Authors: Jude Watson
—¿Que no hay partido? —preguntó Obi-Wan incrédulo.
Ella se encogió de hombros y sonrió débilmente.
—Sólo soy yo. Tuve algunos seguidores, pero todos desaparecieron cuando el equipo de investigación fue asesinado. Nadie me escucha ya. Todos piensan que estoy loca porque preveo un futuro poco prometedor al que nadie se quiere enfrentar, y mucho menos impedir.
Den comenzó a reírse de repente.
—¡Así que la Capitana Integridad ha estado mintiendo todo el tiempo! —dijo entre carcajadas—. ¡Es lo mejor que he oído en el milenio!
—Basta, Den —gruñó Andra—. Tenía que fingir que tenía apoyo. Necesitaba que me ayudarais.
—Vale—dijo Den asintiendo—. Claro. Tú puedes engañar porque estás salvando un planeta. Ya lo capto. Mientras tus motivos sean puros, puedes hacer lo que te dé la gana.
—No digo eso —le replicó Andra enfadada—. Si te preocuparas por algo que no fuera tú mismo, lo entenderías.
—Lo que entiendo es que harías cualquier cosa para conseguir lo que quieres —dijo Den—. Nos parecemos más de lo que quieres admitir, Andra.
Andra le miró furiosa.
—Preferiría parecerme a un dinko.
—Eso lo puedo arreglar —dijo Den rápidamente—. Un dinko es una criatura con colmillos y un carácter terrible. El problema es ¿en qué te diferencias de él? Déjame ver tus dientes.
—Tú sigue así, Den —le advirtió Andra.
—Bueno, ya basta —cortó Qui-Gon—. Tenemos un problema. ¿Quién va a entrar en los Lagos Sagrados?
—Yo lo haré —dijo Andra, mirando furiosa a Den.
—Yo iré contigo —dijo Obi-Wan.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—No.
—Pero si es lo mejor —discutió Obi-Wan—. Un chaval viajando con una mujer no llamará mucho la atención. Pareceremos hermanos de excursión. Si nos cogen, podremos decir que nos habíamos perdido.
—Y tú deberías quedarte aquí para vigilar a Den —dijo Andra a Qui-Gon—. Si consigue amañar el sorteo podría coger el dinero y salir del planeta.
—Gracias por tu apoyo —dijo Den sarcástico.
—¿Me has dado algún motivo para fiarme de ti últimamente? —le preguntó Andra con frialdad.
—Dinko —replicó él.
—Mangante —escupió ella.
Qui-Gon ignoró la riña por el momento. Estaba exasperado y preocupado. No quería que Obi-Wan viajara sin él. Xánatos andaba suelto en su propio planeta y estaba furioso por su huida. Pero lo que el chico decía tenía lógica. Tenían que arriesgarse para atrapar a Xánatos. Pero ¿era ese riesgo mayor que el que estaba dispuesto a soportar?
Vio a Obi-Wan mirándole. El chico no entendía por qué no quería dejarle ir. Para Obi-Wan era una cuestión de confianza. Qui-Gon tenía que permitírselo.
—De acuerdo —dijo él—. Obi-Wan y Andra reunirán las pruebas. Den y yo nos quedaremos aquí. Ahora procedamos a los preparativos.
Obi-Wan y Qui-Gon estaban junto a los barredores que llevarían a Obi-Wan y Andra a los Lagos Sagrados. No muy lejos, Andra permanecía junto a Den, comprobando su equipo de supervivencia.
Obi-Wan apenas había dormido unas horas, pero se sentía alerta y despejado. Unas cuantas estrellas dispersas parpadeaban en el firmamento. Todavía quedaba una hora para el amanecer. Andra pensó que lo mejor era entrar en el parque a primera hora de la mañana, tomar las fotos, reunir las pruebas y largarse. Tendrían que volver a Thani al mediodía, antes de la última ronda de la katharsis.
—Si veis cualquier señal de peligro, salid de allí —le ordenó Qui-Gon con calma—. Si no podéis esquivar la seguridad no intentéis ni siquiera entrar en la zona. Comprobadlo antes.
—He estudiado los mapas —dijo Obi-Wan—. Andra conoce una entrada secreta. La utilizaba cuando era pequeña. Ella cree que sigue estando allí.
—Estudiar el mapa no es lo mismo que conocer la zona —dijo Qui-Gon—. No te confíes. Asegúrate de que la entrada te garantiza la salida.
—Ya sé todo eso —dijo Obi-Wan. Se sentía frustrado y decepcionado. Qui-Gon le estaba tratando como a un estudiante de cuarto del Templo. Él sabía que si Qui-Gon le aceptaba de nuevo volverían a formar un equipo de Maestro y padawan, ¿pero tenía Obi-Wan que volver a ser un niño?
Qui-Gon asintió.
—Ya sé que lo sabes, pero mi intranquilidad me obliga a repetir estas cosas. Confío en ti, Obi-Wan.
Las palabras se filtraron en Obi-Wan y le llenaron de calidez.
—No fallaré —dijo.
—No te arriesgues —respondió Qui-Gon.
Andra se puso la capucha sobre sus oscuras trenzas mientras avanzaba hacia ellos.
—¿Estás listo, Obi-Wan?
El muchacho montó en su barredor. Qui-Gon le había dado una clase rápida. No estaba acostumbrado a utilizar un transporte tan manejable. Un leve roce podía provocar que se inclinara y volcara. Obi-Wan aprendía rápido, pero le había costado un poco que Qui-Gon quedara satisfecho con su forma de manejarlo.
Andra encendió el motor y salió disparada. Obi-Wan la siguió.
—¡No os arriesguéis! —les gritó Den.
—Parece preocupado —dijo Obi-Wan a Andra. Ella rechinó los dientes.
—Sólo está intentando parecer buena persona. Es un pesado.
La oscuridad del cielo se volvió gris mientras atravesaban los pacíficos alrededores de la ciudad. Los edificios se alejaban. La tierra se cubrió de campos de cultivo. Cuando salió el sol, apenas quedaban poblaciones, sólo se divisaban pueblecitos aislados sumergidos en los profundos valles.
Obi-Wan estaba maravillado con la belleza del entorno. Los campos de lavanda y las flores azules se mecían con la suave brisa. Cada pocos kilómetros se topaban con un lago profundo y azul que brillaba en la falda de las doradas colinas.
—Qué paisaje más bonito —gritó a Andra mientras volaban.
—Yo nací aquí —dijo ella—. Hay una propuesta para convertir gran parte de esta zona en otro parque global, pero ahora me pregunto por qué. ¿Lo utilizarán para el desarrollo?
Eso le recordó a Obi-Wan la razón por la que estaba allí. Se agarró con fuerza a los mandos del barredor, con la firme determinación de frustrar los terribles planes que Xánatos pudiera tener para Telos.
La tierra comenzó a ascender. Las colinas eran cada vez más altas y empinadas. Cuando entraron en un camino abierto entre las abruptas montañas las formaciones rocosas se elevaban sobre ellos. La nieve comenzó a aparecer entre los peñascos. A pesar de que antes había pasado un poco de calor, Obi-Wan se alegró de haber seguido el consejo de Andra y haberse puesto un termotraje.
—Ya casi hemos llegado —exclamó Andra.
Andra abandonó el camino y entró en un macizo de árboles altos tan denso que ocultaba el cielo. Obi-Wan la siguió. Andra se movía como una experta entre los troncos. Obi-Wan tenía que concentrarse para seguir el ritmo. Finalmente, ella se detuvo y le esperó.
—Creo que deberíamos dejar aquí los barredores —dijo ella—. Este bosque está junto al parque. Conozco una forma de entrar a las Cavernas de Espejo. Cuando las atravesemos, llegaremos al Parque de los Lagos Sagrados.
Cubrieron los barredores con ramas. Sus pisadas sonaban suavemente en el suelo cubierto de hojas mientras cruzaban apresuradamente el bosque. Llegaron a un escarpado muro de piedra, y Andra lo bordeó por una pequeña colina hasta un riachuelo. La mujer saltó de roca en roca por el arroyo con Obi-Wan a sus espaldas. La corriente acabó de repente en una pared vertical de piedra gris.
—Creo que lo conseguirás —dijo Andra, mirándole—. Pero tendrás que encogerte un poco.
Obi-Wan localizó una pequeña fisura en el muro, casi imperceptible a primera vista. Subía desde el riachuelo hasta el borde superior de la pared. Andra introdujo su equipo de supervivencia en primer lugar y luego se metió ella. Andra era ágil y entró con facilidad por la hendidura, pero para Obi-Wan fue un poco más difícil. El muchacho se encogió cuanto pudo y perdió el equilibrio mientras entraba. Levantó la mano para agarrarse a algo y sintió una superficie lisa y pulida.
Andra activó su barra luminosa. Obi-Wan comprobó que se encontraban en una caverna cuyos muros se arqueaban sobre su cabeza. La piedra era tan oscura y estaba tan pulida que podían ver su imagen reflejada. El riachuelo apenas era un hilito de plata que se deslizaba por el suelo negro. La luz de la barra luminosa se reflejaba de una pared a otra, multiplicando su brillo. Obi-Wan se mareó un poco, como si estuviera justo debajo de mil estrellas.
—Es increíble —dijo él.
—Sí —dijo Andra lentamente—. Es precioso, ¿verdad? Esta piedra se llama malab. Es muy valiosa en la galaxia porque es muy escasa. Vamos, la salida está por aquí. Ten cuidado, el suelo está resbaladizo.
La mujer guió a Obi-Wan a través de los recovecos hasta que llegaron a la cueva principal. En la entrada, la caverna se ampliaba y un poco de luz exterior iluminaba los muros. Andra dejó escapar una exclamación velada y alzó la barra luminosa para examinar la pared. La piedra había sido excavada, dejando profundas grietas en la lisa superficie. Las muestras estaban apiladas en el suelo junto a unos detectores de metales. Lascas de piedra rodeaban un agujero abierto en el lustroso suelo.
—Van a extraer mineral —susurró a Obi-Wan con los ojos encendidos—. Este lugar es sagrado para los telosianos. ¡Mira lo que han hecho!
Andra sacó la grabadora holográfica de su mochila con manos temblorosas y enfocó a los montones de piedras. Luego pasó a los detectores de metales y a los agujeros excavados. Obi-Wan extrajo una vara grabadora de su mochila y grabó las mismas imágenes. Así tendrían una copia de seguridad por si acaso. Podía ocultar la vara grabadora entre sus vestiduras.
—Vamos —dijo Obi-Wan.
Salieron cautelosamente de la caverna. El sol de la mañana brillaba con fuerza, calentando las frías rocas e iluminando la dorada arena que rodeaba a los profundos lagos de agua oscura y vaporosa. Frente a ellos, una colina negra brillaba bajo los rayos del sol.
—Esa colina está hecha de malab —dijo Andra con incredulidad—. Deben de estar realizando extracciones en las cavernas.
Obi-Wan contempló la maquinaria pesada y los gravitrineos que se hallaban junto a los lagos. Había pasado un tiempo en una explotación en el planeta de Bandomeer y estaba familiarizado con la maquinaria minera.
—Eso son excavadoras subterráneas —dijo señalando a las máquinas—. Pueden perforar cientos de kilómetros. Si hay excavadoras, tiene que haber una base en la que descarguen. Esos vehículos son ATNs.
—¿ATNs? —preguntó Andra.
—Antorchas terrestres de neutrones —explicó Obi-Wan—. Son cañones lanzallamas que atraviesan la roca. Así se crean los pozos mineros. Yo diría que están llevando a cabo una operación a gran escala.
Obi-Wan sintió que Andra daba un respingo.
—Los lagos... —dijo ella—. El agua solía ser cristalina.
Obi-Wan se acercó a la orilla. Al agacharse, el cordón de su mochila se sumergió en al agua. Surgió una columna de vapor y el muchacho apartó rápidamente la mochila. El cordón se había disuelto.
Miró a Andra.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé —dijo ella—. El lago debe estar contaminado. Vamos a ver los demás.
Cogieron unos cuantos palos largos y se encaminaron hacia los otros lagos. Cuando sumergían un palo en el agua negra, la corteza desaparecía de inmediato. Si lo sumergían más tiempo, el palo se disolvía completamente.
—El manantial subterráneo que alimenta los lagos debe estar contaminado con productos químicos —dijo Andra. Su voz sonaba preocupada—. Mi padre solía traerme aquí cuando era pequeña. Paseábamos por cada centímetro del parque y nos bañábamos en los lagos de vapor. Cuando él murió, éste era el único sitio en el que yo me sentía a gusto.
Cuando levantó la mirada, sus ojos color miel brillaban llenos de lágrimas. Obi-Wan no sabía cómo consolarla. ¿Qué habría hecho Qui-Gon?
Entonces recordó algo que había ocurrido en el Templo. La Jedi Tahl había perdido la vista hacía poco y se sentía desesperada y enfadada. Se acordó de cómo Qui-Gon había reconocido su dolor con suavidad, y cómo luego le había dado algo en lo que concentrarse.
—Lo siento, Andra —le dijo—. Si les desenmascaramos, les detendremos. No es demasiado tarde.
Ella asintió y se mordió el labio para detener las lágrimas.
—Hagámoslo.
Con un gesto de determinación, Andra dirigió la grabadora holográfica hacia los lagos. Obi-Wan empleó su vara grabadora para tomar un plano general y grabar la maquinaria. Buscó en varios objetos algún logotipo o nombre que indicara que pertenecían a Offworld, pero no encontró nada. Obi-Wan frunció el ceño preocupado.
—Podemos llevar esto a Thani y mostrarlo a los ciudadanos, pero tenemos que conectarlo con Xánatos. El Gobierno puede alegar que no sabía nada del tema. Pueden culpar a UniFy, y UniFy cerrará sus puertas. Los auténticos responsables escaparán.
—No podemos dejar que eso pase —dijo Andra.
Entonces escucharon un ruido. Alguien se dirigía hacia ellos. Obi-Wan hizo un gesto a Andra y ambos se ocultaron rápidamente tras un gravitrineo.
Aparecieron dos androides de vigilancia que tenían las pistolas láser integradas en las manos. Sus cabezas, con los sensores infrarrojos relucientes, rotaban constantemente.
—Despejado —informó uno de ellos por un intercomunicador—. Comiencen. Repito, comiencen.
Un estruendo llenó el aire y la tierra se estremeció.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Andra, tapándose los oídos.
—Vamos a verlo —dijo Obi-Wan.
Los androides habían desaparecido tras la colina de malab.
Obi-Wan y Andra avanzaron por la sombra de la colina. Los androides ya no estaban en modo de vigilancia, así que sus cabezas no giraban. A medida que avanzaban, el ruido creció aún más.
Cuando rodearon la montaña de malab, se encontraron con otro paisaje devastado. Un montón de arena se elevaba ante ellos. Un gigantesco agujero había sido excavado en el suelo. El origen del estruendo era la arena dorada que estaba siendo absorbida por unas enormes máquinas. Trabajadores vestidos con unimonos llevaban a cabo la operación. Los androides se dirigían a un círculo de pabellones técnicos que se divisaba en la distancia.
—Hay un rastro de minerales en la arena —gritó Andra por encima del ruido de la máquina—. Deben estar extrayéndolos.
Los trabajadores estaban ocupados manejando la maquinaria y no se giraron. Andra encendió su grabadora holográfica y Obi-Wan su vara grabadora.