empieza a hundirse a la derecha del escenario. El combustible en llamas se propaga a toda velocidad hacia la izquierda y alcanza el fondo del escenario para incendiar el
USS West Virginia
.
En la parte delantera del escenario, un torpedo japonés
Nakajima
se clava en el casco del
USS California
.
Los cazas japoneses
Zero
bombardean el número musical y cosen a balazos a los coristas. Los bombarderos
Aichi
se lanzan en picado sobre
Pearl White
y
Tony Curtis
, provocando una explosión de sirope de maíz rojo, mientras los periscopios acechantes de los submarinos enanos japoneses van de un lado a otro por detrás de las candilejas.
A medida que el
Arizona
empieza a irse a pique, vemos cómo
Katherine Kenton
trepa a la posición del cañón de babor y saca a rastras del asiento el cuerpo de un técnico artillero muerto. A un lado de la tela de color verde oliva de la pechera lleva bordado: «SOLDADO DE PRIMERA HELLMAN». Mi señorita Kathie saca a rastras al héroe muerto y le pone las palmas de las manos sobre el pecho. Mientras las granadas proyectan metralla a su alrededor, los labios de la señorita Kathie articulan una oración silenciosa. De pronto el marinero muerto, interpretado por
Jackie Coogan
, empieza a pestañear. En los brazos de la señorita Kathie, levanta la vista hacia sus famosos ojos de color violeta y dice:
—¿Estoy en el cielo? —dice—. ¿Es usted... Dios?
Con los cazas
Zero
retumbando por el cielo, y el
Arizona
hundiéndose bajo sus pies en las aguas oleaginosas y llameantes de
Pearl Harbor
, la señorita Kathie se ríe. Besa al chico en los labios y le dice:
—No, pero te has acercado... Soy
Lillian Hellman
.
Antes de que la orquesta pueda tocar la siguiente nota, la señorita Kathie salta para meter un obús dentro del gigantesco cañón de la cubierta. Mueve el cañón gigantesco con la rueda para seguir el vuelo en picado de un bombardero Aichi, alineándolo con el punto de mira del arma. Su uniforme blanco de marinero ha sido elegantemente manchado y hecho jirones por
Adrian Adolph Greenberg
, con las heridas sangrantes representadas mediante parches centelleantes de lentejuelas carmesí y piedras de estrás cosidas alrededor de cada agujero de bala. Cantando los compases iniciales de su majestuosa canción, la señorita Kathie dispara el obús y convierte el avión enemigo en un estallido cegador de cartón piedra.
Fuera de plano, una voz grita:
—¡Parad! —Una voz de mujer grita, interrumpiendo los violines y las trompas de pistones, los cohetes y el fuego de ametralladoras—: ¡Me cago en la puta, parad!
Una mujer recorre con pasos furiosos el pasillo central del teatro, con el brazo en alto, blandiendo un guión enrollado tan prieto que parece la cachiporra de un agente de policía.
La orquesta deja de tocar. Las voces de los cantantes se apagan gradualmente. Los bailarines permanecen petrificados y los cazas se quedan encallados, suspendidos en el aire, colgando de unos cables invisibles.
Desde el proscenio, en contraplano, vemos que la mujer que grita es la mismísima
Lillian Hellman
, que ahora dice:
—¡Os estáis cargando la historia! ¡Por el amor de
Anna Q. Nilsson
, resulta que yo soy diestra!
En ese mismo contraplano, vemos que el teatro está casi vacío.
King Vidor
y
Victor Fleming
están sentados en la quinta fila, con las cabezas juntas, hablando en susurros. Más atrás estoy sentada yo, en medio del auditorio vacío, al lado de
Terrence Terry
, cada uno de nosotros con un bebé en el regazo. Apelotonados en el suelo alrededor de nuestras butacas, varios huérfanos más se retuercen y babean dentro de sus cestas de mimbre. Estos
kinder
ocupan la mayoría de los asientos vecinos y se dedican a agitar diversos sonajeros con las manitas rosadas y gordezuelas.
—Esperemos que esta obra fracase —dice
Terrence Terry
, haciendo botar a un huérfano gorjeante sobre la rodilla—. Por cierto, ¿dónde está nuestro mortífero Lotario?
Yo le digo que Webb debe de odiar a muerte a la señorita Kathie después de lo que pasó ayer.
En el escenario, Lillian Hellman grita:
—¡Escuchadme todos! ¡Hay que empezar de nuevo! —grita la Hellman—. Retomemos la parte en que los cazas
kamikaze
del
Ejército Imperial de Japón
planean bajo sobre
Honolulu
para vomitar su letal cargamento de muerte abrasadora sobre
Constance Talmadge
.
En estos momentos el espécimen Webster está siendo sometido a tratamiento en el
Doctors Hospital
. Solo para escapar de la casa, la señorita Kathie ha venido al ensayo, mientras
Webster Carlton Westward III
se recupera de una serie de laceraciones menores en los brazos y el torso.
—¿Arañazos de uñas? —dice Terry.
Yo le cuento que no paran de llegar enfermeras a casa. Monjas y trabajadoras sociales. No paran de traer más bebés abandonados, y la señorita Kathie se niega a elegir uno. En los últimos días, cada nuevo bebé que llega parece menos una bendición y más una adorable bomba de relojería. No importa cuánto los quieras y cuántos mimos les des, aun así se terminarán convirtiendo en
Mercedes McCambridge
. Da igual todo el afecto que le prodigues a una criatura, al final te puede romper el corazón convirtiéndose en
Sidney Skolsky
. Todos tus cuidados, toda tu preocupación y todas las atenciones que les prodigues pueden obtener como resultado otro
Noel Coward
. O puedes cargar a la humanidad con un nuevo
Alain Resnais
. Solo hay que mirar a Webb para ver que todo el amor que le pueda dar la señorita Kathie no conseguirá redimirlo.
En una de sus muñecas, el huérfano que tengo en brazos lleva una pulsera de cuentas que pone: BEBÉ SIN RECLAMAR NÚMERO 34.
La mera idea de que yo cuide a una criatura es ridícula mientras siga teniendo que hacerme cargo de la señorita Kathie. Un bebé es una pizarra en blanco, es como adiestrar a tu suplente para un papel que tienes planeado abandonar. Es verdad que confías en que tu sustituto le haga justicia a la obra, pero en secreto quieres que los críticos del futuro digan que fue mejor tu interpretación.
—A mí no me mires —dice Terry, haciendo malabarismos con su huérfano—. Yo ya tengo bastante con intentar criarme a mí mismo.
Pese a eludir en repetidas ocasiones la muerte por accidente de autobús y por cena en el Cub Room con Lilly Hellman, la señorita Kathie ha invitado a Webb a vivir con ella, a fin de que podamos supervisar con más facilidad los futuros borradores del libro que está escribiendo. También me ha confesado que ahora que sabe que en realidad Webster es un asesino psicótico, un homicida implacable y calculador, tienen una vida sexual más apasionada que nunca.
Ha sido Webb quien le ha traído este proyecto teatral a la señorita Kathie, quien le ha dado el guión para que lo lea y le ha dicho que sería perfecta para interpretar a la desenvuelta y corajuda Hellman, que es seducida por
Sammy Davis Jr
. y lanzada en paracaídas a
Waikiki Beach
sin nada encima más que un bote de filtro solar y la orden de detener el avance del Ejército Imperial. Por el camino se enamora de
Joi Lansing
, Según Webb, este papel estelar tiene asegurado el
Premio Tony
.