—Es difícil decirlo. Quizá varios cientos de leguas. Twitten no trazó mapas para nuestra comodidad y deleite —a Visbhume se le ocurrió una idea. Parpadeó y se relamió los labios—. Aun así, sus detalles cartográficos son exactos. Trae el almanaque y haré los cálculos.
Glyneth ignoró la solicitud. Miró al costado evaluando el paisaje.
—A este paso sin duda recorremos cuatro o cinco leguas por hora. ¿Se cansará el gusopo?
—Debe descansar y comer hierba durante un tiempo similar al que pasa corriendo.
—Entonces, en cincuenta horas recorreremos cien leguas, según mis cálculos.
—Es un cálculo justo y preciso, pero no tiene en cuenta peligros ni demoras.
Glyneth miró los soles.
—Estoy tan cansada que podría dormirme de pie.
—Yo también estoy cansado —dijo Visbhume—. Paremos para refrescarnos. A pesar de mi fatiga, haré la primera guardia, para que tú y la bestia podáis descansar.
—¿Bestia? ¿Kul?
—Así es.
Glyneth fue a ver a Kul.
—¿Estás cansado?
Kul reflexionó.
—Sí, estoy cansado.
—¿Paramos para dormir?
Kul escudriñó el paisaje.
—No diviso ninguna amenaza.
—Visbhume se ha ofrecido amablemente a hacer la primera guardia, para que tú y yo podamos descansar mejor.
—¡Ah! ¡Visbhume demuestra una rara generosidad!
—También sabe ingeniar trucos astutos.
—Así es. Nuestro sueño podría ser profundo y largo. Sin embargo, en la caja de los arneses he descubierto una buena soga, y quizá Visbhume nos haga un favor después de todo.
Llegaron a un lugar donde crecían dos árboles, uno a quince metros del otro. Kul frenó el gusopo y arrojó el ancla.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Visbhume con ávido interés—. ¿Descansar? ¿Monto la primera guardia? En tal caso, quítame esta correa, para que pueda mirar con comodidad a izquierda y derecha.
—A su debido tiempo —replicó Kul. De la caja que había en la parte trasera de la pérgola sacó un rollo de soga fuerte. Sujetó un extremo a uno de los árboles y le hizo una seña a Visbhume—. Ponte aquí, a medio camino entre ambos árboles.
Visbhume obedeció de mal talante. Kul le quitó la correa, anudó la cuerda alrededor del cuello de Visbhume y sujetó el otro extremo al otro árbol. Visbhume quedó sujeto entre los dos árboles. Tenía los brazos y las piernas libres, pero no podía moverse en ninguna dirección.
Glyneth observó con aprobación.
—¡Ahora debemos investigar bien! Tiene bolsillos en las mangas y en los pantalones, y tal vez también en los zapatos.
—¿No se respeta mi intimidad? —exclamó el airado Visbhume—. Esta clase de registro es contraria a toda regla de cortesía.
Kul examinó la ropa de Visbhume, y advirtió que Glyneth no había registrado a Visbhume con suficiente atención. Kul descubrió un tubo corto de propósito desconocido, una caja marrón que contenía una casa en miniatura y, en las costuras de los pantalones de Visbhume, dos medidas de alambre de acero resistente pero flexible. En el interior del cinturón de Visbhume había una daga. Las botas, el lazo y el fruncido de los pantalones no parecían ocultar ningún otro ingenio.
Glyneth examinó la casa en miniatura.
—Esto parece una casita mágica. ¿Cómo se amplía?
—Es una propiedad muy valiosa —dijo Visbhume—. No permito que la use cualquiera.
—Visbhume —advirtió Kul—, hasta ahora tu piel está casi intacta. Has comido bien y has cabalgado en el gusopo. Si estas condiciones te resultan convenientes, responde a cada pregunta directa y sinceramente; de lo contrario lo lamentarás.
Visbhume respondió con furia:
—Pon la casita en el suelo y grita: «¡Casa, crece!», y cuando desees reducirla, grita: «¡Casa, disminuye!».
Glyneth puso la casa en el suelo y gritó:
—¡Casa, crece!
Al instante estuvo ante una cómoda casa por cuya chimenea ya salía humo.
—Visbhume —dijo Kul—, montarás la primera guardia, como tan amablemente ofreciste. Si te queda algún truco, cosa que no dudo, no intentes ponerlo en práctica, pues estaré alerta.
Glyneth entró en la casa, encontró un cómodo diván y se durmió al instante. Despertó al cabo de un rato y descubrió a Visbhume durmiendo frente a la casa mientras Kul dormitaba en el umbral. Glyneth le acarició el vello negro que le cubría el cuero cabelludo.
—Estás despierta —dijo Kul.
—Yo montaré guardia. Tú duerme.
Kul se levantó y miró a su alrededor. Por un instante Glyneth pensó que se tendería en el suelo, pero se acostó en el diván y se durmió en seguida.
Visbhume despertó poco después. Glyneth fingió no prestarle atención. Visbhume estudió la situación con ojos entornados que relucían como los amarillos ojuelos de un zorro.
—¡Glyneth! —susurró.
Glyneth se volvió hacia él.
—¿Está dormida la criatura? —preguntó Visbhume.
Glyneth asintió. Visbhume habló con voz meliflua:
—Sabes muy bien que te conviene estar del lado del poderoso Visbhume. ¿Te unirás a mí en una sagrada y secreta conspiración? Derrotaremos a esa monstruosa bestia, con sus amenazas insolentes y sus actitudes poco recomendables.
—¿De veras? ¿Y después?
—¡Sabes cuánto te amo! ¿No sientes brotar un sentimiento similar hacia mí?
—¿Y qué haremos?
—Iremos a Asphrodiske y regresaremos a la Tierra cuando se produzca la pulsación.
—¿Cuándo?
—¡Dentro de poco, antes de lo que supones!
—¡Visbhume! ¡Me asustas! ¿Nos queda tiempo suficiente?
—Si todo sale bien y yo soy el que manda.
—¿Pero cómo sabremos de cuánto tiempo disponemos?
—¡Por la luna negra! Cuando el radio gire hacia el diámetro exactamente opuesto a la puerta por donde entramos, ésa será la hora. ¿Te unirás a mí en una profunda e indisoluble complicidad?
—Kul es terrible y fuerte.
—¡También yo! ¿Acaso cree que todo mi poder ha desaparecido? ¡Eso espero! ¿Estás conmigo?
—Claro que no.
—¿Qué? ¿Prefieres esa bestia a Visbhume, quien vive y baila al son de músicas estremecedoras?
—Visbhume, duerme mientras puedas. Tus necedades impiden el sueño de Kul.
—Me has despreciado por última vez —bufó Visbhume con voz sibilante—. ¡Lo lamentarás!
Glyneth no respondió.
Kul despertó; los tres desayunaron leche, pan, mantequilla, queso, cebollas y jamón de la despensa, y luego Glyneth dijo:
—¡Casa, disminuye!
La casa se redujo y Glyneth la guardó en la caja. Montaron el gusopo y reanudaron la marcha.
Visbhume deseaba compartir las comodidades de la pérgola con Glyneth.
—¡Desde allí tendré una buena vista! ¡En un santiamén captaré peligros distantes!
—Tú eres la retaguardia —objetó Kul—. Debes estar alerta a los peligros que nos amenacen desde atrás. Ése es tu deber, y disfrutarás una buena vista desde las ancas, como ayer. ¡Deprisa! La luna negra rueda en el cielo, y debemos llegar a Aphrodiske a tiempo.
El gusopo corría por la llanura de hierba azul, moviendo las patas de tal modo que las borlas de la alfombra se mecían rítmicamente. Kul iba arrodillado en la base de la pérgola, inclinado de tal modo que sus macizos hombros casi llenaban el espacio que separaba los cuernos oculares del gusopo. Glyneth viajaba cómodamente reclinada en el asiento acolchado de la pérgola, meciendo ociosamente una pierna, y Visbhume iba acurrucado en las ancas, mirando hacia atrás con mal ceño.
Al norte surgió un profundo bosque de árboles azules y rojos. Al acercarse, divisaron una alta mansión de madera oscura, construida con majestuosidad y elegancia, con muchas ventanas estrechas, torres y cúpulas, y con adornos y extravagancias tal vez destinadas a mitigar el aburrimiento. Para Glyneth, el estilo rayaba en lo excéntrico, aunque allí, a la vista de aquella planicie inmutable, una preferencia era tan apropiada como cualquier otra. Glyneth se irguió en el asiento, para no presentar una imagen descuidada a quien pudiera observar por las altas y estrechas ventanas.
Mientras pasaban, se abrió un portal de donde salió un caballero con armadura completa de lustroso metal negro y marrón. Su yelmo lucía una alta cresta bellamente forjada, con varillas, discos y cuernos dentados. El caballero montaba en una criatura semejante a un tigre negro de patas largas, con una hilera de afilados cuernos en la frente, y empuñaba una larga lanza donde ondeaba un estandarte púrpura, con un emblema rojo oscuro, plateado y azul.
El caballero se detuvo a treinta metros, y Kul frenó el gusopo.
—¿Quiénes sois —gritó el caballero—, que cruzáis mis dominios sin autorización ni permiso?
—Caballero —respondió Glyneth—, somos forasteros y nadie nos advirtió de que eran tus tierras. Siendo así, ¿tendrás la gentileza de dejarnos seguir nuestro camino?
—Bien dicho, y con cortesía —declaró el caballero—. Me siento tentado a mostrarme clemente, pero temo que otros, menos corteses que vosotros, encuentren excusa para tomarse libertades.
—Señor —declaró Glyneth—, ¡nuestros labios están sellados con rejas de hierro! Nunca mencionaremos tu tolerancia, y sólo hablaremos del esplendor de tu cortejo y la gallardía de tu conducta. Con nuestros mejores saludos para ti y tus seres queridos, nos apresuramos ahora a abandonar tu presencia.
—¡No tan deprisa! ¿No me habéis oído? Estáis detenidos. ¡Desmontad y dirigios a la casa Lorn!
—¡Estúpido! —exclamó Kul—. ¡Regresa a tu morada mientras tengas vida!
El caballero puso la lanza en ristre. Kul saltó del gusopo, para consternación de Glyneth.
—¡Kul! —exclamó—. ¡Vuelve aquí! ¡Correremos, y que nos persiga si lo desea!
—Su montura es muy veloz —dijo Visbhume—. Dame el tubo que me quitaste y le dispararé un acaro de fuego. ¡No! ¡Mejor dame el espejo que hay en mi talego!
Glyneth le dio el espejo a Visbhume. El caballero apuntó la lanza contra Kul; el negro tigre tricorne embistió. Visbhume hizo un ademán y el espejo se expandió reflejando al caballero y su montura. Visbhume guardó el espejo; el caballero y su imagen reflejada chocaron; las dos lanzas vibraron y ambos caballeros cayeron al suelo, donde desenvainaron las espadas y lucharon mientras los tigres se enfrentaban rodando y rugiendo.
Kul saltó al gusopo, que se alejó hacia el este mientras el combate proseguía.
—Buen trabajo —le dijo Glyneth a Visbhume—. Lo tendremos en cuenta cuando hagamos una evaluación final. Devuélveme el espejo.
—Es mucho mejor que lo conserve yo —alegó Visbhume—. Así podré actuar deprisa en las emergencias.
—¿Recuerdas la advertencia de Kul? Estaba ansioso por pelear con el caballero. Le negaste ese ejercicio y ahora puede estar impaciente.
—¡Ah, ese monstruo! —gruñó Visbhume entre dientes, y devolvió el espejo de mala gana.
Transcurrió el tiempo y pasaron las leguas. Glyneth trató de desentrañar los cálculos del Almanaque de Twitten, pero en vano. Visbhume se negó a enseñarle, alegando que primero debía aprender dos lenguas arcanas y un exótico sistema matemático, cada cual con su particular modalidad de representación gráfica. Glyneth también encontró un mapa y Visbhume lo interpretó a regañadientes.
—Aquí están las colinas Lakkady, el río Mys y la choza; ésta es la gran estepa de Tang-Tang, habitada sólo por caballeros salteadores y bandas de bestias nómadas. Es el territorio por donde viajamos ahora.
—¿Esta ciudad junto al río es Asphrodiske?
Visbhume estudió el mapa.
—Parece ser la ciudad de Pude, junto al río Haroo. Asphrodiske está aquí, más allá de los bosques y la Estepa de los Mendigos Lamentables.
Glyneth miró con angustia la luna negra, que había recorrido una distancia considerable sobre el horizonte.
—Aún falta un largo trecho. ¿Nos dará tiempo?
—Depende en gran medida de las circunstancias —dijo Visbhume—. Si un experimentado capitán de viajes como yo estuviera a cargo de la travesía, los acontecimientos podrían seguir un curso satisfactorio.
—Tendremos en cuenta tu consejo —dijo Glyneth—. También puedes mantenerte atento a los caballeros salteadores y las bestias nómadas.
Los viajeros continuaron la marcha por la estepa Tang-Tang, pero no fueron atacados por caballeros ni por bestias, aunque a lo lejos divisaron animales corpulentos de cuello largo que comían frutas, y unas manadas de lobos bípedos que brincaban más allá. En ocasiones las criaturas se erguían para mirar el gusopo.
Visbhume sintió sueño y se recostó en la alfombra para dormitar bajo la tibia luz del sol. Glyneth oyó un ruido y al volverse notó que uno de los lobos había trotado furtivamente por detrás del gusopo y había saltado a la alfombra. Sentado en la cara de Visbhume, le sorbía sangre del pecho a través de los orificios de succión que tenía en las garras.
Kul se abalanzó sobre el lobo, le torció el cuello y lo arrojó hacia atrás. Visbhume miró lastimeramente a Kul y luego el cadáver del lobo, que ya era descuartizado por cuatro de sus congéneres. Al fin recobró la compostura.
—¡Si no me hubierais quitado mis cosas, no habría sufrido este ultraje!
Glyneth lo miró con desdén.
—No tendrías que haberme traído aquí, ante todo.
—¡No me eches la culpa! ¡Una persona de gran poder me hizo ese encargo!
—¿Quién? ¿Casmir? No es excusa. ¿Por qué está tan interesado en Dhrun?
—Un portento, o algo parecido, le alarmó —respondió Visbhume con amargura, sincero sólo a causa del ataque del lobo, del cual echaba las culpas a Casmir. Glyneth trató de sonsacarle más detalles, pero Visbhume se negó a decir más si ella no respondía a sus preguntas con la misma sinceridad. Glyneth rió desdeñosamente, y Visbhume masculló—: ¡Jamás olvidaré tales insultos!
El viaje continuó como antes. Los lobos los persiguieron un rato, brincando con sus largas patas, pero al fin soltaron aullidos de disgusto y viraron hacia el sur.
Las patas del gusopo devoraban las leguas mientras la luna negra se desplazaba en el cielo. El grupo se detuvo tres veces a descansar. En cada ocasión Glyneth utilizó la casa mágica e hizo aparecer un banquete en la mesa, y todos comieron hasta saciarse. Sin embargo, no permitieron que Visbhume bebiera demasiado vino, por temor a que se insolentara y fastidiara a los demás con sus bravatas. Visbhume soltó una retahíla de quejas por la situación en que se encontraba.
Glyneth se negó a escucharlo: