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Authors: Jude Watson

Ajuste de cuentas (4 page)

—¿A otro delincuente? —preguntó Obi-Wan. Den escudriñó tras la cortina.

—Esos guardias podrían estar aquí por mí. De hecho, pensé que venían a por mí en el pabellón de katharsis. No soy un delincuente exactamente. Soy más bien un... facilitador.

—¿Y por qué tendríamos que creerte? —le preguntó Obi-Wan.

—Pues, veamos, ¿porque vosotros también sois delincuentes? —Den se separó de la ventana—. Guardad las espadas ésas. Hay una salida.

Obi-Wan y Qui-Gon se miraron. El Maestro Jedi se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podían hacer? Era mejor confiar un poco más en Den que enfrentarse a veinte oficiales de seguridad.

Den les llevó por el pasillo hasta la cocina, se acercó hasta una puertecita en la pared y la abrió.

—Después de usted —dijo a Obi-Wan.

Un olor repugnante sacudió al joven.

—¿La rampa de la basura?

—¿Tienes una idea mejor? —preguntó Den—. Bueno, si insistes, iré primero.

Se introdujo en el reducido espacio y se dejó caer. Oyeron un ruido sordo y un gritito. Luego les llegó la hueca voz de Den.

—No pretendo decirles a dos Jedi lo que tienen que hacer, pero sería mejor que os dierais prisa.

Obi-Wan se metió por la abertura y se deslizó. Pasó entre restos de verdura y comida podrida. Su mano rozó algo viscoso y luego cayó en un gran contenedor lleno de basura. Un momento después, Qui-Gon aterrizó a su lado.

—Ha sido maravilloso —dijo Qui-Gon, quitándose un resto de algo de la túnica—. Gracias.

—Ha sido un placer. Por aquí —les apremió Den.

Salieron del contenedor y siguieron a Den por un pasillo en el que se alineaban estanterías repletas de latas de comida.

—Hace cincuenta años, Telos sufrió una ola de hambre —explicó Den—. Mi casera tenía diez años por entonces, pero no pudo olvidarlo. Está más loca que yo.

El pasillo acabó por fin en una puerta inclinada.

—Esto nos llevará a los jardines —explicó Den en voz baja—. No parecen pertenecer a la casa, así que apuesto diez contra uno a que no lo habrán tomado.

—¿Diez contra uno? —preguntó Qui-Gon.

—¡Son muchas posibilidades! —le garantizó Den—. Oye, si seguís sin confiar en mí, matadme ya. Venga. Sacadme de mi miseria. Si me equivoco, partidme en dos con ese tubito brillante que lleváis. ¿No? De acuerdo, vamos entonces.

Qui-Gon miró asombrado a Obi-Wan, que le respondió frunciendo el ceño. No entendía por qué Qui-Gon siempre confiaba en los canallas que se encontraban, y, sin embargo, en lo referente a él, siempre era estricto y severo.

Den abrió sin mucha dificultad la puerta inclinada. Subieron un tramo corto de escalones y salieron al exterior. Estaban rodeados de plantas de elevada estatura y hojas verdes.

Den les indicó con la cabeza hacia dónde debían ir. Mientras se abrían paso entre el crujido de las plantas, intentando no agitarlas más que el viento, podían oír a los guardias echando puertas abajo en la casa de huéspedes.

Cuando llegaron al final del jardín, Den dudó.

—¿Ahora qué hacemos? —preguntó Obi-Wan.

De repente, un disparo de pistola láser alcanzó la hilera de plantas que tenían a la derecha.

—Eeeh, déjame pensar... ¿Correr? —sugirió Den.

Echaron a correr zigzagueando por los jardincitos. Qui-Gon miró hacia atrás y vio a los guardias tras ellos.

—Llevamos mucha ventaja —gritó Den—. Podemos dejarles atrás. Por lo menos no van en motojets.

En ese momento, tres motojets salieron tras ellos.

—Vaya —jadeó Den.

—¡Activa el sable láser! —gritó Qui-Gon a Obi-Wan.

No aminoraron la marcha y mantuvieron el ritmo de Den. La Fuerza les indicaba cuándo darse la vuelta para rechazar los disparos con el sable láser.

Den zigzagueó por un laberinto de callejuelas. Las motojets les ganaban terreno.

—Aguantad un poco, ya casi estamos —les gritó.

Salieron a un jardín donde una tubería de drenaje surgía del césped. Den se introdujo en su interior. Obi-Wan y Qui-Gon le siguieron rápidamente. Las motojets rugieron furiosas sobre sus cabezas. Los disparos de pistola láser rozaron la tubería, pero no traspasaron el metal.

—Esto discurre bajo tierra hasta un sótano cercano —dijo Den—. Nunca nos encontrarán.

—Eso fue lo que dijiste antes —gruñó Obi-Wan.

—Dije diez contra uno —corrigió Den—. La próxima vez te daré más posibilidades.

Se arrastraron a cuatro patas sobre agua sucia y cubierta por una capa de lodo.

—Den, ¿qué era lo que drenaban por esta tubería? —preguntó Qui-Gon. El olor era peor que el de la rampa de basura.

—No preguntes —dijo Den sonriendo.

Al fin vieron un pálido rayo de luz. Fueron a parar al suelo de un sótano, con las túnicas manchadas de polvo, basura y una sustancia que Obi-Wan prefirió no identificar.

Den les condujo al exterior a través de una puerta lateral, y salieron a un callejón. Luego miró a ambos lados y hacia arriba.

—¿Lo veis? Estamos salvados.

—¿Tú estarás a salvo a partir de ahora? —preguntó Qui-Gon.

—¿Es una broma, no? ¡No podéis dejarme ahora! —protestó Den—. Aún no he terminado de salvaros el pellejo. Vamos, yo os llevé hasta el peligro. Dejad que os saque de él. Conozco un sitio seguro en el que podéis quedaros.

—¿Tan seguro como el último? —preguntó Obi-Wan.

—Éste es distinto —les garantizó Den—. Es el escondite de un colega. Mirad, los guardias estarán por todas partes. Tenéis que ocultaros al menos unas horas.

—¿Y por qué deberíamos fiarnos de ti? —preguntó Qui-Gon.

—Quizá porque no hay más opciones —dijo Den.

—Uno siempre tiene opciones —concluyó Qui-Gon—, pero te seguiremos.

Capítulo 6

Obi-Wan no podía creerlo. Era obvio que Den era un delincuente. ¿Por qué le confiaba Qui-Gon sus vidas? Cuando Den echó a andar, Obi-Wan le hizo esa pregunta a Qui-Gon. El Jedi se limitó a suspirar.

—Piénsalo, Obi-Wan. Nosotros también somos delincuentes, al menos para la policía. ¿Quién puede ocultarnos mejor que los que también se esconden?

Qui-Gon le puso una mano a Obi-Wan en el hombro.

—No te preocupes. En su interior sólo hay pureza.

—Que me maten si lo percibo —gruñó Obi-Wan. Aun así, le gustaba la sensación tranquilizadora que le provocaba la mano en su hombro. Era casi como si Qui-Gon y él fueran Maestro y aprendiz de nuevo.

Den les llevó a otra zona de la ciudad, lejos de las amplias avenidas del centro. En aquel lugar, los edificios se apiñaban unos contra otros como si el viento frío les hubiera obligado a acercarse para darse calor y protección.

Den les guió hacia un edificio situado en medio del grupo. En lugar de entrar, se introdujo por un callejón cercano. Una tubería rota colgaba de una pared. Den saltó y se agarró a ella.

—Es más sencillo de lo que parece —dijo. Sonrió ante la exasperada mueca de Obi-Wan—. ¿Qué pasa, chaval? Has bajado por una rampa de basura y te has metido por una tubería de drenaje. Creo que puedes hacer esto.

Mirando irritado a Qui-Gon, Obi-Wan asió la tubería. Desde la calle parecía que iba a caerse encima del primero que pasara, pero comprobó que estaba firmemente sujeta al muro. Tenía pequeños clavos en los lados que no se veían desde abajo, pero eran suficientemente grandes como para servir de asideros para los pies y las manos. Den tenía razón. Era más fácil de escalar de lo que pensaba.

Obi-Wan subió y llegó hasta el borde del tejado. Había un depósito de agua en una esquina, con una ruinosa escalera en espiral que lo rodeaba y ascendía hasta una plataforma colocada en la parte superior.

—No me lo digas —dijo Obi-Wan—. Ahora tenemos que saltar al depósito de agua.

—¡Fijo! —dijo Den, riéndose. Llegó hasta el tanque y dio una serie de rítmicos golpecitos. Recibió otra en respuesta.

—Está dentro —dijo—. Vamos.

Obi-Wan siguió a Den por la escalera en espiral hasta la parte superior del depósito. Cuando llegaron a la plataforma, vio que el techo estaba hueco. Estaba pintado para que pareciera agua oscura. Nadie desde arriba podría distinguir ese depósito de los que había en los otros tejados.

Den abrió una trampilla y desapareció en el interior. Obi-Wan le siguió. Para su alivio, se encontró en una escalera que conducía a un bonito apartamento. Las paredes eran curvas y estaban hechas de duracero. El suelo estaba cubierto con una gruesa moqueta y había sitios cómodos para sentarse. En el centro descansaba una mesa enorme repleta de material técnico.

Una joven se levantó de su sitio en la mesa. Tenía el pelo castaño oscuro recogido en varias trenzas alrededor de la cabeza, y los ojos de un cálido color miel. En ese momento, miraba con sospecha a Obi-Wan y Qui-Gon.

—¿A quién me has traído esta vez, Den? —preguntó ella.

—Amigos —respondió Den.

—Siempre son amigos —dijo ella en tono suspicaz. Contempló parpadeando las túnicas manchadas—. Y siempre van tan bien vestidos.

—Tuvimos un par de problemitas para llegar, pero podrían ayudarnos —se volvió hacia Qui-Gon y Obi-Wan—. Ésta es Andra. Es la líder del partido POWER, es decir "Preserva Nuestros Recursos Naturales en Peligro de Extinción"
[1]
. Andra, ellos son Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi, dos visitantes Jedi a los que la policía parece perseguir.

Ella entrecerró los ojos.

—¿Por qué os buscan?

Den cogió una pieza de fruta de un cuenco y se la lanzó a Obi-Wan.

—Toma, chaval, que pareces hambriento. ¿Y qué más da por qué les buscan, Andra? Les necesitamos. Necesitan información sobre UniFy.

Las sospechas de Andra se tornaron en interés. La mujer les miró con curiosidad.

—Quizá podríais explicarnos qué es lo que hacéis —sugirió Qui-Gon—. ¿Qué es el partido POWER?

—Somos un partido político que se opone a los que controlan el Gobierno —respondió ella—. Por desgracia, ahora estamos fuera de la ley. El Gobierno nos ilegalizó. Fuimos los primeros en dar la voz de alarma cuando el Gobierno otorgó la administración de nuestros lugares sagrados a UniFy. Preguntamos por qué entregaban nuestras tierras a intereses privados, y por qué teníamos que confiar en que una corporación las conservaría y protegería. Casi nadie nos escuchó. A casi todos les bastaba con liberarse de la carga de los impuestos. Pero algunos nos escucharon y se unieron a nosotros. En nuestro grupo hay antiguos trabajadores del Gobierno, científicos, expertos en medioambiente y ciudadanos comunes que nos oyeron cuando se nos permitía hablar. Ahora tenemos que ocultarnos y nos reunirnos aquí cuando podemos.

—¿Tenéis pruebas de que UniFy se está aprovechando de los lugares sagrados? —preguntó Qui-Gon.

Ella dudó un momento.

—Teníamos pruebas de que algo está ocurriendo en los Lagos Sagrados. Tres personas fueron al parque global para recopilar imágenes y pruebas. Murieron en un accidente de deslizador cuando regresaban a Thani. Me dijeron que tenían pruebas irrefutables de algo, pero no de qué. Creo que su muerte no fue un accidente. Las pruebas que traían consigo fueron destruidas. Nos estamos movilizando para hacer otra incursión —la mujer se tiró impaciente de un pelo que se le había salido de una trenza—. Es difícil. La seguridad es muy estricta en los parques globales. Dicen que tienen que mantener a la gente alejada hasta que terminen de recuperar la tierra. Nosotros pensamos que la están explotando, inspeccionándola para futuros desarrollos.

—¿Y por qué no hace más preguntas el pueblo de Telos sobre todo eso? —preguntó Qui-Gon—. Este planeta es famoso por la conservación de sus bellezas naturales. No tiene sentido, ni siquiera desde un punto de vista económico. El turismo es una de las mayores industrias en Telos.

Andra parecía desolada.

—La katharsis. La gente está obsesionada por las apuestas. Viven con la esperanza de ser elegidos en el sorteo y no se preocupan por los turistas. Ahora vienen más por la katharsis que por los parques globales. La codicia se ha apoderado de ellos como una fiebre —miró a Qui-Gon interrogativa y fría—. ¿Qué os hace pensar que podéis ser útiles?

—Yo no lo pienso —dijo Qui-Gon sinceramente—. Fue idea de Den.

—Parecéis muy interesados en UniFy —dijo Den—. Y quizá me equivoque, pero creo que no tenéis cita mañana.

Qui-Gon no dijo nada. Obi-Wan admiró su tranquilidad. Era capaz de comunicar su paciencia y sus ganas de escuchar sin ofrecer nada a cambio.

—¿Eres activista del medio ambiente, como Andra? —preguntó Obi-Wan a Den.

Antes de que pudiera responder, Andra se echó a reír.

—¿Quieres decir que si está comprometido con algo que no sea él mismo? No. Den no. Nuestra relación es puramente económica.

—Oye, un momento —replicó Den enojado—. Yo tengo tantos ideales como cualquiera.

—Sí, si cualquiera quiere decir ladrones o carteristas —replicó Andra, girándose hacia Obi-Wan y Qui-Gon—. Cuando nos reunimos por primera vez en el subsuelo, necesitábamos equipo técnico. Tuve que buscar en el mercado negro piezas de ordenador y comunicadores. Así conocí a Den. Ha estado robando las piezas que necesitábamos para seguir adelante. Hemos conseguido imprimir una publicación clandestina advirtiendo a la gente de lo que pasa. Pero Den sólo siente lealtad por los créditos que le doy.

—Perdóname por necesitar dinero para vivir, Capitana Integridad —dijo Den a Andra—. No todos podemos vivir de ideales. Sobre todo porque no te pagan el alquiler. Si no fuera por mí estarías hablando con estas paredes, y no con la "gente" de ahí fuera.

—Cómo te gusta adjudicarte el mérito de nuestros logros—le dijo ella con frialdad.

—¿Veis lo que pasa cuando intentas ayudar a alguien? —farfulló Den a los Jedi—. Insultos. Con razón soy un ladrón.

Andra le ignoró y se volvió hacia Qui-Gon y Obi-Wan.

—Podéis quedaros aquí si queréis. Los enemigos de UniFy son mis amigos.

—Yo no he dicho que fuera enemigo de UniFy —dijo Qui-Gon sonriendo.

Ella le contempló un instante.

—Pero lo eres, ¿no? Puede que Den tenga razón. Quizá podamos ayudarnos unos a otros. Pero tenéis que contarme por qué estáis aquí y por qué os busca la policía.

—No sé de qué se nos acusa, pero debe ser grave —admitió Qui-Gon—. Sea lo que sea, es falso. Tenemos un enemigo poderoso en Telos. Creo que está utilizando UniFy como tapadera para su propia empresa.

—¿Qué empresa? —preguntó Andra.

—Offworld.

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