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Authors: Marcos Aguinis

Tags: #Panfleto

¡Pobre Patria Mía! (2 page)

Tengo tanto para decir que no sé por dónde empezar. No quiero transformar este panfleto, que debe ser corto, en un libro largo. Comenzaré por un tema "cacareado pero marginal", como dije muchas veces: la educación. Sin educación no hay buen futuro. Y parece que no nos interesa el futuro, porque la educación es un desastre.

Los historiadores revisionistas, superficiales o ideologizados inyectan ponzoña intravenosa al elogiar los caminos que nos trajeron a la actual ruina. No se acuerdan de que el titán de Sarmiento escribió su libro
La educación popular
cuando aún Rosas estaba en el poder y teníamos un ochenta por ciento de analfabetismo. Quería "formar al ciudadano"; un ciudadano libre, responsable y creativo. Alberdi, otro titán, vio más lejos: "Está bien formar al ciudadano, pero debemos formarlo para el mundo del trabajo, de la producción y de la empresa". ¡Qué actualidad! Ambos eran genios y disfrutaban su discusión, porque se reconocían portadores del fuego que animó a Prometeo. Alberdi nos condujo hacia la Constitución más progresista, liberal y eficiente de América latina. Sarmiento puso en marcha una larga política de Estado que convirtió a la Argentina en el país más culto del subcontinente.

Ahora largo esta pregunta, que para algunos resultará tilinga: ¿por qué las economías de algunos países crecen más rápido? Ya se sabe que la riqueza de las elaciones no consiste en la acumulación de oro y plata, como se creía en los tiempos de Cristóbal Colón. Tampoco se debe al cúmulo de recursos naturales que, si bien valen, no gravitan por sí mismos. Nigeria y el Congo, por ejemplo, desbordan recursos naturales, pero sufren la humillación de una miseria sin fin. En cambio Japón e Israel carecen de recursos naturales y ascendieron a los más altos niveles del progreso. Hasta una isla como Singapur es potencia.

Japón, Israel, Singapur y una extensa lista de países como Australia, Canadá, Irlanda, Nueva Zelanda, Estonia... (cierro el catálogo para no aburrirte) tampoco han crecido por haber desvalijado riquezas naturales de colonias que nunca tuvieron, como había sido el caso de Gran Bretaña, Francia, Bélgica. Su opulencia no es producto de la explotación ni de la plusvalía. ¿De dónde proviene, entonces?

Fácil.

Su riqueza proviene de su obsesiva apuesta a la educación y la investigación, de promover la ciencia y la tecnología. Sin estas herramientas, los más apreciados recursos naturales valen menos que una artesanía defectuosa. Bolivia, pese a sus estatizaciones, discursos altisonantes de soberanía, justas reivindicaciones indigenistas, ha disminuido drásticamente su producción de gas como resultado de ponerla bajo el mando de políticos desinformados o ingenuos, en vez de técnicos provistos de entrenamiento.

En la Argentina el tema educativo fue tratado como un diamante a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Ahora es un caramelo de sacarina: no alimenta. Los políticos marean hablando de buenas intenciones. Pero no ponen en marcha mecanismos vigorosos que garanticen un crecimiento de la
excelencia
educativa. ¡Si ni siquiera se habla de la
excelencia
, si no de paso, para agregarle un brillito a la frase! Nunca se la trata con sinceridad, porque en el fondo se la considera una palabra políticamente incorrecta. La
excelencia
real está prohibida. Sí, prohibida. Porque exige esfuerzo, competencia y premia el mérito, tres ítems que hemos aprendido a detestar. La
excelencia
es políticamente incorrecta porque quiere uniformar para arriba, no para abajo. Y subir exige esfuerzo, rigor, metodología. Ya olvidamos que el esfuerzo, el rigor y la metodología son virtudes que nos disgustan. No calzan en un país que se la pasa eligiendo dirigentes que prometen regalos, derechos sin obligaciones y facilismo para todo.

Al corrupto facilismo educativo no sólo adhieren muchos estudiantes (perdonables por su inmadurez), sino padres y docentes. ¡Los acuso de ser malos padres y malos docentes! Malditos sean. Por su culpa los buenos alumnos tienen bloqueada la excelencia y nuestra patria está condenada al atraso. Por su culpa sufrimos una irrefutable caída cuyos frutos amargos son la pobreza y la anomia.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico publicó evaluaciones que me hicieron tiritar. Se basan en los exámenes realizados durante el año 2006 a los alumnos de quince años de edad pertenecientes a 57 países. Los resultados fueron una catástrofe para la Argentina. Repito: una catástrofe. En las pruebas de lectura e interpretación de textos, nuestros mimados estudiantes se durmieron en el lejano puesto 53. Quedaron tendidos en el piso, agónicos. Cayeron por debajo de Chile, Uruguay, México, Brasil y Colombia. ¿Qué tal? Aun más grave es que ese nivel resulto inferior al obtenido en la prueba del año 2000. En otras palabras, los discursos cargados de ideología pseudo-progresista, las polémicas estériles de cuerpos docentes y agrupaciones sindicales, las huelgas, las reiteradas tomas de colegios, los cambios de leyes y la profusión de lamentos sólo sirvieron para estar peor.

Pese a estas evidencias, no disminuye la adhesión al facilismo. Qué va. Se lo sigue considerando una conquista. ¿Vivimos en un manicomio? El facilismo es una adicción que ha pervertido a la mayor parte de nuestra sociedad, volviéndola indigna.

Agarra este ejemplo. Hace años se propuso un examen para los que terminaran el secundario, y de esa forma poder evaluar quiénes estaban en condiciones de ingresar a la universidad. Iba a ser un estímulo para mejorar el decadente secundario, devolviéndole a las universidades la calidad de templos, de sitios a los que se entraba con unción, debidamente capacitados para recibir sus beneficios. ¿Qué pasó con esa iniciativa? Nada. Ganó el facilismo. Muchos torcieron la boca para burlarse. ¿Un examen al final del secundario? ¿Somos idiotas? ¿Poner en evidencia las fallas de los estudiantes? ¿Mostrar los defectos de nuestro sistema educativo? ¡Nunca!

Que todo siga igual. O peor, como esta sucediendo. Chile, en cambio, el vecino con quien compartimos la más larga frontera, aplica estos exámenes desde la década del 60. La Prueba de Selección Universitaria (PSU) es utilizada por todas las universidades para escoger a sus postulantes. De esa forma vigoriza lo aprendido durante toda la educación media. Además, el ingreso a las carreras lo define cada universidad mediante una comparación entre el puntaje que ofrece dicha Prueba y el promedio de las notas. Los resultados de la Prueba se hacen públicos para brindar una información fidedigna sobre la calidad de la enseñanza. Por eso la principal preocupación de los alumnos del último año en Chile es aprobar esa Prueba y no el viaje de egresados. Aquí, en cambio, somos piolas y preferimos decir: "¡Qué malignos son los chilenos con sus estudiantes!"

En síntesis, nuestro facilismo ha logrado que no existan exámenes de evaluación, como en Chile, Brasil y los más ambiciosos países de Europa y Asia. A contramano del mundo, nuestra flamante Ley de Educación establece el increíble artículo 97, que reza: "La política de difusión de la información sobre los resultados de las evaluaciones resguardará la identidad (...) de los institutos educativos, a fin de evitar cualquier forma de estigmatización".

¡Fantástico! ¡Qué moralidad! ¡Qué modelo! No estigmatizar a los malos, aunque signifique el degüello de los buenos. Prodigioso. Nadie se pregunta algo tan simple como: si ocultamos lo que anda mal, ¿de qué manera lo vamos a corregir?

Las recientes reformas de estatutos efectuadas en las universidades de La Plata y Buenos Aires no contribuyen a la excelencia. ¡Ni en sueños! Son un escándalo porque la ignoran. Ese escándalo no produjo cosquillas en la conciencia nacional, que hipócritamente dice —sólo dice— estar interesada por mejorar la educación. Te doy pruebas adicionales.

En esas reformas se ha vuelto a consagrar el "ingreso libre e irrestricto". Supongo que muchos lectores se asombrarán por mi indignación y dirán que soy un cavernario. Desde luego, un loco que pretende una educación similar a la de Finlandia, Alemania, Nueva Zelanda; al fin de cuentas, hace un siglo no había mucha diferencia. ¿Quiénes equivocaron el rumbo? ¿Ellos o los argentinos? ¿Quiénes deben cambiar? ¿Ellos o nosotros? ¡Una pizca de sinceridad, por favor!

Me odiarán, ya lo sé. Tanto se ha encarnado la mala política que nos parece saludable, normal y hasta ejemplarizadora. Pero no se tiene en cuenta que es arcaica y ridícula. No la adopta ninguna universidad que se respete, cualquiera sea el sistema político dominante. Te invito a mirar un mapamundi. Esa política constituye una grosera claudicación, porque pertenece a las condiciones de otra época. Sostener ahora un ingreso libre e irrestricto es una bufonada, un ataque al estudio y el progreso. Condena nuestras universidades al hazmerreír, al descenso inevitable de su calidad, al despilfarro de sus mínimos recursos. Incontables ingenuos creen que es una conquista. ¡Qué conquista! ¿Es conquista el retroceso? Sólo puede ser motivo de júbilo para los desubicados, desinformados o irresponsables. Hoy en día todas las universidades serias exigen pruebas de evaluación. Evaluación no es igual a discriminación, como vocean quienes sólo pretenden igualar para abajo, olvidándose de que abajo están la miseria y la exclusión. Al contrario, esas pruebas funcionan como un desafío que repica en la mente de los jóvenes desde su más tierna edad y les recuerdan que deben esforzarse para salir airosos. Repica también en la mente de los padres, que deben ayudar a sacarle provecho al tiempo y al método. Repica asimismo en la mente de los educadores, que se sienten exigidos por los padres y sus propios alumnos. Todos los motores de la maquinaria se encienden. El ingreso a la universidad funciona como funciona una electrizante competencia deportiva. Aumenta el vigor.

También se insiste en que la enseñanza universitaria debe ser gratuita. Error. Argucia vil. No es gratuita: ¡paga la sociedad! El estudiante aprovecha que otros pagan por él. Muy piola. Muchos universitarios que defienden la enseñanza "gratuita" hicieron su ciclo primario y secundario en instituciones donde pagaron cifras importantes. ¿Por qué no tienen que pagar en la universidad pública? Sus aportes mejorarían los salarios docentes, contribuirían con la restauración de los edificios, ayudarían a adquirir equipamientos modernos, mejores librerías y hemerotecas. Además, se podrían crear becas para los jóvenes que de veras quieren estudiar y de veras no puedan pagar un arancel. ¿A esa gratuidad indiscriminada la llamamos justicia? ¿Que no paguen los que pueden y no estudien los que de veras no pueden pagar?

Uno de los tantos datos que desenmascaran a los nenes de papá enardecidos por una gratuidad que no les corresponde es el espectáculo que ofrecieron ante la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA al finalizar las clases de 2008. Ocuparon la vereda, obstruyeron la entrada al subte, cerraron dos carriles de la avenida Córdoba y enloquecieron el tránsito para desplegar una original diversión: tirarse comida unos a otros. ¡Comida! Buena comida. Volaron sandwiches, panchos, frutas, tortas, facturas y gaseosas. Mientras hay gente que padece hambre, estos estudiantes, que se benefician con el ingreso irrestricto y la permanencia gratis y hasta crónica, dieron una muestra de la hipocresía e insolidaridad que anida en sus corazones.

Causan tedio los discursos hipócritas sobre "inclusión social y equidad en la distribución del ingreso", porque esos discursos esquivan señalar que ambos objetivos no serán alcanzados ni por asomo mientras el campo educativo sea un yermo erosionado por la demagogia, la carencia de visión, los intereses mezquinos y una inercia social cómplice. El verdadero crecimiento económico, en cambio, significa más inclusión y equidad. Mejores salarios son impensables con "gratuidad", poca productividad y tecnología atrasada. Los países exitosos privilegian la excelencia (la excelencia —insisto—, esa palabra políticamente incorrecta), el trabajo tenaz y la investigación seria. Los argentinos, en cambio —¡es desesperante!—, callamos la odiada excelencia, consideramos una maldición el trabajo tenaz y un hobby secundario la investigación seria, que se realiza por cuentagotas.

La deserción de las universidades públicas "gratuitas" supera el ochenta por ciento. Los que se van porque no saben, no pueden o no quieren estudiar, lo hacen después de rascarse el ombligo durante años y parten sin decir siquiera gracias. Total, paga la sociedad ciega, incluidos los villeros y cartoneros. ¡Bandidos!

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