—Disminuye cien —ordenó con tono acostumbrado.
—Disparamos, corto —respondió la voz en la radio.
—Disparad, corto —contestó lacónicamente Valentine.
Hubo una pausa, tras la cual se produjo la segunda descarga. Los proyectiles cayeron a una distancia de entre unos seis y veinte metros de las trincheras de la parte sur de la casa.
Los hombres y las mujeres de Dunlap se cubrieron las cabezas y se agacharon tanto como pudieron en las trincheras. Una lluvia de rocas y barro les cayó encima. Algunos empezaron a gritar.
El sargento Valentine observó el impacto de los proyectiles y accionó el micrófono:
—Añade cincuenta. Abrid fuego con efecto.
En la siguiente descarga, durante un minuto entero, obuses y obuses cayeron dentro y alrededor del rancho.
Valentine evaluó los impactos y de nuevo accionó el micrófono.
—Y... repetid —dijo sin dejar de mirar a través de los prismáticos.
Dio comienzo otra descarga de un minuto. Se inició un incendio en la casa. Al poco tiempo, el granero también estaba ardiendo. Algunos de los obuses cayeron directamente en las trincheras.
El joven suboficial volvió a transmitir un lacónico «repetid».
La pared sur de la casa se derrumbó. Tanto la vivienda como el granero eran engullidos por las llamas.
Los morteros dejaron de sonar y los últimos proyectiles cayeron con un silbido. El sargento Valentine tomó el transmisor y dijo:
—Alto el fuego. Dile a tu sección que han hecho un gran trabajo. Bien hecho, chicos.
Entonces, echó mano de su mochila tipo Alice y sacó un tubo plateado con una etiqueta de papel blanca. Tenía una pulgada y media de diámetro y treinta centímetros de largo. Sacó el tapón de metal y lo colocó en el otro extremo del tubo. A continuación, apartó la cara y lo clavó en el suelo. Un cohete de señalización salió disparado con un sonido seseante. Un momento después una estrella verde estalló en el cielo. En la distancia, desde el bosque, respondieron dos silbatos.
Dos supervivientes se arrastraron fuera de las trincheras y corrieron. Solo uno de ellos conservaba con él su rifle.
La compañía Alfa del Batallón de Infantería número 519 empezó a moverse hacia el objetivo. Las secciones se desplegaron en fila y empezaron su barrido. La huida de los dos supervivientes se vio interrumpida por tres ráfagas de un arma automática M249.
Cuando las tropas estaban en las áreas abiertas al sur de los humeantes restos del rancho, Ted Wallach asomó la cabeza fuera de la trinchera y abrió fuego con su rifle MIA. Acertó a dos soldados de infantería de la primera sección que estaban a una distancia de ciento ochenta metros. Poco después, Wallach recibió a su vez un disparo en la cabeza proveniente del fuego de respuesta.
Tras peinar la zona del objetivo y acribillar el fondo de las trincheras con ráfagas de fuego automático, las escuadras plantaron un perímetro defensivo. Las armas que recuperaron de las trincheras fueron colocadas en el camino de acceso al refugio. A su lado estaban los cuerpos de los dos soldados que habían muerto, metidos en sendas bolsas para cadáveres. Una segunda inspección reveló el POE. Limpiaron el bunker con tres granadas disparadas por un M203. La tercera entró por la puerta y mató al único centinela presente. Los cuerpos de los templarios que habían perecido fuera de la casa se dejaron allí.
El capitán Brian Tompkins, comandante de la compañía Alfa, tenía aspecto cansado. Se sentó en el fango junto al excusado exterior, la única estructura que había quedado en pie del refugio templario, y consultó su mapa. Garabateó una nota en un pequeño cuaderno, extendió sobre el mapa un plástico protector y garabateó otra nota. Entonces llamó con el dedo índice a su operador de radio. El operador se levantó inmediatamente. Guiado por la costumbre, le pasó a Tompkins el manoseado cuaderno de notas de Instrucciones Operativas de Comunicaciones Electrónicas (IOCE) que colgaba de un cordel que rodeaba su cuello bajo su UCE. El IOCE no había sufrido ningún cambio en casi seis meses. Brian Tompkins hojeó el IOCE y pasó por alto las frecuencias y claves. El IOCE llevaba tanto tiempo sin cambiar que había acabado aprendiéndoselo de memoria. Fue hasta la sección de código TAC, buscó la clave de tres letras para la recogida administrativa e hizo otra anotación rápida en su cuaderno de notas. Entonces, alcanzó el tubo auricular y transmitió un breve informe:
—Kilo Uno Siete, Bravo Cinco Nueve al habla, corto.
El operador al cargo de la radio del batallón respondió:
—Bravo Cinco Nueve, al habla Kilo Uno Siete. Adelante.
Tompkins dijo entonces lentamente y con claridad:
—Prepárese para copiar... Objetivo «Roble» tomado. La estimación es de diecinueve enemigos muertos en combate, cero prisioneros. Dos aliados muertos en combate. Informe S-1 a continuación. Enviad Hotel Yankee Mike a coordenadas Golf Oscar Cinco Nueve Ocho Tres Dos Cinco Uno Uno. Repito, coordenadas Golf Oscar Cinco Nueve Ocho Tres Dos Cinco Uno Uno para la recogida administrativa de veinticuatro armas aprehendidas, tres armas de nuestra propiedad y dos aliados muertos en combate. Ninguna fuente de inteligencia disponible. Continuamos hasta Bivouac punto Crimson. Tiempo estimado de llegada cuatro punto cero.
—Por favor, repita de nuevo a partir de «S-1 a continuación».
Tompkins puso los ojos en blanco mirando al operario de radio, que sonrió y asintió con la cabeza. Tompkins repitió la parte de su informe que se había perdido aún más despacio.
—Repito: enviad Hotel Yankee Mike a coordenadas Golf Oscar Cinco Nueve Ocho Tres Dos Cinco Uno Uno, para la recogida administrativa de veinticuatro armas aprehendidas, tres armas de nuestra propiedad y dos cuerpos de aliados muertos en combate. Ninguna fuente de inteligencia disponible. Continuamos hasta Bivouac punto Crimson. Hora estimada de llegada cuatro punto cero.
—Entendido.
El comandante de la compañía accionó de nuevo el auricular y espetó:
—Bravo Cinco Nueve, cambio y corto.
—Kilo Uno Siete, corto —respondió el operario de radio del batallón.
Tompkins le pasó el auricular a su operario y dijo con desgana:
—¿Sabes? Todo este asunto apesta. ¿Qué leches hacemos aquí afuera en Idaho disparando a más civiles? ¿Cuántas mujeres y niños vamos a tener que matar antes de dar por finalizado esto? ¿Cuántos más de nosotros vamos a morir? Acabamos de perder a dos buenos hombres, ¿y para qué?
El operario de radio no respondió. Se había quedado con la mirada perdida.
Tras unos instantes, el capitán Tompkins hizo con el brazo la señal de «adelante» a sus jefes de escuadra.
Estos, a su vez, transmitieron la orden a los sargentos, y en cuestión de segundos la compañía entera estaba en marcha hacia el este, en formación de aproximación.
—Maldito sea el nuevo orden mundial y la madre que lo parió. Solo le pido a Dios que esto acabe pronto —murmuró para sí Tompkins, conforme las tropas se ponían en marcha.
Todd Gray dedicó la mañana siguiente a la oración meditativa. Pasó gran parte del tiempo leyendo salmos en su Biblia del rey Jaime de bolsillo. No mucho después del mediodía, una compañía mecanizada de infantería se aproximó a sus tierras. Dos exploradores montados en moto pararon frente al portón en la falda de la colina. Uno de ellos disparó al candado con una Uzi. Llevaban uniformes con un esquema de camuflaje moteado que Todd no supo reconocer. Se agacharon tras el granero y uno de ellos sacó un
walkie-talkie
de su cinturón para transmitir un informe.
Los transportes blindados de personal llegaron unos pocos minutos después. Eran BTR-70 de fabricación rusa que habían formado parte anteriormente del antiguo inventario del Ejército Nacional del Pueblo de Alemania del Este (NVA). Todd pensaba que los soldados alemanes conducirían TBP Marder o Luchs. Entonces se dio cuenta de que estaba viendo un ejército improvisado en Europa al inicio del colapso. Iban equipados con cualquier cosa que hubiera disponible en aquel momento. Los viejos vehículos de ocho ruedas habían sido originalmente pintados por el NVA de color gris verdoso, luego de blanco por las Naciones Unidas, y más recientemente, habían sido pintados de verde oliva para hacerlos más tácticos. A los lados llevaban vistosas marcas de pintura negra que decían «UNPROFOR» y «ONU» en la parte trasera. La última capa de pintura empezaba a pelarse de forma que parte de la pintura blanca que había debajo quedaba visible, principalmente en los puntos altos y en el interior de los huecos para las ruedas.
Casi todos los TBP pararon a intervalos amplios en la carretera del condado. Dos siguieron a través del portón hasta el camino circular de entrada de los Gray. Rápidamente, de cada uno de ellos bajó una escuadra de ocho hombres. Las escuadras registraron el granero y el taller, y después, tímidamente, intentaron registrar la casa. El candado de la valla no supuso un obstáculo serio. Bastó una ráfaga de un HK G36 para destrozarlo. La puerta principal sí que sería más difícil de abrir, así como las pesadas cubiertas metálicas de las ventanas. Todd se rió cuando vio a los soldados intentar echar la puerta abajo de una patada.
—Podéis seguir hasta caer muertos, tíos —susurró para sí.
Las puertas traseras de todos los TBP estacionados en la carretera se abrieron al mismo tiempo y, escuadrón tras escuadrón, los soldados de infantería enfilaron con calma la colina. Vestían una colección variopinta de camuflaje alemán Flecktarn, uniformes de combate del ejército británico modelo Woodland, y la última edición de uniformes de camuflaje de esquema digital del ejército de Estados Unidos. Todd vio que algunos soldados llevaban los rifles y las submetralletas colgados a la espalda. Algunos incluso fumaban. Todd chasqueó la lengua y se dijo a sí mismo:
—Ah, sí, otro día más de saqueos para la Bundeswehr.
Un soldado descolgó un pico de la colección de herramientas que había en el lateral de uno de los TBP y empezó el asalto a la puerta. Incluso desde la distancia, Todd podía oír el ruido del pico y los gritos de maldición.
Mientras una escuadra de soldados atacaba la puerta, el resto empezó a perder la paciencia. Un soldado de caballería regó el molino de viento Winco con largas ráfagas de su metralleta ligera HK-21. Otro reventó las ruedas del VW de Mary con un rifle HK G36 5,56 mm y luego empezó a disparar a los pollos que trataban de ocultarse tras el granero. La menguante bandada dio dos vueltas al granero antes de que el soldado acabara por aburrirse del juego y dejara al resto en paz.
Tras bastantes minutos, los soldados alemanes dejaron el pico. Lo siguiente que intentaron fue abrir la puerta con un RPG-18 desechable de fabricación rusa propulsado por un cohete disparado desde un lanzagranadas. El cohete atravesó la puerta por el centro; tras de sí dejó un agujero limpio de unos seis centímetros de diámetro, pero, para sorpresa de los soldados, la puerta permaneció en pie. Un segundo RPG fue transportado desde el BTR y disparado justo al lado del marco de la puerta. La explosión sacó la puerta de sus bisagras por completo. Los alemanes pasaron los minutos siguientes apagando el pequeño fuego que los RPG habían iniciado en el interior de la casa. Una vez que el humo empezó a aclarar, un flujo continuo de soldados entró en la casa en busca de un buen botín.
Sin dejar de vigilar con los prismáticos Steiner, Todd contó cómo treinta y dos soldados que entraban en la casa. Incluso desde esa distancia distinguió a dos de los hombres por sus gestos como suboficiales sénior u oficiales. Pese a la gran cantidad de aparato logístico que había sido evacuado, la casa seguía lo suficientemente llena como para interesar a los soldados.
Todd esperó hasta que vio al primer soldado salir por la puerta. Entonces, Gray susurró:
—De acuerdo, panda de inútiles, ¿queréis mi casa y todo lo que hay en ella? Muy bien, ¡toda vuestra!
A continuación, apretó un botón en un panel que había frente a él. La casa escupió llamas con un tremendo rugido. Media docena de cartuchos de dinamita escondidos en partes separadas de la casa detonaron simultáneamente. Cada cartucho iba pegado a la junta de un bidón de dieciocho litros de gasolina. Dos de los bidones estaban ocultos en los extremos del ático, uno bajo la cocina, uno bajo la cama abatible y dos en el sótano. La explosión resultante fue tan potente que mandó varias de las cubiertas metálicas de las ventanas volando por los aires a más de diez metros de distancia. El tejado de la casa se partió en dos mitades envueltas en llamas que aterrizaron cada una en un lado de la base. Una enorme bola de fuego ascendió, hinchándose hacia arriba con la forma de una nube de hongo. Se fue volviendo gradualmente negra, luego se puso gris conforme alcanzaba altura. Todd sonrió satisfecho.
Sabía que la mayor parte de la gasolina no estaría completamente vaporizada, por lo que Todd no se esperaba semejante explosión. Todd recordaba de una clase de química en la universidad que tres litros de gasolina tienen aproximadamente la misma potencia que catorce cartuchos de dinamita bajo condiciones óptimas. Como mucho, esperaba un rendimiento del uno por ciento de toda la fuerza explosiva de los ciento ocho litros de gasolina. Sabía que la mayor parte de la gasolina se limitaría a arder y que solo una fracción actuaría como explosivo real. El resultado, sin embargo, era muchísimo mejor de lo esperado.
Una docena de soldados que había estado holgazaneando lejos de la casa corrió tras la explosión a ocultarse de la lluvia de escombros dentro del taller. Todd apretó otro botón del panel Señor Destructor. Esta vez, tres bidones de gasolina detonaron junto al combustible restante del depósito de gasolina subterráneo. El tejado ondulado del granero se elevó en el aire y volvió a aterrizar sobre su base.
—Adiós y que tengáis buen viaje —maldijo Todd. La bola de fuego del taller incendió el granero. Alimentado por el heno apilado en su interior, el fuego se extendió a toda velocidad.
Alrededor de la casa, los soldados restantes correteaban presa del pánico. La mayoría corrieron de vuelta a los TBP del camino rural. Tres se agacharon para esconderse tras un árbol caído. Todd sonrió maquiavélicamente y consultó su esbozo de sector revisado. Apretó otro botón que prendió
el
fougasse
que cubría la zona tras el árbol caído. Estalló con un rugido y trituró a los tres soldados.
Los dos BTR-70 que estaban aparcados frente al granero arrancaron sus motores en rápida sucesión. Los pocos soldados supervivientes se apilaron dentro de cada uno. Mientras salían hacia la carretera, la metralleta de 14,5 mm de uno de los TBP empezó a disparar en largas ráfagas llenas de furia. Todd calculó que había disparado más de cien balas hacia las colinas circundantes. Dos artilleros de los BTR aparcados en el camino rural aprovecharon la ocasión para acribillar la casa y el granero de los Anderson, al otro lado del camino.