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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matazombies (22 page)

BOOK: Matazombies
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—Ven, humano —dijo Gotrek, mientras inspiraba y pasaba ante Rodi—. Es hora de luchar de verdad.

Félix, Kat y los lanceros siguieron a los matadores al exterior de la residencia de oficiales y entraron en el infierno. Por todas partes había ruido, llamas y confusión. Proyectiles disparados desde el exterior describían un arco y caían del cielo para estrellarse por todo el patio de armas: grandes piedras, cuerpos en llamas y reses muertas que estallaban en lluvias de entrañas podridas. El fuego rugía dondequiera que Félix mirara. El piso superior de la residencia de caballeros estaba en llamas, al igual que la barca fluvial, y también los matacanes estaban prendiendo. Sobre el parapeto, los caballeros, lanceros y arcabuceros rechazaban una interminable marea de zombies que entraban en muchedumbre por encima de las almenas, mientras que los murciélagos pasaban en vuelo rasante para herir con las garras a cualquiera que intentara empujar las escaleras o robarlas. Y por debajo de todos los gritos y alaridos, por debajo de los disparos de arcabuz y el atronar de los cañones, se oía el retumbar bajo de las torres de asedio que se aproximaban.

Gotrek no miraba ninguna de esas cosas. En cambio, su único ojo recorría el cielo, clavándole una mirada tan feroz como si le exigiera respuestas.

—¿Dónde está? —preguntó con voz ronca—. ¿Dónde está el muy cobarde?

—No te pongas exigente, Gurnisson —resopló Rodi, que pasó por su lado con Snorri y empezó a subir por la escalera—. Aquí hay abundantes muertes.

Félix recorrió las murallas con los ojos para ver dónde eran más necesarios, mientras, junto con Kat y los lanceros, seguía a los matadores a través del patio de armas y escaleras arriba. Al otro lado del cuerpo de guardia de la puerta principal, la sección más occidental de la muralla estaba atestada de las sobrevestas de color mostaza y burdeos de los soldados de Talabecland que integraban el destacamento de Von Volgen y luchaban en apretada línea ante las almenas, con destacamentos de lanceros que formaban detrás de ellos y alanceaban por encima de sus hombros. En lo alto de las murallas orientales, Von Geldrecht les gritaba frases de aliento a los caballeros de la guarnición del castillo Reikguard, que estaban alineados igual que los de Talabecland, con lanceros formados a la espalda, aunque más cerca del cuerpo de guardia. Bosendorfer y sus espadones habían aislado una sección de muralla para su propio uso, y asestaban salvajes tajos a los zombies sin el apoyo de lancero ninguno. Y sobre las torres, los equipos de Volk, sin camisa y sudorosos, cargaban, cebaban y disparaban los grandes cañones del castillo, mientras los arcabuceros de Hultz se apiñaban en torno a ellos y disparaban contra los gigantescos murciélagos que los acosaban e intentaban impedirles dar en el blanco. Incluso los milicianos de Draeger estaban sobre las murallas, arrastrados fuera de las celdas como había prometido Von Geldrecht, pero al parecer sin disfrutar de la confianza suficiente como para que se les entregaran armas. Corrían entre los otros, pertrechados con garfios atados a cuerdas y picas de abordaje, para robar y empujar las escalas de los zombies a lo largo de toda la muralla.

Félix asintió con sombría satisfacción. A pesar de todo el fuego, el ruido y las piedras que caían, las cosas parecían marchar bien. Los matacanes protegían a los defensores contra los ataques de los murciélagos y de las llameantes descargas que las catapultas y los onagros de Kemmler lanzaban sobre ellos, y los defensores mantenían las líneas y acababan fácilmente con los cadáveres que lograban subir a las murallas.

Por desgracia, daba la impresión de que todo eso estaba a punto de cambiar.

Cuando Félix, Kat, los matadores y los lanceros se metieron en el parapeto por detrás de las líneas de caballeros que no paraban de moverse, el retumbar grave que les había resonado en las entrañas desde que habían salido al patio de armas se hizo tan fuerte que sacudió las murallas del castillo y ahogó los gritos de los capitanes, que vociferaban órdenes a los soldados. Félix estiró el cuello para mirar por encima de las almenas y vio por fin la fuente del sonido.

—¡Sigmar! —jadeó.

Las torres ya habían sido bastante atemorizadoras vistas desde lejos, cuando había observado cómo las construían en la linde del bosque. Ahora que avanzaban espasmódicamente desde la noche, cargadas de soldados de pesadilla, bastaron para hacer que sintiera ganas de dar media vuelta y echar a correr. Al tenerlas más cerca, vio que habían sido cubiertas con lanudas pieles de hombres bestia tensadas sobre una deforme estructura de árboles muertos; las pieles habían sido toscamente cosidas, y los sacos vacíos correspondientes a la piel de la cabeza se agitaban e inflaban en el viento de manera que parecía que los agujeros de ojos y boca parpadeaban e intentaban decir algo.

Más repugnante aún era el hecho de que la torre era remolcada por los hombres bestia que habían sido desollados para construirla. Cientos de cadáveres de hombres bestia sin piel iban uncidos a las torres, de las que tiraban mediante cuerdas que los atravesaban por el pecho y los ensartaban juntos como macabros fetiches de la trenza de un chamán.

Los bestiales zombies avanzaban como si fueran uno solo, empujando contra los grandes nudos que les presionaban el esternón, mientras las torres se deslizaban con lentitud por el suelo irregular, oscilando y sacudiéndose como si las azotara un ventarrón.

Los grupos de invasión eran igual de monstruosos, desnudos necrófagos de piel blanca, con manos provistas de garras y dientes afilados. Colgaban de la parte superior por decenas, farfullando y aullando al ver carne humana, y agitando lanzas hechas con tibias y fémures que hacían las veces de garrotes.

—Devoradores de cadáveres —gimió Kat, a la vez que se estremecía.

Félix reprimió las náuseas cuando el hedor a muerte y defecación lo envolvió.

—¡Dioses! —dijo, atragantado—. ¡Sólo el olor nos matará!

Los lanceros les dedicaron a Félix y Kat un saludo de despedida, y se marcharon deprisa para reunirse con las filas de sus camaradas. Félix y Kat les devolvieron el saludo, y luego siguieron a los matadores cuando se marcharon hacia la izquierda para acercarse al lugar de la muralla hacia el que se dirigía la torre más cercana.

Pero al verla desde más cerca, la esperanza creció en el pecho de Félix. Dio la impresión de que los que remolcaban la amenazadora torre iban a meterla directamente dentro del foso vacío, donde se iría hacia delante y caería antes de llegar a la muralla, y la torre que se encontraba más lejos parecía a punto de hacer otro tanto.

—¡Eso es, marionetas descerebradas! —gritó el capitán Hultz desde donde los arcabuceros disparaban contra los necrófagos—. ¡Hacednos el trabajo!

—Van a aplastar a sus propios soldados! —rió un lancero.

Sin embargo, las pullas se apagaron cuando las largas colas de zombies que habían estado siguiendo las torres se adelantaron de repente y comenzaron a arrojarse al foso, delante de ellas.

—¿Qué están haciendo? —preguntó un caballero—. ¡Los van a aplastar!

—¡Ay, Sigmar! —gimió un arcabucero—. Están formando un puente.

Y al observarlos, al igual que Kat, Félix se dio cuenta de que el hombre tenía razón. Los zombies continuaron apilándose por centenares dentro del foso, hasta que, justo antes de que los tiros de cadáveres de hombres bestia uncidos llegaran hasta ellos, llenaron el foso hasta la altura de los bordes.

Al principio, los hombres bestia muertos perdieron pie sobre la superficie irregular de los cuerpos apilados de sus camaradas, pero luego se recobraron, clavaron las pezuñas a las caras, cajas torácicas y entrañas de los no muertos que formaban el puente, y los usaron para hacer tracción. Los rodetes de las torres tuvieron menos problemas. Se deslizaron sobre el montón de cadáveres aplastados como si estuviesen engrasados, y las torres adquirieron más velocidad.

Los cañones eructaron humo sobre las murallas del castillo, y la parte superior de la torre más lejana se deshizo en astillas, lanzando a los necrófagos que colgaban de ella girando por los aires, hacia la muerte, mientras la bala del cañón de la derecha se estrellaba contra la parte central de la más cercana, destrozando tablas y puntales del interior, antes de salir por el otro lado.

Los hombres de lo alto de la muralla lanzaron una aclamación, pero aun golpeadas y a punto de caer, las torres continuaron adelante, mientras los necrófagos salían en muchedumbre de sus profundidades, chillando.

Rodi y Snorri se detuvieron detrás de Bosendorfer y sus espadones, que se preparaban en el lugar donde la torre más cercana entraría en contacto con la muralla.

—Aquí —dijo Rodi, sopesando su hacha.

Gotrek lanzó una última mirada de decepción hacia el cielo, y luego se situó junto a él.

—Sí —dijo.

—A Snorri le gustaría que estos humanos se quitaran de en medio —dijo Snorri.

—Ya llega —anunció Kat.

—¡Ni un solo paso atrás, espadones! —chilló Bosendorfer.

—¡Ni un solo paso atrás, muchachos! —gritó su sargento, un veterano corpulento y con barba gris—. ¡Ni un solo paso!

Con un impacto que sacudió todo el castillo, la infernal torre chocó contra la muralla, y los necrófagos se lanzaron hacia delante, directamente a la punta de las armas de los espadones; pero no habían llegado solos. Cuando la primera oleada moría gritando y caía de las almenas para estrellarse entre los desollados hombres bestia zombies de abajo, un viento frío escapó de la puerta de la torre, y de ella salió un espectro, chillando, con sombras aleteando a su alrededor como un sudario. Un rostro femenino sin ojos pareció mirarlos desde el centro de la oscuridad, al mismo tiempo que garras como sables se extendían hacia los espadones.

A Félix se le erizó el pelo de la nuca cuando aquella cosa avanzó, y retrocedió un paso sin querer. Todos los miedos que había sentido alguna vez —a la oscuridad, a perder a su madre, a la enfermedad, a la muerte y a las torturas más allá la sepultura—, todos lo inundaron al mismo tiempo al mirar los ojos vacíos del espectro, y cada fibra de valor que poseía se secó y desmenuzó en el cáustico viento de su chillido. Tenía ganas de dar media vuelta y huir, esconderse en un rincón y llorar.

Y tal vez lo habría hecho, pero Kat también retrocedió un paso tambaleante que la hizo chocar contra él, y de algún modo, ese contacto y la oportunidad que le dio de ponerle una mano sobre un hombro para tranquilizarla, lo calmó también a él, y el pánico pasó.

Los espadones, por desgracia, no tenían a nadie que los tranquilizara, y estaban retrocediendo poco a poco y muriendo al aprovecharse los necrófagos del terror paralizador que los dominaba para arrancarles los ojos y desgarrarles la garganta. Bosendorfer blandió su espadón a dos manos contra aquel horror, pero la hoja pasó a través del espectro de la mujer sin tocar nada sólido, y ella continuó adelante, barriendo el aire con las garras.

Estas le atravesaron el pecho al espadón, y aunque parecieron no causarles ningún daño físico a él ni a su armadura, el contacto lo hizo tambalearse y gritar.

—¡Retroceded! —vociferó, agitando el espadón—. ¡Retroceded, no podemos vencer!

Los espadones, que ya estaban a punto de huir, obedecieron la orden de buena gana, y huyeron a lo largo de la muralla, con Bosendorfer en cabeza y el sargento en retaguardia, mientras una veintena de necrófagos inundaban el parapeto tras ellos, sin hallar oposición.

—¡Cobardes! —gruñó Gotrek, y cargó hacia los devoradores de cadáveres, con Rodi y Snorri asestando golpes a ambos lados de él, y Félix y Kat detrás.

—Al menos se han quitado de en medio —dijo Snorri.

La doncella espectral les aulló a los matadores cuando se pusieron a matar necrófagos, pero con un solo barrido del hacha de Gotrek se disipó en bucles de niebla, y el miasma de miedo se desvaneció con ella. Los matadores continuaron eliminando enemigos, pero eran como un guijarro en una violenta corriente. Aunque mataban necrófagos con cada barrido de sus armas, al no contar con los espadones para que defendieran los flancos, eran muchos más los que lograban rodearlos y avanzar a lo largo de la muralla para atacar por la espalda las líneas de caballeros y lanceros. Las líneas estaban deshaciéndose y retrocediendo a causa de la confusión, cosa que permitía a los zombies acabar de subir las escaleras e invadir la muralla. ¡Era necesario que los espadones volvieran!

—¡Bosendorfer! —gritó Félix mientras mataba un necrófago—. ¡Dad media vuelta! ¡Ella ha desaparecido!

Unos pocos espadones se volvieron a mirarlo, pero Bosendorfer no pareció haberlo oído. Félix maldijo, y luego se llenó de aire los pulmones. Era algo que había funcionado con los lanceros dentro del túnel, y tal vez funcionara también allí.

—¡Espadones! —gritó—. ¡A mí! ¡Defended la muralla! ¡Resistid por el castillo Reikguard!

Unos pocos de los espadones ralentizaron la marcha y se volvieron, y entonces llamaron a otros de sus camaradas para que regresaran. El canoso sargento vaciló, mirando a Bosendorfer, y luego otra vez a Félix.

—¡A mí! —volvió a gritar Félix—. ¡Podemos contenerlos aquí!

Estas palabras parecieron galvanizar al sargento, que comenzó a volver sobre sus pasos a lo largo de la muralla. Los demás lo siguieron, y cayeron sobre los necrófagos que se habían metido por detrás de los caballeros y lanceros.

—¡Eso es! —gritó Félix al verlos avanzar por la muralla para volver a ocupar su sitio—. ¡Por el graf Reiklander! ¡Por el Imperio!

Mientras los espadones hacían retroceder la incursión de los necrófagos, los matadores avanzaron para cortar la ola en su origen. Abrieron un sendero de sangre hasta las almenas, y luego saltaron desde ellas a la torre de asedio y batallaron contra los necrófagos al mismo tiempo que se abrían paso hacia la boca por la que salían.

Félix y Kat observan su avance con inquietud, mientras junto con los espadones, luchaban para acorralar a los necrófagos que aún lograban pasar en muchedumbre en torno a los matadores y llegar a la muralla. La torre estaba inclinándose decididamente hacia la izquierda, crujiendo con sonoridad mientras los hombres bestia desollados, al no ser ya necesarios para remolcarla, trepaban por los costados, aún ensartados unos con otros por las largas cuerdas.

—¿Es que esas cosas descerebradas no saben que está rota por dentro? —gritó Kat—. ¡Van a derribarla!

—Sí —dijo Félix—, y a los matadores con ella.

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