Read Lyonesse - 2 - La perla verde Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 2 - La perla verde (47 page)

—Vaya —dijo Visbhume—. Debe de estar cerca.

—Eso creía yo, pero no lo veo en ninguna parte… ¿Por qué estás aquí?

—Por el momento, admiro el espléndido paisaje de Tanjecterly. Creo que tú eres Glyneth. Si me permites decirlo, tu persona realza en gran medida la belleza de este ya magnífico panorama.

Glyneth frunció el ceño y movió los labios, pero no se le ocurría ninguna frase que no fuera impertinente.

Visbhume continuó, siempre con voz refinada y gentil:

—Soy Visbhume, caballero de alto rango, versado en todas las fases de la caballería, y en todas las artes cortesanas que están de moda en Aquitania. Sacarás gran provecho de mi protección y mis instrucciones.

—Eres muy amable, señor —dijo Glyneth—. Espero que me puedas indicar el camino del bosque. Debo regresar cuanto antes a Watershade, pues de lo contrario Flora se preocupará.

—Es una vana esperanza —declaró Visbhume en tono pomposo—. Flora deberá hallar un modo de aplacar su preocupación. La puerta funciona en una sola dirección, y debemos descubrir una abertura por la cual regresar.

Glyneth miró dubitativamente alrededor.

—¿Cómo se descubre esa abertura? Si me lo dices, la buscaré.

—No hay prisa —manifestó Visbhume con cierta aspereza—. Considero que es una deliciosa ocasión, sin nadie que moleste o se interponga, como a menudo ocurre. Nos pondremos cómodos y cada cual se complacerá en las habilidades del otro. Soy hombre de muchos talentos; aplaudirás de felicidad, bendiciendo tu suerte.

Glyneth, estudiando a Visbhume, guardó un pensativo silencio. Quizá Visbhume fuera de otro mundo.

—¡No pareces alarmado por este extraño lugar! —sugirió con cautela—. ¿No preferirías estar en casa con tu familia?

—¡Ah, pero no tengo familia! ¡Soy un juglar errante! Conozco una música de energías palpables, una música que hará circular tu sangre y mover tus pies.

Visbhume sacó un pequeño violín de su talego y usando un arco descomunal ejecutó una alegre danza y bailó: pateando y brincando, alzando los codos, sin cesar de tocar su música, estridente pero animosa.

Al fin se detuvo con ojos fulgurantes.

—¿Por qué no bailas?

—De verdad, Visbhume, quiero encontrar el camino de regreso. Por favor, ¿puedes ayudarme?

—Veremos, veremos —respondió Visbhume despreocupado—. Ven a sentarte a mi lado y cuéntame un par de cosas.

—Señor, permíteme llevarte a Watershade, donde podremos hablar a gusto.

Visbhume levantó la mano.

—¡No, no! Sé todo lo que hay que saber sobre las muchachas astutas que dicen «sí» cuando quieren decir «no», y «no» cuando quieren decir «¡Visbhume, haz tu voluntad!». Deseo hablar aquí, donde la franqueza te convertirá en mi favorita, ¿no te parece un trato agradable? Ven a sentarte. ¡Disfruto de tu deliciosa presencia!

—Señor Visbhume, preferiría permanecer de pie. Dime qué quieres saber.

—Siento curiosidad por el príncipe Dhrun y su infancia. Parece un niño muy crecido para un padre tan joven.

—Señor, las personas involucradas quizá no deseen que yo hable de estas cosas con extraños.

—¡Pero no soy un extraño! ¡Soy Visbhume, quien se siente muy atraído por tu joven y lozana belleza! Aquí, en Tanjecterly, nadie fruncirá el ceño ni mirará por encima del hombro ni gritará «¡Impudicia!». Podemos complacernos en las más atrevidas intimidades… ¡Pero tal vez he ido demasiado lejos! ¡Piensa sólo en mis preguntas! Necesito sólo unos datos para aplacar mi curiosidad. ¡Cuéntame, querida! ¡Vamos!

Glyneth trató de aparentar serenidad.

—Será mejor que regresemos a Watershade. Allí podrás hacer tus preguntas al mismo Dhrun, y sin duda él te dará una respuesta satisfactoria. Tú te granjearás mi favorable opinión, y yo no sufriré ningún mal.

Visbhume rió.

—¿Mal, querida? ¡Jamás! Acércate a mí. Deseo acariciar tu hermoso cabello, y quizá te recompense con un beso.

Glyneth retrocedió un paso. El manifiesto propósito de Visbhume constituía un serio problema, pues si la ultrajaba no se atrevería a liberarla por temor a que ella lo denunciara. En tal caso, su única protección consistía en negarle la información que él buscaba.

Visbhume la observó sonriendo como un zorro, como si pudiera leerle los pensamientos.

—Glyneth —dijo—, soy una persona que baila al son de una alegre melodía. Pero a veces, por necesidad y obligación, debo seguir acordes más severos. Me disgustan los excesos, pues los acontecimientos se desvían y la afectuosa confianza queda destruida. ¿Entiendes a qué me refiero?

—Quieres que te obedezca, y me amenazas con hacerme daño si no lo hago.

Visbhume rió.

—Una frase franca y directa. La música de esas palabras no es bonita, pero…

—Visbhume, me importa un rábano tu música. También te advierto que a menos que me permitas cortésmente abandonar este sitio, deberás responder ante el rey Aillas, y esto es tan cierto como que el sol nace y se pone.

—¿El rey Aillas? Vaya. Los soles de Tanjecterly no nacen ni se ponen. Giran en graciosas órbitas por el cielo. Pues bien. La trama de nuestro amor aún no está rasgada. Dime lo que deseo saber, que a fin de cuentas no es gran cosa, o tendré que obligarte a una dulce obediencia. Te lo mostraré, para que conozcas mi poder. ¡Mira!

Visbhume fue a un seto cercano y arrancó una flor de veinte pétalos rosados y blancos.

—¿Ves este capullo? ¿No te parece delicado e inocente? Mira esto —Visbhume sacó los largos y finos dedos de las mangas y destruyó la flor pétalo a pétalo. Glyneth observaba la escena con creciente espanto. Visbhume tiró la flor destruida—. Por este medio he enriquecido mi alma. Pero es apenas un pequeño placer, y preferiría saciarme. ¡Observa!

Visbhume hurgó en el talego y sacó un silbato de plata. Acercándose de nuevo al seto, sopló el silbato. Glyneth observó el costado del talego, donde el mango de un puñal asomaba de una vaina. Avanzó un paso hacia el talego, pero Visbhume se había vuelto hacia ella.

Un pájaro de cresta azul voló al seto para oír los silbidos de Visbhume. Con sus finos y blancos dedos, Visbhume tocó melodías, trinos y arpegios, y el pájaro ladeó la cabeza para oír aquellas locas y maravillosas notas.

Glyneth, gracias a la magia de las hadas, tenía el don de hablar con todas las criaturas.

—¡Echa a volar! —le gritó al pájaro—. ¡Te quiere hacer daño!

El pájaro gorjeó con inquietud, pero Visbhume ya lo había capturado y lo llevó al banco.

—¡Ahora, querida, observa! Y recuerda que todo lo que hago tiene su razón —mientras Glyneth observaba atónita, Visbhume sometió al pájaro a diversas atrocidades, y al fin dejó caer el guiñapo al suelo. Se enjugó los dedos en la hierba y le sonrió a Glyneth—. Así es como se excita mi sangre, y un dulce sabor se añade a nuestro mutuo conocimiento. Acércate pues, dulce Glyneth, estoy preparado para acariciar tu tibia persona.

Glyneth respiró hondo y contorsionó la boca en la caricatura de una sonrisa. Se acercó despacio a Visbhume, quien graznó con deleite.

—¡Ah, dulce, dulce, dulce! ¡Te portas como corresponde a una complaciente doncella!

Tendió los brazos; Glyneth le dio un empellón y tumbó al atónito Visbhume. Glyneth cogió el talego y desenvainó el puñal. Visbhume se le abalanzó tambaleante, el brazo de Glyneth se desvió y el puñal se hundió en la mejilla izquierda de Visbhume, le atravesó la boca y salió por la mejilla derecha. El puñal, de propiedades mágicas, sólo podía ser extraído por la mano que lo había clavado. Visbhume soltó un gemido de dolor y giró en círculos; Glyneth cogió el talego y bajó corriendo hacia el río. A cien metros estaba el muelle. Visbhume la siguió a saltos, el puñal aún clavado en la mejilla.

Glyneth corrió al muelle y saltó al bote. El pescador que cavaba en el lodo gritó enfurecido:

—¡Alto! ¡Deja mi bote en paz! ¡Largo de aquí!

El idioma era extraño, pero su dominio de las lenguas permitía a Glyneth comprenderlo; a pesar de la advertencia, soltó amarras y avanzó río adentro mientras Visbhume se acercaba al muelle. Agitó los brazos tratando de llamarla, pero el puñal se lo impedía y sus palabras eran casi incomprensibles.

—¡Mi talego…! ¡Glyneth! ¡Regresa, no sabes qué hacer…! Los agujeros que conducen a nuestro mundo… ¡Nunca regresaremos!

Glyneth buscó remos, pero no encontró ninguno. La corriente arrastró el bote río abajo. Visbhume la seguía corriendo por la orilla, soltando órdenes y súplicas estranguladas, hasta que lo detuvo un arroyo lateral y tuvo que quedarse mirando cómo Glyneth se alejaba en el bote llevándose el talego.

Visbhume pronto encontró una barcaza manejada por un par de individuos corpulentos que le exigieron monedas para llevarlo a través del río. Visbhume no tenía monedas y tuvo que entregarles la hebilla de plata de su zapato.

En la margen opuesta, Visbhume descubrió una herrería. Pagó la hebilla que le quedaba para que el herrero aserrara el mango de la hoja; luego, mientras Visbhume chillaba de dolor, el herrero cogió la punta con pinzas y extrajo la hoja por la mejilla derecha de Visbhume.

Visbhume extrajo una caja blanca y redonda de un bolsillo de su voluminosa manga. Sacó la tapa y extrajo una tableta de bálsamo ceroso y amarillo. Con suspiros y exclamaciones de alivio se frotó las heridas con el bálsamo, con lo cual aplacó el dolor y cicatrizó las heridas. Guardó el ungüento en la caja y ésta en el bolsillo de la manga; puso los fragmentos del puñal en un bolsillo de sus pantalones y se lanzó de nuevo en persecución de Glyneth.

Al fin llegó a la orilla del río principal. No había nada en la superficie: el bote se había perdido de vista.

2

Las orillas se deslizaban a los costados mientras el bote flotaba río abajo. Glyneth iba sentada en tensión, pues temía que el bote se bamboleara y la arrojara a las profundas y oscuras aguas, y no le interesaba explorar las honduras del río. Miró tristemente por encima del hombro; a cada instante se alejaba más de la choza y del pasaje por donde había venido.

—¡Mis amigos me ayudarán! —se dijo.

Fueran cuales fueran las circunstancias, debía aferrarse a tal convicción, pues sabía que era cierta. Otra idea inquietante: ¿y si sufría hambre y sed? ¿Podría comer y beber las substancias de Tanjecterly? Era muy probable que la envenenaran. Se imaginó comiendo frutas, y ahogándose al instante, poniéndose negra e hinchándose hasta convertirse en una repulsiva parodia de sí misma.

—¡No debo pensar esas cosas! —dijo con resolución—. Aillas me ayudará en cuanto descubra que me he perdido, y también Shimrod, y por descontado mi querido Dhrun… Cuanto antes mejor, pues este sitio es horrible.

Árboles esféricos de follaje rojo y azul bordeaban las márgenes. En varias ocasiones Glyneth vio bestias en la orilla: un toro blanco con cabeza de insecto y espinas en el lomo; un delgado hombre zancudo de cinco metros de alto con un cuello estrecho y una cara angulosa adaptada para hurgar en el follaje en busca de nueces y frutas.

Exploró el contenido del talego. Encontró un libro encuadernado en cuero y titulado Almanaque de Twitten; sin duda se trataba de una copia de una obra más antigua. Encontró una botellita de vino y una cajita con pan y queso. Eran las raciones de Visbhume, y Glyneth sospechó que tanto la botella como la caja se volverían a llenar por arte de magia después de usarlas. Vio otros artículos cuya utilidad no era tan evidente, incluida media docena de frascos de cristal llenos de insectos.

Glyneth, en ausencia de Visbhume, empezó a sentirse menos desesperada. Tarde o temprano sus amigos la encontrarían y la llevarían de vuelta a casa. De eso estaba segura… ¿Por qué Visbhume insistía tanto en preguntar acerca del nacimiento de Dhrun? Sólo podía estar actuando por cuenta del rey Casmir, y si ella revelaba lo que sabía sin duda perjudicaría a Dhrun.

El bote se deslizó hasta bajíos pantanosos. Glyneth metió la mano en el agua, aferró una rama flotante y la usó para impulsarse hacia la costa. Saltó a la orilla y miró río arriba, pero no descubrió señales de Visbhume. Se volvió para escudriñar río abajo y descubrió una hilera de peñascos que bajaban desde un risco alto hasta el agua. Glyneth observó los peñascos con desconfianza, suponiendo que podían ser la guarida de bestias feroces. El bote y el fornido pescador que cavaba en el lodo indicaban la existencia de una población humana… Pero ¿dónde? ¿Y qué clase de seres humanos?

Glyneth se quedó en la orilla, observando dubitativamente el paisaje: una figura melancólica con un bonito vestido azul. Era posible que la magia de Shimrod no bastara para encontrarla y tuviera que pasar toda la vida bajo los soles verde y amarillo de Tanjecterly… a menos que Visbhume la sorprendiera y la hipnotizara con su silbato de plata.

Cerró los ojos y se enjugó las lágrimas. Ante todo, debía buscar un lugar donde ocultarse de Visbhume.

Los peñascos que bajaban al río la intrigaban. Si trepaba al risco tendría un amplio panorama y quizá descubriera un asentamiento humano. Sin embargo, la idea conllevaba posibilidades alarmantes. Los extraños no siempre son recibidos con hospitalidad, ni siquiera en las comarcas de la Tierra.

Glyneth titubeó y se preguntó cómo sobreviviría mejor. El bote ofrecía cierta protección, y se resistía a abandonarlo.

Su indecisión tuvo un abrupto final. Del agua surgió una especie de brazo membrudo, ancho como su cintura, que terminaba en una cabeza con forma de cuña, un ojo verde y una boca con colmillos. El ojo la examinó; la boca se abrió, revelando un interior rojo y oscuro; la cabeza se lanzó hacia adelante, pero Glyneth ya había retrocedido.

La cabeza y el cuello se hundieron lentamente en el río. Glyneth se alejó temblando del bote, que ya no le parecía tan seguro. Tendría que subir al risco.

Limpió la rama para usarla como garrote, cayado o improvisada lanza. Echándose al hombro el talego de Visbhume, echó a andar resueltamente río abajo por la orilla, hacia los peñascos.

Llegó sin problemas al pie de los peñascos y trepó por la primera elevación. Se detuvo para recobrar el aliento y, al mirar hacia atrás, distinguió con alarma una forma lejana y saltarina: casi seguro que era Visbhume.

Las rocas estaban cerca, y allí podría encontrar un escondrijo. Trepó por una cuesta entre montículos de extrañas formas. Mientras caminaba entre ellos, de pronto se desenroscaron y se irguieron.

Glyneth jadeó aterrorizada; estaba rodeada por criaturas altas y delgadas, grises como piedra, de cabeza puntiaguda. Los ojos, semejantes a discos de cristal negro, y las largas y correosas aletas nasales, producían un efecto de extraña desolación, nada tranquilizadora. Una de las criaturas echó un cordel al cuello de Glyneth y la arrastró al trote por un camino entre las rocas.

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