Authors: Jude Watson
Obi-Wan saltó dentro del skyhopper y Andra le siguió. El joven se puso a los mandos mientras el techo se iba cerrando sobre sus cabezas. Obi-Wan encendió los motores y la nave se elevó. Las puertas superiores se cerraban y la abertura se estrechaba. Obi-Wan puso los motores a plena potencia.
—¡No vamos a conseguirlo! —gritó Andra.
Obi-Wan tiró de los controles para que el skyhopper se inclinara hacia un lado. La nave se dirigió hacia la pequeña abertura y la atravesó pasando a un centímetro de ambos bordes.
—¿Hemos salido? —preguntó Andra con los ojos cerrados. Tenía la frente perlada de sudor y estaba agarrada al asiento.
—Hemos salido —respondió Obi-Wan, limpiándose el sudor de la frente con la manga—. Próxima parada, Thani.
Qui-Gon paseaba impaciente de un lado a otro junto al círculo central del pabellón. Tuvo mucho cuidado de ocultarse la cara con la capucha. Estaban en el intermedio de los juegos y gran parte del público se había ido a los puestos de comida, pero no podía arriesgarse a ser visto. Su foto estaba en todas las casetas de información de Thani.
Obi-Wan y Andra debían haber vuelto ya. ¿Y si le había pasado algo a Obi-Wan? Era la segunda vez que el chico estaba en grave peligro y, de nuevo, Qui-Gon había permitido que eso ocurriera.
—Relájate, Qui-Gon —dijo Den—. Me estás poniendo nervioso.
Pero Qui-Gon se dio cuenta de que el rostro de Den estaba tenso por los nervios, y continuó observando los pasillos que les rodeaban.
—Tú también estás preocupado por Andra —dijo Qui-Gon.
—¿Quién, yo? —dijo Den, mirando hacia otro lado—. Yo no me preocupo por otras personas, sólo por mí mismo. Soy el que está a punto de apostar los ahorros de toda una vida.
Para poder amañar los resultados y ganar el sorteo, Den había tenido que reunir dinero suficiente para hacer una apuesta creíble. Para ello había añadido a uno de los préstamos de fácil obtención en Telos todos los créditos que tenía. Si perdía, tendría que hacer frente a una deuda considerable.
—¿Estás seguro de que interpretaste el juego correctamente? —preguntó Qui-Gon—. ¿Seguro que sabes quién va a ganar?
—Me partiré las piernas si me equivoco —dijo Den—. Será Kama Elias. Relájate.
—Recuerda que cuando ganes yo estaré aquí —le dijo Qui-Gon—. Ni se te ocurra largarte con el premio. Ese dinero regresará intacto a las arcas del tesoro de Telos.
—Por supuesto que sí —dijo Den—. Que me maten si traiciono a mis amigos.
—No me tientes —dijo Qui-Gon fríamente.
La plataforma del círculo central comenzó a elevarse y dio comienzo la siguiente ronda de los juegos. Qui-Gon y Den ocuparon sus asientos. El Maestro Jedi permanecía atento por si llegaba Obi-Wan. Cuando los participantes en el sorteo apostaran en la última competición, Xánatos presentaría el premio. Entonces se mostrarían en las pantallas gigantes escenas de lo que la katharsis había patrocinado. En lugar de las habituales imágenes de belleza, la multitud vería escenas de devastación. Pero sólo si Obi-Wan regresaba a tiempo.
Comenzó la segunda ronda de juegos. Los apaleados competidores iban a jugar una ronda de bola-choque. Los gritos de la gente jaleaban la parte más salvaje del concurso.
La preocupación de Qui-Gon crecía por momentos. ¿Dónde estaba Obi-Wan?
Recordó las circunstancias que habían rodeado su salida del Templo. Estaban juntos en la plataforma de aterrizaje, justo antes de coger un transporte que les conduciría al hangar de la nave de pasajeros. Ya se habían despedido de sus amigos: Tahl, Bant y Garen, e incluso de Yoda, que no aprobaba el viaje.
—No es demasiado tarde, Obi-Wan —le había dicho Qui-Gon—. No pasa nada porque te quedes. No interferirá en lo que pase entre nosotros más tarde, te lo prometo. Es mejor que te quedes.
Recordó la clara determinación en la mirada de Obi-Wan.
—Sé que no me necesitas, Qui-Gon. Soy consciente de que puedes hacerlo solo, pero yo te ayudaré.
Ahora Qui-Gon se reprendió a sí mismo. En aquel momento pensó que no podía impedir que Obi-Wan le acompañara. Pensó que la determinación en la mirada del chico significaba que por mucho que insistiera, Obi-Wan no iba a volver al Templo para quedarse.
¿Pero eso era cierto? ¿Se había dejado llevar por la gratitud? Otra vez se había dejado influir por sus emociones. ¿Debería haberse puesto estricto y haber insistido para que Obi-Wan se quedara? ¿Había sido egoísta?
Qui-Gon estuvo a punto de gruñir en alto. Oficialmente, Obi-Wan no era todavía su padawan, pero él seguía descubriendo nuevas formas de fallar al muchacho. Se había mostrado reacio a enfrentarse a la responsabilidad que le exigía tomar un nuevo padawan, pero después lo había aceptado. Muy pronto aprendió a disfrutar de esa responsabilidad, pero ahora estaba desorientado y sus sentimientos iban a la deriva. Quería hacer lo correcto, pero no estaba muy seguro de cómo lograrlo. Era demasiado consciente de sus propios fallos y de lo que podía salir mal.
Pero Obi-Wan estaba muy seguro. El chico tenía mucho que enseñarle sobre la certeza y la confianza. Si tan sólo apareciera de una vez.
Qui-Gon vio a alguien que le resultaba familiar avanzando rápidamente entre la gente. ¡Obi-Wan! Andra le seguía deprisa, dando grandes pasos para seguir las zancadas de Obi-Wan. Con sólo mirar al chico supo que la misión había tenido éxito.
Obi-Wan y Andra pasaron por delante de unos espectadores que se quejaron, y llegaron hasta Den y Qui-Gon. Obi-Wan le entregó la vara grabadora.
—Lo tenemos todo —dijo.
Qui-Gon se levantó inmediatamente y se fue. Ya sabía dónde estaba la cabina técnica desde la cual se retransmitían las imágenes visuales en los descansos.
El técnico estaba sentado frente al ordenador, comiéndose una grasienta tartaleta de carne. A su alrededor había un montón de monitores pequeños que mostraban lo que se estaba emitiendo en ese momento. Había una cámara para cada competidor, otra mostraba un plano general, varias enfocaban vistas parciales y el resto mostraban planos de distintos espectadores. Durante el descanso, esas imágenes serían sustituidas por las del parque global.
El técnico le miró.
—¿Quién eres?
Qui-Gon puso la vara grabadora sobre la consola.
—Hay que mostrar estas imágenes tras el discurso de Xánatos. Son órdenes del gobernador.
El técnico se chupó una gota de salsa del dedo gordo.
—No he oído nada de eso.
Qui-Gon miró fijamente al hombre, que siguió comiendo.
—Tienes que mostrar las imágenes después del discurso.
—Las pondré después del discurso —dijo el técnico con la boca llena.
Qui-Gon contempló sus grasientos dedos.
—Y te lavarás antes las manos.
—Me lavaré antes las manos —dijo el técnico como si acabara de ocurrírsele.
Qui-Gon esperó a que el técnico tirara la comida y se limpiara los dedos cuidadosamente. Luego le vio cargando las imágenes. Cuando estuvo seguro de que el hombre llevaría a cabo el plan, se fue.
El último juego había terminado. Sólo quedaban cuatro competidores.
El gobernador anunció los nombres de los ganadores del sorteo. El público soltó una mezcla de quejidos y vítores. Cuando el nombre de Den fue anunciado, éste se puso en pie y lanzó un grito tirolés.
Luego se volvió hacia ellos con los ojos reluciendo.
—¿Listos?
Los ojos de Andra mostraban determinación.
—No nos falles, Den.
Den se acercó a ella.
—Algún día vas a tener que fiarte de alguien, Capitana Integridad —dijo en voz baja.
—Ya lo sé —dijo Andra—. ¿Pero tienes que ser tú? Ella mostró una sonrisa llena de confianza y le acarició la mejilla.
Una sonrisa surgió lentamente en los rasgos infantiles de Den. Con ese gesto, se dirigió al escenario para reunirse con los otros ganadores. Andra juntó las manos y apretó con fuerza.
—Yo también me fío de él —le dijo Qui-Gon. Obi-Wan le dedicó una mirada que quería decir:
¿Cómo puedes estar seguro?
Qui-Gon quería decirle que algunas veces le resultaba más sencillo interpretar a los extraños que a la gente que tenía cerca. Cuando su corazón no entraba en juego, sus instintos le decían quién podía fallarle y quién podía ser sincero. Esperaba que después de esta misión, Obi-Wan y él tuvieran tiempo para hablar.
Obi-Wan se acercó a él.
—¿Estás seguro sobre esto?
Qui-Gon asintió.
—Sí, lo estoy, pero tengo unos barredores preparados por si se le ocurre escaparse. Con los años he aprendido a fiarme de mis instintos.
Los concursantes del sorteo se colocaron frente a varias consolas pequeñas. Todos apostaban enormes sumas al resultado final. Den montó un numerito de agónica indecisión antes de realizar su apuesta. Andra suspiró.
—No puede resistir la oportunidad de llamar la atención —dijo, retorciéndose las manos nerviosa.
Comenzó la última ronda, que consistía en la repetición breve de todos los juegos que se habían llevado a cabo durante la competición. A aquellas alturas, los competidores ya estaban cubiertos de sudor, mugre y sangre. Los ganadores del sorteo se sentaron en una plataforma, contemplando la acción y conscientes de que los ahorros de toda su vida dependían del resultado. La multitud no paraba de gritar.
El juego de bola-choque ponía punto final a los juegos. Kama Elias pasó rozando a su oponente, que giró demasiado rápido y perdió el control, precipitándose en una caída fatal. Kama se apuntó un tanto. Sonó el timbre. Los juegos habían terminado.
Den saltó de la plataforma y se puso a bailar frenéticamente en mitad de la arena. A la gente le encantó, y gritaron su nombre. Las pantallas parpadeaban ¡¡ ¡Den, Den, Den!!!
Entonces, la plataforma comenzó a elevarse desde el círculo central y Xánatos apareció de pie sobre ella. Era una silueta negra y autoritaria. Xánatos elevó los brazos hacia el público, que cambió su grito y comenzó a articular su nombre. Miles de pies patearon el suelo y todo el pabellón comenzó a estremecerse.
—¡Xa-na-tos!, ¡Xa-na-tos!, ¡Xa-na-tos!
El aludido levantó una mano para pedir silencio. Los gritos se apagaron lentamente. Entonces, su hipnótica voz retumbó en el pabellón.
—¡La katharsis nos salva!
—¡Sí! —respondió el público.
—¡La katharsis nos enriquece!
—¡Sí!
—¡La katharsis protege nuestros lugares sagrados!
—¡Sí!
Qui-Gon miró a las pantallas.
Hazlo ahora
, apremió al técnico.
Las imágenes de la enloquecida multitud desaparecieron y apareció una vista de los Lagos Sagrados. Pero en lugar de verse agua cristalina y brillante, se vio una laguna negra cubierta de espuma de cuya superficie salía vapor.
Al principio, la gente no se dio cuenta. Entonces se vio otra imagen, y otra. La colina de malab, las excavadoras subterráneas, el detector de metales cerca de la piedra devastada, máquinas gigantes extrayendo arena dorada, gravitrineos aparcados en lo que fue un paisaje maravilloso...
Comenzó a oírse un murmullo. Xánatos no se estaba dando cuenta. Se encontraba frente al público y no veía las pantallas.
—Gracias a la katharsis nuestro amado Telos tiene la protección garantizada durante generaciones —dijo—. El pueblo ha hablado. Han salvaguardado su legado.
Una imagen del logotipo de Offworld llenó la pantalla. Estaba impresa a fuego en una caja de detonadores termales.
El murmullo de la inquieta audiencia se convirtió en un zumbido que llenó el pabellón como si una habitación llena de equipos electrónicos se hubiera vuelto loca.
La siguiente imagen fueron unas excavadoras descargándose desde un remolcador de mantenimiento. Una imagen ocupó la pantalla: "Offworld".
El zumbido se convirtió en un rugido de incredulidad y furia.
Xánatos miró a las pantallas al fin. Qui-Gon le observaba. Cualquier otra persona habría mostrado su sorpresa y su rabia, pero Xánatos se quedó quieto.
El pabellón lanzó un grito al unísono. Muchos se levantaron y el estruendo aumentó de intensidad. La multitud comenzó a levantarse de sus asientos y a alzar sus puños. Comenzó un pataleo rítmico, un interrogante más potente que cualquier pregunta articulada.
Xánatos alzó las manos pidiendo silencio. Le llevó un tiempo que la gente se calmara.
—¿Por qué creéis lo que estáis viendo? —preguntó tranquilamente y en tono autoritario—. Creed en lo que yo os digo. Alguien está intentando enfureceros. Alguien está intentando engañaros.
Alguien gritó una pregunta:
—¿Quién?, ¿tú?
La gente repitió la pregunta.
—¿Quién?, ¿tú?; ¿Quién?, ¿tú?
—¡Exigimos una respuesta! —gritó otra persona.
—¡Estoy respondiendo a vuestras dudas! —rugió Xánatos—. ¡Os han tendido una trampa! Invito a cualquiera de vosotros a venir conmigo a los Lagos Sagrados para comprobar que no pasa nada. Confío en mi Gobierno y confío en la corporación UniFy. Gobernador, ¿permitirá usted que los Lagos Sagrados se abran al público para que lo vean con sus propios ojos?
En la primera fila, un hombre de pelo plateado se levantó.
—Lo haré.
Xánatos abrió los brazos.
—¿Lo veis? No hay nada falso aquí. Sólo sinceridad. No podemos dejarnos llevar por los engaños.
La gente comenzó a callarse. La confianza estaba empezando a ganar terreno a la ira.
—¡Y ahora dejadme desenmascarar a aquellos que han mentido a nuestro mundo! —gritó Xánatos, y la multitud gritó a modo de aprobación.
Xánatos salió de la plataforma un momento. Qui-Gon vio cómo le decía algo brevemente a uno de los guardias de seguridad que rodeaban el círculo, y luego vio a otro guardia hablando por un intercomunicador.
Qui-Gon sintió pavor.
—Ponte la capucha, Obi-Wan —dijo rápidamente.
Un momento después, los rostros de Qui-Gon y Obi-Wan aparecieron en las pantallas.
—¿Habéis visto a estos hombres? —exclamó Xánatos, señalando los monitores—. ¡Son enemigos de Telos! ¡Fueron condenados a muerte, escaparon y ahora siguen tramando sus maldades! Y están aquí, en este estadio. Son ellos los que pusieron esa cinta. Mirad a los que tengáis al lado. ¿Les veis? ¡Ellos son los que os han engañado!
—Oh, oh —suspiró Andra. Luego se echó hacia delante, tapando a Obi-Wan y a Qui-Gon y fingiendo que miraba a la gente que la rodeaba.
Pero fue inútil. Un telosiano que tenían delante se giró y miró por debajo de las capuchas. La sorpresa al reconocerles hizo que se quedara boquiabierto. Entonces se levantó y exclamó.