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Authors: Angie Sage

Septimus (13 page)

—Jenna.

Jenna miró fijamente a Alther consternada.

—¿Yo? ¿Un obstáculo? ¿Qué es eso?

Alther contempló el fuego sumido en sus pensamientos.

—Parece, princesa, que de algún modo tú has estado impidiendo que ese horrible viejo nigromante regresase al Castillo. Siempre me he preguntado por qué envió al Asesino para la reina y no para mí.

Jenna se estremeció. De repente se sintió muy asustada. Silas la abrazó.

—Basta por ahora, Alther. No es necesario que nos mates a todos de miedo. Francamente, creo que te quedaste dormido y tuviste una pesadilla. Ya sabes que las tienes de vez en cuando. Los custodios son simplemente un hatajo de matones que cualquier mago extraordinario decente habría echado hace años.

—No voy limitarme a quedarme aquí sentada y dejar que me insulten así —prorrumpió Marcia—. Tú no tienes ni idea de la de cosas que he intentado para librarme de ellos. Ni idea en absoluto. A veces, lo único que podíamos hacer era mantener la Torre del Mago en funcionamiento. Y sin tu ayuda, Silas Heap.

—Bueno, no sé de qué va todo este alboroto, Marcia. DomDaniel está muerto —respondió Silas.

—No, no lo está —dijo Marcia con tranquilidad.

—No seas tonta, Marcia -dijo bruscamente Silas-. Alther lo tiró desde lo alto de la torre hace cuarenta años.

Jenna y Nicko lanzaron una exclamación.

—¿En serio, tío Alther? —preguntó Jenna.

—¡No! —exclamó Alther enfadado—. No, yo no le tiré: él se arrojó.

—Bueno, como fuera —insistió Silas con obstinación—. Está muerto.

—No necesariamente... -le contradijo Alther en un tono grave, contemplando el fuego.

La luz de las brasas proyectaba las sombras parpadeantes de todos, menos Alther, que flotaba tristemente entre ellos, con la mente ausente intentando deshacer el nudo que acababa de hacer en su hilo de pescar. El fuego ardió con fuerza por un momento e iluminó el círculo de gente que se congregaba en torno a él. De repente, Jenna habló:

—¿Qué sucedió en lo alto de la Torre del Mago con DomDaniel, tío Alther? —susurró.

—La historia da un poco de miedo, princesa. No quiero asustarte.

—¡Oh, vamos, cuéntanoslo! —Pidió Nicko—. A Jenna le gustan las historias de miedo.

Jenna asintió con la cabeza un poco desconcertada.

—Bien —empezó Alther—, es difícil para mí contarlo con mis propias palabras, pero os contaré la historia tal como una vez la oí contar alrededor de un fuego de campamento en lo más profundo del Bosque. Era una noche como esta, medianoche, con una luna llena en lo alto del cielo, y la contaba una vieja y sabia bruja madre de Wendron a sus brujas. -Y así, junto al fuego, Alther Mella se transmutó en una mujer grande y de aspecto acomodado, vestida de verde. Hablando con el tranquilo acento de las brujas del Bosque, empezó—: Aquí es donde empieza la historia: en la cima de una pirámide dorada coronada por una alta torre de plata. La Torre del Mago reluce en el primer sol de la mañana y es tan alta que la multitud de personas congregadas a sus pies le parecen como hormigas al joven que está trepando por los inclinados laterales de la pirámide. El joven ha mirado antes hacia abajo, a las hormigas, y se ha mareado de la vertiginosa sensación de altura, de modo que ahora mantiene la vista fija en la figura que tiene delante: un hombre mayor que él, pero notablemente ágil, que, para su gran ventaja, no teme las alturas. La capa purpúrea del hombre mayor ondea al fresco viento que siempre sopla en lo alto de la torre, y a la muchedumbre congregada abajo le parece solo un murciélago púrpura que asciende hacia la punta de la pirámide.

»Los que miran desde abajo se preguntan qué está haciendo su mago extraordinario y si no es ese su aprendiz, el que le sigue e incluso le ha dado alcance.

»E1 aprendiz, Alther Mella, tiene ahora a su maestro, DomDaniel, al alcance de la mano. DomDaniel ha llegado al pináculo de la pirámide, una pequeña plataforma cuadrada de oro martilleado, donde están incrustados los jeroglíficos plateados que encantan la torre. De pie, con la gruesa capa púrpura flotando a sus espaldas y el cinturón de oro y platino de mago extraordinario centelleando al sol, DomDaniel desafía a su aprendiz a que se acerque más.

»Alther Mella sabe que no tiene elección. De un arriesgado y terrible salto embiste a su maestro y lo coge desprevenido. DomDaniel cae derribado y su aprendiz salta sobre él, cogiendo el amuleto Akhentaten de oro y lapislázuli que pende de una gruesa cadena de plata que su maestro lleva colgada del cuello.

»Mucho más abajo, en el patio de la Torre del Mago, la multitud lanza una exclamación de incredulidad, mientras contempla con los ojos entornados el resplandor de la pirámide dorada y observa el forcejeo del aprendiz con su maestro. Ambos se balancean en la minúscula plataforma, rodando de un lado a otro mientras el mago extraordinario intenta liberar el amuleto de la mano de Alther Mella.

»DomDaniel dirige una mirada torva a Alther Mella y sus oscuros ojos verdes echan chispas de furia. Los claros ojos verdes de Alther aguantan inquebrantables la mirada, y nota cómo se afloja el amuleto. Tira fuerte, la cadena se rompe en cien eslabones que salen volando, resplandeciendo al sol, y el amuleto va a parar a sus manos. "Cógelo -masculla DomDaniel-. Pero volveré por él. Volveré con el séptimo del séptimo."

»Un alarido penetrante se eleva al unísono cuando la mul¬titud que se ha congregado abajo ve a su mago extraordinario lanzarse desde la cima de la pirámide y caer desde la torre. Su capa vuela como un magnífico par de alas, pero no frena su larga caída a tierra.

»Y luego desaparece.

»En la cúspide de la pirámide el aprendiz aprieta fuerte el amuleto Akhentaten, con la mirada perdida, conmocionado por lo que acaba de ver: a su maestro entrar en el Abismo.

»La muchedumbre se apiña alrededor de la marca carbonizada que señala el lugar donde DomDaniel ha chocado contra el suelo. Cada uno ha visto algo distinto. Uno dice que se transformó en murciélago y salió volando. Otro vio un caballo negro que aparecía y se internaba al galope en el Bosque, y otro vio a DomDaniel convertirse en una serpiente y escabullirse bajo una roca. Pero nadie, salvo Alther, ha visto la verdad.

»Alther Mella desciende el largo trecho de la pirámide con los ojos cerrados para no sentir vértigo al mirar hacia abajo. Solo abre los ojos cuando atraviesa arrastrándose la trampilla que le conduce a la seguridad de la biblioteca que alberga el interior de la pirámide dorada. Y entonces, con una sensación de temor reverencial, comprende lo ocurrido. Su humilde túnica de lana verde de aprendiz de mago se ha convertido en una tupida seda púrpura. El sencillo cinturón de cuero que ceñía su túnica se ha vuelto considerablemente pesado; baja la vista y comprueba que ahora está hecho de oro con intrincadas runas incrustadas en platino y amuletos que protegen y confieren poderes al mago extraordinario en el que, para su asombro, se ha convertido Alther.

»Alther observa el amuleto que sostiene en la mano temblorosa. Es una pequeña piedra redonda de lapislázuli de color ultramar con vetas de oro y una runa en forma de dragón tallada en ella. La piedra descansa pesadamente en su palma, engarzada en una tira de oro que se une en la parte superior de la piedra para formar una anilla, y de esta anilla cuelga un eslabón de plata roto, que se soltó cuando Alther arrancó el amuleto de su cadena de plata.

»Tras pensarlo un momento, Alther se agacha y se quita el cordón de cuero de una de sus botas. Enhebra el amuleto en el cordón, tal como todos los magos extraordinarios han hecho antes que él, y se lo cuelga al cuello. Luego, con el largo y fino cabello castaño aún desaliñado después de su vuelo, la cara pálida y preocupada, los ojos verdes abiertos y conmocionados, Alther inicia el largo viaje de descenso de la torre para enfrentarse a la multitud que aguarda fuera entre murmullos de expectación.

»Cuando Alther sale dando un traspié por las enormes puertas de plata maciza que custodian la entrada de la Torre del Mago, es recibido por una exclamación de sorpresa. Pero sin más comentario, pues no hay discusión posible ante la presencia de un nuevo mago extraordinario, y en medio de unas pocas murmuraciones sofocadas, la multitud se dispersa, aunque una voz grita: "¡Tal como lo has ganado, lo perderás!".

»Alther suspira porque sabe que es cierto.

»Mientras toma el solitario camino de regreso a la torre para emprender la tarea de deshacer la Oscuridad de DomDaniel, en un cuartucho no muy lejano ha nacido un niño en la familia de un mago pobre.

»Es su séptimo hijo y su nombre es Silas Heap.

Se hizo un largo silencio alrededor del fuego mientras Alther lentamente recuperaba su propia forma. Silas se estremeció. Nunca había oído la historia contada de ese modo.

—Es sorprendente, Alther —manifestó en un ronco susurro—. No tenía ni idea. ¿Cómo... cómo es que la bruja madre sabe tanto?

—Estaba mirando entre la multitud —explicó Alther—. Ese mismo día, más tarde, vino a verme y a felicitarme por haberme convertido en mago extraordinario y yo le conté mi versión de la historia. Si queréis que se sepa la verdad, solo tenéis que decírselo a la bruja madre. Se lo contará a todos. Claro que si la creen o no es otra cuestión.

Jenna estaba pensando muy concentrada.

—Pero ¿por qué, tío Alther, estabas persiguiendo a DomDaniel?

—¡Ah, buena pregunta! Eso no se lo conté a la bruja madre. Hay ciertos asuntos Oscuros de los que no se debe hablar a la ligera. Pero deberíais saberlo, así que os lo diré. ¿Sabéis?, esa mañana, como todas las mañanas yo había estado limpiando la biblioteca de la pirámide. Una de las tareas de un aprendiz es mantener en orden la biblioteca, y yo me tomaba mis obligaciones muy en serio, incluso aunque fueran para un maestro tan desagradable. Sea como fuere, aquella mañana en concreto había encontrado un extraño encantamiento de puño y letra de DomDaniel metido en uno de los libros. Había visto uno tirado por ahí antes y no había podido leer lo que estaba escrito, pero mientras estudiaba aquel, se me ocurrió una idea. Puse el encantamiento frente al espejo y descubrí que tenía razón: estaba escrito en escritura especular. Entonces empecé a tener un mal presentimiento, porque sabía que debía ser un encantamiento inverso, que usaba la Magia del lado Oscuro, o el Otro lado, como yo prefiero llamarlo, pues no es siempre magia negra lo que el Otro lado emplea. De cualquier modo, tenía que saber la verdad acerca de DomDaniel y de lo que estaba haciendo, así que me arriesgué a leer el encantamiento. Acababa de empezar cuando algo terrible ocurrió...

—¿Qué? —susurró Jenna.

—Un espectro apareció detrás de mí. Bueno, al menos podía verlo en el espejo, pero cuando me di la vuelta ya no esta¬ba allí. Aun así, podía notarlo, podía sentir cómo me ponía la mano en el hombro y luego... oírlo. Oí cómo me hablaba con su voz hueca. Me dijo que había llegado mi hora, que había venido a recogerme, como se había dispuesto.

Alther se estremeció al recordarlo y se llevó la mano al hombro izquierdo como el espectro había hecho. Aún le dolía del frío, como siempre le había dolido desde aquella mañana.

Todos los demás se estremecieron también y se arrimaron más al fuego.

—Le dije al espectro que no estaba preparado, aún no. Ya sabéis que conozco demasiado el Otro lado como para saber que nunca debes rechazarlos, pero están dispuestos a esperar. El tiempo no es nada para ellos. No tienen otra cosa que hacer más que esperar. El espectro me dijo que volvería al día siguiente y que sería mejor que estuviera preparado para entonces, y se desvaneció. Cuando se hubo ido, leí las palabras inversas y vi que DomDaniel me había ofrecido a mí como parte de un trato con el Otro lado, para que me recogieran en el momento en que yo leyera el encantamiento. Y entonces supe a ciencia cierta que estaba usando la Magia inversa —la imagen especular de la Magia, del tipo que consume a la gente— y yo había caído en su trampa.

El fuego de la playa empezaba a extinguirse y todo el mun¬do se apretujaba a su alrededor, apiñándose en el destello mortecino, mientras Alther proseguía con su relato:

—De repente entró DomDaniel, me vio leyendo el encantamiento. Y se sorprendió de que aún estuviera allí... de que no me hubieran tomado. Sabía que había descubierto su plan y echó a correr. Se escabulló por la escalera de la biblioteca como una araña, corrió por encima de las estanterías y salió por la trampilla que conducía al otro lado de la pirámide. Se reía de mí y me desafiaba a seguirle si me atrevía; él sabía que me aterrorizaban las alturas. Pero no tenía más remedio que seguirle. Y así lo hice.

Todos se quedaron en silencio. Nadie, ni siquiera Marcia, había oído toda la historia del espectro antes.

Jenna rompió el silencio:

—¡Es horrible! —Se encogió de hombros—. ¿De modo qué, ese espectro volvió a por ti, tío Alther?

—No, princesa. Con alguna ayuda inventé una fórmula antimalefícío. Después de eso no surtió efecto. —Alther se sentó un rato y luego dijo—: Solo quiero que todos sepáis que no estoy orgulloso de lo que hice en lo alto de la Torre del Mago... aunque no empujara a DomDaniel. ¿Sabéis?, es una cosa terrible para un aprendiz suplantar a su maestro.

—Pero tuviste que hacerlo, tío Alther, ¿verdad?

—Sí, tuve que hacerlo —respondió Alther con calma—. Y tendremos que volver a hacerlo.

—Tendremos que hacerlo esta noche —declaró Marcia—. Volveré y arrojaré a ese malvado desde la torre. Pronto aprenderá que no se juega con la maga extraordinaria. —Se puso en pie decididamente y se envolvió en la capa púrpura, preparada para marcharse.

Alther saltó en el aire y le puso una mano de fantasma sobre el brazo de Marcia.

—No. No, Marcia.

—Pero, Alther... -protestó Marcia.

—Marcia, en la torre no quedan magos que te protejan y he oído que le diste tu mantente a salvo a Sally Mullin. Te suplico que no vuelvas. Es demasiado peligroso. Debes llevar a la princesa a un lugar seguro. Y mantenerla sana y salva. Yo volveré al Castillo y haré lo que pueda.

Marcia se hundió otra vez en la húmeda arena. Sabía que Alther tenía razón. Las últimas llamas del fuego chisporrotearon mientras empezaban a caer grandes copos de nieve y la oscuridad se cernía sobre ellos. Alther dejó su fantasmal caña de pescar sobre la arena y flotó sobre el Dique Profundo. Miró los marjales que se extendían a lo lejos. Era una visión placentera a la luz de la luna, amplios pantanos cubiertos de nieve, salpicados de pequeñas islas por aquí y por allí, que se desplegaban hasta donde alcanzaba la vista.

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