Sólo el coronel Muñoz, con su característica objetividad, que entre otros castigos le acarreó el de la soltería, analizaba las circunstancias de otra manera. El coronel Muñoz, desde el 18 de julio, vestía traje de paisano, pero ello no disminuía ni un ápice su competencia en asuntos militares. Su opinión, que no se recataba de manifestar en el café Neutral, al que ahora acudía con frecuencia, acompañado de varios de los empleados del Banco Arús, era que las reservas de oro de que Antonio Casal hablaba y que existían realmente en el Banco de España —España era, probablemente, la tercera potencia mundial en divisas oro— podían ser bien utilizadas y podían no serlo. «Si hay honradez y se transforman en armas, los cálculos de Antonio Casal serán certeros; si sirven para jugar a la ruleta en Montecarlo, todo perdido.» En cuanto a la ventaja inicial que suponía poseer las zonas industriales del país, el hecho era innegable, aunque para una guerra larga las zonas agrícolas tenían también su importancia. «Lo que a mí me asusta es la escasez de técnicos en las fábricas militarizadas, coma la Soler. Como muy bien dice Cosme Vila, no es lo mismo fabricar un botón que fabricar una bomba. ¿Y la carencia de determinadas materias primas? Antonio Casal ofrece como solución nuestro dominio en el mar… ¡En la práctica ello no es tan sencillo! Ahora pagamos las consecuencias de haber tirado al agua, en Cartagena, tantos y tantos oficiales… Sí, no me duelen prendas y así lo afirmo: aquello fue una monstruosidad. En la reciente batalla de San Sebastián, por falta de mandos nuestra poderosa Marina se retiró vergonzosamente al Mediterráneo, cediendo el Cantábrico a unos cuantos faluchos enemigos. Y si mis informes no mienten, las tripulaciones de nuestros doce submarinos no se atreven a efectuar la inmersión por temor a no saber luego regresar a flote.» El coronel Muñoz afirmó que algo parecido ocurría en a Aviación. De momento, la superioridad en cantidad de aparatos pertenecía al Gobierno de la República; pero dichos aparatos eran de mil marcas distintas, lo cual impedía la debida coordinación, y además el número de pilotos españoles competentes era muy reducido. «Por descontado, hemos contratado a pilotos franceses y norteamericanos con fuerte prima al enrolarse y otra prima generosa por avión derribado; pero no estoy seguro de que por dinero pueda el hombre convertirse en héroe, y me preocupa también la posibilidad de que, a no tardar, Hitler y Mussolini suministren a Franco una flota aérea superior a la nuestra.»
—Si me permiten mi opinión —concluyó el coronel Muñoz—, les diré que, a mi entender, los nacionales han ganado el primer
round
.
Las teorías del coronel Muñoz no hacían mella. Muy pocos Compartían su pesimismo, aun cuando la periodista inglesa Fanny, a menudo presente en el Neutral, juntamente con Julio García, afirmaba con insistencia que las palabras del coronel se ajustaban a la verdad. De hecho, lo que la Torre de Babel le replicaba invariablemente al coronel Muñoz, representaba el sentir de la mayoría. «Mi coronel, todo lo que usted afirma no cambia la raíz de la cuestión. El oro sigue estando en nuestro poder y hasta los humildes empleados de Banca sabemos lo que esto significa». Sin dinero se puede ganar el primer
round
, pero no el segundo. Pese a la broma de los submarinos que no quieren mojarse y a las mil marcas de nuestros aviones, los fascistas se derrumbarán. A Franco no lo salvan ni Alfonso XIII ni el pirata Juan March. «¡Vamos, creo yo…!»
Y el caso es que cada dirigente, desde su puesto, procuraba demostrar que el optimismo general estaba justificado, valiéndose, en ocasiones, de argumentos que invitaban a lamerse las encías. Así, por ejemplo, a finales de septiembre,
El Demócrata
anunció triunfalmente que las esperadas compras masivas de material bélico en el extranjero iban a ser una realidad. «¡El camarada Julio García, en vísperas de salir para Francia e Inglaterra, a Comprar armas, formando parte de una comisión oficial nombrada por la Generalidad! ¡Saludos a la comisión de la Generalidad! ¡Saludos al camarada Julio García!»
El Demócrata
añadía que los miembros de dicha comisión eran prácticamente los mismos que en los primeros días de la Revolución consiguieron de Leon Blum del ministro del Aire francés, Pierre Cot, los cincuenta aviones Potez.
Julio brindó en el mueble-bar de su casa, en unión de doña Amparo. «¡A tu salud, querida!» Doña Amparo enarcó repentinamente las cejas: «¿Y por qué permites que te llamen
camarada
?»
También Cosme Vila acumulaba argumentos esperanzadores. Por supuesto, no concedía la menor importancia al viaje de Julio García y «compinches». «Inglaterra y Francia venderán armas al mejor postor.» «Si Franco paga más que la Generalidad, se las venderán a Franco.» Cosme Vila basaba su optimismo en la ayuda rusa. «Sin necesidad de Comisiones ni de policías, Rusia se ha puesto en pie, en favor del pueblo español. Los suministros de personal técnico y de material de todas clases han empezado, por vía marítima, al ritmo que imponen los acontecimientos. En la última semana, cuatro barcos mercantes —el
Rostok
, el
Neva
, el
Volga
y el
Brahmil
— han salido de Odesa y de otros puertos de la Unión Soviética con destino a Cartagena. Dichos barcos, en su viaje de vuelta, se llevarán doscientos voluntarios españoles que, previos los cursillos necesarios, obtendrán en Rusia el título de pilotos de bombardeo o de caza.»
Cosme Vila añadió que Rusia se había decidido a vulnerar el acuerdo de «NO INTERVENCIÓN» en los asuntos de España, recientemente firmado en Londres, al comprobar que dicho acuerdo era un ardid inventado por las democracias para favorecer a Franco.
El Proletario
calificó a Chamberlain de «jesuita disfrazado» y a Roosevelt de «paralítico espiritual». Recordó que Franco había declarado que su maestro era Pétain y afirmó que el Papa enviaba oro a los rebeldes. Por último, refiriéndose al balance militar, al primer
round
, hizo hincapié en que sufrir determinados reveses era conveniente, un reactivo. El pueblo, que tendía a lo gelatinoso y sentimental, empezaría ahora a calibrar debidamente el fascismo. Ahora sabría que los italianos —y lo mismo cabía decir de los alemanes— estaban dispuestos a matar carne del pueblo a lo largo y a lo ancho del país, tal como hicieron en Abisinia. Ahora los campesinos extremeños habrían ya oído de cerca las gumías marroquíes y muchas de sus mujeres e hijas habrían conocido ya la violación. España entera, desde el litoral vasco hasta La Línea y Gibraltar, se habrían impuesto de que la consigna «piedad para los vencidos», lanzada por Prieto, era una criminal añagaza urdida por un espíritu débil.
También el Responsable tenía sus razones para no dudar de la victoria; y las tenían Alfredo el Andaluz, sustituto de Murillo en el POUM, y los arquitectos Massana y Ribas, de Estat Català, y David y Olga; y las tenían todos y cada uno de los hombres y mujeres que al pasar delante de las banderas saludaban puño en alto.
Por otra parte, si bien era innegable que había deficiencias gravísimas, acaso más graves aún que las señaladas por el coronel Muñoz, también lo era que éstas se veían compensadas por los rasgos de eficacia y de entrega que abundaban tanto en la retaguardia como en el frente.
¡La retaguardia! Aparte el éxito creciente del «Buzón del Miliciano» y de la decisión del Director del Banco Ards de entregar al Socorro Rojo el contenido de las cajas particulares confiadas a su tutela, era preciso mencionar la adaptación casi milagrosa de muchas personas a las necesidades creadas por la lucha. Esto Último era importante, significaba el triunfo de la dinámica y abarcaba desde la pequeña y casera plantación de tabaco intentada por el suegro de Cosme Vila, el guardabarreras, hasta el espontáneo ofrecimiento de algunas mujeres para conducir camiones y tranvías, la abundancia de jóvenes de ambos sexos que habían empezado a estudiar ruso y la habilitación del «Asilo Durán» para reeducar huérfanos de fascistas y ex seminaristas.
En cuanto al frente, la referencia de los datos positivos hubiera sido interminable. En Barbastro, un miliciano de Ascaso se presentó en la cárcel del pueblo para ver a su padre, detenido por carlista, y en cuanto lo tuvo delante le pegó dos tiros. Escuadras llamadas «de la muerte», porque se comprometían a internarse en campo enemigo y no regresar hasta poderse traer una ametralladora o tres cabezas. Pastores que, desde territorio «nacional», comunicaban noticias por medio de su rebaño de ovejas, agrupando éstas o separándolas de acuerdo con una clave convenida. Matarifes que, de las reses sacrificadas por Intendencia en primera línea, aprovechaban no sólo la carne sino la sangre, imprescindible en los hospitales para las reacciones Wassermann y los cultivos; las tripas, tan necesarias para la obtención del hilo «Catgut»; la grasa, de aplicación industrial, para la pirotécnica de la guerra, etcétera. Y otros ejemplos de índole emocional, como el que daban los camaradas del batallón «Germen» en el sector de Teruel, cuyos hombres empleaban sus ratos de ocio en fabricar muletas y bastones para los ancianos y niños mutilados por los bombardeos. Era, ciertamente, un admirable espectáculo el que aquéllos ofrecían talando los árboles, aserrando la madera y puliéndola luego bajo la dirección de un capataz. Cada bastón llevaba las iniciales de su constructor, por lo que Julio García pidió uno para su Museo particular, recientemente enriquecido con un apagavelas antiguo cuyo cucurucho era de plata.
¡Ah, no, nada se había perdido! ¡Cómo iba a perderse! Por lo demás, el alud de voluntarios seguía a un ritmo creciente, sin contar con que en diversas capitales europeas había empezado el reclutamiento de veteranos luchadores internacionales que a no tardar aportarían su experiencia. Este hecho era trascendental y demostraba la amplia repercusión que iba teniendo el conflicto español. El comisario H… Julián Cervera, al regreso de un corto viaje a Perpignan, trajo la noticia de que se encontraban ya en el sur de Francia, esperando la oportunidad de entrar, no sólo varios lotes comunistas y socialistas, sino un grupo de judíos expulsados de Alemania, cuyo objetivo era «protestar contra la expulsión de que su raza fue objeto por parte de Isabel la Católica». Dichos judíos hablaban el yidish, y entre ellos abundaban los polacos y los árabes palestinianos.
Por otro lado, también los fascistas cometían errores y torpezas, también malversaban los recursos y se creaban enemigos… Para cerciorarse de ello, bastaba con prestar oído a sus emisoras, con leer sus periódicos y, sobre todo, con interrogar a los soldados que se pasaban. La última insensatez radiada por Queipo de Llano decía así: «De Madrid haremos una ciudad; de Bilbao, una fábrica; de Barcelona, un solar». ¡Estimulante perspectiva! Las «normas» de moralidad pública para el verano, insertas en los periódicos, situaban al lector a principios de siglo; y al parecer, en las exposiciones de pintura y escultura se prohibían los desnudos. Los soldados contaban y no acababan afirmando que las «hijas de buena familia», que en Gerona se dedicaban a fregar pisos y lavabos, en Zaragoza y otras ciudades se dedicaban a complacer a los moros. La prensa francesa describía al territorio rebelde como «la reencarnación de la Edad Media».
Y había más: el otoño trajo consigo dos noticias cuya significación eximía de cualquier otro testimonio. La primera era una pastoral hecha pública por el cardenal Gomá; la segunda, el asesinato de García Lorca. El amarillo y la melancolía del otoño, que con sólo posarse en las azoteas predisponían a la mesura, no consiguieron rebajar de una décima la irritación que se apoderó de todos los antifascistas españoles.
La pastoral del cardenal Gomá, arzobispo de Toledo y Primado de las Españas, calificaba la contienda de «verdadera cruzada en pro de la religión católica» y aseguraba que, «si estaba de Dios que el Ejército Nacional triunfase» los obreros «habrían entrado definitivamente en camino de lograr sus justas reivindicaciones».
¡Cruzada! ¿Y los asesinatos de las Islas Canarias? ¿Y la presencia de los moros? ¿Y la promesa de entrega de las minas del Rif a Hitler, cuya doctrina nazi excluía al catolicismo y lo perseguía a muerte? Cristo había dicho: «La paz os dejo, la paz os doy». Cristo no había declarado el estado de guerra en los montes y en los valles de Israel.
En cuanto a la segunda noticia, dejó sin respiración a media España. Sí, ocurría eso: que en los dos bandos el enemigo cuidaba de alertar el alma. ¡García Lorca fusilado en Granada por los «facciosos»! ¿Era ello posible? ¡García Lorca asesinado! Nadie se explicaba las razones de semejante crimen. La gitana cabeza y el mirar aceitunado del escritor clamaban venganza desde los cuatro puntos cardinales. Al pronto se culpó del atentado a los guardias civiles. Se dijo que sorprendieron a García Lorca escondido en casa de un amigo y se lo llevaron a un olivar, de noche, y allí lo fusilaron a la plateada luz de la luna que él había llamado «mi historia sentimental». Pero luego se supo que los guardias civiles fueron los simples ejecutores del hecho, que quien formuló la denuncia contra el poeta fue un diputado «derechista», probablemente por rencores personales. David, que muchas veces había hecho notar que la mayor parte de los intelectuales permanecieron adictos al Gobierno, oyó una emisora extranjera al servicio de los militares, que atribuía al poeta un carnet del Partido Comunista. Pero el catedrático Morales primero, y Axelrod después, lo desmintieron. El catedrático Morales había conocido a García Lorca en una visita que el poeta hizo a un pueblo de la provincia, a Cadaqués. García Lorca le había impresionado profundamente, porque tenía «en los ojos y en la palabra ese temblor que suelen tener los grandes y humildes hombres». De ahí que afirmara que los fascistas habían matado al poeta sencillamente por eso, porque era lo contrario de Queipo de Llano y de Millán Astray, porque representaba el sentimiento y la idea. «García Lorca escribió
Bodas de sangre
y los fascistas han derramado la suya para brindar.»
Julio García, en el café Neutral, hizo una afirmación que causó el mayor estupor: el poeta era de tal modo diverso, repugnaba tanto el encasillamiento ¡que no sólo fue amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, sino que había recibido de éste —y aceptado— el encargo de componer el «Poema» de la Falange! «Sólo Federico puede hacer eso», había dicho el fundador «fascista». Julio García adujo un dato elocuente en favor de su tesis: «Desde el 18 de julio, García Lorca, en Granada, se había escondido en casa de amigos suyos falangistas, últimamente, en casa del también poeta Luis Rosales».