Read Los mundos perdidos Online

Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (45 page)

BOOK: Los mundos perdidos
4.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Es el misterio infernal de la cosa —declaró—; sencillamente, tengo que resolverlo, de una manera o de otra. El lugar tiene una entidad propia..., una personalidad en residencia. Está allí, como el alma en un cuerpo humano. Pero no puedo concretarla o tocarla. Sabes que no soy supersticioso..., pero, por otra parte, tampoco soy un materialista fanático; y en mis tiempos me he encontrado con algunos fenómenos extraños. Ese prado quizá esté habitado por lo que los antiguos llamaban un genius loci. Más de una vez, antes de esto, he sospechado que tales cosas podían existir..., podían residir, ser inherentes, a un determinado lugar.

Pero ésta es la primera vez que he tenido razones para sospechar algo de una naturaleza maligna o enemiga. Las otras influencias, cuya presencia he sentido, eran benignas de una manera grande, vaga e impersonal..., o eran, por el contrario, completamente indiferentes al bienestar humano..., quizá ignorantes de la existencia humana. Esta cosa, sin embargo, es consciente con odio y vigilante; siento que el propio prado... o la fuerza encarnada en el prado... está escrutándome todo el rato. El lugar tiene el aspecto de un vampiro sediento, esperando para beberme de alguna manera, si puede. Es un cul-de-sac de todo lo que es malo, en el que un alma descuidada bien podría verse atrapada y absorbida. Pero te digo, Murray, que no puedo apartarme.

—Parece como si el sitio te estuviese atrapando —dije, completamente estupefacto ante su extraordinaria declaración, y ante la expresión de temerosa y mórbida convicción con que la emitió.

Aparentemente, no me había escuchado, porque no dio réplica alguna a mi comentario.

—Hay otro ángulo —continuó, con una intensidad febril en la voz—; recuerdas mi impresión, en mi primera visita, de que al fondo había un viejo oculto vigilándome. Bien, pues le he visto muchas veces en la esquina del ojo, y, durante los dos últimos días, se me ha aparecido más directamente, aunque de una manera rara y parcial. A veces, cuando estoy muy concentrado estudiando el sauce muerto, veo su cara, con su gesto de mal humor y su barba sucia, en el tronco. Entonces, la veo de nuevo flotando entre las ramas sin hojas, como si se hubiese quedado atrapada ahí. A veces, una mano nudosa, una gastada manga de chaqueta, emergen por el manto de algas del estanque, como si un cuerpo sumergido estuviese saliendo a la superficie. Entonces, un momento más tarde... o simultáneamente..., habrá algo de él en los alisos, o en las espadañas. Estas apariciones son siempre breves, y, cuando intento escrutarlas de cerca, se deshacen como películas de vapor en el paisaje circundante. Pero el viejo sinvergüenza, quien o lo que quiera que sea, es una especie de elemento fijo. Él no es menos vil que todo lo demás del lugar..., aunque creo que no es el principal elemento de la maldad.

—¡Buen Dios! —exclamé—; ciertamente, tú has estado viendo visiones de cosas. Si no te importa, bajaré mañana por la tarde y estaré contigo un rato. El misterio comienza a interesarme.

—Por supuesto que no me importa. Hazlo —sus modales, de repente, habían recuperado su antinatural silencio de los cuatro días anteriores por ninguna razón palpable. Me lanzó una mirada furtiva que era arisca y casi hostil. Era como si una oscura barrera, que temporalmente había bajado, hubiese vuelto a levantarse.

La sombra de su extraño mal humor había vuelto a él de una manera visible; y mis esfuerzos para continuar con la conversación fueron recompensados tan sólo con monosílabos, medio ariscos, medio ausentes. Sintiendo que se despertaba mi preocupación, más que sentirme ofendido, noté, por primera vez, la desacostumbrada palidez de su cara y el brillo, febril y lustroso, de sus ojos. Parecía vagamente enfermo, pensé, como si algo de su exuberante vitalidad hubiese desaparecido, dejando en su lugar una energía ajena de naturaleza sospechosa y menos sana.

Tácitamente, abandoné todos mis esfuerzos para hacerle regresar de ese crepúsculo secreto al que se había retirado. Durante el resto de la velada, fingí leer una novela mientras Amberville mantenía su singular abstracción.

De una manera algo imprecisa, le di vueltas a la cuestión hasta la hora de acostarme. Decidí, sin embargo, que visitaría el prado de Chapman.

No creía en lo sobrenatural, pero parecía evidente que ese lugar estaba ejerciendo una influencia malsana sobre Amberville.

A la mañana siguiente, cuando desperté, mi sirviente chino me informó que el pintor ya había desayunado y se había marchado con su paleta y sus colores. Esta nueva prueba de su obsesión me preocupó, pero me apliqué rigurosamente a una mañana de escritura.

Inmediatamente después del desayuno, conduje bajando por la autopista, seguí la carretera sin asfaltar que se separa en dirección a Bear River, y abandoné mi coche en los densos pinares de la colina que está sobre el viejo rancho de los Chapman. Aunque nunca había visitado el prado, tenía una idea bastante clara de su localización. Sin hacer caso del camino, medio borrado y lleno de hierba, que recorre la parte superior de la propiedad, me dirigí por entre los bosques al pequeño valle cerrado, viendo una vez más, en el lado opuesto, el jardín agonizante de perales y manzanos y la chabola destartalada que había pertenecido a los Chapman.

Era un cálido día de octubre, y la serena soledad del bosque y la suavidad otoñal de la luz y del aire hacían que la idea de algo maligno o siniestro pareciese imposible. Cuando llegué al fondo del prado, estaba preparado para reírme de las ideas de Amberville; y el lugar, a primera vista, sólo me causó la impresión de ser bastante triste y lúgubre. Los rasgos de la escena eran los que él había descrito tan claramente, pero no podía encontrar la maldad abierta que se burlaba desde el estanque, el sauce, los alisos y las espadañas en sus dibujos.

Amberville, dándome la espalda, estaba sentado sobre su silla plegable delante de su paleta, que había colocado sobre el césped verde oscuro en el suelo despejado ante el estanque. Sin embargo, no parecía estar trabajando, sino que estaba mirando fijamente la escena frente a él, mientras que el pincel cargado de pintura descansaba inútil dejado caer entre sus dedos.

Las espadañas apagaban el ruido de las pisadas; y ni siquiera me escuchó mientras me acercaba.

Con mucha curiosidad, miré por encima de su hombro al gran lienzo en el que había estado ocupado. Hasta el punto que yo podía decir, el cuadro ya había sido llevado a un grado de perfección técnica consumada. Era una representación, casi fotográfica, del agua sucia, el esqueleto blancuzco del sauce inclinado y el montón de espadañas inclinadas. Pero en éste descubrí el espíritu macabro y demoníaco de los bocetos; la escena del prado parecía vigilar y esperar, como una cara malvadamente distorsionada. Era una catarata de maldad y desesperación, descansando apartada del mundo otoñal a su alrededor; un lugar de la naturaleza enfermo de la plaga, para siempre maldito y aislado.

De nuevo, miré el propio paisaje... y vi que el lugar era realmente tal y como Amberville lo había representado. ¡Tenía la expresión de un vampiro loco, alerta y odioso! Al mismo tiempo, fui desagradablemente consciente del silencio antinatural. No había ni pájaros ni insectos, como el pintor había dicho, y parecía que tan sólo vientos gastados y agonizantes podían penetrar hasta el fondo de aquel valle. El delgado arroyo que se había perdido en el suelo pantanoso era como un alma que bajase hacia su perdición.

También era parte del misterio; porque no podía recordar ningún arroyo en la parte inferior de la colina que le rodeaba que indicase una salida subterránea.

La concentración de Amberville, y la propia postura de su cabeza y sus hombros, eran como los de un hombre que ha sido hipnotizado. Estaba a punto de hacerle notar mi presencia; pero, en ese instante, vino a mí la idea de que no estábamos solos en el valle. Justo más allá del enfoque de mi vista, una figura parecía estar de pie con una actitud furtiva, como vigilándonos a los dos. Giré... y no había nadie. Entonces, escuché un grito sorprendido de Amberville, y me volví para encontrarle mirándome fijamente. Sus facciones mostraban una expresión de extremo terror y sorpresa, que no habían borrado del todo su absorción hipnótica.

—¡Dios mío! —Dijo—. Pensé que eras el viejo.

No puedo estar seguro de si algo más fue dicho por alguno de los dos. Sin embargo, guardo la impresión de un silencio en blanco.

Después de su única exclamación de sorpresa, Amberville pareció retirarse a una abstracción impenetrable, como si ya no fuese consciente de mi presencia; como si, habiéndome identificado, se hubiese olvidado de mí inmediatamente. Por mi parte, sentí una coacción rara y abrumadora. Esa extraña e infame escena me deprimía más allá de toda medida. Parecía que el fondo embarrado me estuviese intentando hundir de una manera intangible. Las hojas de los alisos enfermos me llamaban. El estanque, sobre el que presidía el sauce huesudo como una muerte arbórea, me cortejaba repugnantemente con sus aguas estancadas.

Lo que es más, aparte de la atmósfera ominosa de la escena misma, era dolorosamente consciente de un nuevo cambio en Amberville..., un cambio que era una auténtica locura. Su estado de ánimo, lo que quiera que fuese, se había reforzado en él de una manera enorme: se había retirado más profundamente en el crepúsculo y había perdido la personalidad alegre y vitalista que una vez yo había conocido. Era como si una locura incipiente se hubiese apoderado de él; y la posibilidad me aterrorizaba.

De una manera lenta, como de sonámbulo, sin mirarme por segunda vez, comenzó a trabajar en su cuadro: le miré durante un rato, sin saber qué hacer ni que decir. Durante largos intervalos, se detenía y miraba con concentración soñadora algún rasgo del paisaje. Concebí la rara idea de una creciente unión, un misterioso rapport entre Amberville y el prado. De una manera intangible, parecía como si el lugar le hubiese quitado algo de su propia alma..., y le hubiese dado algo de sí mismo a cambio.

Tenía el aire de alguien que comparte un secreto blasfemo; de quien se ha convertido en un acólito de un conocimiento inhumano.

En un relámpago de horrible claridad, vi el lugar como un auténtico vampiro, y a Amberville, como su víctima voluntaria.

Cuánto tiempo me quedé ahí, no podría decirlo. Finalmente, me acerqué hasta él y le agité fuertemente por el hombro.

—Estás trabajando demasiado —le dije—; sigue mi consejo, y descansa un par de días.

—¡Vete al Infierno! —gruñó—. ¿No puedes ver que estoy ocupado?

Le dejé entonces, porque no parecía posible hacer otra cosa, considerando las circunstancias. La naturaleza, loca y espectral, de todo el asunto era suficiente como para hacerme dudar de mi propia cordura.

Mis impresiones del prado, y de Amberville, estaban manchadas por un horror insidioso como nunca antes en mi vida había sentido estando despierto y en un estado normal de conciencia.

Al fondo de la cuesta de los pinos amarillos, di la vuelta con asqueada curiosidad para una mirada de despedida. El pintor no se había movido, todavía estaba frente a la escena maligna como un pájaro hechizado que hace frente a una serpiente letal. Nunca he estado seguro de si la impresión fue una imagen óptica doble, pero, en aquel instante, una débil aureola blasfema, que no era ni luz ni niebla, fluía y temblaba en torno al prado, cubriendo las siluetas de los alisos, las espadañas y el estanque. Cautelosamente, parecía estirarse, intentando alcanzar a Amberville con brazos fantasmales. Toda la imagen era extremadamente tenue, y puede haber sido una ilusión; pero me empujó temblando al refugio de los altos y benignos pinos.

El resto de aquella mañana y la tarde que siguió estuvieron manchados por el horror sombrío que había encontrado en el prado de Chapman.

Creo que pasé la mayor parte de ese tiempo discutiendo vanamente conmigo mismo e intentando convencer a la parte racional de mi mente de que lo que había visto y sentido era por completo increíble.

No podía alcanzar ninguna otra conclusión: la salud mental de Amberville estaba en peligro a causa de esa cosa maldita.

La personalidad maligna del lugar; el terror impalpable, el misterio y la atracción eran como redes que habían sido tejidas en mi cerebro, y que no podía disipar mediante esfuerzo consciente alguno.

Sin embargo, tomé dos decisiones: la primera fue que debía escribir inmediatamente a la prometida de Amberville, Miss Avis Olcott, e invitarla a que me visitase como huésped acompañante del artista durante el resto de su estancia en Bowman. Su influencia, pensé, ayudaría a contrarrestar lo que quiera que fuese que le estaba afectando de una manera tan perniciosa. Dado que la conocía bastante bien, la invitación no parecería algo fuera de lugar. Decidí no decir nada a Amberville sobre esto, con la esperanza de que el elemento sorpresa resultase especialmente beneficioso.

Mi segunda decisión fue que yo mismo no visitaría el prado por segunda vez, si podía evitarlo. Indirectamente..., porque conocía la necesidad que supone intentar combatir una obsesión mental abiertamente..., intentar apagar el interés del pintor hacia ese lugar, y entretener su atención con otros temas. Además, podían planearse excursiones y entretenimientos, al coste menor de retrasar mi propio trabajo.

El ahumado crepúsculo otoñal me sorprendió sumido en meditaciones semejantes a éstas; pero Amberville no regresó. Empezaron a atormentarme horribles premoniciones, sin forma ni nombre, mientras le esperaba. La noche se oscureció y la cena se enfrió sobre la mesa. Por fin, alrededor de las nueve, cuando estaba armándome de valor para salir a buscarle, llegó apresuradamente. Estaba pálido, desgreñado, sin aliento; sus ojos tenían un brillo dolido, como si algo le hubiese asustado más allá de lo que podía soportar.

No se disculpó por su retraso; tampoco se refirió a mi propia visita al fondo del prado. Aparentemente, se había olvidado de todo el episodio..., se había olvidado de su grosería conmigo.

—¡He terminado! —gritó—. Nunca volveré..., no volveré a arriesgarme. Ese lugar es más infernal durante la noche que durante el día. No puedo decirte lo que he visto y sentido..., debo olvidarlo, si puedo. Hay una emanación..., algo que sale abiertamente a la ausencia del sol, pero que está latente durante el día. Me atrajo, me tentó para quedarme esta noche..., y casi me atrapó. ¡Dios! No creía que cosas semejantes fuesen posibles. Ese horrible compuesto de... —se interrumpió y no terminó la frase. Sus ojos se dilataron, como ante el recuerdo de algo demasiado terrible como para ser descrito. En ese momento, recordé los ojos del viejo Chapman, venenosamente perseguidos, a quien había visto a veces cerca de mí en la aldea. Él no me había interesado especialmente, ya que le consideraba un tipo común de personaje rural, con una tendencia a alguna oscura y desagradable aberración.

BOOK: Los mundos perdidos
4.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

New Title 1 by Wilson, F. Paul
Drowning in Deception by Jemhart, Willa
El fin de la eternidad by Isaac Asimov
Amish Sweethearts by Leslie Gould
Bunker 01 - Slipknot by Linda Greenlaw
The Nature of My Inheritance by Bradford Morrow
Niceville by Carsten Stroud


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024