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Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (28 page)

BOOK: Las benévolas
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No merecía la pena ser sutil; bastaba con comportarse de forma metódica. Por las tardes, a veces, si el tiempo estaba despejado, bajábamos a pasear por la ciudad y a andar, ociosos, por las callejuelas o por los muelles bordeados de palmeras; luego, íbamos a sentarnos en un café para tomar una copa de moscatel de Crimea, demasiado dulce para mi gusto, pero agradable. Por la orilla, nos cruzábamos sobre todo con alemanes que, a veces, iban con chicas; en cuanto a los hombres de la comarca, dejando aparte a algunos tártaros o ucranianos que llevaban el brazalete blanco de los hiwis, no se veía a ninguno, pues, efectivamente, en enero, la Wehrmacht había evacuado a toda la población masculina, primero a campos de tránsito y, luego, hasta el Generalkommissariat de Nikolaiev: solución drástica, cierto es, para el problema de los partisanos, pero hay que admitir que con tanto soldado herido o convaleciente no se podían correr riesgos. Antes de la primavera, no había gran cosa para distraerse, aparte del teatro o de un cine que organizaba la Wehrmacht.
Hasta los bacilos se quedan dormidos en Yalta,
escribió Chéjov; pero a mí aquel moroso aburrimiento me venía bien. A veces venían con nosotros otros oficiales jóvenes, e íbamos a sentarnos a una terraza de cara al mar. En caso de que la hubiera -el suministro procedente de los depósitos requisados obedecía a leyes misteriosas-, pedíamos una botella; además de moscatel, había un
Portwein
tinto, también dulce, pero que entonaba bien con el clima. Saltaban comentarios relacionados con las mujeres locales, tristemente privadas de maridos, y a Partenau no parecía dejarle indiferente la conversación. Entre carcajadas, un oficial más atrevido se acercaba a unas muchachas y, farfullando, las invitaba a venir con nosotros; a veces se ruborizaban y seguían su camino y, otras, venían a sentarse; Partenau, entonces, se sumaba alegremente a una conversación que consistía sobre todo en ademanes, onomatopeyas y palabras sueltas. Había que poner coto. «Meine Herrén, no quiero ser un aguafiestas -empecé a decir en una de esas ocasiones-. Pero tengo que avisarles de los riesgos a que se exponen». Di unos golpecitos secos en la mesa. «En el SD recibimos y resumimos todos los partes de incidentes en la retaguardia de la Wehrmacht. Así conseguimos una visión de conjunto de los problemas que no deben ustedes tener. Debo decirles que mantener relaciones con mujeres soviéticas, ucranianas o rusas, no sólo es indigno de un soldado alemán, sino también peligroso. No estoy exagerando. Muchas de esas hembras son judías, cuyo origen es imposible adivinar; sólo con eso se está ya corriendo el riesgo de la
Rassenschande,
la mácula racial. Pero hay algo más. No sólo las judías, sino también las hembras eslavas están conchabadas con los partisanos; sabemos que no tienen escrúpulo en usar sus prendas físicas y la confianza de nuestros soldados para ser espías al servicio del enemigo. Quizá piensen ustedes que sabrán no irse de la lengua, pero yo les aseguro que no hay detalle anodino y que el cometido de un servicio de información consiste en construir mosaicos gigantescos a partir de elementos ínfimos, insignificantes si se toman individualmente, pero que, relacionados con otros miles, adquieren sentido. No de otra forma operan los bolcheviques». Con aquellas palabras mías mis compañeros parecían sentirse molestos. Seguí diciendo: «En Jarkov, en Kiev, hemos tenido muchos casos de hombres de la tropa y de oficiales que desaparecían durante citas amorosas y encontrábamos luego espantosamente mutilados. Y, además, por supuesto, están las enfermedades. Nuestros servicios sanitarios han calculado, según las estadísticas soviéticas, que el noventa por ciento de las hembras rusas padecen gonorrea, y el cincuenta por ciento, sífilis. Muchos de nuestros soldados se han infectado ya, y esos hombres, cuando van de permiso, contagian, a su vez, a sus mujeres o a sus amiguitas; los servicios médicos del Reich están espantados y hablan de epidemia. Una profanación tal de la raza, si no se combate con ahínco, no podrá a largo plazo sino acarrear una forma de
Entdeutschung,
una desgermanización de nuestra raza y de nuestra sangre».

Estaba claro que mi discurso había afectado a Partenau. No añadí nada más; bastaba para que le fuera haciendo cierta mella. Al día siguiente, cuando estaba leyendo en el hermoso parque de cipreses y frutales del sanatorio, vino a reunirse conmigo: «Dígame, ¿cree en serio en lo que afirmaba ayer?».. —«¡Por supuesto! Es la pura verdad».. —«Pero entonces, ¿qué piensa usted que podemos hacer? Ya me entiende..». Se ruborizaba, estaba apurado, quería hablar. «Ya me entiende -siguió diciendo-, pronto hará un año que estamos aquí, sin haber vuelto a Alemania; resulta muy duro. Un hombre siente necesidades».. —«Me doy perfecta cuenta -dije con tono docto-. Tanto más cuanto que la masturbación, según todos los médicos especialistas, también conlleva graves riesgos. Hay, desde luego, quienes afirman que no es sino un síntoma de enfermedad mental, y nunca la causa; otros, en cambio, como el gran Sachs, están convencidos de que se trata de un hábito pernicioso que desemboca en la degeneración».. —«Cuánto entiende usted de medicina», comentó Partenau, impresionado.. —«No soy un profesional, es evidente. Pero es algo que me interesa y he leído libros».. —«¿Y qué lee en este momento?» Le enseñé la tapa: «
El banquete.
¿Lo ha leído?».. —«Debo admitir que no». Lo cerré y se lo alargué: «Lléveselo. Me lo sé de memoria ».

La temperatura se suavizaba; pronto podríamos bañarnos, pero el mar seguía estando frío. Se intuía la primavera en el aire y todos esperaban con impaciencia que llegase. Me llevé a Partenau a ver el palacio de verano de Nicolás II en Livadia; había ardido durante los combates, pero aún resultaba imponente con aquellas fachadas regulares y asimétricas y aquellos preciosos patios de estilo florentino y árabe. Desde allí, subimos por el camino soleado que lleva, entre los árboles, hasta un promontorio a cuyos pies está Oreanda; se tiene desde allí una vista soberbia de la costa y de las elevadas montañas, aún nevadas, que dominan la carretera de Sebastopol y, detrás, abajo del todo, el elegante edificio de granito blanco de Crimea desde el que habíamos salido, aún negro de humo, pero resplandeciendo al sol. El día se anunciaba espléndido; la caminata hasta el promontorio nos hizo sudar y me quité la guerrera. Más lejos, hacia el oeste, se divisaba una edificación encaramada en los altos acantilados de un cabo, el Nido de la Golondrina, una fantasía medieval que había colocado allí un Barón alemán, un magnate del petróleo, poco antes de la Revolución. Le propuse a Partenau que llegáramos hasta aquella torre; aceptó. Me interné por un camino que bordeaba los acantilados. Abajo, el mar rompía tranquilamente contra las rocas; por encima de nuestras cabezas, el sol resplandecía sobre la nieve de las cumbres abruptas. Un estupendo olor a pino y a brezo perfumaba el aire. «¿Sabes? -dijo de pronto-. He acabado el libro que me prestaste». Hacía unos cuantos días que habíamos decidido llamarnos de tú. «Era muy interesante. Por supuesto que ya sabía que los griegos eran unos invertidos, pero no me daba cuenta de hasta qué punto lo convirtieron en una ideología».. —«Es algo acerca de lo que pensaron mucho, durante siglos. Va mucho más allá de la simple actividad sexual. Para ellos, era un sistema de vida y de organización total, que abarcaba la amistad, la educación, la filosofía, la política e, incluso, el oficio de las armas». Me callé; continuamos andando en silencio, con las guerreras echadas al hombro. Luego Partenau siguió diciendo: «Cuando era pequeño e iba a la catequesis, me enseñaban que era una abominación, un espanto. También mi padre lo mencionaba y decía que los homosexuales iban al infierno. Todavía me acuerdo del texto de san Pablo que citaba:
Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre... Y por eso los entregó Dios a su mente insensata...
Lo volví a leer la otra noche... en la Biblia».. —«Sí, pero recuerda lo que dice Platón:
En esto no hay nada absoluto. La acción realizada por sí misma no es de suyo ni hermosa ni fea.
Voy a decirte lo que opino yo: el prejuicio cristiano, la prohibición cristiana es una superstición judía. Pablo, que se llamaba Saúl, era un rabino judío, y no pudo superar ese interdicto, como le pasó con tantos otros. Tiene un origen concreto: los judíos vivían rodeados de tribus paganas y, en buena parte de ellas, los sacerdotes practicaban una homosexualidad ritual durante algunas ceremonias religiosas. Era algo muy corriente. Heródoto cuenta cosas semejantes de los escitas, que poblaron esta región y, luego, toda la estepa ucraniana. Menciona a los enareos, unos descendientes de los escitas, que, al parecer, saquearon el templo de Ascalón y a los que la diosa castigó con una enfermedad femenina. Eran, según él, unos adivinos que se comportaban como mujeres; los llama también
andróginos,
hombres-mujeres que tenían la regla todos los meses. Por supuesto que se trata de prácticas de chamanes que Heródoto entendió mal. He oído decir que pueden verse aún cosas semejantes en Napóles, en donde, durante ceremonias paganas, un muchacho pare un muñeco. Ten en cuenta también que los escitas son los antepasados de los godos, que vivían aquí, en Crimea, antes de emigrar hacia el oeste. Y, diga lo que diga el Reichsführer, hay poderosas razones para pensar que también ellos tenían prácticas homosexuales antes de que los corrompieran los curas judaizados».. —«No lo sabía. Pero, a pesar de todo, nuestra
Weltanschauung
condena la homosexualidad. En la Hitlerjugend nos echaban discursos acerca de eso; y en las SS nos enseñan que es un crimen contra la
Volksgemeinschaft,
la comunidad del pueblo».. —«Yo creo que eso que dices es un ejemplo de nacionalsocialismo mal asimilado, o que sirve para camuflar otros intereses. Sé perfectamente el punto de vista del Reichsführer al respecto; pero el Reichsführer procede, igual que tú, de un entorno católico muy represivo y, pese a toda la fuerza de su ideología nacionalsocialista, no ha sido capaz de librarse de ciertos prejuicios católicos y confunde, por eso, cosas que no deberían confundirse. Y cuando digo católicos, ya te darás cuenta de que quiero decir judíos, ideología judía. No hay nada en nuestra
Weltanschauung
bien entendida que pueda oponerse a un eros masculino. Más bien lo contrario, y te lo puedo demostrar. Fíjate, por lo demás, en que el propio Führer nunca se ha pronunciado realmente acerca del tema».. —«Y, sin embargo, después del 30 de junio, condenó con violencia a Rohm y a los demás por sus costumbres perversas».. —«Para nuestros buenos burgueses alemanes, que de todo se asustan, era un argumento de peso, y el Führer lo sabía perfectamente. Pero lo que quizá no sabes tú es que antes del 30 de junio el Führer siempre había defendido el comportamiento de Rohm; en el seno del Partido había muchas críticas, pero el Führer se negaba a escucharlas; contestaba a las malas lenguas que
los SA no son un instituto para la formación moral de las jóvenes de buena familia, sino unas formaciones para combatientes acrisolados».
Partenau soltó la carcajada. «Después del 30 de junio -proseguí-, cuando se vio que muchos de los cómplices de Rohm, como Heines, eran también sus amantes, el Führer temió que los homosexuales pudieran formar un Estado dentro del Estado, una organización secreta, como los judíos, que persiguiera sus intereses propios y no los del
Volk,
una "Orden del tercer sexo", de la misma forma que existe una Orden negra. Ésa fue la causa de las denuncias. Pero es un problema político, no ideológico. Desde una perspectiva nacionalsocialista auténtica, podríamos considerar, por el contrario, que el amor fraterno es la auténtica argamasa de una
Volksgemeinschaft
guerrera y creadora. A su manera, Platón opinaba lo mismo. Recuerda el discurso de Pausanias, en el que critica a las demás naciones que, como los judíos, rechazan el eros masculino:
Entre los bárbaros, en efecto, debido a las tiranías, no sólo es vergonzoso esto, sino también la filosofía y la afición a la gimnasia... De este modo, donde se ha establecido que es vergonzoso conceder favores a los amantes, ello se debe a la maldad de quienes lo han establecido, a la ambición de los gobernantes y a la cobardía de los gobernados.
Tengo, por lo demás, un amigo francés que considera a Platón el primer autor auténticamente fascista».. —«Sí, pero, a pesar de todo... los homosexuales son unos afeminados, unos hombres-mujeres como decías tú. ¿Cómo va a tolerar el Estado a unos hombres ineptos para ser soldados?». —«Te equivocas. Oponer al soldado viril y al invertido afeminado es un error de concepto. Ese tipo de hombres existe, por supuesto, pero es un producto moderno de la corrupción y la degeneración de nuestras ciudades, de los judíos o de los enjudiados, que se han salido de mala manera de las garras de los curas y los pastores. Históricamente, los mejores soldados, los soldados de élite, siempre amaron a otros hombres. Tenían a las mujeres para que les llevaran la casa y les dieran hijos, pero reservaban todos sus sentimientos para sus compañeros. ¡Fíjate en Alejandro! Y a Federico el Grande, aunque no se quiera admitir, le pasaba lo mismo. Los griegos sacaron incluso de esto un principio militar: en Tebas, crearon la Banda Sagrada, un ejército de trescientos hombres que fue el más reputado de su época. Todos los hombres combatían en pareja con su amigo; cuando el amante envejecía y se retiraba, el amado se convertía en amante de otro más joven. Y así se estimulaban mutuamente el valor hasta llegar a ser invencibles; ninguno de ellos se habría atrevido a dar la espalda y huir en presencia de su amigo; en el combate, se alentaban a destacar. Fueron a la muerte, hasta el último, en Queronea, ante los macedonios de Filipo: ejemplo sublime para nuestras Waffen-SS. Se da un fenómeno semejante en nuestros Freikorps; todos los veteranos que tengan un mínimo de honradez lo reconocerán. Date cuenta de que hay que considerar todo esto desde un punto de vista intelectual. Es evidente que sólo el hombre es realmente creativo: la mujer da la vida, cría y alimenta, pero no
crea
nada nuevo. Blüher, un filósofo muy próximo, en su tiempo, a los hombres de los Freikorps, y que llegó incluso a combatir con ellos, demostró que el eros intramasculino, al estimular a los hombres para que rivalicen en valor, en virtud y en talla moral, contribuye tanto en la guerra como en la constitución de los Estados, que no son sino una versión más amplia de sociedades masculinas tales como el ejército. Se trata, pues, de una forma superior de desarrollo para hombres que han evolucionado intelectualmente. Los brazos de las mujeres están bien para la masa, para el rebaño, pero no para los jefes. Acuérdate del discurso de Fedro:
Y esto mismo observamos también en el amado, a saber, que siente extraordinaria vergüenza ante sus amantes cuando se le ve en una acción fea. Así, pues, si hubiera alguna posibilidad de que exista una ciudad o un ejército de amantes y amados, no hay mejor modo de que administren su propia patria que absteniéndose de todo lo feo y emulándose unos a otros. Y si hombres como ésos combatieran uno al lado de otro, vencerían, aun siendo pocos, por así decirlo, a todo el mundo.
No cabe duda de que es en ese texto en el que se inspiraron los tebanos».. —«¿Y qué ha sido de ese Blüher del que hablabas?». —«Creo que todavía vive. Se leía mucho en Alemania durante el
Kampfzeit,
el tiempo del combate, y, pese a sus convicciones monárquicas, gustaba mucho en algunos círculos de la derecha, incluidos los nacionalsocialistas. Luego me parece que lo identificaron demasiado con Rohm y hay una prohibición de publicarlo desde 1934. Pero algún día levantarán esa prohibición. Hay una cosa más que querría decirte: incluso hoy, el nacionalsocialismo ha hecho demasiadas concesiones a las Iglesias. Todo el mundo es consciente de ello y al Führer le resulta doloroso, pero en tiempos de guerra no puede permitirse ir contra ellas abiertamente. Las dos Iglesias siguen teniendo un ascendente excesivo sobre la mente de los burgueses y no nos queda más remedio que tolerarlas. Pero no es algo que vaya a durar siempre: después de la guerra podremos dedicarnos de nuevo al enemigo interior y quebrantar ese estrangulamiento, esa asfixia moral. Cuando Alemania quede purificada de sus judíos, habrá que purificarla también de las ideas perniciosas de éstos. Ya te darás cuenta entonces de cómo muchas cosas las veremos desde una perspectiva nueva». Dejé de hablar. Partenau no decía nada. El camino bajaba, siguiendo unas rocas que iban hacia el mar; bordeamos luego, en silencio, una estrecha playa vacía. «¿Quieres nadar?», sugerí.. —«El agua debe de estar helada».. —«Está fría, pero los rusos nadan en invierno. También se nada en el Báltico. Estimula la circulación». Nos desnudamos y me metí en el mar a la carrera. Partenau me seguía, soltando chillidos; por unos instantes, el frío del agua me mordió la piel; dábamos voces y nos reíamos y nos peleamos con las olas, entre tropezones, antes de volver a salir, no menos deprisa. Me tendí bocabajo encima de la guerrera; Partenau se echó a mi lado. Yo estaba mojado aún pero sentía calor en el cuerpo, me notaba en la piel las gotas y el sol pálido. Resistí mucho rato, voluptuosamente, al deseo de mirar a Partenau y, luego, me volví de su lado; le relucía el cuerpo blanco con el agua del mar, pero la cara estaba roja y jaspeada bajo la piel. Tenía los ojos cerrados. Mientras nos vestíamos, se fijó en mi sexo: «¿Estás circunciso? -exclamó sorprendido, poniéndose aún más encarnado-. Disculpa».. —«Ah, no pasa nada. Fue una infección de la adolescencia, suele suceder». Para el Nido de la Golondrina faltaban aún dos kilómetros, había que volver a subir a los acantilados; arriba, en el mirador de detrás de la torre almenada, había una tabernita, vacía de clientes y encaramada encima del mar; el edificio estaba cerrado, pero tenían
Portwein
y unas vistas inmensas sobre la costa y las montañas, y Yalta acurrucada al fondo de la bahía, blanca y desdibujada. Bebimos unas cuantas copas y hablamos poco. Partenau, ahora, estaba pálido; aún no había recuperado el resuello, tras la subida, y parecía ensimismado. Luego, un camión de la Wehrmacht nos llevó a Yalta. Aquel jueguecito duró unos días más; pero, al fin, concluyó como yo quería. En resumidas cuentas, no había sido tan complicado. Pocas sorpresas ocultaba el cuerpo recio de Partenau; gozaba con la boca abierta y redonda, un agujero negro, y tenía en la piel un aroma dulzón y levemente repulsivo que me volvía loco de excitación. ¿Cómo describir esas sensaciones a quienes no las conocieron nunca? Al principio, al meterla, a veces cuesta, sobre todo si está un poco seco. Pero cuando ya estás dentro, ¡ay, qué cosa más buena!, no os lo podéis ni imaginar. Se te arquea hacia dentro la espalda y es como si una colada azul y luminosa de plomo fundido te llenase la pelvis y te subiera despacio por la médula para metérsete en la cabeza y borrarla. Parece ser que tan notable efecto se debe al contacto del órgano penetrante con la próstata, ese clítoris del pobre, que, en el penetrado queda pegada al intestino grueso, mientras que, en la mujer, si mis nociones de anatomía son correctas, se interpone parte del aparato reproductor, lo que explicaría por qué las mujeres parecen tan poco aficionadas a la sodomía o, si lo son, es nada más un placer intelectual. Para los hombres, es otra cosa, y me he dicho con frecuencia que la próstata y la guerra son los dos dones que Dios concedió al hombre para compensarlo por no haber sido mujer.

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