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Authors: Angie Sage

Septimus (11 page)

Jenna le embutió el remo restante en la mano.

—¡Rema! —le ordenó—. ¡Tan rápido como puedas! —El tono de voz de Jenna le recordó al Muchacho 412 el de su maestro de instrucción. Metió el remo en el agua y remó tan rápido como pudo.

Despacio, demasiado despacio, el Muriel se arrastraba hacia la seguridad de los marjales Marram mientras el reflector del barco bala oscilaba sobre el agua hacia delante y hacia atrás, implacablemente, en busca de su presa.

Jenna echó una ojeada a su espalda y, para su horror, vio la silueta negra del barco bala. Como un escarabajo largo y repulsivo, sus cinco pares de finas patas negras cortaban silenciosamente el agua una y otra vez, mientras los preparadísimos remeros se esforzaban al límite y el barco atrapaba a los ocupantes del Muriel, que remaban frenéticamente.

Sentada en la proa estaba la inconfundible figura del cazador, tenso y presto para saltar. Jenna sorprendió la calculadora mirada del cazador y, de repente, sintió el valor suficiente como para dirigirse a Marcia.

—Marcia —dijo Jenna—, no vamos a llegar a los marjales a tiempo. Debes hacer algo, ¡rápido!

Aunque Marcia parecía sorprendida de que le hablasen así tan directamente, estaba de acuerdo con ella. «Habla como una auténtica princesa», pensó.

—Muy bien —aceptó Marcia—. Podría intentar una niebla. Puedo hacerlo en cincuenta y tres segundos. Si se dan el frío y la humedad suficientes.

La tripulación del Muriel estaba segura de que no habría problemas con el frío y la humedad. Solo esperaban disponer de esos cincuenta y tres segundos.

—Que todo el mundo deje de remar —fueron las instrucciones de Marcia-. Quedaos quietos y callados. Muy callados.

La tripulación del Muriel hizo lo que le ordenaban y, en medio del silencio reinante, oyeron a lo lejos un nuevo sonido: el rítmico golpeteo de los remos del barco bala en el agua.

Marcia se puso en pie con cautela y con la esperanza de que el suelo no se balanceara mucho a su alrededor. Luego se reclinó sobre el mástil para mantenerse erguida, respiró hon¬do y abrió los brazos, mientras su capa ondeaba como un par de alas púrpura.

—¡Despierta, tiniebla! —susurró la maga extraordinaria tan alto como se atrevió—. ¡Despierta, tiniebla, y crea cueva!

Era un hechizo precioso. Jenna vio cómo se congregaban gruesas nubes blancas en el flamante cielo nocturno, cubriendo rápidamente la luna y aportando un frío glacial al aire de la noche. En la oscuridad todo se quedó mortalmente quieto mientras la primera y delicada voluta de niebla empezó a alzarse del agua negra hasta donde alcanzaba la vista. Las volutas crecieron cada vez más rápido, juntándose y aglomerándose en gruesas franjas de niebla, mientras la neblina de los marjales ro¬daba sobre el agua y se unía a ellas. En el mismo centro, en el ojo de la niebla, se sentaba el Muriel, inmóvil, aguardando pacientemente a que la neblina cayera, se arremolinara y se espesara a su alrededor.

Pronto el Muriel estuvo cubierto por una profunda y blanca espesura que caló con un helor húmedo hasta los huesos de Jenna. Junto a ella notaba que el Muchacho 412 empezaba a tiritar salvajemente; aún estaba aterido del tiempo que había pasado bajo la nieve.

—Cincuenta y tres segundos para ser exactos —murmuró la voz de Marcia entre la niebla—. No está mal.

—Chitón —le ordenó Silas.

Un silencio espeso y blanco cayó sobre el pequeño barco. Lentamente Jenna levantó la mano y la colocó delante de sus ojos abiertos. No podía ver nada más que la blancura, pero lo oía todo.

Oía el sincronizado golpe de los diez remos afilados como cuchillos hundiéndose en el agua y volviendo a salir y volviendo a entrar una y otra vez. Oía el susurro de la proa del barco bala cortando el río y ahora... ahora el barco bala estaba tan cerca que incluso podía oír la respiración fatigada de los remeros.

—¡Alto! —atronó la voz del cazador surgiendo de entre la niebla.

El chapoteo de los remos cesó y el barco bala se detuvo. Dentro de la niebla, los ocupantes del Muriel contuvieron el aliento, convencidos de que el barco bala estaba muy cerca. Tal vez lo bastante cerca para alargar el brazo y tocarlos, o lo bastante cerca incluso para que el cazador saltara a la abarrotada cubierta del Muriel...

Jenna notó que el corazón le latía fuerte y rápido, pero se obligó a respirar despacio, en silencio, y quedarse completamente quieta. Sabía que aunque no podían ser vistos, podían ser oídos. Nicko y Marcia hacían lo mismo. Y Silas, que se ocupaba de tapar con una mano el largo hocico húmedo de Maxie para evitar que aullase mientras con la otra acariciaba lenta y pausadamente al inquieto perro lobo, que estaba muy asustado por la niebla.

Jenna notaba el constante temblor del Muchacho 412. Extendió el brazo despacio y lo atrajo hacia ella para intentar calentarlo. El Muchacho 412 parecía tenso; Jenna podía asegu¬rar que se esforzaba por escuchar la voz del cazador.

—¡Los tenemos! —decía el cazador—. Es una niebla de maleficio si es que he visto alguna. ¿Y qué es lo que siempre encuentras en medio de una niebla de maleficio? Un mago maléfico y a sus cómplices. —Su carcajada de satisfacción consigo mismo se elevó en medio de la niebla e hizo estremecerse a Jenna.

—Ren... di... os. —La voz incorpórea del cazador envolvió el Muriel—. La Real... la princesa no tiene nada que temer, ni tampoco el resto de vosotros. Solo nos preocupa vuestra seguridad y deseamos escoltaros hasta el Castillo antes de que tengáis un desafortunado accidente.

Jenna odiaba la voz pringosa del cazador. Odiaba no poder escapar de ella, odiaba tener que quedarse allí sentados escuchando sus mentiras suaves como la seda. Tenía ganas de increparle, decirle que ella era la que mandaba, que no escucharía sus amenazas, que pronto él lo lamentaría, y entonces notó cómo el Muchacho 412 respiraba hondo y supo exactamente lo que se disponía a hacer: gritar.

Jenna apretó fuerte la mano sobre la boca del Muchacho 412, que forcejeó con ella intentando apartarla, pero Jenna le sujetó los brazos con la otra mano y se los inmovilizó contra los costados. Jenna era fuerte para su estatura y muy rápida. El Muchacho 412 no era oponente para ella, tan flacucho y débil como se encontraba.

El Muchacho 412 estaba furioso. Su última oportunidad para redimirse se había esfumado. Podía haber regresado al ejército joven como un héroe, tras haber frustrado valientemente el intento de fuga de los magos. En cambio, tenía la manita regordeta de la princesa tapándole la boca y eso le ponía enfermo. Y ella era más fuerte que él. ¡No había derecho! Él era un chico y ella solo una estúpida chica. En su ira, el Muchacho 412 dio una patada a la cubierta, provocando un fuerte golpe. De inmediato Nicko saltó sobre él, bloqueándole las piernas y sujetándoselas tan fuerte que era completamente incapaz de moverse o hacer cualquier ruido.

Pero el daño ya estaba hecho. El cazador estaba cargando su pistola con una bala de plata. La furiosa patada del Muchacho 412 era todo lo que necesitaba el cazador para localizar con exactitud dónde estaban. Se sonrió para sí y giró el trípode de la pistola hacia la niebla. En realidad, apuntaba directamente hacia Jenna.

Marcia había oído el sonido metálico de la bala de plata al ser cargada, un sonido que ya había oído una vez antes y nunca olvidaría. Pensó con celeridad; podía hacer un ceñir y proteger, pero conocía al cazador lo bastante como para saber que se limitaría a vigilar y a esperar a que el hechizo se desvaneciese. La única solución, pensó Marcia, era una proyección. Esperaba tener la suficiente energía para mantenerla.

Marcia cerró los ojos y proyectó. Proyectó una imagen del Muriel y todos sus ocupantes saliendo de la niebla a toda velocidad. Como todas las proyecciones, era una imagen especular, pero esperaba que, en la oscuridad y con el leiruM alejándose ya deprisa, el cazador no se daría cuenta.

—¡Señor! —Gritó un remero—. ¡Intentan dejarnos atrás, señor!

El sonido de la pistola al ser cargada cesó. El cazador soltó una maldición.

—¡Seguidlos, idiotas! —rugió a los remeros.

Lentamente el barco bala arrancó de la niebla.

—¡Más deprisa! —gritó furioso el cazador, incapaz de soportar la visión de su presa escabulléndose por tercera vez en aquella noche.

Dentro de la niebla, Jenna y Nicko sonrieron. Uno a cero a su favor.

14. DIQUE PROFUNDO.

Marcia estaba irascible.

Muy irascible.

Mantener dos hechizos a la vez era duro. Y más si uno de ellos era una proyección, que era una forma inversa de la Magia y, a diferencia de la mayoría de los hechizos que Marcia empleaba, aún tenía vínculos con el lado Oscuro, o el Otro lado, como Marcia prefería llamarlo. Era necesario un mago valiente y hábil para emplear la Magia inversa sin invitar al Otro. Alther había enseñado bien a Marcia, pues muchos de los hechizos que había aprendido de DomDaniel en realidad entrañaban magia negra y Alther se había convertido en un experto en impedirla. Marcia era muy consciente de que durante todo el tiempo que estaba usando la proyección, el Otro revoloteaba sobre ellos, esperando su oportunidad para irrumpir en el hechizo.

Eso explicaba por qué Marcia se sentía como si en su cerebro no cupiese nada más, y sobre todo no cabía ningún esfuerzo por ser educada.

—Por el amor de Dios, haz que este condenado barco se mueva, Nicko —espetó Marcia. Nicko parecía dolido. No tenía por qué hablarle de ese modo.

—Entonces alguien tendrá que remar —musitó Nicko—. Y sería de gran ayuda que pudiera ver adonde nos dirigimos.

Con algún esfuerzo y un consiguiente aumento de la irascibilidad, Marcia despejó un túnel en medio de la niebla. Silas guardó silencio. Sabía que Marcia estaba usando un enorme montón de energía y habilidades mágicas y, a su pesar, sentía un gran respeto por ella. Silas jamás se habría atrevido siquiera a intentar una proyección y mucho menos mantener una niebla generalizada a la vez. Tenía que reconocerlo: era muy buena.

Silas dejó a Marcia con su Magia y bogó para que el Muriel navegase por la espesa crisálida blanca del túnel de niebla, mientras Nicko pilotaba cuidadosamente el barco hacia el ra¬diante cielo estrellado que se abría al final del túnel. Pronto Nicko sintió que el casco del barco arañaba la dura arena, y el Muriel saltó contra una espesa mata de juncia.

Habían llegado a la seguridad de los marjales Marram.

Marcia respiró aliviada y dejó que la niebla se dispersara. Todo el mundo se relajó, salvo Jenna. Jenna, que no había sido la única chica en una familia de seis chicos sin aprender una o dos cosillas de ellos, tenía al Muchacho 412 boca abajo en la cubierta inmovilizado mediante una llave.

—Suéltalo, Jen —dijo Nicko.

—¿Por qué? —exigió Jenna.

—Es solo un niño tonto.

—Pero casi hace que nos maten a todos. Le salvamos cuando estaba enterrado en la nieve y nos ha traicionado replicó tristemente Jenna.

El Muchacho 412 permanecía callado. ¿Enterrado en la nieve? ¿Salvar su vida? Lo único que recordaba es haberse quedado dormido en el exterior de la Torre del Mago y despertarse siendo prisionero en las habitaciones.

—Suéltalo, Jenna —le ordenó Silas—. No entiende lo que está pasando.

—De acuerdo —admitió Jenna, librando de la llave al Muchacho 412—. Pero creo que es un cerdo.

El Muchacho 412 se sentó despacio, frotándose No le gustaba el modo en que todos le miraban. Estaba el modo en que la princesita le había llamado sobre todo después de haber sido tan agradable con él instantes antes.

El muchacho 412 se acurrucó tan lejos como pudo e intentó aclarar las cosas en su cabeza. Hechos. Nada tenía sentido. Intentó recordar lo que le habían explicado en el ejército joven.

Hechos. Solo existen hechos. Hechos malos. Así que:

Hecho uno: secuestrado, MALO.

Hecho dos: uniforme robado, MALO.

Hecho tres: empujado por el conducto de la basura; Malo, realmente MALO.

Hecho cuatro: metido en un frío barco apestoso.

Hecho cinco: no asesinado por los magos (todavía). Bueno

Hecho seis: probablemente a punto de ser asesinado por los magos: MALO.

El Muchacho 412 hizo un recuento de «buenos» y «malos». Como siempre, los «malos» superaban a los «buenos», lo cual no le sorprendió.

Nicko y Jenna bajaron del Muriel de un salto y se encaramaron a la ribera cubierta de hierba que se encontraba junto a la playita de arena donde ahora estaba encallado el Muriel, ladeada sobre un costado con las velas desmayadas. Nicko quería un descanso después de estar al mando del barco. Se había tomado sus responsabilidades como capitán muy en serio y mientras estaba en la barca sentía que si algo iba mal, de algún modo era culpa suya. Jenna se alegraba de estar otra vez en tierra firme, o al menos tierra algo húmeda, pues la hierba sobre la que se sentaba tenía un tacto empapado y mullido, como si creciera sobre un gran pedazo de esponja húmeda, y estaba cubierta de un leve polvo de nieve.

A una distancia prudencial de Jenna, el Muchacho 412 se atrevió a levantar la mirada y vio algo que le hizo poner los pelos de punta: Magia, Magia poderosa.

El Muchacho 412 miró fijamente a Marcia. Aunque nadie parecía haberlo notado, podía ver el halo de energía de la Ma¬gia que la rodeaba. Emitía un resplandor púrpura que parpa¬deaba alrededor de la superficie de la capa de maga extraordinaria y le daba a su rizado cabello negro un brillo púrpura intenso. Los radiantes ojos verdes de Marcia centelleaban mientras contemplaba el infinito, pasándose una película muda que solo ella podía ver. A pesar de su entrenamiento antimagos del ejército joven, al Muchacho 412 le sorprendió sentirse sobre cogido en presencia de la Magia.

La película que Marcia estaba viendo era, por supuesto, el leiruM y la imagen especular de sus seis tripulantes. Navegaban a toda vela hacia la amplia desembocadura del río y ya casi había llegado al mar abierto del puerto. Allí estaban, para asombro del cazador, alcanzando velocidades increíbles para un pequeño barco de vela, y aunque el barco bala se las había arreglado para mantener el leiruM a la vista, tenía problemas para alcanzar la distancia necesaria para que el cazador disparase su bala de plata. Los diez remeros estaban fatigados, y el cazador se estaba quedando ronco de gritarles que fueran “¡Más rápido, idiotas!”.

El aprendiz se había sentado obedientemente en la parte trasera del barco durante toda la persecución. Cuanto más furioso se había puesto el cazador, menos se había atrevido a abrir la boca y más se había eclipsado en su rinconcito a los pies del sudado remero número diez. Pero a medida que pasaba el tiempo, el remero número diez empezó a murmurar entre dientes comentarios extraordinariamente groseros e interesantes sobre el cazador, y el aprendiz había haciendo acopio de valor. Asomó la cabeza sobre el agua y miró el veloz leiruM. Cuando más miraba al leiruM, más se convencía de que algo iba mal.

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