Authors: Jude Watson
Andra se quedó sin aire.
—Offworld... Es la corporación minera más grande de la galaxia —dos puntos de color aparecieron en sus mejillas—. Pero eso significa que UniFy podría estar estudiando nuestras tierras para futuras prospecciones. Si pudiéramos probar que las dos compañías están relacionadas tendríamos pruebas de los planes de UniFy.
—Andra me contrató para introducirme en los archivos de UniFy —les dijo Den—. Trabajé allí hace unos meses y olvidé devolver la tarjeta de identificación. Tuve que irme muy rápido.
—¿Lo olvidaste? —preguntó Qui-Gon.
Den sonrió.
—Y luego, al marcharme, me llevé por error otros dos carnets. Podemos entrar. Tenemos todo a favor.
Qui-Gon dudó y se volvió hacia Andra.
—Tú no pareces fiarte de él. ¿Por qué tendríamos que hacerlo nosotros? —dijo Qui-Gon firmemente.
Andra suspiró.
—¿De qué vas, Den? ¿Por qué arriesgarte a entrar de nuevo?
—Porque no he terminado el trabajo por el que me pagaste —le dijo Den—. Me siento mal por ello. Tengo mi integridad, ¿sabes?
—¡Pero si eres un ladrón! —gritó ella desesperada.
—¡Exacto! —exclamó Den—. ¡Por eso voy a robar!
—¿Por qué será que no me siento seguro? —se preguntó Obi-Wan en voz alta.
Andra suspiró.
—Sé exactamente lo que quieres decir.
Además de los carnets, Den se las había arreglado para robar los unimonos grises que vestían los empleados técnicos no cualificados en UniFy. Fue increíblemente sencillo unirse a la corriente de trabajadores que entraban en el edificio al amanecer del siguiente día. Los guardias de seguridad les cogieron las tarjetas identificativas y les permitieron la entrada.
Vale, ya hemos entrado
, pensó Obi-Wan.
¿Pero será tan fácil salir?
Por alguna razón, Qui-Gon había decidido fiarse del tal Den. Y el Consejo Jedi pensaba que él, Obi-Wan, era el impulsivo.
Den bajó un piso en el turboascensor.
—Los archivos principales están en un área restringida —explicó—. Tendremos que bajar por la escalera de mantenimiento. Después habrá un guardia en la puerta. ¿Le podéis arrear con esos sables láser vuestros? Podríamos encerrarle en un armario hasta que hayamos terminado.
—Yo me ocuparé —dijo Qui-Gon.
Se deslizaron por la escalera de mantenimiento y entraron en un pasillo largo y blanco iluminado con luces suaves. Un guardia de seguridad estaba sentado frente a un monitor al otro extremo del corredor.
—Pases —dijo el guardia.
Qui-Gon le entregó su tarjeta identificativa y se concentró en la mente del telosiano.
Es válido. Pueden pasar
.
—Es válido —dijo el guardia—. Pueden pasar.
La puerta se abrió con un siseo y entraron.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Den atónito.
—Una herramienta Jedi —respondió Qui-Gon—. La Fuerza puede emplearse fácilmente con los débiles de mente.
—Estoy impresionado —dijo Den, moviendo la cabeza con un gesto de admiración—. ¿Podéis imaginaros lo que podríais hacer con eso si tuvierais un poco de malicia? Oye, ¿el Templo Jedi ése aceptaría a un tío como yo?
—No —dijo Qui-Gon de inmediato, entrando por una puerta sobre la que podía leerse: "Archivos de seguridad".
La habitación estaba llena de ordenadores y archivos holográficos. Den se acercó rápidamente al terminal principal.
—Entraré en el sistema, y mientras, vosotros dos buscaréis en otros monitores —dijo con los dedos volando por el teclado—. Han cambiado la contraseña, pero yo ideé un programa que... ¡ahí estamos! Si me llamáis genio tendré que daros la razón.
Qui-Gon estaba en otro terminal e indicó a Obi-Wan que se pusiera en el de al lado. Sería más rápido si todos buscaban de forma independiente.
Nombres de archivos y cifras parpadeaban en la pantalla. Había muchos denominados "Lagos Sagrados".
—Por lo menos hay trescientos archivos —dijo Qui-Gon un momento después—. Vamos a por ellos. Den, mira los cien primeros, Obi-Wan, tú los siguientes cien. Yo comprobaré los últimos. Hacedlo lo más rápido que podáis. Buscad todo lo relacionado con Offworld, extracción de minerales y prospecciones —miró a Den—. No intentes hacer nada.
Den parpadeó inocentemente.
—¿Como qué?
—No quiero aventurarme a averiguarlo —dijo Qui-Gon fríamente—. Sólo haz lo que he dicho.
Obi-Wan accedió al primer archivo y lo visualizó rápidamente. Era un registro de correspondencia entre el director del proyecto de los Lagos Sagrados con su superior en UniFy. Por lo que pudo ver, lo único que contenía era pedidos de combustible y alimentos para los trabajadores. Nada. Pasó al siguiente.
Y al siguiente. Y al siguiente... Obi-Wan visualizó un archivo tras otro. Nunca imaginó que trabajar para una gran corporación podía ser tan aburrido. La información se repetía una y otra vez y se comprobaba de nuevo. No vio nada sospechoso.
—Ojalá estuviera aquí Tahl —murmuró Qui-Gon—. Ella podría interpretar estos registros financieros. Lo complican todo tanto...
Qui-Gon se calló de repente. Obi-Wan vio que la pantalla del Maestro Jedi se había bloqueado. Cuando miró la suya, vio que también estaba bloqueada.
—Den, ¿qué ocurre? —preguntó.
—No lo sé —dijo Den preocupado. Intentó apagar el monitor, pero el interruptor no funcionaba—. Es posible que se trate de un bloqueo temporal —se levantó y fue hacia la puerta—. No hagáis ruido.
—¿Adónde vas? —preguntó Qui-Gon.
—Sólo voy a echar un vistazo. No os preocupéis.
Den salió por la puerta. Qui-Gon se levantó despacio.
—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo. Obi-Wan le miró sorprendido.
—Pero no podemos abandonar a Den.
Qui-Gon estaba muy serio.
—Él ya nos ha abandonado.
Obi-Wan oyó pasos. La puerta se abrió.
—No desenfundes el sable láser —le ordenó Qui-Gon rápidamente, justo antes de que entraran las fuerzas de seguridad.
Obi-Wan sabía por qué lo decía. Qui-Gon esperaba que no les detuvieran por delincuentes, sino que, con un poco de suerte, les retuvieran en UniFy como simples intrusos.
Pero esa esperanza se disipó de inmediato cuando el fornido jefe de seguridad dio un paso adelante.
—Se les acusa de infringir la ley telosiana bajo el Penal Galáctico —les dijo—. Quedan arrestados.
Obi-Wan y Qui-Gon fueron trasladados de inmediato a la Comisaría Central, donde fueron reconocidos como criminales galácticos fugados y conducidos a prisión. Qui-Gon solicitó que se notificara el incidente al Templo, pero la petición fue denegada.
—La justicia telosiana solía ser equitativa —dijo a Obi-Wan ya en la húmeda celda subterránea—. Deberían darnos la oportunidad de defendernos.
—Ni siquiera sabemos de qué se nos acusa—dijo Obi-Wan—. ¿Crees que descubrirán que todo es un montaje?
—Siempre cabe esa esperanza —dijo Qui-Gon—. No pueden retenernos durante mucho tiempo sin demostrar que hemos hecho algo malo. Por lo menos no encontraron los sables láser.
Empleando la Fuerza, Qui-Gon había conseguido impedir que los guardias les registraran a fondo.
—¿Y por qué no echamos esta puerta abajo? —preguntó Obi-Wan, colocando las manos sobre el duracero blindado.
—Porque tendremos a cincuenta guardias encima antes de que podamos ir muy lejos —dijo Qui-Gon—. Tenemos que esperar a que llegue el momento oportuno. Encontraremos la forma de escapar.
—No puedo creer que Den nos abandonara de esa manera —dijo Obi-Wan disgustado—. Seguro que supo que la alarma de seguridad se disparó en cuanto los monitores se bloquearon.
—Sí, eso creo —dijo Qui-Gon con calma—. Pero es mejor que nos concentremos en lo que vamos a hacer ahora.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Obi-Wan—. Estamos encerrados.
—Podemos pensar en el siguiente paso —dijo Qui-Gon—. Es una pérdida de tiempo echarle la culpa a Den. ¿Qué aprendimos cuando fuimos a UniFy?
—Yo sólo aprendí que la gente que trabaja en empresas envía demasiados informes —dijo Obi-Wan descorazonado.
—Había muchos, es cierto —admitió Qui-Gon—. Y la mayoría eran triviales. Muchos de ellos sólo servían para confirmar una conversación por un comunicador. ¿Te diste cuenta? Sospecho que esa cantidad de archivos es para frenar a los inspectores en caso de que la compañía sea investigada. Es muy difícil encontrar la verdad cuando está enterrada bajo montañas de datos. ¿Te recuerda eso a algo?
Obi-Wan pensó un momento.
—Offworld —dijo al fin—. Esa compañía oculta sus verdaderas intenciones e incluso la ubicación de su sede central utilizando a otras empresas. Emplea la confusión para esconderse.
—Exactamente —dijo Qui-Gon—. Y hay otra cosa que aprendí en UniFy. Cuando los monitores se bloquearon, pude ver lo que estaba haciendo Den. No buscaba archivos sobre Offworld o los Lagos Sagrados. Buscaba archivos sobre la katharsis.
—¿Por qué? —preguntó Obi-Wan.
—Desconozco la respuesta —dijo Qui-Gon—, pero la pregunta es interesante. UniFy administra los fondos del sorteo, así que supongo que tendrá archivos sobre la katharsis. Pero ¿por qué estaba Den tan interesado? Piensa en su carácter.
Obi-Wan recordó las palabras de Andra.
—Seguro que piensa que puede enriquecerse de algún modo.
—Exactamente —asintió Qui-Gon—. Creo que fue por eso por lo que accedió a ayudarnos. Así que, ya ves, cuando salgamos de aquí, tendremos otra cosa más que investigar.
—¿Cuando salgamos de aquí? —preguntó Obi-Wan, mirando a la puerta acorazada de duracero.
—Saldremos —dijo Qui-Gon con el mismo tono tranquilo.
Obi-Wan deseó estar tan seguro. Tenía la sensación de que ahora que Xánatos les tenía donde quería, no sería tan estúpido como para dejarlos escapar.
***
Pasaron frío en la celda aquella noche. Obi-Wan se despertó antes del alba. Estaba tumbado en un jergón, con los ojos abiertos. La celda no tenía ventanas, así que no podía distinguir las paredes del suelo. La oscuridad le rodeaba, como si estuviera flotando en el vacío. Quizás esa sensación de desorientación era parte del castigo.
El único indicio de la llegada del día fue que las luces del calabozo se encendieron. Les dieron un poco de pan duro y un té suave para desayunar.
El día pasó lentamente. Qui-Gon pidió repetidas veces poder dirigirse a algún superior, pero la petición fue denegada.
Qui-Gon y Obi-Wan hicieron una serie de estiramientos musculares para no entumecerse y luego meditaron. En cautividad, un Jedi organizaba su mente, calmaba el espíritu y fortalecía su cuerpo.
Qui-Gon meditaba sentado en el duro suelo de piedra. De repente suspiró y levantó la cabeza.
—Lo siento, Obi-Wan.
Obi-Wan se quedó atónito ante la frase.
—¿Cómo has dicho? —preguntó.
—Deberías estar en el Templo. No tendría que haber dejado que me acompañaras. Fue un error por mi parte.
—La decisión fue mía —dijo Obi-Wan—. Y no lamento estar aquí.
La sonrisa de Qui-Gon era tan tenue como la luz.
—¿Aunque tengas hambre y frío?
—Estoy donde debo estar —respondió Obi-Wan—. Contigo.
Qui-Gon se puso de pie.
—Fui muy duro contigo tras lo ocurrido en Melida/Daan.
—No más de lo que me merecía —a Obi-Wan le sorprendió ver la emoción en el rostro de Qui-Gon. Era la primera vez que su antiguo Maestro sacaba el tema del enfrentamiento entre ellos, y lo hacía con más dolor que ira. Parecía estar buscando cuidadosamente las palabras.
—No, Obi-Wan, fue mucho más de lo que te merecías —corrigió Qui-Gon—. Me he dado cuenta de que mi reacción fue consecuencia de mis propios errores y no de los tuyos. No había tenido la ocasión de decírtelo. Yo... —se detuvo de repente—. Está aquí —murmuró.
Entonces Obi-Wan lo percibió también. La perturbación en la Fuerza era como el susurro de un gas venenoso colándose a través de la rendija de la puerta y llenando la habitación. Se puso de pie y se colocó frente a la puerta.
La lámina de duracero se abrió rápidamente con un zumbido. Xánatos estaba en el pasillo. Llevaba la túnica negra echada hacia atrás, las piernas levemente separadas y las manos en las caderas.
—¿Os divertís? —preguntó, levantando una ceja y sonriendo.
Qui-Gon se colocó frente a él sin hablarle.
—Ah, el rollo silencioso —dijo Xánatos con un suspiro—. Y yo que pensaba que podríamos charlar un rato. No queda mucho tiempo. Ya se ha decidido vuestro castigo.
—Pero si no ha habido juicio —dijo Qui-Gon con calma.
—Pues claro que sí —respondió Xánatos—. Pero se os consideró demasiado peligrosos para asistir.
—¡Tenemos derecho a asistir a nuestro juicio! ¡Eso no es justo! —exclamó Obi-Wan.
Xánatos negó con la cabeza.
—Ah, recuerdo cuando yo era así de joven. Cuando pensaba que la vida me trataría con justicia. Antes de conocerte, Qui-Gon Jinn.
—La vida no te trata ni justa ni injustamente —dijo Qui-Gon—. Sólo está ahí. Depende de nosotros ser justos o injustos.
—Nunca es demasiado tarde para un poco de la gran sabiduría Jedi —dijo Xánatos con tono de burla—. Y siempre es lo mismo. Sólo acertijos. Pues adivina esto, Jedi. Como vosotros no comparecisteis en el juicio, fui yo quien acudió por vosotros. Fui el testigo estrella en vuestra contra. Tenía pruebas de vuestros crímenes, registros de los muchos planetas que han presentado cargos contra vosotros, relatos sobre la cantidad de veces que habéis escapado de la justicia por la galaxia. Y, por fin, la justicia os ha dado alcance en Telos. También ayudó el hecho de tener a un padre destrozado en el tribunal, desgarrado por la muerte de su hijo a manos de tu cómplice —Xánatos suspiró profundamente—. Pobre Bruck. Siempre pensé que sólo necesitaba un empujoncito para tener éxito. ¿Cómo iba yo a saber que sería Obi-Wan Kenobi el que se lo daría?
Xánatos levantó una mano y la chocó con la otra en una sonora palmada. Fue estremecedoramente similar al ruido que hizo la cabeza de Bruck cuando se golpeó contra las rocas de la cascada. Obi-Wan intentó no pestañear. No quería dar a Xánatos esa satisfacción, pero sintió un golpe dentro de él. La desesperación y la culpa surgieron en su interior cuando recordó la mirada sin vida de Bruck y el brazo estirado como si fuera un último y desesperado grito de ayuda.
—El tribunal puede haber escuchado todas tus mentiras —dijo Qui-Gon rápidamente, percibiendo el dolor de Obi-Wan e intentando distraer a Xánatos—, pero cuando el Templo sepa...