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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (69 page)

Blanca ladeó el Laron bruscamente y empujó hacia delante el acelerador. La fuerza la impulsó hacia atrás en el asiento. Era el momento, tal y como su marido decía de forma tan expresiva, de «salir echando leches del área de operaciones». Tras el abultado número de impactos que el avión había recibido en su tercera pasada, era consciente de que no podía atreverse a acometer una cuarta. Mientras giraba en dirección norte, una bala de calibre.30 atravesó las dos paredes de la cabina y atravesó también la parte superior de las caderas de Blanca. Al principio, las heridas no eran muy dolorosas, pero lo que vio la asustó. Desde el primer momento, sangraban profusamente. La sangre salpicaba toda la parte trasera de la cabina. Se dio cuenta de que tenía que aterrizar cuanto antes o que, en caso contrario, se desangraría hasta morir. Tras medio minuto en el que cayó presa del pánico, consiguió ganar altitud, recuperó la orientación y puso el avión rumbo al Valle de la Forja. El acelerador seguía apretado al máximo, y pese a la poca altitud y la resistencia adicional del trozo de cubierta que faltaba, el avión alcanzó una velocidad de casi ciento treinta kilómetros por hora.

Blanca se rodeó las caderas con una bufanda muy larga que su madrastra le había tejido. Pensó que eso detendría un poco la hemorragia. Por lo menos, reducía las salpicaduras de sangre que estaban pintando de rojo su uniforme y sus gafas. Al mirar el ala izquierda y la derecha se quedó horrorizada al ver que muchos de los agujeros de bala se habían convertido en desgarrones. Un pedazo de tela de cuarenta y cinco centímetros de lado se agitaba frenéticamente en la parte inferior del ala derecha. Dándose cuenta del peligro, Blanca redujo a la mitad la palanca del acelerador, y disminuyó la velocidad a menos de ochenta kilómetros por hora. Mientras continuaba camino del valle, los desgarrones de tela continuaron ampliándose, y los controles del timón comenzaron a aflojarse. Pese a la disminución de la velocidad, los pedazos de tela seguían rasgándose, aunque a menor velocidad.

—Ay, ay, ay, ay, ay —murmuró cuando echó la vista atrás para contemplar las alas.

A lo lejos podía ver el principio del prado. Apretó los dos extremos del cinturón que la ataba al asiento, se santiguó y rezó tres avemarias. Después hizo descender el morro del avión y lo llevó hacia la izquierda en dirección al valle. El timón no respondió. Desesperada, apretó hasta el fondo el pedal izquierdo del timón e inclinó el mando de control hacia la izquierda, con lo que la punta del ala izquierda fue descendiendo gradualmente. De forma muy paulatina, el morro empezó a desplazarse hacia la izquierda. En el momento en que estaba colocada en dirección al prado, Blanca redujo el acelerador aún más, con lo que la velocidad de vuelo volvió a descender, y niveló las alas. Los controles del avión respondían de forma extraña. Cuando el avión rebasó el principio del prado, el motor empezó a ahogarse.

Afortunadamente, los Laron son aparatos indulgentes y la parada no fue del todo catastrófica. Blanca se dio cuenta de que estaba perdiendo altitud muy rápido y volvió a accionar el acelerador, pero ya era demasiado tarde. Con menos de un cuarto de la superficie de las alas, el Laron no lograba suficiente impulso, descendía a diez metros por segundo y empezó a entrar en pérdida. Cuando impactó contra el suelo, la hélice giraba a toda velocidad y aunque la velocidad de descenso era menor, la fuerza del impacto fue muy superior a la que el tren de aterrizaje estaba diseñado para soportar. Para empeorar aún más las cosas, y sin que Blanca se hubiese dado cuenta, una bala había agujereado la rueda derecha del Laron.

El Laron chocó contra la hierba y rebotó una vez. Blanca golpeó el acelerador a fondo. Con el segundo salto, la parte derecha del tren de aterrizaje se vino abajo. La punta del ala derecha se clavó en el suelo y el Star Streak dio una vuelta de campana en el suelo. El fuselaje se partió y los pedazos de tierra saltaron contra el revestimiento del avión. La punta del ala derecha se partió por completo. Blanca levantó las rodillas de forma instintiva. El avión seguía avanzando a veinticinco kilómetros por hora cuando volcó. El Laron por fin se detuvo tras trazar un semicírculo descendente.

Cuando llegaron los demás, todos pensaron que Blanca estaba muerta. Verla colgando de la cabina, inconsciente y cubierta de sangre era demasiado para Margie. Mary tuvo el suficiente aplomo como para coger su botiquín antes de echar a correr en dirección al avión. Lon y Todd sujetaron a Blanca mientras Mary cortaba los arneses con las cizallas de mango de color negro. No había momento para dudas, habían visto cómo la gasolina salía por un agujero de bala que había en el depósito. Rápidamente, la llevaron en volandas cincuenta y cinco metros en dirección al TAC-CP. Mary comprobó su pulso en la arteria carótida y le examinó las pupilas. A continuación, le cortó el material del ACU que rodeaba a las heridas que tenía en las piernas. Mary vio que tenían un par de centímetros de profundidad. Para su sorpresa, la hemorragia era bastante lenta. Tanto en la zona de entrada de bala como en la zona de salida se habían formado coágulos.

—Parece que las arterias más importantes están intactas —informó Mary. Luego le puso alrededor de las piernas cuatro vendas bien tensas, una en cada herida.

Mary decidió que, aparte de poco prudente, era innecesario moverla más, al menos por el momento. Envió a Margie a por su equipo médico y a por algo de agua. Unos minutos más tarde, Blanca volvió en sí.

—¿Qué? ¿Qué...?
—dijo en español, mirando a Mary.

—Lo has hecho muy bien,
muy bueno
—le contestó esta mientras se ponía un dedo delante de los labios y le sonreía—. Ahora a descansar.

Blanca agachó la cabeza y sonrió. Luego dobló el cuello para ver el Laron destruido.

—Ay, ay, ay, —dijo riéndose—. No he calculado bien. Debería haberme dado cuenta de que iba a entrar en pérdida. El avión está destrozado, ¿no?

—Sí, pero el Señor te ha traído de vuelta —contestó Mary enseguida—. Te pondrás bien. Dios es el mejor médico de todos. Tú no te muevas y descansa.

Mary observó que la hemorragia prácticamente se había detenido y les pidió a Todd y a Lon que fabricasen una camilla. Los dos hicieron un gesto de asentimiento y salieron corriendo. Diez minutos más tarde regresaron. Llevaban consigo una camilla improvisada con dos ponchos enganchados a un par de pinos jóvenes. Con muchísimo cuidado levantaron a Blanca y la pusieron sobre la camilla. Acto seguido, la llevaron bajo la sombra que daban los árboles que había cerca del TAC-CP.

Mary comprobó su presión sanguínea y comentó que estaba «un pelín baja». El pulso estaba a ciento veinticinco pulsaciones. Para que la hemorragia fuera más despacio, le dio un poco de polvo de pimienta de cayena mezclado con agua. Blanca dijo que la cayena sabía fatal, pero se lo bebió todo. La hemorragia prácticamente se detuvo. Margie la ayudó a quitarle los pantalones del uniforme de combate, que estaban empapados en sangre. Tras prepararle el brazo, le puso un gotero de coloides. Para enganchar el gotero, insertó primero un clavo en uno de los pinos y lo colgó de allí. Mary explicó que como no sabía la cantidad de sangre que había perdido, era importante que su sangre se «expandiese». Cuando el gotero comenzó a entrar en su cuerpo, Blanca estaba dormida. Mary le frotó las manos con un cepillo empapado previamente en Betadine. A continuación, se puso unos guantes y limpió las heridas con Betadine. Todd y Lon levantaron a Blanca y pusieron un nuevo poncho debajo en el suelo.

Mary revisaba regularmente la respiración, el pulso y las pupilas. Tras examinar las heridas, decidió dejarlas abiertas para que se secasen.

—Coagulan muy bien ellas solas —comentó—. No es necesario suturar a menos que tuviese que mover las piernas. La tendremos muy controlada por si se producen más hemorragias, y si es necesario las cauterizaremos. De momento, yo solo pondría unas vendas empapadas en solución salina sobre las heridas por donde han salido las balas. Lo mejor es dejar varios días que se vayan drenando. Teniendo en cuenta la experiencia con la herida de bala de Rose, yo diría que tendrán que pasar tres o cuatro días antes de hacer la sutura.

Blanca estaba perfectamente consciente mientras Mary le ponía las vendas. Le colocaron una mosquitera para mantener a las moscas alejadas de las heridas. Mary se quedó a su lado otras tres horas. Cada cierto tiempo, pasaba por debajo de la mosquitera y le comprobaba el pulso, la respiración y la presión arterial. Después de que se consumiesen tres frascos más, cerró el paso del gotero.

Mary hizo una tabla en su cuaderno, apuntó sus signos vitales y después se fue a su tienda a descansar. Margie la relevó en la vigilia. Recibió indicaciones para que apuntara cada quince minutos los signos vitales y comprobara si se producían nuevas hemorragias. En caso de que se produjesen hemorragias o si Blanca se despertaba, debía ir y despertar a Mary.

Las últimas horas del día las dedicaron a recopilar todas las piezas del Laron que pudiesen ser de utilidad. La más importante era el M60. Por suerte, aparte de algunos rasguños en el tapafuegos y de la mira delantera, que se había doblado un poco, la ametralladora no había sufrido ningún daño. La desatornillaron del armazón y la llevaron al TAC-CP. La Mini-14 GB de Blanca estaba fuertemente adherida con cinta de velero, con lo que no sufrió ningún desperfecto grave más allá de algunos rasguños en la empuñadura de plástico negro.

La cámara de vídeo del avión seguía funcionando. La cámara había seguido grabando desde que Blanca había sobrevolado sus objetivos por vez primera. Tres días después, cuando rebobinaron la cinta, descubrieron que estaban grabadas las pasadas que Blanca había realizado en las cuatro misiones anteriores, así como las de esta última. La diferencia era que en la última parte de la cinta había quedado grabado también el vuelo de regreso y el accidente. Incluso se veía un plano bocabajo de Mary, Todd y Lon acercándose corriendo al avión estrellado. Vieron la cinta varias veces, por medio del pequeño monitor que tenía la videocámara.

—Es una pena que ya no exista
Vídeos de Primera
—dijo Mary al verlo—. Seguro que este ganaba.

La antena y los auriculares de la pequeña radio ICOMVHF habían sido arrancados, pero el resto del aparato parecía intacto. Para sorpresa de todos, cuando Todd desconectó los mandos, se escuchó una señal estática.

—Fabricado a prueba de golpes —dijo Todd riéndose. Todas las cosas de valor fueron retiradas de los restos del avión, incluso los casquillos y el combustible que había en el depósito.

Tras desatornillar lo que quedaba del ala derecha y el ala izquierda, que estaba intacta, Todd y Lon pudieron levantar el avión del suelo. A los dos les sorprendió lo poco que pesaba. A continuación, ayudados por Jeff Trasel, soltaron el timón, que estaba hecho trizas, y se lo llevaron junto a la hilera de árboles que había en dirección sur. Acto seguido, hicieron lo mismo con las dos alas. Transportar el fuselaje era más sencillo de lo que Todd había pensado. Lon lo levantaba del lado derecho, por lo que quedaba del tren de aterrizaje, y Todd empujaba desde atrás. Lo llevaron rodando hasta meterlo tres metros en el interior del bosque. Media hora más tarde, había colocadas dos redes de camuflaje encima de los restos del avión. A continuación, se pusieron a limpiar el M60 y a cambiar la mira doblada del cañón. Teniendo como referencia el otro cañón, que estaba intacto, Lon enderezó la mira con un martillo de latón y un par de alicates especiales. Después, procedió a limpiar exhaustivamente el arma.

Justo antes de que se pusiese el sol, Ian aterrizó con su Laron y lo condujo hasta el lugar donde solía esconderlo. Lon corrió a ayudarle a empujarlo en medio de los árboles y a camuflarlo. Cuando se enteró del accidente y de la situación de Blanca, Ian se quedó consternado. Al verla, sin embargo, sintió un considerable alivio. En ese momento, ella estaba durmiendo.

—Muchísimas gracias, Margie —dijo Doyle en voz baja.

—Yo solo estoy tomando algunas notas —contestó ella—. Es Mary la que la ha cosido. Dice que a menos que surja alguna complicación imprevista se pondrá bien en unas cuantas semanas.

Ian se sentó junto a su mujer, en el borde de una de las esterillas de marca Lamilite.

—Vaya día. Dios padre, gracias por protegernos —comentó. A continuación él y Margie leyeron juntos el salmo 34.

Blanca se despertó con dolores esa noche. Mary le dio algo de Tylenol y una taza de té bien cargado hecho con hojas de consuelda y dulcificado con algo de miel. Los dolores empezaron a remitir media hora más tarde. Mary incluyó una fuerte dosis de tetraciclina. Aparte de esto, le puso un ungüento de hierbas que había elaborado un mes antes, con caléndula, consuelda y aloe vera. Aparte de esto, le preparó una nueva infusión; esta vez, de equinácea y camomila.

La rutina fue poco a poco adueñándose de la vida en el Valle de la Forja. Cada tres o cuatro días, una patrulla salía a realizar una misión de reconocimiento, sabotaje o emboscada. Entre una patrulla y otra tan solo dejaban pasar uno o dos días. Las pequeñas hogueras para cocinar se encendían solamente durante el día. Cuando se hacía de noche, o bien Todd, o bien Mary, abrazaban al pequeño Jacob y rezaban con él mientras se iba quedando dormido. Las plegarias de Jacob siempre terminaban de la misma manera.

—Rezo para que toda la gente que conocemos y queremos estén contentos y sanos y no pasen frío y estén secos, bien alimentados, y libres y a salvo, y que su alma también se salve. Amén.

28. Tenacidad

«Si prefieres el bienestar a la libertad, la tranquilidad de la servidumbre al animado desafío de ser libre, vete en paz a tu casa. No te pedimos tu consejo ni tu apoyo. Inclínate y lame la mano que te alimenta. Que tus cadenas sean livianas, y que la posteridad olvide que fuiste nuestro compatriota.»

Samuel Adams (1776)

A lo largo del otoño, el Segundo Cuerpo del Ejército Democrático del gobierno federal provisional afrontaba grandes problemas en la zona más septentrional de Idaho. Las fuerzas de la resistencia golpeaban sin previo aviso y con una efectividad sorprendente. Los convoyes solo podían viajar a la luz del día y bajo la escolta de vehículos blindados. Todo indicaba que las tropas federales y de Naciones Unidas no contaban con ninguna zona segura que pudiesen considerar de retaguardia. En uno de los incidentes más comentados, una abuela de ochenta y dos años se acercó caminando en un parque a tres tenientes belgas que participaban en el saqueo de Lewiston y que llevaban sus armas colgadas del hombro.

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