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Authors: Angie Sage

Septimus (10 page)

—Discúlpeme, señor —solicitó una voz con un fuerte acento detrás de él. Uno de los mercaderes del norte había abandonado su mesa y se acercaba al cazador.

—¿Sí? —respondió el cazador apretando los dientes, girando sobre una pierna para ver al hombre. El mercader estaba de pie tímidamente. Vestía la túnica roja oscura de la Liga Hanseática, manchada de tantos viajes y andrajosa. Su desgreñado cabello rubio estaba sujeto por una grasienta cinta de cuero alrededor de la frente y, en el resplandor de la luz del reflector, el rostro tenía un tinte blanco lechoso.

—Creo que nosotros tenemos la... información que usted... ¿requiere? —continuó el comerciante.

Su voz, que buscaba lentamente las palabras adecuadas en un idioma que le resultaba poco familiar, se elevó como si planteara una pregunta.

—¿La tienen ahora? —respondió el cazador; por fin dejaba de dolerle la espinilla y la cacería se reanimaba.

Sally miró al mercader del norte horrorizada. ¿Cómo es que sabía algo? Luego cayó en la cuenta de que debía de haber estado observando desde la ventana.

El mercader evitó la mirada acusadora de Sally. Parecía incómodo, pero obviamente había comprendido lo bastante las palabras del cazador como para estar también asustado.

—Creemos que aquellos a quienes... busca se han ido en el... ¿barco? -anunció despacio el mercader.

—El barco, ¿qué barco? —le espetó el cazador, de nuevo a la carga.

—No conocemos vuestros barcos. Un barco pequeño, velas rojas... ¿velas? Una familia con un lobo.

—Un lobo. ¡Ah! el chucho... —El cazador se puso desagradablemente cerca del mercader y murmuró en voz baja—: ¿En qué dirección? ¿Río arriba o río abajo? ¿Hacia las montañas o hacia el Puerto? Piénsalo bien, amigo, si tú y tus compañeros queréis estar tranquilos esta noche.

—Río abajo, hacia el Puerto —murmuró el mercader, que encontró el aliento cálido del cazador muy desagradable.

—Bien —dijo el cazador satisfecho—. Te sugiero que tú y tus amigos os marchéis ahora, mientras aún podéis.

Los otros cuatro mercaderes se levantaron y se acercaron al quinto mercader evitando, con expresión de culpabilidad, la mirada horrorizada de Sally. Rápidamente se internaron en la noche, abandonando a Sally a su suerte.

El cazador le hizo una pequeña y burlona reverencia.

—Y buenas noches a usted también, señora, gracias por su hospitalidad. —El cazador se fue y cerró la puerta del café de un portazo.

—¡Sellad la puerta con clavos! —gritó enojado—. Y las ventanas. ¡No le dejéis escapatoria! —El cazador cruzó la pasarela—. Traedme un barco bala rápido para perseguirlos —ordenó al mensajero que esperaba al final de la pasarela—. ¡Al muelle, vamos!

El cazador llegó a la orilla del río y se volvió para supervisar el sitiado café de Sally Mullin. Aunque deseaba ver las primeras llamas antes de irse, el cazador no se detuvo; necesitaba encontrar el rastro antes de que se enfriara. Mientras bajaba la pasarela hacia el muelle para esperar la llegada del barco bala, el cazador sonrió de satisfacción.

Nadie intentaba tomarle el pelo y se salía con la suya.

Tras el sonriente cazador trotaba el aprendiz. Estaba un poco malhumorado después de haber estado esperando fuera del café con aquel frío, pero también estaba muy animado. Enfundado en su gruesa capa, se abrazaba emocionado. Le brillaban los ojos oscuros y las mejillas pálidas se le arrebolaron con el helado aire de la noche; aquello se estaba convirtiendo en la gran aventura que su maestro le había anunciado. Era el principio del regreso de su maestro. Y él formaba parte de él, porque sin él no podría tener lugar. Él era el consejero del cazador. Era él quien debía supervisar la cacería. El que, con sus poderes mágicos, resolvería la situación. Al pensarlo, un breve temblor cruzó la mente del aprendiz, pero lo apartó enseguida. Se sentía tan importante que tenía ganas de gritar o saltar o pegar a alguien, pero no podía. Tenía que hacer lo que su maestro le había dicho y seguir al cazador atenta y silenciosamente. Pero podía pegar a la Realicía cuando la pillase, eso la enseñaría.

—Deja de soñar despierto y sube al barco, ¿quieres? —Le soltó el cazador—. Ponte detrás, quítate de en medio.

El aprendiz hizo lo que le ordenaban. No quería admitirlo, pero el cazador le daba miedo. Caminó con cuidado hacia la popa del barco y se apretujó en el reducido espacio que quedaba frente a los pies del remero.

El cazador miró con aprobación el barco bala. Largo, estrecho, esbelto y tan negro como la noche, estaba revestido de un barniz pulimentado que le permitía deslizarse en el agua con la misma facilidad que la cuchilla de un patín sobre el hielo. Impulsado por diez remeros entrenados, podía superar a cualquiera en el agua.

En la proa llevaba un poderoso reflector y un grueso trípode sobre el que podía montarse una pistola. El cazador caminó con cuidado hacia la proa del barco y se sentó en el estrecho tablón que había detrás del trípode, donde rápidamente y con autoridad se puso a montar la pistola plateada de la Asesina. Luego sacó una bala de plata de su bolsillo, la miró de cerca para comprobar si era la que quería y la dispuso en una pequeña bandeja junto a la pistola para dejarla preparada. Por último, el cazador sacó cinco balas normales de la caja de balas del barco y las colocó en fila junto a la de plata. Estaba preparado.

—¡Vamos! —ordenó.

El barco bala zarpó suave y silenciosamente del muelle, se encontró con la corriente rápida en medio del río y desapareció en la noche.

Pero no antes de que el cazador mirase detrás de él y viera lo que había estado esperando.

Una cortina flamígera serpenteaba en la noche. El café de Sally Mullin ardía en llamas.

12. EL «
MURIEL
».

A pocos kilómetros río arriba, el velero Muriel singlaba las aguas con el viento en las velas, y Nicko se encontraba en su elemento. Al pie del timón, guiaba hábilmente el pequeño y repleto barco a través del serpenteante canal por el centro del río, donde el agua fluía rápida y profunda. La marea de primavera era fuerte y los arrastraba con ella, mientras el viento había crecido lo bastante como para encrespar el agua y hacer que el Muriel cabeceara sobre las olas.

La luna llena se encumbraba en el cielo y proyectaba una brillante luz plateada sobre el río que les alumbraba el camino. El río se hacía cada vez más ancho a medida que se adentraba en su viaje hacia el mar, y los ocupantes del barco notaban que las riberas del bajo río, con sus árboles colgantes y alguna esporádica casa solitaria, parecían cada vez más lejanas. Un silencio se extendió en la embarcación cuando los pasajeros empezaron a sentirse incómodamente pequeños en aquella gran extensión de agua. Y Marcia empezó a sentirse horriblemente mareada.

Jenna estaba sentada sobre la cubierta de madera del barco, recostada en el casco, sujetando un cabo para Nicko. El cabo estaba atado a una pequeña vela triangular en la proa de la embarcación, que tiraba y jalaba con el viento y mantenía a Jenna ocupada intentando mantenerla estable. Tenía los dedos agarrotados y entumecidos, pero no se atrevía a soltarlo. Nicko se volvía muy mandón al mando de un barco, pensó Jenna.

El viento era frío, y a pesar del grueso jersey, la gran chaqueta de borreguillo y el sombrero de irritante lana que Silas había encontrado para ella entre las ropas del armario de Sally, Jenna tiritaba con el relente del agua.

Acurrucado junto a Jenna yacía el Muchacho 412. Una vez que Jenna lo subió al barco de un empujón, el Muchacho 412 decidió que ya no había nada que él pudiese hacer y abandonó la lucha contra los magos y sus extraños hijos. Y cuando el Muriel rodeó la roca del cuervo y ya no pudo divisar el Castillo, el Muchacho 412 se limitó a hacerse una bola al lado de Jenna y se quedó rápidamente dormido. Ahora que el Muriel había llegado a aguas bravas, su cabeza golpeaba contra el mástil con el movimiento del barco, y Jenna amablemente tomó la cabeza del Muchacho 412 y la apoyó en su regazo. Mirando aquel rostro delgado y demacrado bajo el sombrero de fieltro rojo, pensó que el Muchacho 412 parecía mucho más feliz mientras dormía que cuando estaba despierto. Luego sus pensamientos se dirigieron hacia Sally.

Jenna quería a Sally. Le encantaba que Sally no dejara nunca de hablar y el modo en que hacía que las cosas sucedieran.

Cuado Sally iba a ver a los Heap, llevaba consigo toda la animación de la vida en el Castillo y a Jenna le encantaba.

-Espero que Sally esté bien -expresó Jenna tranquilamente, al tiempo que escuchaba el constante crujido y el rumor suave y decidido del barquito que singlaba las cabrilleantes aguas oscuras.

-Yo también, tesoro -respondió Silas, sumido en lo más hondo de su pensamiento.

Desde que el Castillo había desaparecido de la vista, Silas había tenido tiempo para reflexionar. Y, después de pensar en Sarah y los niños y desear que hubieran llegado sanos y salvos a la casa del árbol de Galen en el Bosque, su reflexión se había centrado en Sally, y constituía unos pensamientos muy incómodos.

—Estará bien —los tranquilizó Marcia débilmente. Estaba mareada y no le gustaba la sensación.

—Esto es muy propio de ti, Marcia —soltó Silas—. Ahora que eres la maga extraordinaria te limitas a coger lo que quieres de cada uno y no vuelves a pensar en ello. Tú ya no vives en el mundo real, ¿verdad? A diferencia de nosotros, los magos ordinarios. Nosotros sabemos que lo más probable es que esté en peligro.

—El Muriel se está comportando —interrumpió Nicko con la intención de cambiar de tema.

No le gustaba que Silas dramatizara sobre los magos ordinarios. Nicko creía que ser un mago ordinario era algo bastante bueno. A él no le seducía la idea de demasiados libros que leer y poco tiempo para navegar, pero consideraba que era un oficio respetable. ¿Y quién quería ser mago extraordinario? Encerrado en aquella extraña torre durante la mayor parte del tiempo, sin poder ir a ningún sitio sin que la gente se quedase mirándote boquiabierta. Ni por asomo querría él hacer eso.

Marcia suspiró.

—Imagino que el mantente a salvo de platino que le di de mi cinturón le habrá sido de alguna ayuda —explicó despacio, mirando escrutadoramente la lejana ribera del río.

—¿Le diste a Sally uno de los hechizos de tu cinturón? —preguntó Silas sorprendido—. ¿Tu mantente a salvo? ¿No ha sido un poco arriesgado? Podrías necesitarlo.

—El mantente a salvo es para usarlo en caso de gran necesidad. Sally va a reunirse con Sarah y Galen. Podría serles de utilidad a ellas también. Ahora cállate. Creo que voy a vomitar.

Un incómodo silencio se cernió sobre el barco.

—El Muriel se está comportando muy bien, Nicko. Eres un buen marino —le felicitó Silas un poco más tarde.

—Gracias, papá —respondió Nicko con una amplia sonrisa, como siempre hacía cuando un barco navegaba bien.

Nicko pilotaba el Muriel con mano experta a través de las aguas, equilibrando el ímpetu del timón contra la fuerza del viento en las velas y haciendo que el barquito surcase las olas.

—¿Eso son los marjales Marram, papá? —preguntó Nicko al cabo de un rato, señalando la distante orilla izquierda del río.

Había notado que el paisaje cambiaba a su alrededor. El Muriel navegaba ahora en medio de lo que era una amplia extensión de agua, y a lo lejos Nicko divisaba una vasta franja de tierra llana y baja, salpicada de nieve, que resplandecía a la luz de la luna.

Silas miró por encima del agua.

—Tal vez deberías navegar hacia allá un poco, Nicko —sugirió Silas moviendo el brazo en la dirección en la que señalaba Nicko-. Así podremos tomar como referencia el Dique Profundo. Eso es lo que necesitamos.

Silas esperaba poder recordar la entrada del Dique Profundo, que era el canal que conducía a la casita de la conservadora, donde vivía tía Zelda. Había pasado mucho tiempo desde su última visita a tía Zelda, y las marismas le parecían todas iguales.

Nicko acababa de cambiar el rumbo y seguía la dirección del brazo oscilante de Silas cuando un brillante rayo de luz cortó la oscuridad detrás de ellos.

Era el reflector del barco bala.

13. LA CAZA.

Todos, salvo el Muchacho 412, que aún estaba dormido, contemplaban la oscuridad. Mientras, el haz del proyector barrió otra vez el horizonte distante, iluminando la amplia extensión del río y las riberas bajas a uno y otro lado. Nadie tenía ninguna duda de lo que era.

—Es el cazador, ¿verdad, papá? —susurró Jenna. Silas sabía que Jenna tenía razón, pero dijo: —Bueno, podría ser cualquier cosa, tesoro. Un barco que está pescando... o cualquier otra cosa -añadió con poca convicción.

—Claro que es el cazador. En un barco bala de persecución rápida si no me equivoco —espetó Marcia, que de repente dejó de sentirse mareada.

Marcia no se percataba, pero ya no estaba mareada porque el Muriel había dejado de cabecear en el agua. En realidad el Muriel había dejado de hacer cualquier cosa, salvo deslizarse lentamente a la deriva hacia ningún lugar en concreto.

Marcia miró de manera acusadora a Nicko.

—Sigamos, Nicko. ¿Por qué te has detenido?

—Yo no puedo hacer nada, el viento ha cesado —rezongó Nicko con preocupación. Acababa de dirigir el Muriel hacia los marjales Marram para descubrir que el viento había perdido ímpetu y las velas colgaban nacidamente.

—Bueno, no podemos quedarnos aquí sentados —dijo Marcia mirando con ansiedad cómo la luz del proyector se acercaba cada vez más rápido—. El barco bala estará aquí dentro de pocos minutos.

—¿Puedes generar un poco de viento para nosotros? —le pidió Silas a Marcia, inquieto-. Creía que estudiabais Control de los Elementos en el curso avanzado. O haznos invisibles. Vamos, Marcia, haz algo.

—No puedo «generar» un poco de viento, como tú has dicho. No hay tiempo. Y tú sabes que la Invisibilidad es un hechizo personal. No puedo hacerlo para nadie más.

La luz del proyector volvió a barrer el agua, cada vez más grande, más brillante y más cerca, y avanzaba hacia ellos cada vez más rápido.

—Tendremos que usar los remos —sugirió Nicko, que, como capitán, había decidido tomar el mando—. Podemos remar hasta la marisma y escondernos allí. Vamos, rápido.

Marcia, Silas y Jenna cogieron un remo cada uno. El Muchacho 412 se despertó sobresaltado cuando Jenna dejó brus¬camente su cabeza sobre la cubierta en su prisa por coger un remo. Miró tristemente a su alrededor. ¿Por qué estaba aún en el barco con los magos y los extraños niños? ¿Para qué lo querían?

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