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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (76 page)

»Los federales y sus colegas de Naciones Unidas poseen sistemas de interceptación mucho más elaborados que los nuestros, algunos de los cuales son móviles. Incluso hemos podido ver alguna de las viejas furgonetas de interceptación de la Comisión Federal de Comunicaciones. Su modus operandi es vigilar el espectro con un analizador, que es una caja que parece un osciloscopio. Cuando una señal de punta de lanza aparece en pantalla, sintonizan la frecuencia y escuchan brevemente para distinguir si es una señal de los federales, de la ONU, de tráfico civil o de la resistencia. Si la señal les parece significativa, envían un mensaje por «intercom» a alguien al mando de una consola de rastreo. Este operador sintoniza en la misma frecuencia y toma una línea de demarcación. Entonces lo envían por radio a otro centro de interceptación a varios kilómetros de distancia y obtienen una comparativa de las líneas de demarcación. Este «corte» de líneas se apunta sobre un mapa de acetato. Tres o más líneas de demarcación equivalen a un «fijo». Después de comparar el mapa con las localizaciones de las unidades de los federales o de la ONU, el comandante al mando puede autorizar una misión de fuego de artillería, o puede ordenar una patrulla a pie para que investigue. Si las cosas les salen bien, los federales pueden «rociar con acero» la zona casi de inmediato después de que la transmisión se haya emitido, aunque la transmisión no dure ni un minuto.

»Un fijo de tres líneas de demarcación genera una probabilidad de error circular de, más o menos, medio kilómetro. Y ese círculo (bueno, en realidad es una elipse) es perfecto para el fuego de artillería. En especial cuando usan armas de efecto en zona delimitada, es decir, los cohetes esos que se llaman... ¿cómo es? ¿M-S-L-R?

—MLRS. Sistema de lanzamiento múltiple de misiles —le corrigió el director—.También tienen algunos viejos camiones rusos lanzacohetes múltiples de 122.000. Los llaman Katushyas. No sé si habrá oído usted cómo ruge de cerca la batería esa de misiles. Suena como si se abrieran las puertas del infierno. Solo queda rezar que uno no sea el objetivo. Los federales llaman a esos misiles los eliminadores de cuadrícula.

—Sí, hay que hacer hincapié en que los cálculos de los federales tienen una eficacia al kilómetro sobre la cuadrícula del mapa —dijo Edgar, retomando la palabra—. Así que contando su capacidad para rastrear con la cuestión de los misiles, cualquier milicia que no utilice correctamente sus radios se está metiendo en un lío de los buenos. Por eso es tan importante la seguridad de las comunicaciones.

El director anotó en su libreta: «Interceptación = rastreo = MLRS = muerte». La conferencia continuó durante otra hora más, seguida por una serie de preguntas y respuestas. La mayoría de las preguntas de Scheimer trataban sobre el material radiofónico y el equipo criptográfico que sus Irregulares de las Marcas Azules habían capturado.

Más adelante, Scheimer apuntó en sus notas:

¡Solo transmisiones cortas!

Usar la mínima potencia para comunicar el mensaje.

Potencia más baja significa baja probabilidad de interceptación (BPI).

¡Cambiar frecuencias y señales de aviso a diario!

Nunca mencionar frecuencias ni canales de banda ciudadana aún encriptados.

Usar en cambio códigos breves, como "Zas 1" para 147,235 MHz y "Zas 2" para 142,370 MHz.

Crear una tabla amplia de cambios de frecuencia y cambiarla con regularidad. Utilizar desplazamiento de frecuencia para transmitir y recibir. Encriptar lo máximo posible. Frecuencias de banda ancha
vs.
de banda estrecha.

Utilizar grabadores de casete de distintas velocidades para crear transmisión "por ráfagas".

Usar antenas direccionales
vs.
antenas de látigo cuando sea práctico, para así incrementar el alcance con la misma potencia y una probabilidad más baja de interceptación.

Rebotar transmisiones contra elevadores de grano metálicos para confundir el rastreo del enemigo.

¡No transmitir desde un campamento!

Utilizar las radios capturadas y cintas de sesenta minutos con mensajes absurdos y códigos de grupos, en frecuencia fija, para intentar que el enemigo malgaste su muy sofisticada munición.;-)

Cada cinco minutos de transmisión moverse al menos un kilómetro.

No utilizar el mismo campamento dos veces.

Asumir que "todo lo que se dice puede ser usado en nuestra contra" por agentes del COMINT (Inteligencia de Comunicaciones). Una mejor antena es preferible a una mayor potencia, pues significa:

1) Menos potencia utilizada, por tanto, menor probabilidad de interceptación.

2) Mejor recepción y transmisión.

Los dos campamentos base de la Milicia del Noroeste se mantenían en contacto con un par de transmisores microondas donados a la resistencia por Edgar Rhodes. Los transmisores Gunnplexer utilizaban osciladores Gunn de 10 GHz y antenas parabólicas impermeables de aluminio de cuarenta y cinco centímetros de diámetro. Los dos sistemas los había construido Edgar unos cinco años antes del colapso. Rhodes había seguido algunos ejemplos del
Libro de cocina Gunnplexer,
de Richardson. Dado que los Gunnplexers transmitían en haces concentrados y a una frecuencia inusualmente alta, tenían una probabilidad de interceptación muy baja.

—Utilicé un oscilador de cristal armónico a 10 GHz para sincronizar por fase la salida de frecuencia de la Gunnplexer —explicó Todd Gray después de instalar por primera vez un sistema Gunnplexer en el campamento—. Sin eso, la Gunnplexer tiene una salida de frecuencia muy inestable. Pero con el seguimiento de fase, se aguanta a más o menos diez ciclos.

»Antes del colapso, mi primo y yo usábamos este equipo para comunicaciones a dos bandas de hasta trescientos kilómetros. Mi primo, antes del colapso, vivía en la parte norte de la Montaña de Moscow. Eso estaba como a unos ciento cinco kilómetros en línea recta de mi casa. Teníamos línea de visión, así que el enlace por microondas era casi perfecto. Podíamos comunicarnos con casi total claridad.

31. El Equipo Keane

«¿Acaso la vida nos es tan querida y la paz tan dulce como para pagar el precio de las cadenas y la esclavitud? ¡Dios todopoderoso no lo quiera! No sé qué camino tomarán otros, pero a mí, dame la libertad o dame la muerte.»

Patrick Henry, Discurso de la Convención de Virginia

(23 de marzo de 1775)

La mitad de la mañana transcurrió entre saludos e «historias de guerra». Se habían encontrado en un punto de reunión situado en un denso abetal a unos seis kilómetros al noroeste de Troya. La mayor parte de los presentes usaron mapas y receptores GPS confiscados al enemigo para encontrar el camino. La coordinación de la reunión llevó un par de semanas, con mensajes enviados a caballo y en bicicleta de montaña a través de la experta red de mensajeros de la resistencia. Se trataba de la primera vez, desde la invasión de los federales y de las tropas de las Naciones Unidas, que la mayor parte de los líderes de la resistencia de la región se veían las caras. Raselhoff, Nelson y Gray ya se conocían de antes. El único relativamente nuevo era Matt Keane. Los únicos que le conocían eran Tony y Teesha Washington.

—Caray, el famoso Matt Keane —dijo Mike Nelson cuando le estrechó la mano—. He oído hablar mucho de ti y del «Equipo Keane». Tu reputación te precede. Eres una leyenda viva. En la radio de onda corta siempre están hablando de vuestro grupo. Aquel asalto en kayak que hizo vuestra unidad al campamento italiano en Saint Maries... ¡fue impresionante! Y los rumores dicen que fue vuestro grupo el que dinamitó las oficinas de mando de la UNPROFOR en Spokane el verano pasado. ¿De verdad fue cosa vuestra?

—Sí, fuimos nosotros —contestó su interlocutor arrastrando con suavidad las palabras. Tras cuatro años en el Pacífico Noroeste, aún conservaba restos del acento adquirido en el sur.

»Pero algunas de las cosas que dicen por la radio son exageraciones pasadas de rosca. Por ejemplo, aseguran que durante un asalto de aprovisionamiento me cargué a seis centinelas en menos de diez minutos con una bayoneta. No es verdad, solo fueron cuatro. Mi hermana Eileen se hizo con los otros dos. Además, usamos hachas. Con lo que sí acertaron es con lo de que nosotros demolimos el edificio de la UNPROFOR.

—¿Cómo conseguisteis colar semejante cantidad de explosivos en el edificio?

—Sabíamos que no podíamos acercarnos a la calle —contestó Keane mientras enrollaba los pulgares en la red de su traje de camuflaje—. Tenían un perímetro formado por barricadas antivehículos en cada manzana en todas direcciones. Así que decidimos hacer un trabajo de minería a la antigua usanza. Durante casi un año habíamos reunido todas las minas y bombas que habíamos ido desactivando. Teníamos una pila de un tamaño considerable. Nos metimos en las cloacas de la ciudad y excavamos un túnel hasta la habitación de la caldera del sótano de las oficinas de mando. Solo tuvimos que hacerlo de unos cuatro metros y medio. El problema fueron las paredes de cemento de la alcantarilla y la pared de ladrillos del sótano. Perforamos con un par de picos mineros hasta penetrar en el interior.

«Sabíamos por un chivatazo que iban a estar de fiesta en el viejo centro de convenciones, por lo que solo había dos guardas en el edificio. Eran los únicos allí aparte de los guardas del perímetro y de la entrada. Incluso el operador de radio se tomó el día libre para ir a la fiesta. Uno de los guardas interiores estaba de nuestra parte. Se aseguró de que la lista de turnos se ajustara para que le tocara trabajar esa noche. También se encargó de emborrachar al otro guarda hasta hacerle perder el conocimiento. Gracias a él no necesitamos preocuparnos por el ruido de los picos y los ladrillos cayendo. Mi hermano pequeño, que es un fenómeno, diseñó un carro especial para transportar los explosivos hasta el cruce de las cloacas. Según nuestros cálculos cargamos unos ochocientos ochenta kilos. Los colocamos contra el muro de carga central y los rodeamos de los sacos terreros que habíamos llenado al cavar el túnel de conexión.

»Las cargas explotaron a las nueve en punto de la mañana. Nuestro infiltrado nos había dicho que tenían programada una reunión de equipos en la tercera planta para las nueve menos cuarto. Los cuatro pisos se derrumbaron sobre el sótano. Solo quedó en pie una de las paredes laterales y apenas llegaba a la altura del primer piso. Un par de semanas después alguien pintarrajeó
«Mene, mene, tekel»
en letras de un metro ochenta de alto en aquella pared, exactamente igual que en el libro de Daniel. Por alguna razón los de la ONU nunca taparon la pintada; por lo que he oído aún sigue allí. Quizá no sabían lo que significaba. O puede que sí y en el fondo supieran que era verdad. Sus días están contados y se les había pesado en una balanza y hallado faltos.

«Nuestro infiltrado filmó un vídeo de la explosión desde seis manzanas de distancia y se dirigió después sin perder tiempo a las montañas. La nota de prensa de las Naciones Unidas decía que veintitrés de los suyos habían «muerto tras producirse una extraña explosión de gas», lo que no era más que una patraña. Un tiempo después, un trabajador funerario de la resistencia nos dijo que la cifra real era de ciento doce.

—Fue un trabajo de demolición precioso. No creo que ninguno de los trajeados saliera vivo de allí. Es espantoso, pero así es la guerra —dijo Mike asintiendo con la cabeza.

—Me recuerda al versículo 8 del salmo 35: «Que los sorprenda un desastre imprevisto; que sean atrapados por sus propias redes, y caigan en la fosa que ellos mismo cavaron».

—Y tanto que cayeron en su propia fosa. ¡Sus propias minas hicieron que volaran por los aires! Como solía decir mi difunto y querido amigo Tom Kennedy,
«Dulce et decorum est».

Matt asintió con la cabeza y dijo:

—«Dulce y adecuado», sí.

—¿Sabes latín?

—Por supuesto. Fui educado en casa. Estudiábamos mucho, once meses al año. No podíamos hacer el vago como los niños de la escuela pública. Para cuando mi hermano Chase cumplió los doce y yo los quince, mis padres tuvieron que contratar tutores para algunas asignaturas. Contrataron al doctor Cecil, un jesuíta de la Universidad de Gonzaga, para que nos enseñara latín por las tardes entre semana y en sábados alternos. Todavía sueño con las declinaciones que tuvimos que aprendernos. Esas cosas nunca se olvidan.

»Ninguno de mis padres pasaba de la geometría, así que también contrataron a un vecino para que nos enseñara trigonometría y cálculo avanzado. Don Critchfield acababa de retirarse de la enseñanza de matemáticas superiores, también en Gonzaga. Mi padre le reformó el baño a cambio de los seis meses de trigonometría y la cocina por los ocho de cálculo.

—¿Dónde están los tuyos ahora? —preguntó Mike ladeando la cabeza.

—Mi padre pisó una mina el verano pasado. Vivió durante un par de días más. Por lo menos pudimos rezar con él antes de que muriera. —Matt suspiró sonoramente y continuó—: A mi madre la mató una bomba Willy-Peter hace solo seis semanas. Supongo que has oído que los federales han empezado a quemar como regla general cada cabaña remota que hayan visto, tanto si parece ocupada como si no. Encaja con su estrategia de «operaciones de embargo»: nos niegan cualquier fuente de alimento y nos niegan refugio.

Mike asintió.

—Mi madre estaba casi inmovilizada por la artritis —siguió Keane— y se había quedado sola en la cabaña, mientras nosotros estábamos fuera jugando a los maquis. Unos vecinos que vivían en el túnel de la mina de la propiedad adyacente nos contaron que no quedó nada de la cabaña de mi padre.

—Lamento oír eso.

—No me malinterpretes. Envidio a mis padres. Algún día nos reuniremos con ellos en el cielo. Si mantengo eso en mi cabeza, puedo luchar sin miedo. Solo temo a la justa ira de Dios. Como dijo Pablo cuando estaba encadenado en una celda romana: «No es la necesidad la que me hace hablar, porque he aprendido a hacer frente a cualquier situación. Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta». Eso es de Filipenses 4, 11-13. Esos versículos son un gran apoyo para mí. No le temo a ningún hombre ni a ninguna circunstancia.

Keane gesticuló con su dedo índice y prosiguió.

—Volviendo al concepto de «operaciones de embargo», párate un momento a pensar: yo tenía un amigo que era oficial de Inteligencia del ejército en la reserva antes del colapso. A menudo me decía que las tres habilidades esenciales en el campo de batalla son «disparar, moverse y comunicarse». Sin esas tres eres ineficaz en cualquier conflicto. Si te fijas en el comportamiento de los federales verás que están haciendo todo lo posible para bloquearnos las tres. Han declarado nuestras armas como contrabando. Han restringido los desplazamientos con sus controles y pasaportes internos, y han prohibido la posesión privada de transmisores-receptores de radio. Todo muy sistemático. Pero estamos empezando a hacerles lo mismo, y no pueden pararnos porque casi nunca pueden localizarnos y entrar en combate con nosotros. Estamos privándoles de munición y de otras logísticas de combate clave quemándoles sus depósitos y arsenales; estamos coartando su habilidad para maniobrar tácticamente y para realizar sus movimientos de logística con nuestras emboscadas y sabotajes de vehículos. Y estamos tumbando la red eléctrica y de telefonía más rápido de lo que ellos la instalan para que no puedan comunicarse a distancia ni distribuir su propaganda. A la larga vamos a ganar nosotros. Es una cuestión puramente matemática. Hay muchísimos más de los nuestros que de los suyos. Puede que nos cueste muchas vidas... pero ¿a largo plazo? A largo plazo están condenados.

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