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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matazombies (25 page)

—Bueno —dijo Félix, que se agachó cuando un murciélago se estrelló contra la reja—, ¿eso sella el agujero?

—Sí —replicó Gotrek, y dio una palmada a la gruesa losa de piedra del altar, la cual aún colgaba de las cuerdas, medio sumergida contra la reja—. Y ésta es la cerradura. Ni siquiera un hombre bestia podrá mover la puerta cuando la apuntalemos con esto. —Levantó el hacha y se volvió a mirar a Rodi y Snorri—. ¿Preparados, Balkisson? ¿Muerdenarices?

—Snorri está preparado —declaró Snorri, que se impulsó para girar, de manera que pudiese sujetar el borde externo del altar.

—Sí, Gurnisson —dijo Rodi al mismo tiempo que enarbolaba su hacha.

Como si fueran uno solo, él y Gotrek cortaron las cuerdas que sujetaban la mesa de piedra, que se hundió con rapidez en el agua.

Los matadores se hundieron con ella, sujetándola por los costados para guiarla y desaparecieron bajo las oscuras aguas. Félix miró a su alrededor, los zombies flotantes comenzaban a hacer movimientos espasmódicos y gemir.

—Será mejor que nademos hacia la orilla —dijo a la vez que desenvainaba la espada.

Kat asintió con la cabeza y comenzaron a bracear hacia el muro de contención, situado a solo unos metros de distancia. Los remeros los ayudaron a salir del agua y luego volvieron a mirar hacia la reja.

—¿Lo han logrado? —preguntó uno.

—No parece posible —dijo otro.

Pero las cabezas de los matadores volvieron a romper la superficie, y cuando se pusieron a nadar hacia la orilla, Félix advirtió que todos los murciélagos viraban con un deslizamiento de ala para alejarse de ellos y comenzar a atacar o vez a los hombres de Von Volgen, acosándolos desde el aire mientras ellos defendían el cuerpo de guardia contra la descomunal masa de zombies que lo rodeaba.

—Si —dijo Félix—. Lo han logrado. Kemmler ha renunciado a nosotros para atacar otro objetivo.

Los tres matadores se izaron fuera del agua, y se volvieron hacia la batalla que se libraba ante el cuerpo de guardia.

—Vamos —dijo Gotrek, resollando mientras echaba a andar con Rodi y Snorri—. Ya quedan sólo unos pocos.

Félix intercambio una mirada de cansancio con Kat. Tenía la sensación de que habían estado luchando desde el principio de los tiempos, pero el Matador estaba en lo cierto. Cerrar el agujero carecería de sentido si los zombies que ya habían entrado lograban abrir la puerta principal del castillo. Desenvainó la espada, y Kat saco sus destrales antes de echar a andar a paso trabajoso tras los matadores.

Cuando todo hubo acabado, cuando el último zombie atrapado fue decapitado y arrojado a la pira, cuando quedaron apagados los incendios de las residencias y los arcabuceros de las murallas hubieron robado las suficientes escalas de los zombies como para que el asalto no pudiera continuar, Von Geldrecht y Von Volgen se acercaron a los matadores con el capitán Hultz, el padre Ulfram y Danniken detrás. Todos inclinaron la cabeza con respeto.

—Gracias, matadores —dijo Von Geldrecht—. Si no hubiera sido por vuestra rapidez mental, nos habrían derrotado. El castillo Reikguard tiene con vosotros una deuda de gratitud que no puede pagaros.

—Aunque nos haya costado una puerta de templo —añadió el padre Ulfram.

—Pero ¿cómo entraron? —preguntó Von Volgen—. ¿Excavaron por debajo de las piedras? ¿No se habían apilado las suficientes?

Gotrek recobró el aliento, y luego habló.

—Rompieron la puerta. Al igual que el mecanismo de cierre. Al igual que las runas.

Von Geldrecht cerró los ojos y gimió.

—El saboteador.

Von Volgen volvió hacia él ojos de mirada sombría.

—¿No habéis averiguado nada más de él, señor comisario?

—Mis capitanes me han asegurado que informarían de cualquier actividad sospechosa que observaran —replicó Von Geldrecht, al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. Pero no han informado de nada.

Félix vio que Von Volgen apretaba los dientes con enojo reprimido.

—Mi señor, desenmascarar a un traidor tan poderoso como ése es de la máxima importancia. Debéis…, debéis hacer más. —Se volvió a mirar al padre Ulfram—. ¿El buen padre no puede descubrir la identidad del brujo a través de plegarias?

Von Geldrecht tosió, y todos miraron al sacerdote.

—He preguntado —dijo—, pero…

»Pero ya no soy lo que era —replicó Ulfram, que alzó los ojos vendados hacia Von Volgen—. La lucha con el paladín pestilente al que maté en Grimminhagen no quedó exenta de sacrificio por mi parte. Me privó de la vista, y…, y del poder que habían tenido mis plegarias. Danniken ha hecho todo lo que ha podido para contribuir a mi recuperación, pero me veo muy incapacitado, y Sigmar no ha considerado conveniente responderme en este asunto.

Von Volgen se inclinó, decepcionado.

—Perdonadme padre. No lo sabía.

Félix miró con expresión interrogativa a Ulfram, mientras el sacerdote asentía con la cabeza y volvía a bajar la vista. ¿El frágil sacerdote anciano había matado a un paladín de los Poderes Oscuros? ¿Quería decir que había sido un sacerdote guerrero durante la guerra? Apenas parecía posible cuando uno lo miraba ahora.

—A pesar de todo, ha sido una sugerencia digna de ser tenida en cuenta, señor Von Volgen —dijo Von Geldrecht—. Y tenéis razón. Debo hacer más. Había…, había pensado mantener el sabotaje en secreto hasta que pudiéramos prender a ese malvado, pero…, pero ahora veo que es necesario tomar medidas drásticas. —Suspiro, se quedo mirando el suelo durante un largo rato y volvió a alzar la floja cara ojerosa—. Hultz, informad a los oficiales, y vos, Von Volgen decídselo a vuestros hombres. Dirigiré la palabra a todo el castillo en el patio de armas mañana después del desayuno. Deben asistir todos los que no estén de guardia: caballeros, soldados de infantería, sirvientes y el resto del personal. Todos. Desenmascarare a ese villano ante ellos, de una vez y para siempre.

—Mi señor —dijo Von Volgen, inquieto—, ¿qué pretendéis?

—Es mejor que nadie lo sepa de antemano —Von Geldrecht se volvió hacia el padre Ulfram—. Padre, desearía veros en el templo.

—Por supuesto señor comisario —replicó el sacerdote—. Venid conmigo.

Danniken tomo a Ulfram del brazo y lo condujo hacia el templo que carecía de puerta, con Von Geldrecht cojeando junto a ellos y hablando en voz baja. Félix estaba asombrado ante el contraste existente entre sus recuerdos del alegre y robusto Von Geldrecht que había conocido apenas unos días antes y el frágil anciano que ahora se alejaba de él arrastrando los pies.

Hultz les dedico un saludo a Félix, Kat y los matadores, y a continuación, dio media vuelta para echar a andar hacia sus hombres.

—Habéis obrado bien esta noche, amigos. Cuando volvamos a tener cerveza, pagaré la primera ronda.

—Hultz —dijo Von Volgen para que volviera—. Un momento.

—Sí, mi señor.

Von Volgen le lanzó una mirada incómoda a Von Geldrecht mientras se alejaba, y luego bajó la voz.

—No me corresponde a mí daros órdenes, pero tal vez alguien debería apostar guardias en la puerta del río, con el fin de que esto no vuelva a ocurrir.

Hultz también desvió la mirada hacia Von Geldrecht, y después asintió con la cabeza.

—Sí, mi señor. Una sugerencia muy buena. Haré que alguien se ocupe de ello de inmediato.

Se puso en marcha de nuevo, y Von Volgen se volvió hacia Félix, Kat y los matadores.

—Ya sé que vosotros y yo no comenzamos bien, y no espero que me ofrezcáis amistad ninguna después de haberos cargado de cadenas por algo que no habíais hecho. Pero deseo que sepáis que valoro vuestra presencia aquí tanto como valoro la de mis propios caballeros. Gracias.

Von Volgen hizo chocar los tacones y se inclinó, para luego dar media vuelta y alejarse, tieso como una vara y sin mirar atrás.

—Sigue siendo un necio ciego que no sabe diferenciar a su hijo de un cadáver —dijo Rodi con un bufido.

Gotrek escupió.

—No es él el necio que me preocupa —declaró, y se volvió a mirar a Von Geldrecht, que en ese momento entraba en el templo con Ulfram y Danniken—. No se atrapan saboteadores con discursos. Se los atrapa con los actos.

—¿Una trampa? —preguntó Kat.

Gotrek recorrió el patio de armas con la mirada.

—Vigilancia sobre su próximo objetivo.

—¿Sabes dónde atacará a continuación? —preguntó Félix.

—Bueno, no será la puerta del río —intervino Kat—; no si Hultz pone guardia como ha dicho.

—Los matacanes —propuso Rodi—. Ya ha acabado con las protecciones mágicas y el foso, y ha atacado la puerta del río. ¿Qué otra cosa le queda?

Gotrek asintió con la cabeza, y luego se volvió para encaminarse hacia la escalera que subía a lo alto de las murallas.

—Buscad sitios en los que podáis ocultaros. Vigilaremos hasta que la rata salga de su agujero. Entonces, la atraparemos.

Félix gimió. No podía ni explicar lo cansado que estaba.

—¿Esta noche?

—Sí, humano —replicó Gotrek—. Mañana podría ser demasiado tarde. Y no le contéis a ningún otro lo que estáis haciendo. No me fío de nadie en este manicomio.

Mientras se desplegaban en busca de probables puntos de observación, Félix sintió que unos ojos lo observaban, y cuando se volvió, vio a Bosendorfer, que conducía a los espadones hacia el subterráneo de la torre del homenaje y lo miraba por encima del hombro. El odio que había en esos ojos casi chamuscó el pelo de Félix.

Kat encontró un sitio umbrío sobre el tejado del templo de Sigmar desde el que podía vigilar el patio de armas, mientras que Snorri y Rodi escogieron puestos dentro de los ruinosos establos y las residencias medio quemadas, respectivamente. Félix y Gotrek se decidieron por una sombría sección de muralla del lado del castillo que miraba al río, lejos de donde se habían colocado los matacanes, pero que ofrecía una vista de todos ellos.

Ahora que había dejado de pelear, correr, nadar y gritar, todo el cansancio, el hambre y el dolor de Félix se apoderaron de él, y se desplomó contra las murallas como un saco vacío. Tenía cortes y contusiones desde la cabeza hasta la punta de los pies, tenía un diente flojo y le faltaba la uña de un pulgar —sin que pudiera explicar la causa de ninguna de esas dos cosas—, y estaba cubierto por una mugrienta pátina de humo, sudor y agua del puerto.

¿Durante cuánto tiempo había estado luchando? ¿Cuánto hacía que no tomaba más que un único sorbo de agua y una sola galleta en una comida? ¿Cuánto había pasado sin que pudiera dormir más de unas pocas horas cada vez? Estaba demasiado cansado como para calcular cualquiera de las respuestas. Estaba demasiado cansado como para mantener la cabeza erguida, pero, al mismo tiempo, cuando podía cerrar los ojos, su mente daba vueltas de un lado a otro como una cucaracha nerviosa, y no lo dejaba dormir.

¿Quién era el saboteador? ¿Qué locura planeaba Von Geldrecht para el día siguiente? ¿Qué sucedería con Bosendorfer? Pero la imagen que volvía a su mente más que ninguna otra era la de Gotrek vociferándole a Snorri a la cara. La amistad entre los dos matadores había tenido sus más y sus menos desde que Félix los conocía, pero nunca había sucedido nada como lo de ahora.

Snorri ya le había costado a Gotrek dos muertes seguras, al menos, y también lo había forzado a obligar a Rodi a apartarse de la muerte. El precio que Gotrek estaba pagando por haber jurado que Snorri llegaría a Karak Kadrin se volvía insoportablemente elevado, y si las cosas continuaban como parecía seguro que lo harían, ese precio sólo podría seguir subiendo.

—No puedes reprochárselo, ya lo sabes —dijo, alzando la cabeza que tenía apoyada contra la pared.

—¿A quién? —tronó la voz del Matador, mientras su único ojo observaba los matacanes.

—A Snorri —dijo Félix—. No puedes reprocharle que no recuerde las cosas.

—¿Ah, no? —gruñó Gotrek—. Si Muerdenarices hubiera encontrado su muerte hace veinte años, como debe hacer un matador que se precie de tal, nada de esto sería necesario.

Félix miró al Matador con ferocidad por su hipocresía.

—¿Es ésa una sartén que le dice a un cazo que se aparte porque le tizna?

Gotrek escupió por encima de la muralla.

—Déjame en paz, humano.

Félix se encogió de hombros y volvió a recostar la cabeza contra la muralla.

—No sé por qué te molestas, de todos modos. Ninguno de nosotros va a salir de aquí con vida. Ni tú, ni yo, ni Snorri, ni Kat, ni Rodi. Ninguno de nosotros llegará a Karak kadrin.

Gotrek se encogió de hombros.

—Un juramento es un juramento —dijo—. Y un enano no renuncia a cumplir un juramento por el simple hecho de que sea imposible.

13

—Despierta humano —susurró Gotrek.

Félix levantó la cabeza con brusquedad. No recordaba haberse dormido, pero al parecer, lo había hecho. Aun estaba oscuro, aunque los primeros rastros de un amanecer rojo teñían el cielo oriental, por encima de los árboles, y todo parecía estar en calma. Los arcabuceros patrullaban por las murallas, los lanceros hacían guardia sobre el muro de contención, al lado de la puerta del río, los destacamentos de la guardia nocturna sacaban escombros de las residencias parcialmente quemadas y reparaban otros desperfectos sufridos por el castillo durante la batalla, y la pira de zombies y defensores muertos aún ardía en el patio de armas.

—¿Qué sucede? —preguntó con voz ronca—. ¿No se ha presentado?

—Está aquí —replicó Gotrek mientras señalaba con un gesto de la cabeza los matacanes que cubrían la esquina oriental del castillo—. Allí.

Félix entrecerró los ojos para intentar penetrar la oscuridad que había debajo del matacán, pero entonces llamo su atención un movimiento que se produjo encima. Una sombra gris casi del mismo tono que las ripias que cubrían el inclinado tejado gateaba sobre manos y rodillas con tanta delicadeza y cuidado como si fuera una araña, y mientras Félix la observaba, se detuvo y extendió una mano fuera del borde del tejado durante unos cinco minutos, tal vez, para luego continuar gateando.

—Nos oiría si intentáramos ir por él —dijo Gotrek—, pero no oirá una flecha. —Miró hacia el templo de Sigmar—. Ve a avisar a la pequeña. Señálaselo. No puede verlo desde donde está. Luego, ve a bloquear la puerta del subterráneo de la torre del homenaje.

Félix bajó la mirada hacia el patio de armas, y después reculó hasta el matacán.

—Me verá.

Gotrek se encogió de hombros.

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