—A mí me pareces una princesa. ¿Cómo es que tienes rasgos orientales?
Juanjo y ella se echaron a reír.
—¿Qué he dicho? —Lester quedó perplejo.
Mientras Valeria se lo explicaba, Juanjo bebió agua y tomó los compactos. Allí había temas de blues, jazz, rhythm & blues, rock and roll y demás interpretados por los artistas de los que les había hablado su amigo rockero. Cuando la chica acabó de contar lo que había repetido decenas de veces, estaban listos para la segunda sesión de «puesta a punto» histórica.
—¿Dónde nos quedamos? —preguntó Lester.
—Acabaste con Elvis.
—¡Oh, sí! Hoy toca empezar por la era dorada del rock and roll, breve pero jugosa. —
Buscó en su mente el arranque preciso mientras cabalgaba una pierna sobre la otra y unía las yemas de sus diez dedos—. Estamos en la segunda mitad de los años cincuenta, el rock and roll en estado puro. Elvis fue la imagen, pero no olvidemos al grupo que formaba el pelotón de cabeza del cambio: Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Gene Vincent, Buddy Holly… Chuck Berry fue el que mejor captó la esencia juvenil de ese tiempo. Hizo poesía rockera de lo más vulgar, de las pequeñas cosas. Little Richard era menos poético, pero dicen que el arranque de «Tutti frutti» es la mejor definición del rock and roll que existe: «A-wop-bop-a-loo-bop-a-lop-bam-boom», lo mismo que el «yeah yeah» de los Beatles bautizó a una generación. Jerry Lee Lewis, al que apodaron
The killer
, era incendiario sentado a su piano. Carl Perkins y Gene Vincent fueron gigantes perdidos. El pobre Carl compuso el emblemático «Blue suede shoes» y el día que iba a presentarlo al
Ed Sullivan Show
, que lo catapultaría al estrellato, tuvo un accidente de coche. En ese tiempo, Elvis grabó la canción, fue número uno con ella, le robó el éxito, y cuando regresó Carl ya había pasado su momento. También Gene Vincent tuvo un accidente de coche, en él murió Eddie Cochran. Ese puñado de tipos hizo las mejores canciones de esos años.
—Todos ellos cayeron en desgracia, ¿no?
—No nos adelantemos. Disfrutemos de la era dorada del rock and roll. La fiebre ya se había disparado y salían rockeros como las setas. El más aventajado fue Buddy Holly, blanco, norteamericano medio y atractivo para las chicas. Perfecto. Carecía de la fuerza de Berry o Richard, pero fue importante su naturalidad, su ritmo, la personalidad y la innovación que supuso su música. El tex-mex fue un estilo limpio y sencillo que Holly asimiló como parte de su música, y utilizó y trasvasó al hillbilly y al rockabilly. El rockabilly era rock and roll energético y se le calificó de salvaje y rebelde, muy sureño.
También hay que destacar a los Everly Brothers, blancos y guaperas, carne de fans. Si los Beatles imitaron a Holly, Simon & Garfunkel tomaron el relevo de los Everly, por ejemplo.
—¿Por qué mencionas si eran blancos o negros? —preguntó Valeria.
—En estos años es fundamental. Había racismo y listas de éxitos separadas. El rock and roll triunfaba pero «la mayoría moral» estadounidense estaba al acecho, momentáneamente derrotada pero no hundida. Y el rock impuso el gran cambio de la segunda mitad del siglo XX. Enseguida encontrarían municiones para disparar. —
Reorganizó sus pensamientos y siguió—: De pronto encontró nuevos caminos para explorar, tanto en la parte instrumental como en la vocal.
—¿Es que ya surgieron los primeros héroes de la guitarra? —dijo Juanjo.
— Guitar heroes
. —Lo pronunció en inglés e hizo entrechocar sus manos—. Vamos a la historia. Antes de que el rock and roll hiciera su aparición, las orquestas y las jump bands habían demostrado la importancia de la música instrumental. Dentro de las grandes orquestas que empleaban al solista vocal como un elemento más, no como una estrella, los líderes solían ser los clarinetes, los trombones, los pianistas o los trompetas.
Lo mismo cabía señalar de las jump bands, una modalidad de orquesta formada normalmente por músicos negros, que casi nunca tenían un cantante y el saxo solía ser el solista. Durante la primera mitad de los años cincuenta, la música instrumental estaba reservada a los breves solos que servían de puente en las sesiones de baile y las grabaciones, entre el comienzo y el fin o entre dos estrofas. A nadie le interesaba mucho porque las emociones se transmitían a través de la letra. Una parte del negocio consistía en vender las partituras y las letras de las canciones. El éxito del rock and roll se debió a que tres o cuatro músicos eran más baratos que los sesenta que intervenían en una grabación orquestal. Y además vendían muchas más copias. Así nacieron los primeros instrumentistas del rock and roll. La guitarra eléctrica acabó siendo el emblema del rock, desbancando al saxo como instrumento más en boga. También se fortaleció la figura del batería, por tratarse de un género en el que el ritmo es esencial. —Retomó la pregunta de Juanjo y concluyó—: El primer gran héroe de la guitarra fue Duane Eddy. De forma autodidacta desarrolló una técnica conocida como
twang
, y los primeros hits instrumentales fueron suyos.
Bebió agua por primera vez y esperaron a que recuperara su oratoria.
—Pasemos al auge del llamado rock vocal.
—Bueno, el rock and roll ya se cantaba, ¿no?
—No es igual un cantante solista único que un grupo formado por varias voces —
repuso él—. El rock and roll vocal, con grupos de voces en los que la instrumentación no era más que un fondo de acompañamiento, surge directamente del doo-woop, el estilo que más habría de definir la función de la voz o el aspecto coral de un tema. A los grupos callejeros de doo-woop se los llamó street-corners porque era allí donde solían ponerse. —Hizo una pausa y fue como si hablara consigo mismo unos segundos—. Los Platters fueron los artífices de la máxima armonía posible conjuntando cinco voces.
Romanticismo y estética crearon escuela. Muy pronto, la demanda de primeros o segundos tenores y de barítonos fue absoluta. Hubo miles de grupos, de street-corners, y muchos lograron grabar su disco.
—Hablas de Estados Unidos porque fue la cuna, pero ¿y en Europa?
—Los aventajados fueron los ingleses, porque Gran Bretaña era la puerta de Europa para los barcos que llegaban de América. El cantante más popular en aquellos días era el rey del skiffle, Lonnie Donegan. Se llamó skiffle a la combinación musical surgida del rhythm & blues y el country, es decir… el rock and roll. Todos los grupos beat de los años sesenta se iniciaron haciendo skiffle. Frente a la necesidad de emplear guitarras eléctricas en el rock and roll, el skiffle, por su rudimentaria simplicidad, necesitaba solo una guitarra tradicional, de la que solo se utilizaban cuatro cuerdas, y el bajo como soporte. El primer rockero británico fue Tommy Steele. Un chico simpático, explosivo.
Pronto se convirtió en el precursor del gran rockero inglés Cliff Richard. Y en el resto de Europa… Francia fue el primer país que se sumó al rock and roll con la aparición de su propio rey, Johnny Halliday, pero tanto este país como Italia mantuvieron las viejas fórmulas de los cantantes románticos o, como vanguardia de un cambio, pero ajeno al rock and roll, los primeros cantautores con sello de prestigio, capaces de vehicular su música a través de unas letras llenas de compromiso.
—Parece mentira que, con todo lo que estás contando, el rock and roll pudiera sucumbir.
—Sucumbió —dijo Lester.
Y bebió otro largo sorbo de agua.
Richard Goldstein dijo: «El rock es subversivo, no porque parezca autorizar el sexo, la droga y otras emociones fáciles, sino porque anima a la gente a juzgar por su cuenta los tabúes de la sociedad».
—Pero ¿socialmente qué cambió?
—¿Aparte de la ropa, el lenguaje, la libertad…? —Lester fue expresivo—. Ahí nació la sociedad de consumo para los jóvenes. El poder adquisitivo de los menores se convirtió en un referente, un reclamo. Consumían, luego existían. Ellos decidían qué ropa había que ponerse, las bebidas que tomaban y en qué invertían su ocio. Eran dueños de su destino… y de su dinero. Si Elvis salía a escena con una chaqueta roja, se fabricaban y vendían chaquetas rojas. Había una comunión ideológica entre artista y público. Los jóvenes, sobre todo los adolescentes, necesitaban creer en algo, buscaban modelos a imitar. El día que Elvis salió en el
Ed Sullivan Show
, un chico de Nueva Jersey llamado Bruce Springsteen, pegado al televisor, quiso ser rockero.
—El rock unió al mundo —dijo Juanjo.
—Por supuesto. Durante los primeros años del rock, la imagen la aportó Elvis, los Beatles le dieron sentimiento y Bob Dylan se erigió en la voz del proceso. Hay que tener en cuenta que el ser humano es tribal por naturaleza, y el rock and roll fue un rito. Sus conciertos se convirtieron en fiestas multitudinarias en las que primaba la libertad. El rock era oscuro y sexual, transgresor y provocador, y por eso apareció como una contracultura. Esa juventud descubrió que se podían cambiar las normas. De la misma forma que en la parte final de los noventa la generación que empezó a usar los ordenadores se situó por delante de sus padres, dominando técnicas y un lenguaje que los mayores no entendían. Eso causó pánico. ¡Los jóvenes estaban sin control!
—Es que la gran preocupación de los adultos ha sido siempre tenernos controlados.
—A eso lo llaman «educación». —Lester sonrió mordaz—. Y sí, Juanjo, siempre hubo ese miedo. Te leo lo que decía el Reverendo Noebel en los sesenta: «La música de los Beatles, lo mismo que otros ritmos aparentemente inocuos e inofensivos escuchados diariamente por los muchachos norteamericanos, forma parte de un plan sistemático que pretende convertir a toda una generación de jóvenes estadounidenses en enfermos mentales, emotivamente inestables, con el propósito de hipnotizar a esa juventud y prepararla de esta manera para la sumisión y control por parte de los elementos subversivos». Lo mismo que se había dicho del rock and roll en los cincuenta. Y lo mismo que del punk en los setenta o de la música cibernética en los noventa. Lo mismo que se dirá siempre de todo cambio social que rompa con el pasado.
—Entonces ¿cómo pudieron tumbar el fenómeno?
—En el momento en que el rock and roll puso de manifiesto el poder adquisitivo de la gente joven y se convirtió en un fenómeno de masas, la industria se movió en tres direcciones: buscar nuevos Elvis, crear más alternativas de consumo y tratar de domesticar la peligrosidad del movimiento. No hubo un nuevo Elvis pero aparecieron las
screen stars
, chicos y chicas de usar y tirar, perfectos porque cantaban, bailaban, eran atractivos… Nada que ver con Chuck Berry o Carl Perkins, ¡brrr! —Se estremeció falsamente—. Hollywood empezó a producir películas juveniles, playa, amor, rock and roll blando, baladas… lo típico. Pero no había artistas que escribieran sus canciones a excepción de Paul Anka. Hizo su hit, «Diana», con catorce años y fue número uno con dieciséis. La rueda de Hollywood era perfecta: el cine los empujaba al número uno y los números uno los obligaban a hacer más cine. Sea como sea, aquello no pasó únicamente en los cincuenta o comienzos de los sesenta.
—¿Cómo es posible que cayeran todos los grandes? —preguntó Valeria.
—Después del viaje de Elvis y los accidentes, Jerry Lewis se enamoró de una prima tercera llamada Myra que solo tenía catorce años. Cuando en una gira se descubrió, la prensa sensacionalista se cebó en él acusándole de pederasta y, al saberse que era consanguínea, llegó la puntilla. Jerry no resistió el ataque. Su nombre quedó enterrado durante años. A Chuck Berry también le «cazaron». Era el clásico negro rico, arrogante y seguro al que muchos blancos no miraban con simpatía, así que le acusaron de incitación a la prostitución con dudosas pruebas y fue detenido. Sus discos desaparecieron de los
rankings
y cayó en picado. Lo mismo que le pasó a Michael Jackson con su acusación de pederastia en este siglo. Los Beatles fueron los primeros en reivindicar su leyenda cantando muchas de sus canciones.
—¿Y todo eso pasó de golpe?
—Ya veis que sí. ¿Quién resiste algo como eso? Luego la puntilla, el escándalo Payola.
En aquel tiempo, miles de disc-jockeys se dejaban sobornar. Los grandes acusados y perjudicados de ese escándalo fueron Alan Freed, el hombre que inventó el término
rock
and roll
y le dio vida, y el popular disc-jockey Dick Clark, que tenía en la cima su programa
The Dick Clark Show
. Alan era la cabeza visible del movimiento rock, y Dick, el presentador de televisión más notorio. Al ir a por ellos, se iba directo al corazón y la cabeza. Pero incluso ahí hubo «diferencia de clases».
—¿Por qué?
—Dick Clark fue defendido por un famoso estadista llamado Bernard Goldstein, que presentó unos alegatos impecables. Los tribunales le declararon inocente y le confirmaron como un «hombre honesto». Pero en cambio se ensañaron con Alan Freed.
—El inventor del rock and roll —recordó Valeria.
—Alan fue la cabeza de turco perfecta, la gran víctima, como si a Edison le hubieran acusado de ser el responsable de que la luz eléctrica electrocutara a personas. El inventor del rock and roll fue sometido a juicio, no tuvo un abogado tan bueno como el de Clark y su sentencia de culpabilidad fue ratificada en 1964. El infierno de Alan desde 1959 a 1964 fue atroz. Tras ser declarado culpable de soborno, fue acusado de evasión fiscal en 1964. Murió el 20 de enero de 1965 en Palm Springs, California, a los cuarenta y tres años, sin dejar de repetir una y otra vez que era inocente. Fue el mártir idóneo, luz y sombra del rock and roll.
—¡Qué fuerte! —exhaló Valeria.
—Con el rock and roll muerto fue un tiempo de… —comenzó a decir Juanjo.
—Un tiempo del que ya os pasáis de la hora —le advirtió Lester—. Tus amigos hace rato que deben de estar abajo ensayando solos.
Juanjo y Valeria miraron sus relojes.
Apenas si pudieron despedirse de Lester mientras echaban a correr.
Amalia y Cristian cortaron en seco lo que estaban tocando cuando ellos entraron sin llamar a la puerta. Amalia cambió la mirada al ver a Valeria. Cristian fue más directo:
—¿Dónde estabas?
—Arriba, charlando con Lester. Lo siento. Ni siquiera he visto la hora que era.
—Hola, Valeria —la saludó el bajista del grupo.
—¿Qué tal? Hola, Amalia.