Poco tiempo después, la misma Presidenta se ocupó de aclarar —sin darse cuenta, porque habla tanto que no logra medir el alcance de sus palabras-algo espantoso. Dijo en forma elíptica que no había saqueado las AFJP para beneficiar a los ahorristas (mentira inicial), sino para tener con qué hacer frente a otros compromisos. No agregó algo obvio: que esa expropiación convertía a la ANSES en una suerte de Banco Nacional de Desarrollo, un banco —esto sí fue anunciado— que prestará sus recursos mal habidos a un once por ciento anual para que algunos cambien el auto o adquieran electrodomésticos. ¿Adonde nos quieren llevar? Hubiese sido mejor, si se pensase con patriotismo, dejar en paz a los aportantes de las AFJP (que el Estado debía auditar mejor, para eso está), y que pudieran seguir renovando los plazos fijos bancarios que les pagaban una buena tasa de interés. De ese modo se hubiese evitado otra fractura a la despedazada confiabilidad que caracteriza a nuestro país.
Sigo. La eliminación forzosa de las AFJP significó que, de modo indirecto, muchas empresas pasaran a ser propiedad parcial del Estado. Un regalo de Navidad. Esas empresas dejarán de esmerarse en ser rentables por una razón muy simple: girarán su prioridad hacia donde casi siempre se ha orientado el "eficiente" Estado argentino, para practicar la corrupción insaciable y llenarse de burócratas a los que ahora denominamos "ñoquis" gracias al perfeccionamiento de la lengua.
El Estado argentino no tendría que funcionar como funciona. Opino que tiene obligaciones indelegables. Opino que debería contribuir de forma decisiva a la equidad y el progreso. Pero en nuestro vapuleado país se volvió normal que el Estado se comporte de manera irresponsable, tendenciosa y arbitraria. No representa a la sociedad, sino a quienes empuñan el timón del gobierno. Cuando decimos "lo público" o "Estado", dejamos de tener en cuenta que entre nosotros "Estado" significa "gobierno", y gobierno significa las personas que lo usufructan, incluida desde luego la legión de Brancaleone compuesta por obsecuentes, amigos, socios y testaferros. Ahora y antes.
Morder el corazón de muchas empresas mediante la confiscación de las AFJP implica un acto de vampirismo que generará un gran costo público. Las empresas no funcionan solas ni garantizan ganancias. Pueden sufrir caídas como resultado de una mala gestión, que probablemente ocurrirá, porque no hay gestión estatal argentina que rinda jugosos frutos, sino cargas, desvíos y maniobras ilícitas. ¿No lo sabemos? ¿Quién pagará? La sociedad, claro. Siempre. La sociedad manipulada y embrutecida. En otras palabras, un asco. Además, se ha creado un Frankenstein. Es evidente. El titular de la ANSES maneja ahora 130.000 millones de pesos más. Por favor, relee esa cifra. Un Himalaya de dinero. Insisto en que se ha convertido en el mayor banco del país, sin controles siquiera del Banco Central y con una discrecionalidad para usar sus fondos que envidiaría Luis XIV. ¿Esto nos hacía falta? ¿Esto disminuirá la pobreza, mejorará la educación y la salud, incentivará el progreso? No se publica información sobre el estado actual de los fondos y tampoco funcionan las comisiones de control que establecía la ley.
Me queda un parrafito.
Dije que desde la mitad del siglo XX se convirtió en algo aceptable que el Estado argentino (honesto, confiable, diáfano...) meta las uñas en el dinero de los jubilados para tapar agujeros de cualquier naturaleza. Más grave y grotesco: fueron robados con el apoyo de ideologías que proclaman su opción por los pobres. Ahora los jubilados han quedado más inermes que nunca. Para colmo, son objeto de burla. La Presidenta, con una sonrisa, dijo en diciembre de 2008: "Quiero anunciar para este fin de año, como una especie de reconocimiento, una suerte de premio para estos hombres y mujeres que tanto hicieron por este país, una suma fija de doscientos pesos por única vez, para todos los jubilados". Los salames y zalameros que la rodeaban aplaudieron frenéticos. Ella prosiguió con datos que revelaban su solidez en matemáticas: "Este ingreso extra significa un 29 por ciento para el 76 por ciento de los jubilados, y del 21 por ciento para el 86 por ciento de la clase pasiva". ¿No era una cachetada? Los jubilados no necesitan limosnas, sino que se les pague la suma que les corresponde por ley:
un 82 por ciento móvil, de acuerdo a lo determinado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación
. Pero el Congreso y el Ejecutivo miran para otro lado y se tapan las orejas. En lugar de ese 82 por ciento móvil, se los quiere seducir con un regalo de morondanga, y por única vez.
Una de las muchas reacciones que mereció este regalo fue firmada por Celso Araujo en una carta de lectores del diario
La Nación
: "Después del anuncio de la señora Presidenta, como jubilado aportante, me siento como un perro al que le tiran un hueso para que no ladre mientras se llevan las vacas".
Los gobiernos deberían intentar que aumente la confianza de sus ciudadanos para que no fuguen al exterior ahorros y capitales. Sobre este punto no me cansaré de machacar, porque hace más de medio siglo que aumenta la tendencia a mandar dinero al exterior: nadie confía en el respeto que aquí se brinda a la propiedad privada. Lo hizo el mismo Kirchner cuando fue gobernador de Santa Cruz, y hoy no parece dispuesto a repatriar los centenares de millones dólares que giró hacia un perico mundial del que no rinde información clara (ni turbia siquiera) pese a denuncias insistentes y la actitud innoble de fiscales y jueces que no se atreven a enfrentarlo. Para colmo, él y su mujer gritan que los argentinos sean patriotas y traigan de vuelta sus dineros. El dinero de los giles, no el de ellos, que de giles no tienen nada.
Como escribió Javier González Fraga: "El gobierno tiene un discurso progresista, pero una gestión muy regresiva que favorece a los que más tienen. Por eso se explica que la pobreza esté aumentando, y que también surjan o aumenten fortunas en sectores fuertemente regulados como el petróleo, el juego y las obras públicas".
Al empezar la actual crisis financiera mundial muchos argentinos quisieron repatriar sus ahorros y hasta sus joyas. Pero el manotazo a las AFJP los detuvo en seco. Se preguntan: ya que estamos, ¿por qué no estatizarían (perdón: "administrarían") también los plazos fijos? ¿Por qué no se procedería de igual forma con nuestros autos, o motos, a los que el Estado mantendría más limpios, con un service periódico a cargo de simpáticos ñoquis? Los seguros pertenecerían a compañías del Estado, también llenas de funcionarios y abnegados ñoquis. Los autos y las motos serían permutados cuando los precios convengan más, con agencias también estatales, a cargo de otros buenos individuos. Todos los vehículos pasarían a ser propiedad del Estado y nos quitaríamos el dolor de cabeza de tener que cuidarlos. De esa forma, por vías múltiples, aumentaría el volumen de la
Kaja
, que tantos beneficios aporta al país.
También nuestras viviendas deberían ser estatizadas (otra vez me equivoco: "administradas"): el Estado las pintaría, alquilaría en nuestra ausencia, arreglaría sus desperfectos apenas se produzcan y protegería mejor que el mejor de los encargados.
No debería faltar, desde luego, para mantener la coherencia, transferir al Estado las frágiles cajas de seguridad porque, ¿dónde habría una inmunidad superior a la de un Estado como el argentino, tan lleno de virtudes?
No olvidemos que nos referimos al "Estado". Es decir, el Estado que nos pretenden hacer creer —hacer creer— que no es sólo el gobierno, ni el matrimonio presidencial, ni su (
¿camelotiana?
) Mesa Redonda de amigos. Nooooo. Es un Estado insomne que se ocupa por el bienestar de los ciudadanos y una ecuánime redistribución del ingreso.
Ironías aparte, vuelvo a decir que el Estado es imprescindible. Pero su función consiste en poner límites a la voracidad del poder, a las frecuentes injusticias, a los desvíos de la legalidad, a los fraudes. El Estado no debe ser ni el Ogro Filantrópico que describió Octavio Paz, ni el monstruo totalitario que imponen las dictaduras. Ni grande ni chico: eficaz. Por desgracia, muchos no aprendieron las nefandas lecciones que nos han dejado modelos de un Estado criminal y depredador como los hubo y los hay para elegir. Para muchos no han servido aún los 72 años del régimen imperial bolche, los 50 años de la infortunada Cuba, los 36 años de los famélicos españoles dominados por Franco, los 21 años de los arrogantes fascistas alentados por Mussolini y los 12 años de la opresión estatista nazi en Europa continental. Agrego el sufrimiento de China, Vietnam, Camboya, Corea del Norte, Europa oriental y las numerosas dictaduras de derecha e izquierda, chorreantes de sangre, en América latina, África y Asia, entre las que tenemos a la Argentina con ejemplos de autoritarismo, dictablanda y dictadura, que algunos ni se atreven a denunciar, menos cuando ejercen el poder. Pueblos enteros fueron víctimas de Estados en apariencia bienintencionados, pero idénticos en su voracidad recaudadora, centralizadora, oligárquica, monopolizadora, dirigista, burocrática, despótica, insensible, cruel y gastadora irrefrenable de lo que no produce o produce mal.
Borges afirmó que los peronistas no son buenos ni malos, sino incorregibles. Esa característica, por lógica extensión, ahora corresponde a los argentinos en su conjunto que, si bien no son todos peronistas, cuánto se les parecen (en materia de defectos). Duele, pero es así. La gravitación peronista ha sido permanente desde los años 40. No lo digo por masoquismo ni desprecio, sino con pena, porque sobran credenciales para merecer una paliza. Braceamos sobre las olas sin ver el horizonte, con la fantasía de reencontrar el paraíso perdido. Insistimos en actitudes propias de una maciza irresponsabilidad. Hasta podríamos decir que bordeamos el crimen perpetuo. ¿Ejemplos? ¡A montones!
En lugar de resolver el estigma de las villas miseria (también llamadas "de emergencia", pero es una emergencia crónica, como todas las emergencias nacionales), se las estimula a crecer en los lugares donde el oficialismo recauda menos votos, para torcer hacia su lado el fiel de la balanza. Sería como inyectar más microbios a la infección. Un cálculo aproximado informa que la población de las villas en la Capital Federal aumentó en más de 50.000 personas durante el año 2008. Y esto ha ocurrido con un gobierno nacional que se dice "progresista".
Hacia fines de 2008, el 19 de noviembre, un piquete bloqueó la autopista Illia provocando un caos monumental que afectó a millones de ciudadanos. Los argentinos estamos en guerra contra los argentinos. Civiles contra civiles. Pero fue también una ilustración de los palos que el ex presidente Néstor quiere meter en la rueda del jefe de Gobierno de la Ciudad, que no pertenece a su elenco, para impedirle un crecimiento político. En lugar de contribuir a resolver los onerosos problemas que sufren los habitantes de esos asentamientos ilegales y los ciudadanos que los rodean, el Ejecutivo nacional se siente feliz cuando empeoran.
Agrego otros datos, porque el conflicto alcanzó ribetes increíbles. Un informe secreto de la Policía Federal, redactado a las cinco de la madrugada del mismo 19, consignaba que la autopista Illia iba a ser objeto de un corte total por parte de "organizaciones sociales" (es decir políticas, en buena medida compradas por el gobierno mediante sus famosos subsidios). ¿Qué hizo la policía? Nada. Como depende del gobierno nacional, no hizo nada. Una fiscal ordenó entonces que se libere la zona. "Puede haber muertos", le contestaron. "No debe haber muertos", replicó la fiscal, que no pedía represión, sino dejar abierta una franja para que el tránsito no quedase completamente interrumpido. Los patrulleros, en lugar de realizar esa tarea, se dedicaron a trasladar manifestantes de la villa hasta la sede del gobierno capitalino, para que metan bulla y de esa forma den más resonancia al conflicto. El bloqueo de la gruesa arteria duró nueve horas y fue uno de los más largos e irritantes sucedidos en un lugar céntrico. Millones de ciudadanos maldijeron a los habitantes de la villa, con ganas de comerlos crudos. Esta situación genera un vendaval de odio. Y el odio, sabemos, sólo engendra más odio.