—Hay mucha gente dando vueltas por ahí. Sólo serás uno más. Bastará con que no lo mires.
Félix asintió con la cabeza y se marchó furtivamente. Bajó por la escalera interior de la torre izquierda de la puerta del río, luego pasó andando a paso tan despreocupado como pudo por delante de la residencia de caballeros para rodear el puerto hasta el patio de armas. Le resultaba casi imposible no desviar la vista hacia la sombra de los matacanes.
Así pues, para evitarlo, se concentró en el tejado del templo de Sigmar, y al acercarse a él vio movimiento en las sombras de la zona en la que se encontraba con el muro chamuscado de la residencia de oficiales, y apareció la cara de Kat, que lo miró con expresión interrogativa.
Félix inclinó dos veces la cabeza en dirección a la figura de lo alto de los matacanes, y luego, tan al descuido como pudo, alzó una mano hacia el pecho e hizo un pequeño movimiento de tensar y disparar, como si apuntara con un arco diminuto.
Kat pareció entender qué quería decirle, porque asintió con la cabeza y volvió a ocultarse en las sombras, para retirar el arco de su hombro y sacar una flecha de la aljaba.
Félix le volvió la espalda al templo y cruzó hasta la entrada del subterráneo de la torre del homenaje. Las grandes puertas se encontraban cerradas, pero el pequeño postigo estaba abierto. Se detuvo a su lado y se recostó contra la resistente madera de roble como si estuviera tomando un poco el aire mientras observaba las idas y venidas de los demás por el patio de armas.
Entonces, se permitió alzar la vista hacia los matacanes, y vio que la sombra continuaba gateando por el tejado, y que era obvio que seguía con su obra, cualquiera que fuese. Volvió a detenerse en un punto paralelo a la residencia de oficiales, bajó la mano por el borde exterior del tejado, permaneció así durante unos segundos, y continuó avanzando con lentitud.
Sin que la sombra lo supiera, no obstante, había fuerzas que estaban moviéndose contra ella. De las ruinas del establo situado a la izquierda de Félix salió Snorri, caminando hacia la escalera que ascendía a lo alto de la muralla por la esquina occidental, como si no tuviera la más mínima preocupación en el mundo. La silueta baja y ancha de Rodi apareció furtivamente en la puerta delantera de la residencia de caballeros medio destrozada, y se encaminó hacia la escalera situada en el lado este. Gotrek se puso a recorrer el parapeto con pesados pasos para mirar por encima de las almenas como si lo único que tuviera en la cabeza fuera la horda de zombies. Y sobre el puntiagudo tejado del templo de Sigmar, Kat trepó por la pendiente hasta que pudo ver por encima de la residencia de oficiales, y entonces retrocedió y tensó el arco al máximo.
Félix contuvo el aliento cuando Kat salió al descubierto, rodó sobre sí misma y disparó, todo en un solo movimiento grácil. Estaba demasiado oscuro como para ver volar la flecha, pero no tuvo la más remota duda de que había dado en el blanco. Con un chillido como el de una oca asustada, la sombra que andaba por encima de los matacanes se irguió, sujetándose un hombro; luego se desplomó sobre las ripias y rodó hacia el borde.
Libres de la necesidad de cautela, los matadores echaron a correr; Snorri cargando como una locomotora por la sala superior del cuerpo de guardia para salir por el otro lado, Rodi subiendo por la escalera con pesados pasos y Gotrek girando en la esquina oriental y pasando de largo junto a el. Kat se quedó donde estaba y sacó otra flecha, pero antes de que pudiera dispararla, la sombra cayó por el borde del matacán.
Félix esperaba que impactara como un peso muerto sobre el tejado de la residencia de oficiales, pero, para su sorpresa aterrizó sobre las cuatro extremidades como un gato, y luego, aunque era muy evidente que se había hecho daño al caer, continuó moviéndose, y descendió a través de un agujero ennegrecido que los fuegos habían abierto en el tejado de ripias.
Los tres matadores saltaron desde la muralla tras la figura, y luego bajaron por la pendiente y se lanzaron al interior a través del agujero.
A esas alturas, los hombres que había por todo el patio de armas habían alzado la mirada hacia el ruido, y cuando Kat bajó del tejado del templo y corrió hacia la entrada de la residencia, varios la siguieron, desenvainando espadas y dagas mientras ella sacaba los destrales. A Félix no le resultó fácil permanecer junto a la puerta del subterráneo de la torre del homenaje porque quería participar en la acción, pero debía quedarse donde estaba. En un juego de gato y ratón era necesario vigilar todos los agujeros.
Del interior de la residencia medio quemada le llegaron golpes sordos, cosas que se estrellaban, y el rugido de los enanos.
—¡Snorri lo tiene! —gritó Snorri. Y un segundo después oyó—: ¡No, no lo tiene!
Luego, se alzó la voz de Gotrek, enfurecida.
—¡Permaneced en vuestras habitaciones! ¡Cerrad la puerta!
Y la de Rodi.
—¡Apartaos del camino!
Un segundo más tarde se abrió de golpe la puerta de la residencia, y una sombra negra salió disparada al exterior. Kat fue la primera que saltó hacia ella, blandiendo ambos destrales, pero, de algún modo, se escabulló y atravesó la multitud, apartando a los hombres a izquierda y derecha. Éstos cayeron unos sobre otros por intentar atraparla, pero forcejeó hasta soltarse y luego corrió hacia la puerta del subterráneo de la torre del homenaje.
Félix se situó ante la pequeña puerta y alzó la espada, sonriendo con ferocidad. Había hecho bien al quedarse junto al agujero; el gato sabio pillaría el ratón que se les había escapado a todos los demás.
La sombra continuó hacia él, sin ralentizar la marcha ni desviarse, con Kat, los matadores y los hombres del castillo corriendo tras ella. Félix alzó a
Karaghul
aún más arriba al ver que la sombra continuaba en línea recta hacia él, y luego la bajó en un tajo descendente dirigido hacia la clavícula, y le dio… a nada. La hoja atravesó la sombra como si no estuviera allí, y sin embargo, un segundo más tarde, esa misma sombra lo golpeó con un hombro en el esternón con la fuerza suficiente como para hacerlo caer de espaldas, y pasó corriendo por encima de él para entrar en el subterráneo de la torre del homenaje.
Félix volvió a levantarse de un salto, tosiendo y esforzándose para que el aire le entrara en los pulmones, y se lanzó tras ella. Continuó corriendo por el pasillo principal y dejó atrás el comedor y los almacenes, en dirección a los barracones situados al fondo. Si llegaba allí, encontraría una abundancia de sitios en los que ocultarse, y ropa para cambiarse y que no lo reconocieran. Félix no podía permitir que eso sucediera. Aceleró el paso, moviendo las piernas a la máxima velocidad posible y, maravilla de maravillas, acortó distancia.
A mitad del corredor aceleró más y se lanzó hacia la sombra para aferrarla por las piernas. Cuando volaba por los aires, se dio cuenta de que la sombra no tenía ninguna flecha clavada en el hombro.
Se le abrazó a las piernas, ocultas bajo el ropón, y ambos cayeron juntos, pero algo parecía estar muy fuera de lugar. Félix no palpó piernas bajo el ropón. De hecho, el ropón no tenía tacto de ropón.
Se estrellaron contra el suelo como uno solo, pero cuando la figura cayó con un sonido de palmada, estalló en un enjambre de formas negras que chillaron y aletearon en torno a su cara, antes de ascender por el aire. Félix manoteó, como un desesperado y aplastó a una en un puño. Le clavo en el dedo índice unas garras afiladas como agujas en el momento de morir; era un murciélago diminuto, pero podrido y mohoso.
El resto de la bandada ascendió, giró y salió disparada hacia la puerta, justo en el momento en que llegaban Kat, los matadores y el resto de hombres. Se protegieron la cara cuando las pequeñas bestias pasaron aleteando junto a ellos y se desvanecieron en la noche.
—¿Dónde está? —gruñó Gotrek mientras caminaba hacia Félix.
Félix se puso de pie y le tendió la mano para mostrarle el maltrecho cadáver de murciélago.
—Aquí —dijo—. Y en la bandada que ha salido volando por la puerta.
Kat negó con la cabeza.
—No —dijo—. Yo he herido a un hombre. Lo he oído gritar. Esto era un señuelo. —Echó a correr hacia la puerta—. ¡Volvamos a la residencia de oficiales! ¡Deprisa!
Rodi negó con la cabeza.
—No estará allí. Nos hizo perseguir al señuelo hasta aquí para poder escabullirse.
Gotrek asintió con la cabeza, asqueado.
—Lo hemos perdido.
—Pues yo creo que no —intervino Félix—. Sólo tenemos que buscar a un hombre que tenga una herida en un hombro.
Gotrek alzó una peluda ceja.
—¿Cuántos hombres del castillo Reikguard tienen una herida en un hombro?
A Félix se le cayó el alma a los pies. El Matador tenía razón. Después de tantos combates, todos los del castillo estaban heridos de una u otra manera. Aunque encontraran a un hombre con una herida por perforación, ¿cómo iban a demostrar que se la había hecho la flecha de Kat?
—¿Tienes un plan mejor? —preguntó Félix.
—Sí —replicó Gotrek, mientras se alejaba—. Matarlos a todos. Así estaremos seguros de matarlo a él.
Cuando sacaron al comisario de la cama y le dieron la noticia, pareció al borde de las lágrimas.
—¿Otra vez? —dijo, paseándose ante las puertas del subterráneo de la torre del homenaje—. ¿Otra vez?
De repente, se detuvo y se volvió hacia sus oficiales.
—Despertad a todo el mundo —dijo—. Reunidlos ante templo de Sigmar. No esperaré hasta después del desayuno para hablar. Comenzaremos ahora. ¡Esto se acabará hoy mismo!
—Mi señor —dijo Von Volgen, que había seguido a Von Geldrecht como una adusta sombra—, como dice el Matador, todos están heridos. Resultará difícil…
El comisario hizo un gesto para quitar importancia a eso.
—No habrá necesidad de buscar heridas —dijo—. Tengo un método mejor. Lo descubriremos; podéis estar seguro de ello.
Pero cuando observaba a Von Geldrecht alejarse cojeando, Félix pensó que Von Volgen no parecía en absoluto muy seguro.
Mientras la gente del castillo empezaba a reunirse en el patio de armas para escuchar a Von Geldrecht, Félix, Kat y los matadores subieron a las murallas a examinar las secciones del matacán que el traidor había visitado durante su furtivo recorrido, y fue Félix quien descubrió la primera señal de sabotaje, y casi murió por ello.
Al recordar que el saboteador se había detenido a intervalos regulares y había extendido una mano fuera del borde exterior del tejado del matacán, Félix salió para trepar sobre las almenas y examinar las ripias y los muros desde el exterior, aunque no estaba seguro de qué buscaba. No vio nada en las ripias, ni tampoco en los paneles altos hasta el hombro que protegían a los defensores de los ataques aéreos y del fuego enemigo, pero al mirar uno de los postes que sostenían el tejado, vio un extraño garabato negro trazado en la madera.
A primera vista, Félix lo tomó por una marca de carpintero, trazada con carbón, pero en la forma había algo que no encajaba. Aferró el poste para izarse y poder mirarlo desde más cerca, pero la madera cercana a la marca se rajó y cedió, y el poste se deslizó hacia un lado bajo el peso de Félix. Sólo un manoteo frenético y el hecho de lograr sujetarse a los paneles con desesperación evitaron que Félix cayera hacia atrás desde las murallas y se precipitara dentro del mar de zombies de abajo.
—¡Félix! —gritó Kat desde el tejado.
—¿Estás bien, humano? —preguntó Gotrek tras alzar la mirada.
A Félix, que se aferraba a los paneles, el corazón le latía con tanta fuerza que el ruido casi le impidió oírlos. Con un cuidado infinito, se aupó de vuelta sobre la sólida piedra de las almenas, y dejó escapar un suspiro.
—Creo —dijo— que podría haber encontrado algo. —Señaló el poste siguiente con mano temblorosa—. Mirad allí, en la parte superior. Pero no ejerzáis peso sobre él. No aguantará.
Kat y los matadores se acercaron al poste siguiente; Félix se reunió con ellos cuando logró que sus piernas volvieran a funcionar, y vio que también tenía escrito un garabato. Decididamente, se trataba de algún tipo de símbolo, pero no de uno que pudiera hacer un carpintero. Tenía el aspecto del tipo de glifos arcanos que había visto tallados en tumbas muy antiguas y otros sitios de inconmensurable malignidad, a los cuales había llegado durante sus viajes con Gotrek, y no lo habían trazado con carbón, como había creído en un principio, sino con sangre, ahora seca y amarronada.
La madera que rodeaba el símbolo tenía un color distinto ala del resto del poste, pálida y gris, como si hubiera estado expuesta a los elementos durante siglos. Gotrek gruñó al ver la decoloración, y luego pellizcó la madera con el índice y el pulgar. Se desmenuzó como queso seco.
Kat sacudió la cabeza, consternada.
—Taal y Rhya, si hubiera marcado todos los postes…
—Los matacanes se habrían desplomado en su totalidad —dijo Félix.
—Pero probablemente no hasta el inicio de la siguiente batalla —dijo Rodi, sonriente—. Una pequeña y asquerosa trampa.
—Veamos cuántos ha marcado.
Pero antes de que pudiesen haber comprobado más que unos pocos, sonó un cuerno, y la voz de Classen se dejó oír en el patio de armas.
—¡Formad! ¡Formad! ¡El señor comisario Von Geldrecht os hablará!
A Gotrek le rechinaron los dientes, y bajó la mirada hacia la multitud reunida.
—Hay cosas que hacer.
—Sí —asintió Rodi—. Reemplazar estos postes, abrir el dique para volver a inundar el foso…
—Matar más zombies —añadió Snorri.
Pero los tres matadores dieron media vuelta y se encaminaron hacia la escalera a pesar de todo, y Félix los siguió, en compañía de Kat, hasta el patio de armas.
El humor de los hombres entre los que pasaban apretadamente para situarse en primera fila era hosco en el mejor de los casos. Soldados que apenas unas horas antes habían matado a los últimos zombies de la puerta del río refunfuñaban diciendo que no se les permitía dormir, ni comer, ni beber antes de formar. Los hombres de los turnos de guardia de la mañana, cuyo trabajo era reparar los daños sufridos durante la batalla, refunfuñaban porque no podían continuar con su trabajo. Los sirvientes refunfuñaban porque los habían apartado de la preparación de galletas y agua. Félix se solidarizaba con todos ellos. Ya no sabía cuánto tiempo hacía que él y Kat no habían podido descansar ni un minuto, y no parecía que fueran a tener posibilidad de hacerlo en breve.