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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (66 page)

Confiaba en que el McMillan seguiría bien calibrado, ya que siempre lo había transportado en el convenientemente acolchado estuche Pelican. El SSG le preocupaba más, ya en el trayecto desde su casa hasta lo alto de la colina lo había llevado colgando. Pese al cuidado que había llevado para no darle ningún golpe, se habría quedado más tranquilo si hubiese tenido la oportunidad de confirmar el punto de impacto. Con las fuerzas enemigas tan próximas, no quería hacer ningún ruido que pudiese delatar su presencia.

Sacó su cuchillo favorito, el Trinity Fisherman que había heredado de T. K. Se quedó mirando un momento el símbolo de un pez que llevaba incrustado en bronce en el interior del mango. Aquel cuchillo suponía mucho más que el resto de objetos que llevaba encima. Se puso a pelar un nabo crudo y lo tomó para desayunar. Siguió observando a través de los prismáticos mientras mordisqueaba algunas rodajas de nabo. Después se comió medio pan redondo de trigo. Volvió a pasar un buen rato mirando con los prismáticos. A continuación, se comió dos salchichas de cecina de arce. Acto seguido, volvió a coger los prismáticos y vio a varios miembros de una patrulla de reconocimiento que se acercaban hacia el pueblo desde el oeste montados en motocicletas de colores apagados. Observó cuidadosamente sus movimientos. Luego le dio varios tragos a su cantimplora. Unos minutos más tarde, pudo ver a tropas de infantería que se acercaban a pie por los arcenes de la carretera estatal que atravesaba Potlatch. Limpió el cuchillo Trinity en el pantalón y volvió a meterlo en la funda que llevaba grabada la insignia «Mateo 4,19».

Conforme se acercaban, Fong calculó la fuerza del viento. Tras humedecerse el dedo, no sintió la presencia de ninguna brisa en la superficie. Fong sonrió y asintió. En los árboles que había en el valle y en el polvo que levantaban los vehículos a lo lejos tampoco vio ningún signo de viento.

—Va a ser un día estupendo para disparar —se dijo en voz baja mientras se colocaba los tapones para los oídos. Cuando calculó que las tropas y los vehículos que se acercaban estaban llegando al borde de su campo de disparo, Fong vació dos cantimploras en el suelo alrededor de la boca del cañón para evitar que el rebufo levantara polvo y delatara su posición. Se colocó detrás del gran rifle, abrió las tapas de la mira y eligió los objetivos más interesantes. Había una mezcla bastante curiosa de vehículos: Humvees fabricados en Estados Unidos, algunos todavía con la pintura de camuflaje del desierto que habían utilizado en Iraq; camiones antiguos de dos toneladas y media, también americanos, y lo que parecía un TBP, un vehículo blindado de transporte de personal BTR-70 ruso.

Efectuó el primer disparo cuando las tropas de infantería más cercanas estaban a mil trescientos metros y los vehículos a unos dos mil. Fue alternando el fuego entre los soldados que estaban más cerca y las tropas que había más atrás. Aprovechando el tiempo que las balas tardaban en alcanzar sus objetivos (alrededor de un segundo en los disparos más cercanos y unos cuantos más en los más lejanos), fue capaz de controlar el retroceso y volver a apuntar a un nuevo objetivo antes de que la bala impactara contra el anterior. Pasó veinte minutos disparando con un ritmo regular, deteniéndose solo para descansar y rellenar los cargadores. Tras haber disparado más de treinta balas con resultado incierto, estuvo seguro de haber provocado la primera baja enemiga: un operador de radio que estaba a algo menos de mil cien metros.

—Ese seguro que sí. No voy a contar los que sean solo posibles ni a calcular los que pueda haber dentro de los camiones y de los TBP —afirmó, hablando para un público inexistente.

La segunda baja segura que provocó fue un motociclista de la patrulla de reconocimiento que, después de recibir el impacto de bala, cayó de espaldas al suelo, al igual que hizo la sucia moto en la que iba montado, con la consiguiente nube de polvo. Seguía sin soplar ni rastro de brisa.

—Con ese hacen dos —dijo Fong mientras accionaba el cerrojo del McMillan.

Se detuvo un instante para cambiar los cargadores. Fong volvió a disparar a la infantería que iba a pie. Algunos de los soldados estaban a menos de ochocientos metros, una distancia que Fong consideraba incómodamente escasa. Más confiado por la cercanía de los objetivos, comenzó a efectuar disparos individuales a cada uno de los hombres.

—Con estos hacen tres, cuatro y cinco.

Al meter un nuevo cargador en el fusil se dio cuenta de que tenía más cargadores vacíos que llenos. Se detuvo durante unos minutos para recargarlos. El ruido de la cada vez más grande montaña de casquillos de calibre.50 que se acumulaba en el fondo de la trinchera le hizo sonreír. Respiró profundamente unas cuantas veces e hizo varios movimientos en círculo con el hombro para relajar los músculos. Después, volvió a llevarse la mira cerca del ojo y prosiguió con su tarea.

Fong colocó el punto de la mira Trijicon en el pecho de un soldado que llevaba en las manos algo que se parecía a un lanzallamas. El McMillan volvió a rugir.

—Con ese hacen seis.

Fong reparó en un hombre punta que se encontraba a tan solo quinientos noventa metros, una distancia desde la que resultaba un blanco fácil para un proyectil de calibre.50.

—Con ese hacen siete.

Los soldados de infantería caminaban en líneas y avanzaban cada vez más despacio, a causa de las bajas que estaban sufriendo. Al encontrarse a poca distancia, al menos para su McMillan, y caminar a campo abierto, ahora resultaban objetivos muy fáciles.

En poco tiempo, gastó tres cargadores completos. Las tropas seguían sin tener la más mínima idea de la posición de Fong, aparte de suponer que se encontraba en algún lugar más al sur. Tan solo podían oír el estallido supersónico de cada detonación, pero no eran capaces de ver de dónde provenía exactamente. Fong tenía la mayor parte del cuerpo dentro del agujero, y lo poco que sobresalía estaba muy bien camuflado.

—Con estos ocho, ya llevo quince —se dijo a sí mismo en voz baja mientras volvió a llenar los cargadores.

Había guardado cuatro cargadores de cartuchos SLAP para los TBP que estaban maniobrando a unos ochocientos veinte metros de distancia. En menos de diez minutos, gastó los cuatro cargadores. Solo uno de los blindados se quedó inmovilizado, pero Fong estuvo seguro de haber acertado con algunos de los disparos en los costados y la parte trasera de al menos tres de los BTR-70. Desde los TBP abrieron fuego a ciegas, acribillando las laderas con cartuchos de 14,5 y 7,62 mm. Algunos impactaron sonoramente contra unas rocas que había a menos de cincuenta metros. Esos disparos tan cercanos pusieron nervioso a Dan.

Insertó cartuchos sueltos perforadores (AP) en dos de los cargadores vacíos y volvió a abrir fuego, ahora con más presteza, sobre los dos blindados Humvees que estaban más cerca. Los disparos obligaron a los dos vehículos a detenerse.

Los casquillos en el agujero le llegaban ya por encima de los tobillos. Echó un vistazo hacia abajo, a los cargadores y a las cajas de munición que había al borde del agujero y descubrió con asombro que tan solo le quedaban dos cartuchos de calibre.50. Disparó estas últimas dos balas a la cabina de un camión que estaba a ochocientos metros de distancia. Tras el segundo y último disparo, el camión se escoró hacia una zanja que había al lado de la carretera y volcó. Fong sonrió satisfecho.

Los soldados de infantería estaban lo suficientemente cerca como para que Fong pudiese escuchar sus gritos. Algunas balas de poco calibre levantaban nubes de polvo y rebotaban en las rocas que había en la ladera de la colina, tanto por encima como por debajo de su posición. Calculó que la distancia que les separaba era de unos cuatrocientos cincuenta metros. Miró su reloj y vio que acaban de dar las diez de la mañana. Fong fue consciente de que tenía que moverse deprisa para mantener la distancia entre él y el enemigo.

Plegó el bípode del fusil y lo dejó al lado del agujero. Luego dobló con mucho cuidado la red de camuflaje. Sabía que los soldados de infantería advertirían cualquier movimiento demasiado apresurado. Dan sostuvo el fusil contra el pecho y caminó colina arriba muy despacio entre la maleza, para que no lo localizasen. Una vez llegó al punto más alto, donde ya no se le veía desde el valle, echó a correr con la cabeza agachada.

Cuando había recorrido la mitad de la parte trasera de la loma, Dan se detuvo y dejó con cuidado el McMillan al lado de la pequeña zanja que había preparado el día anterior. Presionó el botón del retenedor, sacó el enorme cerrojo del fusil y lo guardó en la funda de la culata. Acto seguido, sacó el SSG del estuche y metió el McMillan en su lugar. Cerró los pasadores y se aseguró de que el sistema de alivio de presión estuviese bien cerrado. Luego, metió el estuche en el agujero. A continuación, para ocultarlo, puso encima un pesado tronco que había dejado preparado el día anterior.

—No te preocupes, cariño, volveré a por ti dentro de unos días. Eres demasiado grande para llevarte conmigo, y además ya no me queda munición de calibre.50. —Cogió el SSG y siguió corriendo colina abajo.

Cuando se volvió a detener, tras subir las tres cuartas partes de la siguiente colina y quedarse sin aliento, se encontraba a unos ochocientos metros de la primera posición de disparo, en la otra posición que había elegido y preparado el día anterior. Allí estaba su mochila y dos cantimploras llenas de agua. Apenas unos momentos después de que se tumbara en el suelo detrás del Scharf Shuetzen Gewehr, los soldados de infantería comenzaron a asomarse por encima de la primera colina.

Dan dejó pasar un minuto para recuperar el aliento y empezó luego a elegir los objetivos más importantes. Aparte de un ligero dolor en el hombro provocado por todos los disparos que había efectuado, se encontraba estupendamente. El primero en caer fue un hombre que hacía gestos de avanzar con el brazo y que se desplomó en el suelo mientras se llevaba la mano al pecho.

—Con este hacen dieciséis; soy un pescador de hombres.

Recargó metódicamente la recámara del rifle con un cartucho suelto para volver a contar con seis cartuchos. Cuando tenía tiempo suficiente, Fong prefería el método de ir disparando y recargando, con lo que siempre tenía a su disposición el cargador entero.

Dan llevaba en la mochila varias cajas de cartón con doscientos cartuchos de munición.308 Winchester de competición Federal para su Steyr. En los morrales de su correaje, llevaba siete cargadores de cinco cartuchos rotatorios cargados con munición de competición de ciento sesenta y ocho granos, destinados al SSG. Normalmente tenía cargados únicamente un par para evitar que se estropearan, pero en esta ocasión tenía siete completamente cargados. También contaba con un cargador de diez cartuchos con balas perforantes. Pese a la mayor capacidad, a Dan no le gustaban los cargadores de diez balas para el Steyr. Había adquirido dos hacía algún tiempo y los había tenido que mandar a la fábrica para cambiarlos debido a problemas mecánicos internos. Además, había escuchado historias parecidas de otros propietarios de SSG, incluido un conocido gurú de las armas, el coronel Jeff Cooper. Si, como parecía, no eran del todo de fiar, lo más razonable era continuar con los de cinco cartuchos, que tenían un diseño más robusto.

Dan divisó en uno de los sombreros una insignia plateada perteneciente a un oficial, y acabó con él.

—Menudo idiota —murmuró Dan—. Mira que llevar una insignia en el campo de batalla, se lo tiene bien empleado. Con este ya son diecisiete.

Eligió a otros dos soldados que hacían gestos a los demás e intentaban coordinar el avance.

—Dieciocho y diecinueve. —Dan metió uno de los cargadores rotatorios en el rifle.

Los soldados de infantería se detuvieron, dieron la vuelta y echaron a correr montaña arriba. En la huida, a uno de ellos se le cayó el fusil. Dan abatió a uno de los soldados que se había quedado rezagado durante la retirada y que iba cargado con una ametralladora. El hombre cayó rodando por el suelo mientras se desangraba. Fong volvió a dispararle, esta vez en la cabeza, y le evitó así más sufrimientos.

—Ya son veinte.

Cuando calculó por los sonidos que oía que los soldados no volverían a avanzar en un rato, Dan recargó todos los cargadores con las cajas que llevaba en la mochila. A continuación, se echó la mochila al hombro, le puso el seguro al rifle y avanzó en silencio quinientos metros en dirección noreste, hasta llegar a un mirador que había entre la maleza que cubría la cima de la redondeada colina. Colocó su pequeña red de camuflaje y tomó posición. Después, pasó los siguientes cinco minutos calculando la distancia a varios puntos que tenía en su línea de disparo. A continuación, pasó unos parches limpiadores por el cañón, mordisqueó una ración de combate y le dio varios tragos a una de sus cantimploras. Las horas fueron pasando. Llevó a cabo una segunda limpieza del rifle y revisó las ópticas.

—¿Cuánto tiempo van a tardar estos tíos en reagruparse de una maldita vez? —susurró en voz baja cuando el sol empezaba a ponerse.

Las tropas enemigas comenzaron otra vez a avanzar, esta vez tomando más precauciones y desde dirección norte. El ángulo desde el que se aproximaban no le era favorable. No entraron en su línea de fuego hasta que estaban solo a cuatrocientos diez metros de distancia.

—Demasiado cerca —se dijo Dan en voz baja.

A través del Trijicon podía observarlos a la perfección. Usaban uniformes de estilo Flecktarn alemán y llevaban alguna variedad del AK-47 con gruesos frenos de boca incorporados. En cuanto unos pocos se pusieron a la vista, empezó a disparar. Vio a muchos derrumbarse entre la maleza, muertos, heridos o quizá simplemente demasiado asustados para ni siquiera moverse. El enemigo devolvía el fuego de forma esporádica. Algunos gastaron un cargador detrás de otro disparando largas ráfagas sobre la ladera de la colina. Eran incapaces de localizar a Dan. Fong modificó el mando de su mira de negro a verde. Estaba lo suficientemente oscuro como para poder ver el color verde apagado de las líneas y puntos de la retícula del Trijicon. Los soldados de infantería incrementaron el ritmo de disparo. Dan pudo escuchar cómo las balas impactaban cerca de su posición.

El enemigo estaba demasiado próximo, ya a menos de trescientos veinte metros. Fong se dio cuenta de que si no se movía rápidamente, ya no podría maniobrar. Recargó su SSG, esta vez con el único cargador de diez balas que tenía, cogió la mochila y se puso de pie. Una bala lo alcanzó cuando iba a empezar a correr y lo derribó contra el suelo. Le había atravesado la nalga derecha e impactado contra la pelvis. Dan pudo ver a través de la herida que había hecho la bala al salir, un poco más abajo de su cinturón, cómo sobresalía un trozo del hueso de la cadera. Mientras se retorcía conmocionado aún por el disparo, otra bala le atravesó la barriga e hizo que parte de sus intestinos se le salieran del cuerpo y se deslizaran hasta el suelo.

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