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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (72 page)

La mayor parte del tiempo lo pasaban guarnecidos en pueblos emborrachándose. De vez en cuando algún amigo les mandaba por correo un poco de hachís desde Bélgica. Entonces, montaban grandes fiestas. A veces incluso pillaban a alguna adolescente del pueblo para violarla en grupo. De no ser porque en la ciudad no quedaban residentes, los belgas habrían estado encantados de estar destinados en Potlach. Sin unas cuantas violaciones no era tan divertido.

Pese a la norma que regía al cuerpo de «dos hombres por guardia», solo había un centinela cuando la patrulla de asalto de Mike llegó. El centinela estaba un poco borracho. Se llamaba Per Boeynts, un soldado raso valón y flamencohablante procedente del noroeste rural de Bruselas. Odiaba que lo hubiesen destinado a América en esta misión de paz de las Naciones Unidas. Durante el último año había acabado convirtiéndose en un alcohólico crónico. A la una y diez de la madrugada, se puso de pie dentro del portal de lo que había sido la oficina del sheriff para tratar de entrar en calor. El cuello de su chaqueta estaba subido y llevaba ropa interior larga, un juego de ropa de trabajo de invierno con forro polar, un suéter y un chaquetón de lana. Aun así tenía frío. El termómetro marcaba 3 °F. Per se preguntaba a qué equivalía eso en la escala Celsius. No podía dejar de pensar en la hora y media que faltaba para que llegara su relevo. Entonces podría volver a la cama.

Per había dejado en la silla de la mesa del puesto de mando un par de gafas de visión nocturna de fabricación alemana. Según la SPOE se suponía que debían estar colgadas de su cuello mediante un cordel. No se había molestado en ponérselas pues, de todas formas, las luces de los edificios habrían hecho que se apagaran automáticamente. Los guardas nocturnos maldecían a menudo al sargento primero Van Duyn por hacerles cargar con el dichoso trasto. Pero era el procedimiento operativo estándar, decía él, así que debían llevarlas cuando tocaba guardia nocturna.

Al igual que al resto de vigilantes, lo habían instruido para mantener una ruta de vigilancia a pie. Pero Per decidió que la noche era demasiado fría y la nieve le llegaba por encima de las botas. Al andar por ella se le mojaba la pernera de los pantalones, lo que hacía que la noche pareciera aún más fría. Con permanecer justo al lado de la puerta abierta era suficiente para él. Después de todo, el sargento primero estaba durmiendo, así que no iba a notar la diferencia. Se dio la vuelta hacia la mesa para coger otro cigarro. Mientras accionaba el encendedor, un martillo de bola golpeó la base de su cabeza. Cayó rodando sobre la mesa y aterrizó en el suelo. El martillo golpeó dos veces más, esta vez en las sienes.

Una vez estaba seguro de que el soldado estaba muerto, Mike enfundó el martillo en su cinturón. Se había convertido en su herramienta de eliminación de centinelas favorita en los últimos meses. El fusil del soldado raso, un Steyr AUG de empuñadura tipo Bullpup con cargador de cuarenta y dos balas, estaba apoyado contra el marco de la puerta. Tras una inspección exhaustiva de la oficina, pudieron reunir las gafas de visión nocturna, una mochila gris verdoso, algunos mapas de la zona, un diario, una lista de turnos y un embrollo de papeles y faxes escritos en cuatro idiomas diferentes (francés, alemán, inglés, y lo que Mike supuso que debía de ser flamenco). También encontró seis cargadores de treinta balas AUG en un bolso de ingeniero, una máscara de gas M17A2, una linterna de cabeza regulable, un par de baterías de aspecto extraño que supuso que eran para las gafas de visión nocturna, una caja de cartón marrón con diez baterías de fabricación estadounidense que parecían pilas D y con la inscripción «BA-3030», cuatro raciones de combate sin abrir, cuatro inyectores automáticos de atropina, una jarra de café instantáneo belga, un diccionario alemán-inglés/ inglés-alemán y medio cartón de puros cubanos.

Mike retiró el cargador del AUG y vació la recámara. Luego presionó el botón que libera el cañón y retiró su ensamblaje. Dividido en dos era mucho más compacto. Mike embutió todo excepto la máscara de gas en el talego para ordenarlo más tarde.

Se ató el talego bajo el poncho, recogió su pistola, una Remington 870 con mira de tritio, que esperaba fuera junto a sus guantes. Cuando salió vio que Kevin se aproximaba llevando una lata de munición en cada mano.

—Están todos alojados en el edificio de la iglesia de al lado —susurró Kevin—. Sus vehículos son una verdadera mina de oro. Lisa encontró unos cuantos cilindros con la marca de la calavera y las tibias cruzadas y una «VX». Eso es gas nervioso, ¿no?

—¡Y tanto que es gas nervioso! Del tipo no persistente —contestó Mike con entusiasmo—. Leí sobre él en uno de los manuales del ejército de Todd. Basta con unas pocas partes por millón y todo el que lo toca muere en treinta segundos. Con un par de gotas del tamaño de una cabeza de alfiler bastará. Ya lo creo que queremos llevarnos todo el gas. Va a ser nuestra nueva prioridad principal.

Todos excepto Doug salieron quince minutos después, en dirección sudeste, cargados con el equipo que habían sacado de los vehículos. Cargaban con cilindros de diez kilos de VX que parecían estar llenos. Las válvulas llevaban alambres de seguridad. Doug Carlton siguió su rastro y les alcanzó un cuarto de hora más tarde. Avanzaron entre la profunda capa de nieve con esfuerzo y en silencio. Cuando alcanzaron la cima de una colina alta se dieron la vuelta para mirar hacia el norte. En la distancia vieron las llamas que salían de los vehículos, el generador y el edificio de las tropas.

La patrulla cubrió unos diez kilómetros antes del amanecer. Empezó a nevar con fuerza de nuevo y el viento volvió a soplar con violencia desde el sur. La nieve levantada por el viento cubrió rápidamente sus huellas. Cuando la luz de la mañana empezó a brillar, cambiaron de dirección y se adentraron medio kilómetro en un rodal de madera bastante denso. Allí, volvieron a acampar con las tiendas esparcidas a lo ancho.

Una vez estaban fuera de la vista del resto, Della besó a Doug y dijo:

—Me alegro tanto de que estés vivo. Ha sido una maniobra muy valiente.

—Bueno, alguien tenía que hacerlo, y no había motivos para que se arriesgara más de uno. Además, soy el que tiene más experiencia con las máscaras de la serie M17 —contestó Doug.

—Cuéntame cómo lo has hecho —imploró Della.

Doug dejó de montar la tienda Moss Little Dipper y respondió:

—Bueno, primero eché un vistazo al alojamiento. Tenían todo cerrado excepto una puerta. Había algún tipo de calefacción en marcha. Podía sentir el calor salir por la puerta y se oía el ruido del ventilador; eso me sirvió para cubrir mis movimientos. La puerta estaba abierta para dejar paso al cable del generador. Me alejé del edificio y comprobé el viento. Soplaba desde el sur con poca fuerza. Corté fusibles de seis minutos para las granadas. Una sería para el generador, una para cada uno de sus vehículos y una para la parte exterior de la puerta. El generador estaba en una cabina rectangular con techo plano, perfecta para una granada de termita —dijo entre risas. Sacó el sobretecho verde del saco y siguió—: En cuanto a los camiones, abrí las capotas y puse las granadas encima de los motores, justo enfrente de los limpiadores de aire. Afortunadamente los camiones belgas no tienen candado para la capota como la mayoría de los vehículos del ejército americano. Puse el cilindro de VX que dejaste aparte para mí, el que parecía estar medio lleno, con el culo pegado a la puerta. Puse la granada termita en la muesca entre la válvula y el cuerpo del cilindro para asegurarme de que el pegote de la termita cortara el extremo del envase. Por lo que me ha contado Lon acerca de los cilindros de aire comprimido y los tanques de buceo, probablemente salió disparado como un cohete hacia el edificio en cuanto empezó a soltar aire.

»Como soy un paranoico, comprobé de nuevo el viento; a continuación prendí el fusible de la granada del cilindro VX. Corriendo, encendí las de los camiones y luego la del generador y salí por piernas de allí. Tras un par de minutos, mantuve la vista fija en mi Bulova mientras corría. Justo antes de que la primera de las granadas empezara a arder, paré y me puse la máscara. Luego volví a seguir vuestros pasos. Ha sido una suerte que dejarais un rastro claro en la nieve. La visibilidad con una de esas máscaras puestas es ínfima, especialmente con poca luz. Además, con la máscara puesta apenas podía respirar, así que tuve que reducir el ritmo. Me la quité justo antes de alcanzaros. Estas cosas son realmente claustrofóbicas. Me alegré mucho de poder quitármela. Para el VX debería haber llevado un traje MOPP completo, pues esa cosa te puede entrar a través de la piel, pero no tenía ninguno a mano. Bueno, al menos la máscara me hubiera proporcionado un poco de protección en caso de que el viento cambiara de dirección. —Doug acabó de colocar el sobretecho. Y concluyó—: No ha sido gran cosa, Dell. Era realmente fácil.

Della volvió a besarlo.

El comandante Udo Kuntzler no iba a ningún sitio sin sus guardaespaldas. Había seleccionado para el trabajo a un especialista de quinta categoría y a dos de cuarta, todos estadounidenses. Los tres habían recibido la cualificación de la escuela de soldados recientemente. Los tres llevaban carabinas M4 con miras telescópicas ACOG y punteros láser de infrarrojos MELIOS. Cada uno había recibido además pistolas Beretta M9 y gafas de visión nocturna AN/PVS-5. El comandante se aseguró también de que recibieran mucha munición para practicar. El arma personal de Kuntzler era una MP-5K PDW Heckler und Koch. Tampoco iba a ninguna parte sin llevarla encima. Se refería jocosamente a sus guardaespaldas como su «guardia pretoriana». A su HK PDW la llamaba su «tarjeta American Express». A menudo bromeaba diciendo «nunca salgo de casa sin ella».

Kuntzler era el consejero de la ONU para la Brigada de Caballería 3/2. Había sido elegido para el trabajo porque tenía importantes conocimientos tácticos y un buen dominio tanto del inglés escrito como del hablado. Como consejero de la ONU, se esperaba de él que fuera siempre acompañando a la brigada. Normalmente viajaba en un HHC-01, el CFV M3 Bradley de la compañía de las oficinas de mando. De vez en cuando, salía a supervisar las compañías individuales.

El 12 de febrero, Kuntzer y sus guardaespaldas viajaban en dirección norte por la autopista 95 en un Humvee «prestado» junto con el comandante de la compañía Bravo del 3/2. Kuntzler tenía que informarle sobre una misión de ubicación y eliminación próxima, así que iba revisando sus notas mientras viajaban hacia el norte. Como era habitual, estaban escritas en inglés. Hacía todo lo posible para tratar de encajar y parecer menos extranjero. Al poco de pasar Moscow, el Humvee pisó una mina. Era una pequeña «arrancadedos», pero bastó para reventar la rueda delantera izquierda. Con la carretera helada, esto fue más que suficiente para mandar el Humvee derrapando hasta una zanja profunda en el lado oeste de la carretera. Las ruedas izquierdas estaban bien metidas en la nieve medio derretida, y el Humvee casi había volcado. El conductor trató de sacarlo, pero pese a la tracción a las cuatro ruedas, estas giraron desamparadas. Incluso si hubieran conseguido sacarlo de la zanja, para proseguir con la marcha habrían tenido que cambiar la rueda.

No había otros vehículos a la vista. Kuntzler sopesó las alternativas. El Humvee no tenía radio. Por culpa de la falta de instalaciones de mantenimiento, las radios eran un bien escaso y reservado a puestos de mando y unidades desplegadas en maniobras. En vez de esperar a que la ayuda llegara y arriesgarse a entrar en contacto con una patrulla de la resistencia, decidió volver andando hasta el punto de control de seguridad a las afueras de Moscow que estaba a tan solo dos kilómetros de distancia.

Los guardaespaldas se pusieron los guantes y los Gore-Tex de esquema bosque sobre las chaquetas de campo M65. Las chaquetas Gore-Tex tenían forro interior de borrego. Kuntzler llevaba simplemente su chaqueta de campo de esquema moteado. Le hubiera gustado que su chaqueta tuviera un forro y una capucha como las Gore-Tex. Como la de hoy iba a ser una visita de coordinación y no una operación de campo, llevaba su boina azul cielo de Naciones Unidas. Las orejas empezaron a enfriársele poco después de haber salido del Humvee.

Habían caminado despacio, observando con cuidado el suelo en busca de minas. Se habían dispersado en un intervalo seguro. Justo cuando Kuntzler pasó un poste telefónico se produjo una explosión. Sus sentidos estaban abrumados. Hubo un rugido como un cañón. Una horrible sensación ardiente golpeó su cara, sus ojos, su boca. Durante unos breves instantes fue incapaz de respirar. Cayó al suelo jadeando. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y no podía ver. Oyó gritos y pisadas. Recibió una dura patada en los testículos al tiempo que le arrancaban de las manos la submetralleta MP-5. Luego fue rápidamente esposado, cacheado y cegado con una venda. Los ojos le lloraban sin control y las fosas nasales le moqueaban abundantemente. Kuntzler oyó más gritos y algunos ladridos. En cuestión de minutos estaba atado de pies y manos y amarrado a un trineo tirado por perros. Escuchó que algunos hombres gritaban
«Vive les maquisards!»
mientras el trineo se alejaba. Kuntzler no tenía ni idea de en qué dirección viajaba el trineo.

La emboscada había sido preparada cuarenta y cinco minutos antes. Los emboscados se escondieron entre macizos de hierba y montículos de nieve, a unos cincuenta y cinco metros de la carretera. Habían colocado cinco arranca-dedos en el carril norte de la carretera. Las pusieron ligeramente escalonadas para que al menos alguna rueda pisase una de ellas. A continuación, enterraron una bolsa de plástico llena con casi un kilo de polvo CS que habían extraído de una granada antidisturbios Smith and Wesson. La bolsita de plástico estaba colocada bajo la nieve en el lado oeste de la carretera. Un tercio de cartucho de dinamita con un detonador estaba preparado justo debajo de ella.

La emboscada salió tal y como estaba planeada. El Humvee llegó diez minutos más tarde de lo que su fuente de inteligencia les había dicho. Su intención era que después de pisar la mina el vehículo volcara completamente, pero con un ángulo de treinta y cinco grados en la zanja bastaba. De ahí no se iba a mover. En cuestión de minutos los soldados estaban fuera del Humvee bloqueado y se aproximaron a la zona de asalto a pie. Dos de los soldados iban armados con carabinas M4. Usando un cable de disparo, Jeff encendió la videocámara montada en un trípode para grabar la acción. Esperó hasta que su objetivo, el hombre con el uniforme de otro estilo y la maleta, estuviera a un paso frente a la mina CS. Entonces, Jeff Trasel la detonó a distancia con un detonador de una Claymore. Tony, Teesha, Ian y Mary se hicieron con los tres guardias. Su objetivo se vio abrumado por la nube de polvo CS y fue fácilmente sometido. Lawrence Raselhoff y sus Maquis de Moscow salieron de la arboleda tal y como estaba planeado, justo después de que parara el tiroteo. Un trineo tirado por perros se dirigió directo a la zona de emboscada. El otro llevó a un
maquisard
a buscar el Humvee.

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