Al noble Sarquin, rey-elector:
Soy rey legal y coronado de Ulflandia. Tus ejércitos aún bollan mis tierras y someten a mi pueblo a cautividad.
Te pido que retires tus ejércitos hacia la Costa Norte, que liberes a todos los cautivos ulflandeses que aún te sirven, y que renuncies a tus propósitos de ataque contra mis tierras. Si actúas de inmediato, no exigiré reparaciones.
Si no accedes a mi solicitud, tu gente morirá y se derramará mucha sangre ska. Ahora mis ejércitos superan a los tuyos en número. Están entrenados para atacar repetidas veces, sin recibir contragolpes. Mis naves controlan el Mar Angosto; podemos incendiar a gusto tus ciudades costeras. En poco tiempo verás ascender humo negro a lo largo de las costas de Skaghane, y tus súbditos conocerán las mismas penalidades que has infligido a los míos.
Te suplico que abandones tus vanos sueños de conquista; no puedes hacernos daño, mientras que nosotros podemos destruirte y causarte gran pesadumbre.
Éstas son las palabras de:
Aillas, rey de Troicinet, Dascinet, Scola y Ulflandia.
Aillas selló la carta y envió el mensaje por medio de un cautivo ska. Transcurrió una semana y la única respuesta fue un súbito movimiento de tropas ska. Desde el este de la Costa Norte avanzó el gran ejército negro, desplazándose con ominosa deliberación.
Aillas no tenía la menor intención de atacar un contingente tan numeroso. Sin embargo, en seguida envió tropas para que atrajeran la caballería liviana ska hacia los arqueros troicinos. Pequeñas partidas rodeaban los convoyes de suministros y hostigaban las líneas de comunicación.
El ejército ska se dividió en dos unidades de fuerza similar. La primera continuó hacia la ciudad de Kerquar, al oeste, y la segunda se desplazó hacia el Brezal del Endrino, en el centro de Ulflandia del Norte.
Las patrullas ulflandesas se envalentonaron cada vez más, y a veces se acercaban a los ska para insultarlos, con el propósito de que un grupo se apartara del cuerpo principal, y así emboscarlo y destruirlo. De noche los centinelas ska vigilaban atemorizados, pues a menudo eran asesinados. Finalmente los ska también empezaron a enviar patrullas nocturnas y a preparar emboscadas, las cuales redujeron un poco la presión ulflandesa, aunque los ska perdían más de lo que ganaban.
Había indicios de una erosión de la moral ska. Antes atacaban con osadía e impunidad, y se habían considerado invencibles. Ahora que se habían convertido en presa y víctima, comprendían que eran vulnerables y reflexionaban cabizbajos sobre su reciente derrota, para la cual no hallaban explicación.
Aillas se preguntaba si se los podría inducir a cometer nuevos errores estratégicos que las fuerzas ulflandesas pudieran explotar. Él y sus comandantes, examinando los mapas, trazaron diversos planes de batalla, cada uno con notas para hacer frente a las contingencias.
Así se puso en marcha un intrincado y preciso conjunto de operaciones: ataques, retiradas y audaces golpes de mano contra las aldeas de la Costa Norte. Esos golpes de mano pronto se convirtieron en verdaderas incursiones, combinadas con ataques marítimos. Al fin, como Aillas esperaba, el ejército acampado en Kerquar viró hacia el noroeste, con lo cual el ejército de Brezal del Endrino quedó aislado de los refuerzos en caso de un súbito ataque masivo. Ahora, los planes de una invasión ska a Ulflandia del Norte parecían haberse postergado.
Sin pensarlo dos veces. Aillas envió una fuerza de caballería ligera para hostigar a este ejército y llamar su atención, sin trabarse en combate con el muy disciplinado núcleo de caballería pesada. También envió un ejército de sitio, equipado con dos docenas de macizas ballestas, catapultas y otras máquinas de asalto contra el castillo Sank, la fortaleza que custodiaba el sudeste. Se proponía realizar un asalto rápido y decisivo, y así fue, a pesar de que la fortaleza estaba reconstruida y la guarnición reforzada.
En seis horas, las murallas exteriores habían caído y la ciudadela estaba bajo asedio. Arqueros apostados en altas torres de madera descargaban sus flechas sobre los parapetos. Las máquinas lanzaban grandes piedras para horadar los tejados, y luego enviaban bolas de fuego para incendiar las maderas astilladas. Los defensores lucharon con denuedo, y dos partidas de caballeros que salieron a pelear fueron derrotadas.
En la segunda noche, durante las etapas finales de la operación, mientras rugían las altas llamas, Aillas creyó divisar a Tatzel en los parapetos. Llevaba casco de arquero y un arco, con el cual descargaba una flecha tras otra contra las fuerzas atacantes. Aillas quiso hablarle, pero se contuvo y la contempló fascinado. Ella miró hacia abajo y lo vio; puso una flecha en el arco y lo tensó con todas sus fuerzas, pero antes de que pudiera soltarla una flecha surcó el aire y se le clavó en el pecho. La flecha de Tatzel se desvió hacia el merlón que tenía al lado. Ella trastabilló y cayó hacia atrás.
En la fluctuante luz roja, Aillas aún no estaba seguro de que fuera ella, pero luego no la encontró entre los supervivientes. Aillas no tenía valor para buscar entre los cadáveres carbonizados el cuerpo de la gallarda y joven Tatzel.
Los ska de Brezal del Endrino, al enterarse del ataque al castillo Sank, levantaron el campamento y realizaron un desesperado esfuerzo para llegar a tiempo para interrumpir el sitio. En su prisa abandonaron su cerrada formación habitual y corrieron hacia el norte en una columna: éste era el error para el cual Aillas no sólo se había preparado sino que lo había incitado. En un lugar llamado Chaparral de Tolerby, los ska fueron emboscados por las fuerzas ulflandesas y sesenta caballeros troicinos cargaron contra el corazón del ejército ska, luego viraron y se retiraron, mientras desde el otro flanco cargaban los barones ulflandeses.
No fue una batalla fácil, y sólo se pudo ganar cuando las tropas que acababan de vencer en Sank destruyeron el flanco ska.
Hubo pocos sobrevivientes ska, y muchas bajas entre ulflandeses y troicinos. Aillas, al ver tal carnicería, se apartó con disgusto. Aun así, ahora era amo de toda Ulflandia del Norte, excepto las comarcas limítrofes con la Costa Norte, la Costa Norte misma y las inmediaciones de la gran fortaleza Poelitetz.
Dos semanas después, Aillas, cabalgando con cincuenta caballeros, se acercó al resto del ejército ska cerca de la ciudad de Twock. Envió un heraldo con una bandera de tregua y este mensaje:
Aillas, rey de Troicinet, Dascinet, Scola y Ulflandia, desea parlamentar con el comandante en jefe del ejército ska.
Dos heraldos instalaron una mesa y sillas en el páramo y la cubrieron con un mantel blanco. Había postes donde colgaban un pendón con el negro y plateado emblema ska y un pendón dividido en cuartos que exhibía las armas de Troicinet, Dascinet, Ulflandia y Scola.
Acompañado por dos caballeros y un par de heraldos, Aillas se detuvo a diez metros de la mesa. Transcurrieron diez minutos, luego el ejército ska envió un grupo similar.
Aillas avanzó hacia la mesa, y el ska lo imitó: un hombre alto y enjuto, de rasgos angulosos, ojos y cabello negros.
Aillas se inclinó.
—Soy Aillas, rey de Troicinet, Dascinet y Ulflandia.
—Soy Sarquin, rey-elector de Skaghane y de todos los ska.
—Me alegra deliberar con una persona de tan alto rango —manifestó Aillas—, pues eso facilita mi tarea. Estoy aquí para concertar la paz. Hemos reconquistado nuestro territorio; prácticamente hemos ganado la guerra. Nuestro odio permanece, pero no justifica más derramamiento de sangre. Podéis pelear, pero ahora os superamos en número y nuestros guerreros igualan vuestra destreza. Si optáis por seguir luchando, sólo quedarán niños, mujeres y ancianos en Skaghane. En este momento podría hacer desembarcar una fuerza de tres mil hombres en Skaghane y nadie podría detenerme.
»No deseo herir ni matar a más hombres valientes, sean tuyos o míos. Estas son mis condiciones de paz:
»Retirarás tus fuerzas de Ulflandia, incluida Poelitetz. No os llevaréis con vosotros las riquezas ni los tesoros acumulados en Ulflandia, ni caballos, vacas, ovejas ni cerdos. Los caballeros pueden cabalgar en sus monturas; todos los demás caballos serán confiscados.
»Mantendréis la soberanía en la Costa Norte, para uso y bienestar de vuestro pueblo.
»Liberaréis a todos los esclavos, siervos, cautivos y prisioneros que ahora están bajo vuestra custodia en Skaghane, en la Costa Norte y en otras plazas, y los entregaréis, con amable y clemente tratamiento, en la ciudad de Suarach.
»Os comprometeréis a no conspirar con los enemigos de mi gobierno, ni uniros a ellos, ni darles consejo, recursos o ayuda: ni al rey Casmir de Lyonesse ni a ningún otro.
»No exijo reparaciones ni indemnizaciones, ni impondré castigos por las vidas de mi pueblo que habéis segado en vuestra codicia.
»Estos términos son generosos. Si los aceptas, podrás regresar a Skaghane con honor, pues tus guerreros han luchado con valentía, y sin duda estas condiciones propiciarán vuestra comodidad y prosperidad, y a su debido tiempo favorecerán la amistad entre todas las naciones de Elder. Si las rechazas, no sólo no ganarás nada sino que acarrearás desastres a tus súbditos y a tu país.
»No podemos ser amigos, pero tampoco es preciso que seamos enemigos. Estas son mis propuestas. ¿Las aceptas o las rechazas?
Sarquin, rey-elector de los ska, pronunció dos palabras:
—Las acepto.
Aillas se puso en pie.
—En nombre de todos los hombres que en caso contrario habrían muerto, agradezco tu sabia decisión.
Sarquin se levantó, saludó con una reverencia y volvió a reunirse con su ejército. Media hora después, el ejército levantó el campamento y emprendió la marcha hacia la Costa Norte.
La guerra estaba ganada. Las tropas ska abandonaron Poelitetz y fueron inmediatamente reemplazadas por una guarnición ulflandesa. Audry, rey de Dahaut, protestó ante Aillas por este acto, alegando que Poelitetz estaba situada en territorio Dahaut.
Aillas replicó que aunque el rey Audry citaba varios puntos de interés técnico, y utilizaba con habilidad los recursos de la lógica abstracta, no había establecido ninguna asociación con la realidad. Aillas señaló que históricamente Poelitetz protegía Ulflandia frente a Dahaut, pero no había cumplido ningún propósito cuando estaba controlada por los dauts. La línea de la Gran Escarpa definía la frontera con mayor realismo que la divisoria del Teach tac Teach.
El enfurecido rey Audry arrojó la carta de Aillas al suelo y nunca se dignó responder.
Aillas y Dhrun regresaron a Troicinet, dejando que Tristano y Maloof supervisaran los detalles de la retirada ska, que se realizó con escrupulosa precisión.
Pocos días después del regreso de Dhrun y Aillas a Dorareis, Shimrod se presentó en el castillo Miraldra. Después de la cena, Aillas, Dhrun y Shimrod fueron a sentarse junto al fuego en una salita. Tras un momento de silencio, Aillas se obligó a preguntar:
—Supongo que no tienes novedades.
—Ha habido ciertas circunstancias extrañas, pero en esencia no cambian nada.
—¿Cuáles son esas extrañas circunstancias?
—Pide más vino —dijo Shimrod—. Necesitaré refrescarme el gaznate.
Aillas llamó al criado.
—Dos jarras de vino más… no, tres, pues debemos dar a Shimrod buena voz.
—Con buena voz o sin ella —dijo Shimrod—, aún ignoramos muchas cosas.
Aillas, notando que Shimrod titubeaba, dijo con énfasis:
—¿Aún?
—Aún, todavía, entonces y ahora. Pero te diré lo que he averiguado. Verás que es poco. En primer lugar Tanjecterly es sólo uno de los diez mundos, incluida nuestra buena Tierra Gea, que el viejo padre Cronos mece en un lazo corredizo. Algunos son reinos de demonios, otros ni siquiera sirven para eso. Visbhume abrió un pasaje hacia Tanjecterly con su llave, pero parece que a veces se abren agujeros por sí solos para que los hombres caigan contra su voluntad, y para su sorpresa, y así desaparezcan para siempre. Pero esto es irrelevante. Un indómito hechicero conocido como Ticely Twitten emprendió un estudio de estos mundos y su almanaque mide lo que él denomina «pulsaciones» y «temblores». El tiempo de Tanjecterly no sigue el mismo ritmo que el nuestro. Un minuto de aquí puede ser una hora de allá, o viceversa.
—Interesante —dijo Aillas—. ¿Qué más?
—Mi relato comienza con Twitten. Hipólito de Maule adquirió su almanaque, que acabó en manos de Visbhume. Por razones que desconocemos, Casmir ordenó a Visbhume que interrogara a Glyneth, y Visbhume la llevó a Tanjecterly por diversos motivos. Uno de ellos era que Tamurello esperaba que Murgen o yo cayéramos como estúpidos en la trampa, de donde no podríamos salir nunca. En cambio, como sabes, enviamos a Kul para que rescatara a Glyneth. Como no tenemos noticias, resulta difícil juzgar su éxito…
El gusopo avanzó en una dirección que Glyneth optó por llamar este, opuesta al punto del cielo donde había visto por primera vez la luna negra. Aquel raro cuerpo celeste ya se había desplazado bastante, virando hacia el norte aunque había permanecido a la misma altura sobre el horizonte.
Durante quince kilómetros, el gusopo corrió a lo largo del río. Había planicies abiertas al sur. A lo lejos, una manada de criaturas de patas largas se interesó en los viajeros e incluso se acercó con aire amenazador, pero el gusopo aumentó la velocidad y las criaturas perdieron interés en la persecución.
El río viró hacia el norte y el gusopo se internó en una estepa que parecía ilimitada, con una hierba corta y azul y árboles esféricos desperdigados.
Kul iba delante, en los hombros de la bestia, con las piernas abiertas. Glyneth, sentada en el asiento acolchado de la pérgola, dominaba todo el panorama. Habría podido bajar a la alfombra que cubría el lomo del gusopo y caminar hacia los flancos traseros, donde estaba Visbhume con los ojos vidriosos de resentimiento por la indignidad que significaba la correa en el cuello.
Durante un rato Glyneth ignoró a Visbhume, excepto para vigilarlo. Al fin bajó a la alfombra y fue hacia atrás.
—¿No hay noche aquí? —le preguntó a Visbhume.
—No.
—Entonces, ¿cómo medimos la hora para saber cuándo hay que dormir?
—Duerme cuando estés cansada —barbotó Visbhume—. Ésta es la norma. En cuanto a medir el tiempo, la luna negra sirve como reloj.
—¿Falta mucho para Asphrodiske?