Authors: Jude Watson
—¡Aquí! ¡Están aquí!
No podían moverse ni tenían un sitio al que ir. Los guardias de seguridad bajaron por los pasillos y Obi-Wan y Qui-Gon fueron atrapados.
Los guardias de seguridad arrastraron a Obi-Wan y a Qui-Gon al pasillo y los rodearon apuntándoles con las pistolas láser. Dos de ellos sujetaban a Qui-Gon por los brazos y otros dos a Obi-Wan.
—¡Eh! —gritó Den desde el escenario—. ¡Qué pasa! ¡He ganado! ¿Dónde está mi premio?
La gente gritó para apoyarle. Eso era lo que ellos querían: ver a un ganador recogiendo una fortuna en créditos y vertex cristalino. Hasta los guardias de seguridad querían verlo. Aunque estaban apuntando a los Jedi, tenían la mirada fija en el escenario.
Xánatos se adelantó rápidamente con una caja transparente en las manos. Los cristales brillaban en su interior, y estaba rebosante de créditos. Obi-Wan se dio cuenta de que Xánatos parecía ansioso por acabar de una vez con la ceremonia.
Xánatos le entregó la caja a Den. Todas las miradas se posaron en él. Era costumbre que el ganador dijera unas palabras.
Den se quedó mirando la caja y no habló.
Obi-Wan miró a Qui-Gon. Ésa era la prueba. Las cosas habían cambiado. Ellos estaban arrestados y Den lo sabía. Andra no podría detenerle sola. Si Den no seguía el plan, se quedaría con una fortuna. La cantidad que había en la caja tentaría a casi cualquier ser humano, por no hablar de un ladrón.
En lugar de dirigirse al público, Den se giró para hablar y se dirigió al hombre alto y canoso de la primera fila.
— ¡Gobernador!
El gobernador de Telos se puso en pie.
—¿Podría leer la lámina reciclable que le di cuando comenzó la última competición?
El gobernador sacó algo de su túnica y leyó en voz alta en el dispositivo amplificador.
—El ganador será Kama Elias por veinte puntos. Deleta tendrá un problema con su montura. Kama le empujará para ganar.
La gente se quedó estupefacta. Kama había ganado por veinte puntos. Pero ¿cómo sabía el ganador que Deleta iba a tener problemas con la montura?
—Ciudadanos de Telos —anunció Den—, yo escribí eso antes de que comenzaran los juegos. Me introduje en el ordenador de la katharsis. ¡Todos los juegos de la katharsis están amañados! El equipo que utilizan los concursantes se altera sutilmente a medida que avanzan los juegos para que el vencedor elegido previamente triunfe. Hasta el ganador del sorteo se escoge con anterioridad. El vencedor tiene que acceder a darle a UniFy la mitad del premio. ¡Todo esto es un montaje para sacaros el dinero!
Den cogió un buen puñado de dinero y de vertex y se lo tiró a la gente. Los créditos y el vertex cayeron desde el aire y la gente gateó para recogerlos. A su alrededor, las imágenes de los Lagos Sagrados devastados seguían emitiéndose.
—¡Nos han mentido! —gritó él—. ¡Mirad las pantallas! ¡Eso es lo que ha comprado vuestro dinero! Mirad a vuestro alrededor. Miraos los unos a los otros. ¿Tenéis deudas? ¿Pensáis en algo que no sea el dinero? Bien. ¡Porque eso es lo que quieren! Y mientras nosotros hacemos planes y soñamos, nuestro planeta está siendo destruido. Mirad el logotipo de esas cajas de explosivos y de esa nave. ¡UniFy es Offworld! Nuestro planeta ha sido vendido a la mayor corporación minera de la galaxia mientras nosotros apostamos en un juego. ¿Y quién dirige Offworld? ¡El poderoso Xánatos!
Por un momento, el silencio colectivo del gentío pareció absorber todo el aire del pabellón. Entonces, el silencio se convirtió en un gran rugido, tan poderoso como el océano.
Los guardias de seguridad que agarraban a Obi-Wan estaban tan perplejos como el resto del público. La gente se levantó como si fueran uno, saltando e insultando a Xánatos. La pantalla seguía emitiendo una imagen tras otra del ultrajado parque.
—¡Arrestadle! —gritaban—. ¡Arrestad a Xánatos!
Xánatos dio un paso adelante una vez más. Aguantó los insultos y los gritos y, poco a poco, la gente comenzó a callarse. Todos querían que Xánatos les calmara de nuevo y les dijera que lo que Den estaba diciendo era mentira.
Xánatos contempló a la gente un rato, esperando a que se extinguiera hasta el último murmullo.
Entonces sonrió y negó con la cabeza, como si estuviera reprendiendo a una clase de alumnos.
—Estúpidos patéticos.
Más veloz que el rayo y con la túnica ondeando tras él, Xánatos saltó sobre el barredor del ganador y se elevó en el aire, acelerando el vehículo al máximo. Esquivó las cabinas flotantes, maniobró de forma experta y abandonó el pabellón por la salida.
—Esta vez no, Xánatos —dijo Qui-Gon sombrío.
Fue sencillo soltarse de los distraídos guardias. Obi-Wan dio un par de codazos y golpeó con la rodilla hasta que se vio liberado. Por miedo a disparar las pistolas láser en medio de la multitud que se agitaba furiosa, los guardias no pudieron atraparles.
Qui-Gon había escondido sus barredores bajo una pila de bancos. Obi-Wan y él saltaron sobre ellos y se apresuraron en pos de Xánatos.
Cuando salieron del pabellón, el bulevar parecía completamente vacío. Qui-Gon cerró los ojos un instante y se concentró. Cuando los volvió a abrir, vio algo que se movía en la calle que tenía a la derecha. Quizá fuera sólo una sombra, pero la Fuerza le confirmó que se trataba de Xánatos.
Qui-Gon aceleró los motores al máximo. Podía oír a Obi-Wan siguiéndole de cerca. El chico podía mantener el ritmo. Él lo sabía.
La determinación hizo que se le tensaran todos los músculos. Esta vez no iba a perder a Xánatos. Indudablemente, se dirigía a algún sitio seguro, o quizás hacia un vehículo que le permitiera abandonar el planeta. Xánatos siempre tenía una vía de escape preparada.
Pero le habían cogido por sorpresa y quizás había descuidado algún detalle. Xánatos no podía haber previsto todo.
Para sorpresa de Qui-Gon, Xánatos salió de la ciudad en dirección al campo.
—Creo que va a los Lagos Sagrados —gritó Obi-Wan—. Éste es el camino que cogimos nosotros.
—Tendremos que ir tras él —respondió Qui-Gon—. Sabe que lo estamos siguiendo. Si no lo cogemos, por lo menos no le perderemos de vista.
Los motores de los barredores no daban más de sí. Xánatos tenía un vehículo más rápido, ya que los que habían sido modificados para los juegos tenían los motores trucados. El Jedi hacía esfuerzos ímprobos para no perderlo de vista, había tramos en los que casi no podían verlo.
Durante el trayecto, Obi-Wan no perdió la concentración y se agarró al manillar con los ojos fijos en el reflejo distante que era Xánatos. El rostro de Qui-Gon estaba marcado por la determinación.
Finalmente llegaron al camino del parque y bajaron por él hacia la entrada. La puerta estaba hecha de electrocables y los sensores estaban apuntados hacia arriba para derribar a cualquier vehículo que intentara sobrevolarla.
Había un barredor abandonado en el camino, pero ni rastro de Xánatos.
Qui-Gon detuvo su barredor y se acercó para contemplar el que yacía en el suelo. No tenía combustible.
—Tiene que estar en el parque —dijo, y miró fijamente hacia la puerta.
—Yo conozco otro camino —le aseguró Obi-Wan.
Obi-Wan le guió entre los árboles. Dejó el barredor y bajó por el riachuelo hacia la fisura del muro de la caverna. Después se introdujo en ella.
Qui-Gon le siguió con dificultad. Era un hombre grande, y la grieta era pequeña. Al final consiguió meterse dentro.
Atravesaron rápidamente la caverna hasta la entrada y salieron al aire libre. Xánatos estaba cruzando el terreno en dirección al Pabellón Técnico D.
—Hay una pista de despegue en el interior —dijo Obi-Wan a Qui-Gon—. Sin duda tiene un transporte esperándole para salir del planeta.
Qui-Gon comenzó a correr. Xánatos no debía alcanzar el Pabellón Técnico.
Xánatos se movía silenciosamente, sin apenas hacer ruido con los pies en el suelo, pero antes de que le alcanzaran, saltó a un gravitrineo y despegó.
Qui-Gon cogió otro gravitrineo abandonado y le siguió, con la certeza de que Obi-Wan le seguiría de cerca. Qui-Gon esquivó una pila de equipos y se puso entre Xánatos y el Pabellón Técnico. Con un gruñido, Xánatos derrapó sobre el gravitrineo, giró a la derecha y salió disparado. Qui-Gon le seguía de cerca.
El espectáculo era desolador. El sol había bajado y teñía el paisaje de rojo con sus rayos. Los lagos humeantes de ácido negro burbujeaban y soltaban vapor. La zona era pedregosa debido a la lava seca, y estaba pegajosa por el alquitrán. El aire se notaba espeso y amarillo debido a los productos químicos. De vez en cuando, un gran chorro de vapor salía de las grietas de la roca.
Xánatos saltó del gravitrineo y aterrizó sobre sus pies con el sable láser en la mano, perfectamente preparado para el ataque. Al verse sorprendido, Qui-Gon apretó demasiado el acelerador, se dio cuenta de que el gravitrineo no lo aguantaría y saltó.
El salto fue algo torpe, pero le salvó. El Maestro Jedi sintió que el sable láser de Xánatos zumbaba junto a su oído cuando el arma bajó y golpeó una roca.
Qui-Gon aterrizó y perdió el equilibrio. Cayó sobre una rodilla, pero ya tenía el sable láser activado y listo para rechazar el siguiente ataque. Los haces de luz se unieron y se entrelazaron, zumbando y desprendiendo descargas en el aire.
—No vas a matarme, Qui-Gon —dijo Xánatos, acercando su rostro. Sus ojos ardían con odio.
—No he venido para matarte —dijo Qui-Gon—. He venido para hacer justicia.
El Maestro Jedi saltó hacia atrás y cambió de dirección con la intención de hacer saltar el sable láser de la mano de su adversario.
Qui-Gon asestó el golpe, pero Xánatos lo rechazó y se alejó.
—Di la verdad por una vez, Qui-Gon —dijo Xánatos entre dientes—. Te pasas tanto tiempo con esos pedazos de sabiduría Jedi en la boca que has perdido contacto con tu propia honestidad, si es que alguna vez la tuviste. No estarás satisfecho hasta que yo muera. Mira, ahí viene tu marioneta.
Qui-Gon vislumbró el brillo azulado del sable láser de Obi-Wan mientras el chico se acercaba a ellos. Intuyó que el muchacho iría hacia la derecha. Si rodeaban a Xánatos, quizá pudieran desarmarle.
Se movieron con perfecta sincronía y sin mirarse siquiera. Qui-Gon sabía cuándo y cómo atacaría Obi-Wan: iba a dar un golpe bajo con la empuñadura de su sable láser. Qui-Gon se preparó para lanzar una estocada por arriba. Sería difícil para Xánatos rechazar ambos golpes.
Pero Xánatos había intuido sus movimientos. Se alejó del ataque de Obi-Wan y saltó hacia delante, utilizando la Fuerza para añadir distancia al salto. Qui-Gon atacó por arriba, pero lo único que consiguió fue darle un golpe oblicuo al sable de Xánatos. Una grieta soltó un bufido junto a él y el vapor silbó al ascender en una poderosa columna. Qui-Gon tuvo que saltar a un lado para evitar ser escaldado.
La columna de vapor los separó de Xánatos, que sonrió.
—Ya estamos otra vez —dijo Xánatos—. Los nobles Jedi que claman justicia cuando lo que buscan realmente es sangre. ¿Te acuerdas, Obi-Wan? Tú fuiste a por un chico de trece años que acabó muerto. ¿Recuerdas la mirada de Bruck cuando le asesinaste? ¿Intentas convencerte de que lamentas la muerte de tu rival? Admite el sentimiento en tu corazón. ¡Admite tu satisfacción! Admite tu sed de venganza.
Qui-Gon vio la desesperación en el rostro de Obi-Wan. La mano con la que agarraba el sable láser temblaba.
—No escuches —dijo Qui-Gon despacio—. No escuches, Obi-Wan.
El vapor regresó a la fisura de repente. En ese mismo momento, Xánatos dio un salto adelante. A Obi-Wan, que aún estaba conmocionado, le cogió por sorpresa y apenas pudo rechazar el ataque de Xánatos con su sable láser. El fiero adversario giró y dio una patada alta a Obi-Wan, derribándole.
Y entonces Xánatos saltó sobre él.
—¡No! —gritó Qui-Gon. El Jedi invocó a las rocas y a las plantas que le rodeaban, a la corriente que le unía con todas las cosas y que le conectaba con Obi-Wan.
Qui-Gon golpeó a Xánatos en pleno salto. Sus cuerpos colisionaron como montañas de piedra. Los músculos de Xánatos no cedieron ni un milímetro, pero Qui-Gon no retrocedió. El choque fue titánico. Qui-Gon sintió la vibración en todos sus huesos. Durante un instante, Xánatos agarró del brazo a Qui-Gon y le obligó a permanecer unidos.
—Tú me has obligado a esto —dijo con sus ojos oscuros ardiendo.
Ambos aterrizaron en el suelo, a unos centímetros de distancia, con los sables láser ya engarzados. La lava resbalaba y Qui-Gon tuvo que evitar las fisuras de vapor. Vio a Obi-Wan intentando levantarse.
—Así que el alumno ha aprendido del Maestro —dijo Xánatos incansable—. Miente sobre tus sentimientos cuando hables del honor Jedi. Deja una estela de muerte.
—Tú eres el responsable de la muerte de Bruck —le dijo Qui-Gon mientras peleaban—. No Obi-Wan. Tú corrompiste a ese chico y le expusiste al Lado Oscuro. Él te siguió ciegamente.
Obi-Wan cojeaba levemente cuando volvió hacia ellos. Tenía el tobillo torcido. Y aunque aún estaba conmocionado por el sarcasmo de Xánatos, su rostro seguía mostrándose limpio y joven.
Qui-Gon pensaba que Obi-Wan había superado lo que había ocurrido en el Templo. Había lamentado mucho la muerte de Bruck porque, aunque el joven había actuado mal, habría quedado esperanza para él si hubiera seguido vivo. Obi-Wan no parecía culparse a sí mismo.
Pero en alguna parte de su interior sí lo hacía. Una vida había terminado y era una pérdida difícil de asimilar. Qui-Gon lo sabía bien. Xánatos veía esa debilidad en Obi-Wan y la utilizaba para echárselo en cara. Él veía debilidad donde Qui-Gon veía fuerza. Ésa era la naturaleza de la maldad.
Valor, Obi-Wan. Aférrate a tus convicciones. Tú sabes lo que sabes. No dejes que te afecte
.
—Veo que mis palabras te han afectado, Obi-Wan —dijo Xánatos con su tono meloso e insinuante, el mismo que empleaba para manipular a los que le rodeaban—. ¿No será porque tengo razón?
—No, Xánatos —dijo Obi-Wan—. Lamento la pérdida de una vida y estoy muy agradecido a todos aquellos que me enseñaron a lamentarme. Eso no me debilita, me hace fuerte.
De repente, el sable láser de Obi-Wan giró. Qui-Gon se sorprendió por la velocidad y la elegancia de los movimientos del chico, que saltó desde una montaña de lava para atacar a Xánatos. Éste retrocedió y tropezó ante la velocidad del ataque. Una nube de vapor surgió de repente, y Xánatos se echó a un lado, perdió el equilibrio y aterrizó sobre una mano.