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Authors: Marcos Aguinis

Tags: #Panfleto

¡Pobre Patria Mía! (8 page)

El enigma se incrementa porque Néstor vendría a ser un tirano indirecto. Ya no es el presidente, no. Lo es su esposa. No es un legislador, no, sino quien les hace bajar la cabeza a los legisladores. No es un juez, no, sino quien los mantiene aterrorizados. Gobierna —es indiscutible— pero sin que se pueda decir que gobierna. Incluso lo hace desde la residencia presidencial de Olivos, que es la residencia del presidente de todos los argentinos, no de un cónyuge ni de un jefe partidario. López Rega también mandaba desde Olivos, y eso confunde, porque daña el concepto de república. ¿Marchamos por el corredor lúgubre de una
intradictadura
? Sería un sistema en el que la presión más intensa se ejerce con los próximos, obligados a una autocensura y emasculación que da lástima.

Miremos los noticieros. Ahí podemos observar que, cuando habla Néstor o Cristina, los funcionarios, legisladores, intendentes, punteros y gremialistas permanecen atentos, como escolares asustados, y empiezan a aplaudir antes de que terminen una frase. O empiezan a reír antes de que hayan acabado de formular un chiste o una ironía. ¿Dan sólo lástima?

Antes de abandonar el poder, en una de sus raras expresiones graciosas, dijo Néstor que iba a refugiarse en un café literario. Aseguraba el muy pícaro que no quería sombrear la gestión de su esposa. Era una salida sorprendente porque, según quienes lo conocen, nunca se interesó por una novela y ni siquiera le gusta el cine: sus obsesiones son el poder y el dinero. No fue a ningún café literario, por supuesto. Durante un tiempo corto habilitó una oficina en Puerto Madero. Pero no tuvo paciencia y enseguida encabezó actos del Partido Justicialista, irrumpió con un séquito de ministros en la Plaza de Mayo cuando generó el conflicto con la producción agropecuaria, insultó grosero a las entidades rurales, cuestionó a miembros del Gabinete por ser tibios, retó al vicepresidente de la República, pulseó con el grupo Clarín, presionó por teléfono a legisladores para torcerles el brazo antes de las votaciones, nunca dejó de supervisar al Ministerio de Economía y es quien instruye al barra-brava de Guillermo Moreno. ¿Qué es, entonces?

Ocurre algo más misterioso aún. Los tiranos y dictadores llenan las cárceles con presos políticos o los mandan a la muerte. Kirchner no ha puesto tras las rejas ni a un solo opositor y tampoco ha ordenado eliminar a un solo periodista. Le reconozco ese mérito. Grita, injuria, amenaza, aprieta y manipula los recursos del Estado, pero no comete delitos espantosos. Instaló el terror, la censura y la autocensura, desde luego, pero sin guillotina ni campos de concentración. Entonces no habría motivos para tenerle tanto miedo. No obstante, la población y nuestros dirigentes le temen, con las excepciones que confirman la regla, como siempre. Algunos llegan al pánico y no se animan a contradecirlo en nada, en especial quienes merodean como perros las bolsas del poder.

¿Presenciamos una nueva forma de tiranía, entonces? ¿Estamos viviendo el ascenso de un diferente modelo, aunque basado en el viejo manual del despotismo? El terror no necesita matar mucha gente, sino puñados, en el momento y lugar oportunos, para generar parálisis, que es contagiosa. La Inquisición no quemó miles, en comparación con los millones que fueron anulados espiritualmente. La guillotina no segó tantas cabezas en comparación con el nivel de pavura que despertaba su sola mención. Más gente murió en las guerras. Hubo, es claro, genocidas infernales como Stalin, Hitler, Mao y Pol Pot, con una larga lista de monstruos parecidos en varios continentes. Ahí se unía el terror con los asesinatos masivos. Pero si regresamos al caso Kirchner, por más que muestre sus dientes, no es un caníbal como Idi Amín y ni siquiera metió en la cárcel a sus opositores como lo hizo el mismo Perón. ¿Por qué tanto miedo, entonces?

Un factor puede ser la
intradictadura
que mencioné anteriormente. Desde su comienzo político, se ha caracterizado Néstor por humillar a su círculo íntimo y leal, como un padre golpeador. Si a ellos los doblegaba sin piedad, el mensaje llegaba al resto de la gente con un nivel multiplicado de alarma. Desde el atril de la Casa de Gobierno se ha permitido insultar a los empresarios extranjeros, a los empresarios nacionales (incluso con nombre propio), a los periodistas (también con nombre propio), a la Iglesia. Humilló a las Fuerzas Armadas al ordenar que un sumiso jefe del Ejército se trepase a un banquito para bajar el retrato de Videla. Le quitó dignidad al vicepresidente de entonces, luego gobernador, quien —narra una fuente fidedigna— iba a hacer pucheros al despacho de un senador tras las ofensas.

Todo esto activa dos recuerdos espantosos guardados en el fondo de la memoria colectiva.

Uno es lo ocurrido durante la última dictadura, con lugares clandestinos de detención y el asesinato de perejiles o gente dudosamente sospechosa. Aunque fue una lucha contra un enemigo terrorista que no respetaba a nadie, el Estado se transformó en un monstruo que no daba siquiera la oportunidad de demostrar la inocencia. Durante esos años se sufrió una pavura cerval y los ciudadanos usaron el mecanismo de la negación para aguantar cada día.

El otro factor traumático fue el económico. Aunque en la Argentina padecemos la rapiña del Estado desde hace muchísimo tiempo, nunca se produjo un asalto tan brutal como el corralito y el corralón, que empujó hacia un abismo de pesadilla. Esos recuerdos siguen vibrando en el alma nacional y nos hacen tener más susto del que justificaría la realidad objetiva.

Ya que mencioné la "anomia", palabrita que nos gusta ignorar porque significa carencia de normas —o las muchas que violamos—, reproduzco un cuento.

Jaimito, el modélico pibe argentino transgresor, insolente y psicópata, le escribió una carta al Niño Jesús antes de Navidad. Decía: "Querido Niño Jesús, me he portado muy bien y quiero que, por favor, me regales una bicicleta nueva". Colocó el mensaje bajo el árbol de Navidad y advirtió que la Virgen María, sentada en el pesebre, lo miraba con fijeza. Arrepentido, rompió su carta y escribió de nuevo. 'Querido Niño Jesús, creo que me he portado bien este año; por favor, regálame una bicicleta. Cordialmente, Jaimito". Se dispuso a instalarla cuando sintió que la Virgen mantenía su actitud de reproche. Inquieto, rompió el papel y volvió a redactar, muy nervioso. "Niño Jesús, la verdad es que me he portado mal, pero si me traes una bicicleta, prometo corregirme". Los ojos de la Virgen seguían amonestándolo. Hizo pedazos la hoja y corrió a buscar una gran bolsa de papel; envolvió rápido a la Virgen y la guardó en su placard, que cerró con llave. Escribió por última vez. "Jesús, tengo secuestrada a tu vieja; si querés verla, déjame una bicicleta junto al árbol. ¡Y guay con hacer una denuncia! Firmado: Jaimito." La Argentina no ha salido del Tercer Mundo. Peor aún: algunas porciones corresponden al Cuarto y al Quinto, como si nos hubiésemos mudado al África subsahariana. Ciertas franjas parecen del Primero, con gente bien vestida que luce exquisitos modales, pero prevalecen la decadencia, el clima de dolor, la rabia, el desencanto. Este descenso abarca la economía, la política, la educación, las relaciones sociales y los valores. Se permite y hasta celebra que el gobierno de unos pocos (al que equivocadamente llamamos el Estado de todos, lo "público") sea la topadora que arrasa con los derechos, las leyes, la credibilidad y la esperanza como si montara los caballos de Atila. Han logrado imponer en el cacumen de la gente una dificultad para comprender que los ciudadanos perdemos cada vez más autonomía, participación, protagonismo y quedamos reducidos a una jauría de locos que nos mordemos a nosotros mismos, sin clamar racionalmente por el cuidado de las riquezas materiales y espirituales que nos quitan sin clemencia. Manoteamos en un pozo de ideas jurásicas que nos impiden seguir las de los países exitosos. Nos fascinan cantos de las perversas sirenas que anhelaban destruir a Ulises y su tripulación. Seguimos enamorados de utopías igualitarias (para abajo) y antidemocráticas, que sólo consiguen aumentar la pobreza, excepto a los miembros de la nueva clase dominante ("capitalismo de amigos"). Hay una creciente ignorancia, corrupción, impunidad, desencuentro ciudadano, exclusión, aislamiento internacional.

Desde que inició su mandato, la "Presidenta" no hizo nada positivo, ni podrá hacerlo. Sigue extorsionando a los únicos que mantienen a flote el país: los productores de todos los sectores, en especial los agropecuarios. Su concepción cleptómana y centralista, que consiste en quitarles a los que no son sus amigos o socios, para hacer desde el trono la redistribución del ingreso —sin pensar que antes debe haber ingreso para redistribuir— ha restado competitividad a la nación frente a los mercados del mundo.

Tuvo el desatino de burlarse del primer Centenario de la Revolución de Mayo. En forma directa u oblicua nos quiso decir con su petulancia de maestra ciruela —basada en datos sueltos e ideologizados-que recién ahora estamos bien, de la misma forma en que su marido dijo, cuando ordenó bajar el retrato de Videla, que recién comenzaba a efectuarse algo por los derechos humanos. Los discursos de este matrimonio no armonizan con el recato que exige su investidura, sino con delirios que corresponden al teatro del absurdo.

¡Quisiéramos tener la energía que desbordaba nuestro país durante el Primer Centenario! Éramos un puerto de oro para el mundo, hacia el que venían "los hombres de buena voluntad". Las olas migratorias siempre van desde las regiones donde se vive peor hacia donde se vive mejor. Los africanos quieren ingresar en Europa, no los europeos en África; los mexicanos y centroamericanos en los Estados Unidos, no al revés. Por más que algunos revisionistas se empeñen en descalificar aquella época de crecimiento, esperanzas y valores, no hemos tenido otra mejor.

Quisiéramos percibir en los K la valentía y el equilibrio que mostró el gobierno de Alfonsín al juzgar las juntas militares, sin espíritu de venganza, sino de justicia. Sin alardes y sin pretender obtener más réditos que los dirigidos a reparar las heridas de un pasado ominoso. Algunos pseudoprogresistas ajustaron la corrupta consigna "roban pero hacen" por la más actual de "roban pero enjuician". ¿Este dato bastaría para condecorarlos por su defensa de los derechos humanos? El kirchnerismo se burla de estos derechos porque los usa para fines espurios. Cuando Cristina recibió al dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, impactó al darle una clase de civismo: "Ustedes cuentan con inmensos recursos hidrocarburíferos en un mundo donde la energía, el petróleo y el gas son indispensables. Pero no puedo dejar de expresarle, señor presidente, nuestra honda preocupación por la situación de los derechos humanos en su país". ¿Amonestó al gobierno de Cuba por su medio siglo de violación sistemática a los derechos humanos? La algarabía agitó a los sumisos miembros de la comitiva que la acompañaba a Cuba cuando reapareció de una excursión secreta. ¿Habría logrado que dejasen salir a Hilda Molina? ¿Le daban permiso para reunirse con los sufridos disidentes? ¿Pagaría Cuba la millonaria y crónica deuda que tiene con nuestro país? Nada de eso. Nada. Había conseguido mendigar una foto con el fosilizado Fidel que, para colmo, "dedicaba al pueblo argentino". Claro, un pueblo que olvida mucho: Fidel había saboteado en 1980 la resolución propuesta por los Estados Unidos ante las Naciones Unidas para denunciar la tragedia de los desaparecidos. ¿Su viaje a Cuba tenía el solo propósito de esa fotografía? ¿No es demasiado cholulo para una presidenta? Nik sintetizó tamaña vergüenza con un chiste: "Muchos hablan de Cristina, porque preguntan: ¿quién es la mujer que aparece junto a Castro?". No estamos mejor que en 1910. De ninguna manera. Los guarismos señalan que el 27 por ciento de la población vive bajo el nivel de pobreza; y eso va en aumento. La cifra del trabajo en negro apabulla. De acuerdo con el índice de Libertad Económica, la Argentina se encuentra en el puesto 108 entre 157 países, con tendencia a seguir bajando. En cambio Chile navega sobre el puesto número 8, Uruguay en el 40 y Perú en el 55. ¿No es vergonzoso? Entre 150 naciones, la banca argentina ocupa el sitio 149. ¿Tomamos conciencia? ¡Estamos en el último vagón! Ojalá que no terminemos como Zimbabwe, aunque su senil dictador Robert Mugabe, testarudo, narcisista y clavado en el poder, pueda ser un modelo atractivo para los K.

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