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Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (45 page)

BOOK: Las benévolas
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Un coche de la Wehrmacht me volvió a llevar al Sonderkommando. Allí seguían Weseloh y Reinholz en plena conversación. Reinholz alegaba argumentos en favor de un origen turco de los
Bergjuden.
Se interrumpió al verme: «Ah, Herr Hauptsturmführer, nos estábamos preguntando qué hacía. He mandado que les preparen un alojamiento. Es demasiado tarde para que se vuelvan ahora».. —«De todas formas -dijo Weseloh-, debería quedarme aquí unos días para seguir con mis investigaciones».. —«Me vuelvo esta noche a Piatigorsk -dije con voz átona-. Tengo cosas que hacer. Por aquí no hay partisanos y puedo viajar de noche». Reinholz se encogió de hombros: «Va contra las instrucciones del grupo, Herr Hauptsturmführer, pero haga lo que quiera».. —«Es sus manos dejo a la doctora Weseloh. Hable conmigo si necesita lo que sea». Weseloh, con las piernas cruzadas encima de la silla de madera, parecía completamente a gusto y encantada de su aventura; le daba igual que me fuera. «Gracias por la ayuda, Hauptsturmführer -dijo-. Por cierto, ¿podré ver a ese doctor Voss?» Yo estaba ya en el umbral de la puerta, con la chapka en la mano. «No». No esperé a ver su reacción y salí. A mi chófer no parecía hacerle demasiada gracia la idea de viajar de noche, pero no insistió cuando le repetí la orden con tono casi cortante. El viaje fue largo: el chófer, Lemper, conducía muy despacio por temor a las placas de hielo. Más allá del estrecho haz de luz de los faros, medio velados por culpa de los aviones, no se veía nada; de vez en cuando, surgía de la oscuridad ante nosotros un puesto de control militar. Yo iba manoseando distraídamente el
kinyal
que me había regalado Shabaev, fumaba cigarrillo tras cigarrillo y miraba, sin pensar en nada, la noche ancha y vacía.

La investigación ratificó lo que habían contado los aldeanos acerca de la muerte del doctor Voss. En la casa en donde había ocurrido el drama, encontraron su libreta, manchada de sangre y llena de consonantes kabardinas y de notas de gramática. La madre de la joven, histérica, juraba que no había vuelto a ver a su marido desde el incidente; según los vecinos, era probable que se hubiera ido a las montañas con el arma del crimen, un mal fusil de caza, a hacerse
abrek,
como dicen en el Cáucaso, o a unirse a una banda de partisanos. Pocos días después, una delegación de ancianos del pueblo fue a ver al general Von Mackensen: le presentaron solemnes disculpas en nombre del
aul,
volvieron a asegurarle la profunda amistad que sentían por el ejército alemán y dejaron un montón de alfombras, de pieles de cordero y de joyas, que regalaban a la familia del muerto. Juraron que ellos mismos encontrarían al asesino y que lo matarían o lo entregarían; los pocos hombres útiles que quedaban en el
aul,
por lo que aseguraron, se habían ido a rastrear las montañas. Temían que hubiera represalias: Von Mackensen los tranquilizó y les prometió que no habría ningún castigo colectivo. Yo sabía que Shadov había hablado del asunto con Kóstring. El ejército mandó quemar la casa del culpable, promulgó un nuevo orden del día en que se reiteraban las prohibiciones de confraternizar con las mujeres de la montaña y archivó el caso a toda prisa.

La comisión de la Wehrmacht estaba acabando su estudio acerca de los
Bergjuden
y Kóstring deseaba celebrar una conferencia al respecto en Nalchik. Era tanto más urgente cuanto que el Consejo Nacional kabardino-balkario se estaba constituyendo y el OKHG quería zanjar el asunto antes de la creación del distrito autónomo prevista para el 18 de diciembre, coincidiendo con el Kurban Baíram. Weseloh había concluido su trabajo y estaba redactando el informe; Bierkamp nos convocó en Voroshilovsk para examinar nuestra postura. Tras unos cuantos días relativamente templados, en que había vuelto a nevar, la temperatura había bajado de nuevo a unos veinte grados bajo cero; por fin me habían entregado la
chuba
y las botas; estorbaban mucho, pero abrigaban. Fui con Weseloh, quien regresaba a Berlín directamente desde Voroshilovsk. En el Gruppenstab me encontré con Persterer y Reinholz, a quien había convocado también Bierkamp; asistían además a la reunión Leetsch, Prill y el Sturmbannführer Holste, el Leiter IV/V del grupo. «Según los informes de que dispongo -empezó a decir Bierkamp-, la Wehrmacht y el doctor Bráutigam quieren que los
Bergjuden
queden exentos de las medidas antijudías para no entorpecer las buenas relaciones con los kabardinos y los balkarios. Intentarán, pues, sostener que no son judíos en realidad, para eludir las críticas de Berlín. Desde nuestro punto de vista, sería un grave error. Como es una población de judíos y
Fremdkórper
que vive entre los pueblos del entorno, será siempre una fuente de peligro constante para nuestras fuerzas: un nido de espionaje y de sabotaje y un vivero para los partisanos. No cabe duda de que se precisan medidas radicales. Pero necesitamos pruebas sólidas para hacer frente a las argucias de la Wehrmacht».. —«Creo, Herr Oberführer, que no será difícil demostrar lo atinado de nuestra postura -afirmó Weseloh con su vocecilla fina-. Sentiré mucho no hacerlo en persona, pero antes de irme dejaré un informe completo con todos los puntos importantes, que les permitirá contestar a todas las objeciones de la Wehrmacht o del
Ostministerium».Sicherheitspolizei
desde el punto de vista de la seguridad». Mientras hablaba, yo repasaba rápidamente la lista de citas que había confeccionado Weseloh para intentar dejar establecido un origen genuinamente judío y muy remoto de los
Bergjuden.
«Si me lo permite, Herr Oberführer, querría hacer una observación acerca del dosier de la doctora Weseloh. Es un trabajo excelente, pero la verdad es que ha omitido citar todos los textos que contradicen nuestro punto de vista. Los expertos de la Wehrmacht y del
Ostministerium
no se van a privar de atacarnos con ellos. Me parece que, en estas condiciones, la base científica de nuestra postura es bastante débil».. —«Hauptsturmführer Aue -intervino Prill-, ha debido de pasar demasiado rato charlando con su amigo el Leutnant Voss. Podría pensarse que influyó en su forma de pensar». Lo miré exasperado: así que eso era lo que tramaba con Turek. «Se equivoca, Hauptsturmführer. Quería sencillamente hacer constar que la documentación científica con la que contamos no es concluyente y que basar en ella nuestra postura sería un error».— «A ese Voss lo han matado, ¿no?», intervino Leetsch.. —«Sí-respondió Bierkamp-. Unos partisanos, o quizá esos mismos judíos. Es una pena, desde luego. Pero tengo razones para creer que trabajaba activamente en contra nuestra. Hauptsturmführer Aue, entiendo las dudas que tiene, pero debe ceñirse a lo esencial y no a los detalles. En este asunto, los intereses de la SP y de las SS están claros, y eso es lo que cuenta».. —«De todas formas -dijo Weseloh-, su temperamento judío salta a la vista. Tienen un comportamiento insinuante e incluso intentaron corrompernos».. —«Eso mismo -ratificó Persterer-. Volvieron varias veces al Kommando a traernos abrigos forrados de piel, mantas y baterías de cocina. Dicen que es para ayudar a nuestras tropas, pero también nos dieron alfombras, cuchillos muy bonitos y joyas».. —«No hay que dejarse engañar», alegó Holste, que parecía estar aburriéndose.. —«Sí -dijo Prill-, pero piensen en que hacen lo mismo con la Wehrmacht». La conversación duró bastante rato. Bierkamp dijo, para terminar: «El Brigadeführer Korsemann asistirá a la conferencia de Nalchik. No creo que, si presentamos bien el asunto, el grupo de ejércitos se atreva a llevarnos la contraria abiertamente. Bien pensado, es también su seguridad la que está en juego. Sturmbannführer Persterer, cuento con usted para tener a punto los preparativos para una
Aktion
rápida y eficaz. En cuanto nos den luz verde, tendremos que darnos prisa. Quiero que esté todo acabado para Navidad y así podré meter esas cifras en mi informe de recapitulación de fin de año».

Acabada la reunión, fui a despedirme de Weseloh. Me dio un caluroso apretón de manos: «Hauptsturmführer Aue, no puede imaginarse cuánto me ha gustado hacerme cargo de esta misión. Para ustedes, aquí, en el Este, la guerra es algo cotidiano; pero en Berlín, en los despachos, nos olvidamos enseguida del peligro mortal en que está la
Heimat
y de las dificultades y padecimientos del frente. Venir aquí me ha permitido entenderlo en lo más hondo de mi ser. Me llevo el recuerdo de todos ustedes como algo valiosísimo. Buena suerte, buena suerte. ¡Heil Hitler!». Le resplandecía la cara, era presa de una pasmosa exaltación. Le devolví el saludo y me fui.

Jünger estaba aún en Voroshilovsk y había oído decir que recibía a los admiradores que se lo pedían; no tardaría ya en irse a inspeccionar las divisiones de Ruoff que estaban ante Tuapse. Pero se me habían quitado todas las ganas de ver a Jünger. Me volví a Piatigorsk pensando en Prill. Estaba claro que intentaba perjudicarme; yo no acababa de entender el porqué, nunca me había metido con él, pero había escogido ponerse de parte de Turek. Estaba en contacto permanente con Bierkamp y con Leetsch y no debía de ser difícil ponerlos en contra mía a fuerza de leves insinuaciones. Aquel asunto de los
Bergjuden
podía colocarme en situación delicada: yo no tenía ninguna opinión a priori; quería sencillamente ser respetuoso con cierta honradez intelectual y no acababa de entender la insistencia de Bierkamp para liquidarlos a toda costa. ¿Estaba sinceramente convencido de su aspecto racial judío? Yo no veía que se desprendiera de forma clara de la documentación, ni de su apariencia, ni de su comportamiento; no se parecían en nada a los judíos que conocíamos; cuando se los veía en su ambiente eran semejantes en todo a los kabardinos, a los balkarios a los karachais. También ésos nos hacían regalos suntuosos; era una tradición y no había por qué ver corrupción en ello. Pero debía tener cuidado: la indecisión podía interpretarse como debilidad, y Prill y Turek se aprovecharían del menor paso en falso.

En Piatigorsk volví a encontrarme cerrada la sala de los mapas: el ejército Hoth, formado a partir de los restos reforzados del 4º Ejército blindado, lanzaba una ofensiva desde Kotelnikovo y en dirección al
Kessel.
Pero los oficiales lucían una expresión optimista y los comentarios que hacían me valieron para completar los comunicados oficiales y los rumores; todo movía a creer que una vez más, como el año anterior ante Moscú, el Führer había acertado al aguantar. En cualquier caso, tenía que preparar la conferencia acerca de los
Bergjuden
y me quedaba poco tiempo para lo demás. Al volver a leer los informes y mis notas, me acordaba de las palabras de Voss durante nuestra última conversación, y, al examinar las diversas pruebas acumuladas, me preguntaba: ¿qué le habrían parecido, qué habría aceptado y cuál habría rechazado? Era un dosier muy pequeño, a fin de cuentas. Me parecía, con total sinceridad, que la hipótesis jázara no era defendible y que sólo tenía sentido el origen persa; en cuanto a lo que eso quisiera decir, tenía más dudas que nunca. Lamentaba muchísimo que ya no estuviera Voss; era la única persona con la que habría podido hablar allí en serio del tema; a los demás, tanto a los de la Wehrmacht como a los de las SS, poco les importaban en el fondo la verdad y el rigor científico: para ellos era nada más una cuestión política.

La conferencia se celebró a mediados de mes, pocos días antes del Grand Bairam. Asistía mucha gente; la Wehrmacht había acondicionado deprisa y corriendo una amplia sala de reuniones en la ex sede del Partido Comunista, con una enorme mesa ovalada en la que aún se veían las marcas de metralla de los obuses, que habían horadado el techo. Hubo un breve y animado debate acerca de una cuestión de protocolo: Kóstring quería que se sentasen juntas las diferentes delegaciones: administración militar, Abwehr, AOK,
Ostministerium
y SS, y parecía lógico; pero Korsemann insistía para que todo el mundo se colocara según el grado; Kóstring acabó por ceder y así Korsemann se sentó a su derecha, Bierkamp algo más allá, y yo me encontré casi al final de la mesa, enfrente de Bráutigam, que no era sino un Hauptmann de la reserva, y junto al experto civil del instituto del ministro Rosenberg. Kóstring abrió la sesión y mandó luego que entrase Selim Shadov, el jefe del Consejo Nacional kabardino-balkario, que pronunció un largo discurso acerca de las antiquísimas relaciones de buena vecindad, de ayuda mutua, de amistad e incluso, a veces, de alianzas matrimoniales entre los pueblos kabardino, balkario y tat. Era un hombre un tanto grueso, que vestía un traje cruzado confeccionado en un tejido brillante; el frondoso bigote daba firmeza a la cara algo fofa y hablaba un ruso lento y enfático; Kóstring traducía personalmente lo que iba diciendo. Cuando acabó Shadov, Kóstring se puso de pie y le aseguró en ruso (y ahora un
Dolmetscher
nos lo traducía) que tomaríamos en cuenta la opinión del Consejo Nacional y que esperaba que la cuestión se solucionara de forma satisfactoria para todo el mundo. Miré a Bierkamp, sentado al otro lado de la mesa, a cuatro sillas de Korsemann; había dejado la gorra encima de la mesa, junto a sus papeles y escuchaba a Kóstring tabaleando en la madera; en cuanto a Korsemann, estaba raspando un impacto de metralla con la pluma. Tras la respuesta de Kóstring, Shadov salió y el general volvió a sentarse sin comentar lo que se había dicho. «Propongo que empecemos por el informe de los expertos -dijo-. ¿Doktor Bráutigam?» Bráutigam señaló al hombre sentado a mi izquierda, un civil de cutis amarillento, bigotillo lacio y pelo grasiento, primorosamente peinado y espolvoreado, igual que los hombros, que se cepillaba nerviosamente, con una nube de caspa. «Permítanme que les presente al doctor Rehrl, un especialista en judaismo oriental del Instituto para las Cuestiones Judías de Francfort». Rehrl despegó levemente las nalgas del asiento para hacer una breve reverencia y empezó con voz monocorde y gangosa: «Creo que tenemos aquí el residuo de un pueblo turco que probablemente adoptó la religión mosaica cuando se convirtió la nobleza jázara y, más adelante, halló refugio al este del Cáucaso, allá por el siglo X o el siglo XI, cuando cayó el imperio jazaro. En ese lugar se mezclaron, al casarse, con una tribu montañesa iraniohablante, los tats, y parte del grupo se convirtió, o volvió a convertirse, al islam, mientras que los demás conservaban un judaismo que, poco a poco, se fue corrompiendo». Empezó a enumerar pruebas: de entrada, las palabras en lengua tat para los alimentos, las personas y los animales, es decir, el sustrato básico de la lengua, eran sobre todo de origen turco. Pasó luego revista a lo poco que se sabía de la conversión de los jázaros. Había allí puntos dignos de interés, pero la exposición que hacía tenía tendencia a presentar las cosas revueltas y costaba un poco seguirlas. No obstante, me impresionó el argumento de los nombres propios: entre los
Bergjuden
se usaban como nombres propios nombres de fiestas judías, tales como Hanuka o Pesaj, por ejemplo en el patronímico rusificado Janukaiev, uso que no se da ni en los judíos askenazis ni entre los sefarditas, pero que está atestiguado en los jázaros; el nombre propio Hanuka, por ejemplo, aparece dos veces en la
Carta de Kiev,
una carta de recomendación que escribió en hebreo la comunidad jázara de esa ciudad a principios del siglo X; una vez en una lápida de Crimea, y otra más en la lista de los reyes jázaros. Por lo tanto, para Rehrl, los
Bergjuden,
pese a su lengua, podían asimilarse, desde el punto de vista racial, a los nogais, los kumikos y los balkarios más que a los judíos. El jefe de la comisión investigadora de la Wehrmacht, un oficial rubicundo que se llamaba Weintrop, tomó a su vez la palabra: «No puedo tener una opinión tan tajante como la de mi respetado colega. En mi opinión, los rastros de una influencia judía caucásica en esos famosos jázaros -de los cuales se sabe, en realidad, muy poca cosa son tantos como las pruebas de una influencia opuesta. Por ejemplo, en el documento que conocemos con el nombre de
Carta anónima de Cambridge,
que debe de datar también del siglo X, pone que
hubo judíos de Armenia que se casaron con los habitantes de aquella tierra
-se refiere a los jázaros-,
se mezclaron con los gentiles, aprendieron sus usos y hacían continuas expediciones para guerrear con ellos; y se convirtieron en un único pueblo.
El autor está hablando de los judíos de Oriente Medio y de los jázaros: cuando menciona Armenia, no es la Armenia moderna que conocemos ahora, sino la Gran Armenia antigua, es decir, casi toda Transcaucasia y buena parte de Anatolia..».. Weintrop siguió por ese derrotero; cada uno de los elementos probatorios que presentaba parecía contradecir el anterior. «Si llegamos ahora a la observación etnológica, se ven pocas diferencias con sus vecinos conversos al islam, o incluso con los que se convirtieron al cristianismo, como los osetios. La influencia pagana sigue siendo muy fuerte: los
Bergjuden
practican la demonología, llevan talismanes para protegerse de los malos espíritus y muchas más cosas de este tipo. Tiene esto un parecido con las prácticas sedicentemente sufíes de los montañeses musulmanes, tales como el culto de las sepulturas, o las danzas rituales, que son también supervivencias paganas. El nivel de vida de los
Bergjuden
es idéntico al de los demás montañeses, bien sea en la ciudad, bien en los
aul
que hemos visitado. No cabe decir que los
Bergjuden
se hayan beneficiado del judeobolchevismo para medrar. Antes bien, en términos generales, parecen ser más pobres que los kabardinos. En la comida del sabbat, las mujeres y los niños no se sientan con los hombres; es algo contrario a la tradición judía, pero es la tradición montañesa. A la inversa, en las bodas, como en una que hemos podido presenciar, con cientos de invitados kabardinos y balkarios, los hombres y mujeres
Bergjuden
bailaban juntos, algo que prohibe tajantemente el judaismo ortodoxo».. —«¿Cuáles son, pues, sus conclusiones?», preguntó Von Bittenfeld, el ayudante de campo de Kóstring. Weintrop se rascó el pelo blanco, cortado casi al cero: «En cuanto a los orígenes, es difícil decirlo: las informaciones son contradictorias. Pero nos parece evidente que están completamente asimilados e integrados, e incluso podría decirse que
vermischlingt,
"mishlinguizados". Los restos de sangre judía que puedan quedar en ellos deben de ser insignificantes».. —«No obstante -intervino Bierkamp-, se aferran obstinadamente a su religión judía, que han conservado intacta durante siglos».. —«Ah, no, intacta no, Herr Oberführer, intacta no -dijo Weintrop, muy campechano-. Muy corrompida, me parece a mí, al contrario. Han perdido por completo todo saber talmúdico, en el supuesto de que lo tuvieran alguna vez. Si lo súmanos a la demonología, son casi unos heréticos, como los caraítas. Por lo demás, los judíos askenazis los desprecian y los llaman
Byky,
los "Toros", un nombre peyorativo».— «Y a este respecto -dijo con suavidad Kóstring, volviéndose hacia Korsemann-, ¿cuál es la opinión de las SS?». —«Es desde luego una cuestión de importancia -opinó Korsemann-. Voy a cederle la palabra al Oberführer Bierkamp». Bierkamp estaba ya reuniendo sus cuartillas: «Desgraciadamente, nuestra especialista, la doctora Weseloh, ha tenido que regresar a Alemania. Pero preparó un informe completo que le he remitido, Herr General, y que respalda rotundamente nuestra opinión: esos
Bergjuden
son unos
Fremdkórper
peligrosísimos que suponen una amenaza para la seguridad de las tropas, amenaza ante la cual debemos reaccionar de forma enérgica y vigorosa. Este punto de vista, que, a diferencia del de los investigadores, toma en consideración la cuestión vital de la seguridad, se apoya también en el estudio de los documentos científicos que realizó la doctora Weseloh, cuyas conclusiones difieren de las de los demás especialistas aquí presentes. Voy a dejar al Hauptsturmführer doctor Aue al cuidado de exponerlas». Hice una inclinación con la cabeza. «Gracias, Herr Oberführer. Creo que, para mayor claridad, es preferible diferenciar las pruebas por categorías. Están primero los documentos históricos, y, luego, ese documento vivo que es la lengua; están después los resultados de la antropología física y cultural, y, finalmente, las investigaciones etnológicas de campo, como las que han realizado el doctor Weintrop o la doctora Weseloh. Si tomamos en consideración los documentos históricos, parece probado que mucho antes de la invasión de los jázaros ya vivían judíos en el Cáucaso». Cité a Benjamín de Tudela y algunas otras fuentes antiguas, como el
Derbent-Nameh.
«En el siglo IX, Eldad Hadani visitó el Cáucaso y le llamó la atención que los judíos de las montañas tenían un excelente conocimiento del Talmud».. —«Que han perdido muchísimo», interrumpió Weintrop.. —«Desde luego. Pero sigue siendo un hecho que hubo una época en que las talmudistas de Derbent y de Shemaka, en Azerbaiyán, tenían gran reputación. Es éste, por lo demás, un fenómeno un tanto tardío, pues efectivamente un viajero judío de la década de los 80 del pasado siglo, un tal Judas Chorny, opinaba que los judíos llegaron al Cáucaso no después, sino antes de la destrucción del primer Templo, y vivieron aislados de todo, bajo la protección persa, hasta el siglo IV. No fue sino más adelante, al invadir los tártaros Persia, cuando los
Bergjuden
coincidieron con los judíos de Babilonia, que les enseñaron el Talmud. Y es probable que hasta aquella época no adoptasen la tradición y las enseñanzas rabínicas. Pero no está demostrado. Para obtener pruebas de su antigüedad, habría más bien que fijarse en las huellas arqueológicas, como esas ruinas desiertas de Azerbayán que se llaman
Sbifut Tebe,
la "colina de los judíos", o
Sbifut Kabur,
"la tumba de los judíos". Son muy antiguas. En cuanto a la lengua, las observaciones de la doctora Weseloh corroboran las del difunto doctor Voss: es un dialecto iranio occidental moderno -quiero decir que no se remonta más allá del siglo VIII, o del IX lo que parece ir en contra de una ascendencia caldea directa como la que propone Pantyukov basándose en Quatrefages. Por lo demás, Quatrefages opinaba que los lesguinos, algunos svanetos y los jevsuros tenían también orígenes judíos; en georgiano,
Jevis Uria
quiere decir "el judío del valle". El Barón Peter Uslar sugiere, de forma más razonable, que existió una migración judía frecuente y regular hacia el Cáucaso durante dos mil años y todas y cada una de esas oleadas se iban integrando en mayor o menor grado en las tribus locales. Una explicación al problema de la lengua podría ser que los judíos intercambiaron mujeres con una tribu irania, los tats, que llegaron en época más tardía, mientras que ellos vinieron en tiempos de los aqueménidas, como colonos militares, para defender el paso de Derbent contra los nómadas de las llanuras septentrionales».. —«¿Colonos militares los judíos? -me espetó un Oberst del AOK-. Me parece una ridiculez».. —«No tan ridículo -replicó Bráutigam-. Los judíos anteriores a la Diáspora tienen una larga tradición guerrera. Basta con leer la Biblia. Y recuerden cómo resistieron contra los romanos».. —«Ah, sí, eso sale en Fia vio Josefo», añadió Korsemann.. —«Efectivamente, Herr Brigadeführer», asintió Bráutigam.. —«En resumen -seguí diciendo-, tal conjunto de hechos parece contradecir los orígenes jázaros. Antes bien, parece más plausible la hipótesis de Vsevolod Miller de que fueron los
Bergjuden
quienes trajeron el judaismo a los jázaros».. —«Eso es exactamente lo que decía yo -intervino Weintrop-. Pero incluso usted, con su argumento lingüístico, no niega la posibilidad de la "mishlinguización"».. —«Es una auténtica lástima que el doctor Voss no esté ya entre nosotros -dijo Kóstring-. Seguro que nos habría aclarado ese punto».— «Sí -dijo con tristeza Von Gilsa-. Lo echamos mucho de menos. Ha sido una gran pérdida».. —«También la ciencia alemana -dijo sentenciosamente Rehrl paga un pesado tributo al judeobolchevismo».. —«Sí, pero, vamos, en el caso del pobre Voss más bien se trató, por lo visto, de un malentendido digamos cultural», sugirió Bráutigam.. —«Meine Herrén, Meine Herrén -interrumpió Kóstring-, nos estamos alejando de la cuestión. ¿Hauptsturmführer?». —«Gracias, Herr General. Por desdicha, la antropología física no nos permite zanjar con facilidad entre las diversas hipótesis. Permítanme que les cite los datos que recopiló el gran sabio Erckert en
Der Kaukasus und Seine Vólker,
en 1887. En lo referido al índice cefálico, nos da 79,4 (mesocéfalo) para los tártaros de Azerbaiyán, 83,5 (braquicéfalo) para los georgianos, 85,6 (hiperbraquicéfalo) para los armenios y 86,7 (hiperbraquicéfalo) para los
Bergjuden». Bergjuden,
67,9; armenios, 71,1. índice facial: georgianos,
86,5,
calmucos, 87; armenios, 87,7; y
Bergjuden,
89. Y, para finalizar, índice nasal: los
Bergjuden
están en lo más bajo de la escala, con 62,4, y los calmucos en lo más alto, con 75,3, una diferencia significativa. Los georgianos y los armenios están en medio».. —«¿Y qué quiere decir todo eso? -preguntó el Oberst del AOK-. No entiendo».. —«Eso quiere decir -explicó Bráutigam, que había ido garabateando las cifras y calculaba mentalmente a toda prisa-, que si consideramos que la forma de la cabeza indica que una raza es más o menos desarrollada, los
Bergjuden
son el más perfecto tipo de pueblo caucásico».. —«Eso es precisamente lo que dice Erckert -seguí diciendo-. Pero, por supuesto, aunque este punto de vista no se ha refutado por completo, se recurre poco a él en nuestros días. La ciencia ha progresado un tanto». Alcé un momento los ojos para mirar a Bierkamp; me estaba contemplando con expresión severa y dando golpecitos en la mesa con el lápiz. Con la punta de los dedos, me hizo una señal para que siguiera. Volví a centrarme en mis documentos: «En cuanto a la antropología cultural, brinda una gran cosecha de datos. Necesitaría demasiado tiempo para pasar revista a todos. En general, tienden a presentar a los

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