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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (43 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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Después de que hubimos engalanado el altar, busqué las flores más raras y deleitables; frágiles copas de perla teñidas por el vino, de azul lunar y blancas con zonas de labios púrpura; y las entrelacé, entre besos y risas, en el negro laberinto del pelo de Belthoris, diciendo que otro templo que no era el del tiempo debía recibir su debida ofrenda.

Tiernamente, con la lentitud del amante, me entretuve en el trenzado; y, antes de que hubiese terminado, aleteó hasta el suelo, junto a nosotros, una gran luciérnaga de manchas carmesíes, cuya ala, de alguna manera, se había roto durante su viaje a través del jardín.

Y Belthoris, siempre de corazón tierno y dispuesta a la pena, se apartó de mí y tomó la luciérnaga entre las manos; y algunos de los brillantes capullos cayeron de su pelo sin que les hiciese caso.

En sus ojos azul marino, las lágrimas parecían a punto de brotar; y, viendo que la luciérnaga estaba gravemente herida y no volvería a volar, se negaba a ser consolada; y ya no respondía a mi apasionado cortejo. Yo, que sentía algo menos lástima que ella por la polilla, estaba algo irritado; y, entre la tristeza de ella y mi irritación, creció entre nosotros una ruptura, pequeña y temporal...

Entonces, antes de que el amor hubiese curado el malentendido; entonces, mientras estábamos de pie ante el temible altar del tiempo con las manos separadas, con los ojos apartados el uno del otro, pareció que un velo de oscuridad descendía sobre el jardín. Escuché el crujido y el deshacerse de mundos destrozados, y una negra corriente de cosas arruinadas pasó junto a mí en la oscuridad. Las hojas marchitas del invierno fueron arrastradas por el viento en torno a mí, y se derramaban lágrimas o lluvia... Entonces regresaron los soles primaverales, colocados en lo alto en su cruel esplendor; y con ellos vino el conocimiento de todo lo que había sucedido, de la muerte de Belthoris, de mi pena y de la locura que me había llevado a utilizar brujería prohibida.

Era ahora vana, como todas las demás horas, la hora recuperada; y doblemente irredimible era ahora mi pérdida. Mi sangre caía a chorros sobre el altar desacralizado, mi debilidad se volvió de muerte, y vi, a través de una niebla embarrada, el rostro de Atmox junto a mí: y su cara era como la de algún demonio compasivo.

13 de marzo. Yo, John Milwarp, escribo esta fecha y mi nombre con alguna duda extraña. Mi experiencia visionaria con la droga souvara terminó con el derramamiento de mi sangre sobre el altar decorado con símbolos, y con aquel vistazo del rostro de Atmox, distorsionado por el miedo.

Todo esto sucedió en otro mundo, en una vida separada del presente por incontables nacimientos y muertes; y, sin embargo, parece que no he regresado por completo de ese pasado dos veces antiguo. Los recuerdos, fragmentarios pero extrañamente vívidos y vivientes, se me amontonan procedentes de la existencia de la cual mi visión fue un fragmento; y partes de la sabiduría de Hestan, y migajas de su historia, y palabras de su lenguaje perdido, aparecen sin ser llamadas en mi pensamiento.

Sobre todo, mi corazón sigue nublado por la pena de Calaspa. Su desesperada nigromancia, que a otros no les parecía más que un sueño dentro de un sueño, se ha marcado al rojo en la página en blanco de mis recuerdos.

Sé lo terrible que es el dios contra el que ha blasfemado; y la repugnancia de la adoración al demonio en que ha incurrido, y la sensación de culpa y desesperación bajo la que se desplomaba.

Esto es lo que durante toda mi vida me he esforzado por recordar, esto es lo que estaba condenado a volver a experimentar.

Y temo, con un gran temor, lo que un segundo experimento con la droga va a revelarme.

Nota del editor: La siguiente entrada del diario de Milwarp comienza con una extraña fecha en inglés: “Segundo día de la luna de Occalat, en el año mil y nueve del Eón rojo”.

Esta fecha quizá esté repetida en el lenguaje de Hestan, porque, directamente debajo, hay una línea de caracteres desconocidos separada. Varias líneas del escrito que sigue están en la lengua extraterrestre; y, entonces, como mediante una inversión consciente, Milwarp continúa el diario en inglés. No hay referencia a un segundo experimento con souvara, pero, aparentemente, dicho experimento había sido realizado con un continuado revivir de los recuerdos perdidos.

... ¿Qué genio de las más remotas profundidades me tentó para hacer esta cosa y pasar por alto sus consecuencias? Verdaderamente, cuando llamé para mí y Belthoris una hora del otoño pasado, con todo lo que sucedió en ella, ese pasado interino fue, de igual manera, evocado y repetido para todo el mundo de Hestan, y los cuatro soles de Hestan. Desde la justa mitad de la primavera, todos los hombres han retrocedido hasta el otoño, conservando tan sólo los recuerdos anteriores a la hora así evocada, y sin conocer los sucesos futuros a la hora.

Pero, volviendo al presente, recordaron con sorpresa la antinatural magia; y el miedo y la sorpresa se cernieron sobre ellos, y nadie podía interpretar su sentido.

Durante un breve período, los muertos habían vuelto a la vida: las hojas marchitas habían vuelto a la rama; los cuerpos celestiales habían ocupado lugares largo tiempo abandonados; la flora había vuelto a la semilla, la planta a la raíz. Entonces, con un desorden eterno sembrado entre todos los ciclos, el tiempo había recuperado su curso interrumpido.

Ningún movimiento de un cuerpo cósmico, ningún año ni ningún instante del futuro, fueron exactamente como deberían haber sido. El error y a discrepancia que yo había sembrado darían su fruto de innumerables maneras. Los soles se encontrarían equivocados; los mundos y los átomos se moverían un poco al margen de sus cursos predestinados.

Fue de esos asuntos de los que Atmox me habló, advirtiéndome, una vez que hubo vendado mi herida que sangraba. Porque él también, en esa hora recuperada, había retrocedido y vivido a través de un acontecimiento pasado.

Para él, la hora era una en que había descendido a los sótanos más profundos de su casa. Allí, de pie en un círculo de muchos pentágonos, había quemado un incienso blasfemo y, pronunciando fórmulas malditas, había llamado a un espíritu maligno desde las profundidades de Hestan y le había preguntado en relación al futuro.

Pero el espíritu, negro y voluminoso como los vapores del abismo, se había negado a contestar directamente y había atacado furiosamente con sus miembros acabados en garras, los confines del círculo. Tan sólo dijo:

—Vos me invocáis bajo vuestra propia responsabilidad. Poderosos son los hechizos que vos habéis empleado, y fuerte es el círculo para contenerme, y me encuentro frenado por el tiempo y el espacio para desencadenar mi cólera contra ti. Pero, miserable de ti, si de nuevo me invocas, aunque sea en la misma hora del mismo otoño. Porque en esa invocación quedarán rotas las leyes del tiempo, y una ruptura se producirá en el espacio; y, a través de esa ruptura, aunque con algunos retrasos y rodeos, todavía habré de alcanzarte.

Sin decir más, se revolvía inquieto por el círculo; y sus ojos ardían sobre Atmox como ascuas de un brasero alto, tiznado de hollín; y siempre su boca con colmillos estaba aplastada contra el aire protegido por hechizos. Y, al final, sólo pudo obligarle a marcharse mediante una doble repetición de la fórmula del exorcismo.

Y, mientras me contaba esta historia en el jardín, Atmox temblaba; sus ojos registraban las estrechas sombras proyectadas por los altos soles; y parecía estar escuchando el sonido de alguna cosa malvada que cavaba bajo la tierra en dirección a él, trabajando errante en los sellados corredores de la noche.

Cuarto día de la luna de Occalat. Perseguido por terrores más allá de los de Atmox, me mantengo apartado en mi mansión en medio de Kalood.

Aún estaba débil a causa de la pérdida de sangre que había entregado a Xexanoth; mis sentidos estaban llenos de extrañas sombras; mis servidores, moviéndose a mi alrededor, eran como fantasmas, y apenas hice caso del pálido miedo en sus miradas o de las cosas terribles que susurraban... La locura y el caos, me decían, estaban sueltos en Kalood; la divinidad Aforgomon estaba encolerizada. Todos los hombres creían que una terrible condena era inminente en razón de la antinatural confusión que había surgido entre las horas del tiempo.

Esta tarde, me trajeron la noticia de la muerte de Atmox. Con tonos apagados, me contaron que sus neófitos habían escuchado sonidos como de una tormenta desencadenada procedente de su cuarto, donde estaba sentado solo con sus volúmenes y sus instrumentos variados de magia.

Por encima de los rugidos, se habían escuchado brevemente gritos humanos, junto al sonido de incensarios y braseros volcados, un ruido como de mesas llenas de libros volcándose.

La sangre asomó por debajo de la puerta cerrada de la habitación y, goteando, adoptó durante un instante la forma de los terribles caracteres que deletrean un nombre que no debe ser pronunciado en voz alta.

Después de que los ruidos hubiesen cesado, los neófitos esperaron un largo rato antes de atreverse a abrir la puerta. Entrando por fin, vieron que el techo y las paredes estaban profundamente salpicados de sangre, y trizas de la túnica del mago estaban mezcladas por todas partes con hojas desgarradas de sus libros de magia, y los restos y briznas de su carne estaban sembrados entre los muebles rotos, y su cerebro, estampado horriblemente contra el techo alto.

Escuchando esta historia, supe que los demonios de la Tierra temidos por Atmox le habían encontrado de alguna manera y habían desencadenado su cólera sobre él, en maneras que no podían adivinarse. Le habían alcanzado por la brecha producida en el tiempo y en el espacio por una hora que se había repetido mediante la nigromancia.

Y, debido a esa brecha ilegal, el poder del mago y su sabiduría habían fracasado por completo a la hora de defenderle del demonio...

Quinto día de la luna de Occalat. Atmox, estoy seguro, no me traicionó; porque, haciéndolo, habría denunciado su propia complicidad implícita en el crimen... Sin embargo, esta tarde vinieron a mi casa sacerdotes al ponerse el sol que está más al Oeste; silenciosos, severos, con la vista apartada como de una corrupción abominable. A mí, su compañero, me indicaron con gestos de asco que les acompañase...

Así me apartaron de mi casa, a través de las avenidas de Kalood, hacia los soles que se ponían. Las calles estaban vacías de otros viandantes, y parecía que ningún hombre quisiese conocer o contemplar al blasfemo...

Bajando por la avenida de los pilares con forma de gnomon, fui conducido a los pórticos del templo de Aforgomon: esos portales de apertura temible, edificados según la semblanza de la boca devoradora de alguna quimera...

Sexto día de la luna de Occalat. Me empujaron al calabozo de debajo del templo, oscuro, apestoso y sin sonido, de no ser por la enloquecedora cadencia mesurada del goteo del agua junto a mí. Allí yací, y no supe cuándo pasó la noche y llegó la mañana. La luz era admitida únicamente cuando mis captores abrían las puertas de hierro, al venir a conducirme ante el tribunal.

... Así me condenaron los sacerdotes, hablando con una sola voz en cuyo terrible volumen estaban mezclados los tonos de todos ellos de una manera imposible de distinguir. Entonces, el anciano sacerdote Helpenor llamó en voz alta a Aforgomon, ofreciéndose a sí mismo como portavoz del dios, y pidiendo a éste que pronunciase a través suyo la sentencia para enormidades como aquellas de las que yo había sido juzgado culpable por mis compañeros.

Instantáneamente, el dios pareció descender sobre Helpenor: y la figura del sumo sacerdote pareció crecer de una manera prodigiosa bajo sus embozos; y los acentos que partían de su boca eran como los truenos del cielo superior.

—Oh Calaspa, tú has sembrado el desorden entre todas las horas y los evos futuros mediante esta maligna nigromancia. Y así, lo que es más, has asegurado tu propia condena: encadenado estás para siempre a esta hora que de esta manera ilegal ha sido repetida, apartada de su lugar asignado en el tiempo. De acuerdo con las normas jerárquicas, recibirás la muerte de las cadenas ardientes; pero no pases por alto que esta muerte es otra cosa más que un símbolo de tu verdadero castigo. A partir de aquí, pasarás por otras vidas en Hestan, y ascenderás hasta la mitad, en los ciclos del mundo sucesor de Hestan en el tiempo y en el espacio. Pero, a través de todas tus encarnaciones, el caos que has sembrado te acompañará, aumentando como una brecha. Y siempre, durante todas tus vidas, la brecha te impedirá reunirte con el alma de Belthoris; y siempre, aunque sólo por una hora, perderás el amor que de otra manera habrías recuperado a menudo. Por fin, cuando la brecha haya aumentado mucho, tu alma no avanzará más en los ciclos posteriores de la encarnación. En ese momento, te será concedido recordar con claridad tu antiguo pecado; y, al recordarlo, perecerás en el tiempo saliendo de él. Sobre el cuerpo de esa encarnación tardía, se encontrarán las quemaduras con forma de cadena, como la señal final de tu castigo. Pero los que te conocieron te olvidarán pronto, y pertenecerás por completo a los ciclos limitados para ti por tu pecado.

29 de marzo. Escribo esta fecha con desesperación infinita, intentando convencerme a mí mismo de que hay un John Milwarp que habita en la Tierra durante el siglo veinte.

Durante dos días seguidos, no he tomado la droga souvara, y, sin embargo, he regresado dos veces al calabozo debajo del templo de Aforgomon en el que el sacerdote Calaspa espera su condena. Dos veces he estado sumergido en la oscuridad estancada, escuchando el lento goteo del agua junto a mí, como una clepsidra que midiese las negras épocas de los condenados.

Incluso mientras escribo esto sobre la mesa de mi biblioteca, parece que una antigua medianoche se cerniese sobre mi lámpara. Las estanterías con libros se convierten en paredes supurantes de nocturna piedra. Ya no hay una mesa... ni alguien que escribe..., y respiro la apestosa oscuridad de un calabozo que yace insondable para sol alguno, en un mundo perdido.

Decimoctavo día de la luna de Occalat. Hoy me han sacado por última vez de mi prisión. Junto a otros tres, Helpenor vino y me condujo al adito del dios. Nos adentramos en las lejanas profundidades del templo exterior, a través de espaciosas criptas desconocidas para los adoradores comunes. No se pronunció palabra alguna, ni se intercambiaron miradas entre los otros y yo; parecía como si ya me considerasen alguien que había sido expulsado del tiempo y reclamado por la nada.

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