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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 2 - La perla verde (55 page)

BOOK: Lyonesse - 2 - La perla verde
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—¡Innecesario! Sal un momento.

Visbhume siguió a Tamurello a regañadientes. Tamurello señaló hacia el cielo, donde la luna alumbraba una flotante mansión con tres torres, una terraza y una balaustrada.

—Allí descansaré esta noche —dijo Tamurello—. Pero antes de continuar, siento curiosidad por saber qué haces aquí cuando, según cuentan, trabajas duramente al servicio de rey Casmir, por recomendación mía.

—¡Verdad, verdad! Con tu habitual agudeza entiendes el exacto estado de las cosas. Creo que ahora comeré un bocado. Si me excusas…

—Dentro de un momento —lo acosó Tamurello—. Dime, ¿cómo andan tus cosas con Casmir?

—Bastante bien.

—¿Está conforme con tu información?

—En realidad, todavía no he hablado con él. Las averiguaciones que he hecho son tan triviales que quizá ni me moleste en hacerlo.

—¿De qué te has enterado?

—Creo que será mejor que reserve esas escasas nimiedades para los oídos del rey Casmir.

—¡Vaya, Visbhume! ¿Me ocultas secretos?

—Todos tenemos derecho a cierta intimidad —alegó púdicamente Visbhume.

—En ciertos asuntos, en ciertas ocasiones y con ciertas personas —replicó Tamurello—. No en Rincón de Twitten, a la luz de la luna, y conversando con Tamurello.

Visbhume agitó la mano con nerviosismo.

—Bien, si insistes, lo sabrás —y añadió fervientemente—: A fin de cuentas, ¿quién me recomendó a Casmir, sino mi buen amigo Tamurello?

—Exactamente.

—He sabido esto: Casmir está preocupado por una predicción relacionada con el primogénito de Suldrun.

—Conozco tal predicción, realizada por Persilian, el Espejo. Conozco la preocupación de Casmir.

—¡El hecho es simple pero sorprendente! El primogénito de Suldrun fue engendrado por Aillas, rey de Troicinet. El nombre del hijo es Dhrun, y después de pasar un año en el shee alcanzó la edad de nueve años terrenales.

—¡Interesante! —dijo Tamurello—. ¿Y cómo te enteraste de eso?

—Trabajé con afán y con astucia. Llevé a Glyneth al mundo de Tanjecterly, y allí habría obtenido fácilmente la información si Shimrod no hubiera enviado un gran monstruo para impedirme el trabajo. Pero soy invencible. Obtuve la información, maté a la bestia y regresé de Tanjecterly.

—¿Y la princesa Glyneth?

—Se ha quedado en Tanjecterly, donde no puede ir con cuentos a nadie.

—¡Sabia precaución! ¡Estás en lo cierto! Conviene mantener en secreto conocimientos de esta clase, y confiarlos al menor número posible de personas. En realidad, Visbhume, con que lo sepa una persona es suficiente.

Visbhume retrocedió un paso.

—Dos son igualmente seguras.

—Me temo que no, Visbhume…

—¡Alto! —exclamó Visbhume—. ¿Has olvidado mi lealtad? ¿Mi implacable eficacia? ¿Mi aptitud para realizar tareas imposibles?

Tamurello reflexionó.

—¡Son argumentos de peso! Eres locuaz y convincente, y así te has ganado la vida. Pero a partir de ahora… —Tamurello hizo un gesto y pronunció una frase. La ropa de Visbhume cayó al suelo. Del oscuro guiñapo salió una serpiente negra y verde. Le siseó a Tamurello y se deslizó hacia el bosque.

Tamurello se quedó en la carretera escuchando el bullicio de la posada: el murmullo de las voces, el tintineo de los vasos, los gritos de Hockshank llamando a su criado.

Tamurello pensó en Melancthe. Sus flores eran muy extrañas; al día siguiente las investigaría. En cuanto a los atractivos de la persona de Melancthe, los sentimientos de Tamurello eran ambiguos e incluso experimentaba cierta actitud defensiva. Había sido amante del hermano de la joven, y ahora ella mostraba un frío distanciamiento en el cual Tamurello captaba a menudo el sabor del desprecio.

Se quedó escuchando un instante más los ruidos de la posada y se volvió hacia el bosque, donde sabía que una serpiente negra y verde lo miraba con ojos flamígeros. Tamurello rió ante la cruda lógica de la situación, abrió los brazos, agitó los dedos y voló en el claro de luna hacia su mansión flotante.

Cinco minutos después, Shimrod apareció en la carretera. Al igual que Tamurello, se detuvo un instante para escuchar. Al no oír nada excepto el bullicio de los parroquianos, entró en la posada.

2

Shimrod se dirigió al mostrador, y Hockshank se dispuso a atenderlo.

—De nuevo, Shimrod, mi posada está al completo. Pero sé que la bella Melancthe ha acudido de nuevo a la feria y ya ha comprado un delicioso ramillete que es la envidia de todos. Quizás acceda de nuevo a compartir su habitación con un querido y entrañable amigo.

—O incluso con un extraño, si ése fuera su antojo. Bien, veremos.

»Esta noche he venido preparado y no necesito la hospitalidad de Melancthe. Aun así, quién sabe qué nos depara la noche. En nombre de la galantería, debo al menos presentarle mis respetos y quizá compartir con ella una copa de vino.

—¿Has cenado? —preguntó Hockshank—. Esta noche la liebre está sabrosa, y mis gallinas son intachables. ¡Oye cómo sisean en el asador!

—Me has tentado —dijo Shimrod—. Probaré una gallina, junto con media hogaza crujiente.

Shimrod se sentó a la mesa de Melancthe.

—Hace sólo unos minutos Tamurello ocupaba esta misma silla y admiraba estas mismas flores —dijo ella—. ¿Es ésa la razón de tu presencia?

—Las flores, no. Tamurello, quizá. Murgen me ha enviado a investigar un temblor en el Poste de Twitten.

—El Poste de Twitten está en boga —comentó Melancthe—. Tamurello ha venido por el mismo temblor.

Shimrod echó una mirada al comedor.

—Su disfraz debe ser inusitado. No veo a nadie que pueda ser Tamurello, a menos que se trate de aquel joven con anillos de cobre y aretes de jade.

—Esta noche Tamurello es un austero noble, pero no está aquí. Vio a su compinche Visbhume y se lo llevó afuera. Ninguno de los dos ha regresado.

Shimrod se esforzó por mantener una voz tranquila.

—¿Cuánto hace de esto?

—Sólo unos minutos —Melancthe alzó una de las flores—. ¿No es una gloria? Tiembla con la esencia misma de su ser. Grita algo que ni siquiera puedo sospechar. ¡Mira el fulgor de estos colores! ¡El aroma es embriagador!

—Tal vez —respondió Shimrod, levantándose—. Ahora mismo vuelvo.

Shimrod salió de la posada y fue al camino. Miró a izquierda y derecha; no había nadie a la vista. Ladeó la cabeza para escuchar, pero sólo percibió el bullicio de la posada. Caminó en silencio hacia el Rincón de Twitten; miró al norte, al este, al sur y al oeste; los cuatro caminos se alejaban de la encrucijada, desiertos y pálidos bajo el claro de luna, bordeados por sombríos árboles.

Shimrod regresó a la posada. A un lado del camino, casi en la cuneta, vio un bulto de ropa. Shimrod se acercó despacio. Se arrodilló y descubrió un libro gris y alargado con una vara dorada en el lomo.

Shimrod acercó el libro a la luz que derramaban las ventanas de la posada y leyó el título. Se metió la mano en el bolsillo, extrajo una campanilla de plata y la tocó con la uña.

—Aquí estoy —dijo una voz.

—Estoy junto a la posada de Rincón de Twitten. Antes de mi llegada Visbhume entró en la posada. Si el poste tembló, él fue la causa. Tamurello se encontró con él y se lo llevó fuera. Temo que Visbhume haya muerto o desaparecido. Dejó sus ropas y el Almanaque de Twitten, que ahora tengo en mis manos.

—¿Y Tamurello?

Shimrod, alzando la mirada, descubrió la mansión de Tamurello perfilada contra la luna.

—Ha traído un castillo flotante; ahora lo distingo en el cielo.

—Iré allí, pero por la mañana. Entretanto, sé prudente. No hagas nada de lo que te pida Melancthe, por inocente que parezca. Tamurello es ahora implacable. Sufrió en Khambaste y ahora comprende que no ha obtenido nada. Está dispuesto a realizar cualquier acto, sea desesperado, irrevocable o meramente trágico. Ten cuidado.

Shimrod regresó a la posada. Melancthe, por alguna razón, se había marchado.

Shimrod cenó y pasó un rato observando las francachelas de la gente del bosque. Al fin salió, fue a un claro cercano y puso en el suelo una casa en miniatura semejante a la que Visbhume había llevado en el talego.

—¡Casa, crece! —dijo Shimrod.

Entró en el porche.

—¡Casa, arriba!

Unas patas retráctiles emergieron de las esquinas de la casa, y cada una terminaba en garras que aferraban una bola, de modo que la casa se elevaba a una prudente altura de veinte metros por encima del claro.

Transcurrió la noche y el alba llegó al Bosque de Tantrevalles. Cuando el sol se elevó sobre los árboles, Shimrod salió al porche.

—¡Casa, abajo! —exclamó Shimrod, y luego—: ¡Casa, disminuye!

La mansión de Tamurello flotaba en el cielo. Shimrod fue a la posada a desayunar.

Melancthe entró silenciosamente en la sala, recatada como una joven pastora de la Arcadia con su vestido blanco y sus sandalias. No prestó atención a Shimrod, y fue a sentarse en un rincón apartado, lo cual convenía al mago.

Melancthe perdió poco tiempo con el desayuno. Se marchó de la posada y se dirigió al prado, donde la feria ya estaba en pleno funcionamiento.

Shimrod la siguió y la alcanzó cuando ella entraba en el prado.

—¿Qué buscas hoy?

—He encargado un ramillete entero de flores —respondió Melancthe—. Me encantan. ¡Me desvivo por ellas!

Shimrod rió.

—¿No te resulta extraño que ejerzan tanta influencia sobre ti? ¿No temes caer bajo un conjuro?

Melancthe lo miró sobresaltada.

—¿Qué conjuro podría ser, salvo la fuerza de la simple belleza? ¡Son mi único deseo! ¡Sus colores me cantan, sus perfumes me provocan sueños!

—Sueños gratos, espero. Algunos de los olores son notablemente rancios.

Melancthe le dedicó una de sus escasas sonrisas.

—Los sueños son diversos. Algunos resultan sorprendentes. Sospecho que algunos exceden los límites de tu imaginación.

—¡Sin duda! Mi alma mísera y mezquina me niega tales éxtasis —Shimrod miró a su alrededor—. ¿Dónde está el mercader de sueños?

Melancthe señaló.

—¡Allá! Veo a Yossip, pero ¿dónde están mis adorables flores? Sin duda las ha guardado para mí.

Melancthe corrió al puesto.

—Yossip, buenos días. ¿Dónde está mi ramillete?

Yossip meneó la cabeza compungido.

—Señora, en este caso la verdad es más simple, más elemental y más convincente que cualquier mentira. Te diré toda la verdad. Esta mañana, cuando fui a cortar las flores, me encontré con un triste espectáculo. Cada planta se había marchitado y muerto como si la hubiera asolado el añublo. ¡No hay más plantas! ¡No hay más flores!

Melancthe se quedó rígida.

—¿Cómo es posible? —susurró—. ¿Siempre ha de ser así? ¿Cada vez que encuentro algo dulce y apetecible me lo arrebatan? Yossip, ¿cómo puedes ser tan cruel? ¡He soñado con esas flores toda la noche!

Yossip se encogió de hombros.

—Te aseguro que no es culpa mía, señora, y por tanto no estoy obligado a devolverte las monedas que me pagaste.

—Yossip —dijo Shimrod—, permíteme citar el primer principio de la ética comercial. Si no das nada de valor, no debes esperar que te paguen, al margen de cualquier otra consideración. Hablo sólo como espectador neutral.

—¡No puedo ceder tanto oro! —exclamó Yossip—. Mis plantas han sido destruidas; merezco piedad, no nuevos infortunios. ¡Que la dama escoja otro de mis tesoros! ¡No retendré nada! He aquí una magnífica oportunidad: un guijarro negro recogido del fondo del río Estigia. Y observa esta conmovedora escena de un niño que acaricia a la madre, hecha con mosaico de verónica y goma. Tengo una buena selección de amuletos de gran poder, y este mágico peine de bronce fortalece el cabello, protege de las infecciones y cura la sarna. ¡Son todos artículos de gran valor!

—No quiero ninguno de ellos —dijo Melancthe de mal talante—. Aun así… déjame ver esa gema verde.

Yossip silbó entre dientes, y de mala gana acercó la caja donde se exhibía la perla verde.

—No estoy seguro de querer separarme de ese objeto exquisito.

—¡Tú mismo declaraste que no retendrías nada! ¡Estos caballeros son testigos de tu promesa! —Melancthe señaló a Shimrod y a otros dos que se habían detenido a presenciar el altercado.

—De nuevo, como espectador neutral, debo corroborar la declaración de Melancthe —dijo Shimrod con voz abstraída. Estaba buscando un recuerdo que por el momento se le escapaba. En alguna parte había recibido noticias de una perla verde, pero no recordaba dónde. La perla verde, por lo que recordaba, había sido una especie de talismán maligno.

—¡También yo! —declaró un joven y vivaz campesino con el cabello rubio ceñido por una oscura gorra verde de leñador—. No sé absolutamente nada del asunto, pero brindo el testimonio de mis buenos oídos.

—¡Muy bien! —exclamó triunfalmente Melancthe—. ¡Acerca la caja para que pueda examinar la perla!

Yossip acercó la caja a regañadientes y la sostuvo un instante, de tal modo que Melancthe apenas pudo tener un atisbo de la perla.

—Esta gema vale diez veces el oro que me diste —declaró Yossip con voz rencorosa—. No te saldrá tan barata.

Melancthe se inclinó para ver mejor el interior de la caja.

—¡Es extraordinaria! —jadeó, olvidando las flores. Estiró el brazo para coger la gema, pero Yossip retiró la caja—. ¡Vamos! ¿Es ésa conducta propia de un vendedor? ¿Presentar la mercancía a desgana y luego arrebatarla como si el cliente fuera un ladrón? ¿Dónde está tu amo Zuck? ¡No le gustaría esta conducta!

Yossip torció el gesto, confundido.

—No te preocupes por Zuck. El me ha dado plenos poderes.

—Entonces, muestra la perla, o llamaré a la autoridad y estos caballeros serán mis testigos.

—¡Bah! —gruñó Yossip—. Tal amenaza está sólo a un paso del robo. ¿Puedes culparme por no confiarte la gema?

—¡La gema o mis monedas de oro!

—¡La gema vale mucho más! ¡Antes convengamos en eso!

—Tal vez un poco más.

Yossip, a regañadientes, le entregó la caja. Melancthe miró la gema, cautivada.

—¡El color me envuelve con su intensidad! ¿Cuánto pides?

Yossip aún no había recobrado la compostura.

—A decir verdad, aún no he determinado su valor. ¡Esta joya bien podría ser digna de la corona del rey de Arabia!

Melancthe se volvió hacia Shimrod con expresión astuta.

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