Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
Pensé al respecto un poco más.
—¿Cuánto tiempo tengo para pensármelo? —pregunté.
—Todo el tiempo que necesites —dijo papá—. Pero esos asesinos no estarán sentados sin hacer nada.
Miré al sitio donde antes estuvieron Hickory y Dickory.
—¿Cuánto tiempo crees que tardarán en traer un transporte?
—¿Estás de guasa? Si no han pedido uno en el segundo en que terminé de hablar con ellos, me comeré mi sombrero.
—No llevas sombrero.
—Pues entonces me compraré uno y me lo comeré.
—Voy a volver —dije—. Voy a entregarle ese mensaje al general Gau, y luego voy a regresar aquí. No estoy segura de cómo voy a convencer a los obin para hacerlo, pero lo haré. Te lo prometo, papá.
—Bien —contestó papá—. Trae un ejército contigo. Y armas. Y cruceros de batalla.
—Armas, cruceros, ejército —dije, pasando lista—. ¿Algo más? Ya que voy de compras...
—Hay rumores de que hace falta un sombrero —dijo papá.
—Un sombrero, bien.
—Que sea un sombrero bonito.
—No prometo nada.
—De acuerdo —dijo papá—. Pero si tienes que elegir entre el sombrero y el ejército, quédate con el ejército. Y que sea bueno. Vamos a necesitarlo.
* * *
—¿Dónde está Gretchen? —me preguntó Jane.
Nos encontrábamos ante el pequeño transporte obin. Yo me había despedido ya de papá. Hickory y Dickory me esperaban dentro del transporte.
—No le he dicho que me marchaba —le respondí.
—Se va a molestar mucho.
—No pretendo estar fuera el tiempo suficiente para que me eche de menos —dije. Mamá no dijo nada.
—Le escribí una nota —dije por fin—. Debe llegarle mañana por la mañana. Le digo lo que pensé que podía decirle de por qué me marcho. Le dije que hablara contigo para saber el resto. Así que puede que se pase a verte.
—Le hablaré del tema —dijo Jane—. Intentaré que lo comprenda.
—Gracias.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó mamá.
—Estoy aterrada —contesté—. Tengo miedo de no volver a veros a papá, a ti o a Gretchen nunca más. Tengo miedo de meter la pata con esto. Tengo miedo de que aunque no meta la pata, no sirva de nada. Me siento como si fuera a desmayarme, y me siento así desde que este cacharro aterrizó.
Jane me dio un abrazo y luego me miró el cuello, sorprendida.
—¿No llevas tu colgante con el elefante de jade?
—Oh, es una larga historia. Dile a Gretchen que te dije que se la contaras. Tienes que saberlo de todas formas.
—¿Lo perdiste? —preguntó Jane.
—No
está
perdido. Pero ya no lo tengo.
—Oh.
—Ya no lo necesito. Sé quién me quiere en este mundo, y quién me ha querido.
—Bien —dijo Jane—. Lo que iba a decirte es que además de recordar quién te quiere, debes recordar quién eres. Y todo respecto a quién eres. Y todo respecto a lo que eres.
—¿Lo que soy? —dije, y sonreí—. Ese es el motivo por el que me marcho. Lo que soy se ha vuelto más problemático de lo que debería, en mi opinión.
—No me sorprende —dijo Jane—. Tengo que decirte, Zoë, que ha habido momentos en que he sentido pena por ti. Gran parte de tu vida ha estado completamente fuera de tu control. Has vivido toda tu vida bajo la mirada de una raza entera, y te han exigido cosas desde el principio. Siempre me ha sorprendido que hayas permanecido cuerda.
—Bueno, ya sabes. Unos buenos padres siempre ayudan.
—Gracias. Intentamos hacer tu vida tan normal como sea posible. Y creo que te hemos educado lo bastante bien para que entiendas lo que voy a decirte: lo que eres te ha exigido cosas toda tu vida. Ahora es el momento de exigir a tu vez. ¿Comprendes?
—No estoy segura.
—Quién eres siempre ha tenido que dejar sitio a lo que eres —dijo Jane—. Lo sabes.
Asentí. Lo sabía.
—En parte porque eras joven, y lo que eres es mucho más grande que quién eres —dijo Jane—. No se puede esperar que una niña normal de ocho años, ni siquiera de catorce, comprenda lo que significa ser algo como lo que tú eres. Pero ya eres lo bastante mayor para comprenderlo. Para apreciarlo. Para saber cómo puedes utilizarlo, para algo más que para intentar quedarte despierta hasta tarde.
Sonreí, sorprendida de que Jane recordara que intenté usar el tratado para cambiar mi hora de acostarme.
—Te he observado este último año —dijo Jane—. Te he visto interactuar con Hickory y Dickory. Te han impuesto mucho por lo que eres. Todo ese entrenamiento y esas prácticas. Pero también has empezado a pedirles más a ellos. Esos documentos que les hiciste entregarte.
—No sabía que estuvieras al tanto.
—Fui oficial de información. Estas cosas son mi trabajo. Lo que digo es que cada vez has estado más dispuesta a usar ese poder. Finalmente estás tomando el control de tu vida. Lo que eres empieza a dejar sitio a quién eres.
—Es un principio.
—Sigue adelante —dijo Jane—. Te necesitamos por quién eres, Zoë. Necesitamos que cojas lo que eres, hasta la última gota de lo que eres, y lo utilices para salvarnos. Para salvar a Roanoke. Y para volver con nosotros.
—¿Cómo lo hago? —pregunté.
Jane sonrió.
—Como decía: exige algo a cambio.
—Eso es terriblemente vago.
—Tal vez —dijo Jane, y entonces me besó en la mejilla—. O tal vez es que tengo fe en que eres lo bastante lista para descubrirlo por tu cuenta.
Mamá recibió un abrazo por eso.
Diez minutos más tarde estaba a quince kilómetros sobre Roanoke y seguía subiendo, dirigiéndome hacia un transporte obin, y pensando en lo que Jane había dicho.
—Descubrirás que nuestras naves obin viajan bastante más rápido que vuestras naves de la Unión Colonial —dijo Hickory.
—¿Ah, sí? —respondí.
Me acerqué al lugar donde Hickory y Dickory habían colocado mi equipaje, y cogí una de las maletas.
—Sí —dijo Hickory—. Motores mucho más eficaces y mejor manejo de la gravedad artificial. Llegaremos a la distancia de salto de Roanoke en poco menos de dos días. Una de vuestras naves tardaría cinco o seis días en llegar a la misma distancia.
—Bien —contesté—. Cuanto antes lleguemos al general Gau, mejor.
Abrí la maleta.
—Es un momento muy emocionante para nosotros —dijo Hickory—. Es la primera vez desde que vives con el mayor Perry y la teniente Sagan que verás a otros obin en persona.
—Pero ellos lo saben todo sobre mí.
—Sí. Las grabaciones del último año han llegado a todos los obin, en edición sin montar y en forma resumida. Las versiones sin montar tardarán su tiempo en ser procesadas.
—Apuesto a que sí. Ah, aquí está.
Encontré lo que estaba buscando: el cuchillo de piedra que me había regalado mi hombre lobo. Lo había empaquetado rápidamente, cuando no me miraba nadie. Me aseguré de que nadie me viera guardarlo.
—Has traído tu cuchillo de piedra —dijo Hickory.
—Así es. Tengo planes para él.
—¿Qué planes?
—Te los contaré más tarde. Pero dime, Hickory. Esa nave a la que vamos. ¿Lleva a alguien importante?
—Sí —dijo Hickory—. Como es la primera vez que estás en presencia de otros obin desde que eras pequeña, uno de los miembros del gobierno de los obin estará allí para recibirte. Tiene muchas ganas de conocerte.
—Bien —dije, y miré el cuchillo—. Yo también tengo muchas ganas de conocerlo.
Creo que entonces conseguí poner nervioso a Hickory.
—Exige algo a cambio —me dije a mí misma mientras esperaba a que el miembro del gobierno obin viniera a saludarme a mi camarote—. Exige algo a cambio. Exige algo a cambio.
«Definitivamente, voy a vomitar», pensé.
«No puedes vomitar —me respondí a mí misma—. Todavía no has descubierto dónde está el lavabo. No sabrías dónde hacerlo.»
Eso al menos era cierto. Los obin no excretan ni cuidan de su higiene personal igual que los humanos, y no tratan esos temas con el mismo pudor que nosotros delante de otros individuos de nuestra especie. En un rincón de mi camarote había un interesante conjunto de agujeros y tuberías que parecían algo
que probablemente
se usaba en el cuarto de baño. Pero no tenía ni idea de para qué servía cada cosa. No quería usar lo que pensaba que era el lavabo sólo para descubrir más tarde que era la taza del retrete. Beber del retrete estaba bien para
Babar,
pero me gusta pensar que tengo mejores modales.
Dentro de un par de horas, iba a ser un verdadero problema. Tendría que preguntarle a Dickory o Hickory.
No estaban conmigo porque al embarcar había pedido que me llevaran directamente a mi camarote y luego pedí que me dejaran sola durante una hora, hasta que fuera a ver al miembro del gobierno. Creo que al hacerlo chafé una especie de bienvenida ceremonial por parte de la tripulación del transporte obin (llamado
Transporte obin 8.532,
con la típica y aburrida eficacia obin), pero no permití que eso me preocupara. De momento, había conseguido el efecto que buscaba: había decidido que iba a ser un poco difícil. Ser un poco difícil iba a facilitar un poco, esperaba, hacer lo que tenía que hacer a continuación. O sea, intentar salvar a Roanoke.
Papá tenía su propio plan para hacerlo, y yo iba a ayudarle. Pero se me estaba ocurriendo mi propio plan. Todo lo que tenía que hacer era exigir algo a cambio.
Algo realmente, realmente, realmente
grande.
«Oh, bueno —dijo mi cerebro—. Si eso no funciona, al menos puedes preguntarle a ese tipo del gobierno dónde se supone que se hace pis.» Sí, bueno, eso sería un avance.
Llamaron a la puerta de mi camarote, y la puerta se abrió deslizándose. No había cerradura porque los obin no tienen mucho sentido de la intimidad (no había ninguna señal en la puerta tampoco, por el mismo motivo). Tres obin entraron en la habitación: Hickory, Dickory y un tercer obin que yo no conocía.
—Bienvenida, Zoë —me dijo—. Te damos la bienvenida al inicio de tu estancia con los obin.
—Gracias —respondí—. ¿Eres el miembro del gobierno?
—Lo soy. Mi nombre es Dock.
Traté con esfuerzo de borrar la sonrisa de mi cara y fracasé miserablemente.
—¿Has dicho que te llamas Dock?
—Sí.
—¿Como en «Hickory, Dickory, Dock»?
—Correcto.
—Es toda una coincidencia —dije, cuando logré controlar mi expresión facial.
—No es una coincidencia —respondió Dock—. Cuando les pusiste nombre a Hickory y Dickory, supimos de la rima infantil de donde sacaste sus nombres. Cuando muchos otros obin y yo elegimos nombres para nosotros mismos, elegimos palabras de la rima.
—Sabía que había otros Hickorys y Dickorys —dije—, pero ahora me dices que hay también otros obin llamados Dock.
—Sí.
—Y «Ratón» y «Reloj» —dije yo.
—Sí.
—¿Y «Corre», «Arriba» y «El»? —pregunté.
—Todas las palabras de la rima son populares como nombres.
—Espero que algunos de los obin sepan que se han puesto un artículo como nombre —dije.
—Somos conscientes del significado de las palabras. Para nosotros lo importante es la asociación contigo. A ellos los llamaste Hickory y Dickory. Todo se derivó de ese hecho.
Me mortificaba la idea de que toda una raza temible de alienígenas se había puesto nombres tontos por los nombres que yo había dado sin pensarlo a dos de ellos hacía más de una década; este comentario por parte de Dock me hizo centrarme. Fue un recordatorio de que los obin, con su nueva conciencia, se sentían tan identificados conmigo, tan vinculados a mí, incluso cuando sólo era una niña, que hasta una rima infantil que me gustaba tenía su peso.
«Exige algo a cambio.»
El estómago se me tensó. Lo ignoré.
—Hickory —dije—. ¿Estáis grabando Dickory y tú ahora mismo?
—Sí —respondió Hickory.
—Dejadlo, por favor —dije—. Consejero Dock, ¿estás grabando ahora mismo?
—Sí. Aunque sólo para recuerdo personal.
—Por favor, déjalo.
Todos dejaron de grabar.
—¿Te hemos ofendido? —preguntó Dock.
—No. Pero no creo que queráis que esto sea parte de la grabación —inspiré profundamente—. Quiero algo de los obin, consejero.
—Dime qué es —dijo Dock—. Intentaré conseguírtelo.
—Quiero que los obin me ayuden a defender Roanoke.
—Me temo que no podemos ayudarte con esa petición —dijo Dock.
—No es una petición.
—No comprendo.
—He dicho que no es una petición. No
solicité
la ayuda de los obin, consejero. Dije que la
quiero.
Hay una diferencia.
—No podemos hacerlo —dijo Dock—. La Unión Colonial nos ha pedido que no proporcionemos ninguna ayuda a Roanoke.
—Me da igual. Lo que la Unión Colonial quiere no significa absolutamente nada para mí a estas alturas. La Unión Colonial planea dejar que toda la gente que quiero muera porque ha decidido que Roanoke vale más como símbolo que como colonia. Me importa una mierda el simbolismo. Me preocupa la gente. Mis amigos y mi familia. Necesitan ayuda. Y os la exijo.
—Ayudarte significa romper nuestro tratado con la Unión Colonial —dijo Dock.
—¿Vuestro tratado? ¿El que os permite acceder a mí?
—Sí.
—¿No os dais cuenta de que ya me tenéis? En esta nave. Técnicamente en territorio obin. Ya no necesitáis ningún permiso de la Unión Colonial para verme.
—Nuestro tratado con la Unión Colonial no es sólo para acceder a ti —dijo Dock—. Cubre muchos temas, incluyendo nuestro acceso a las máquinas de conciencia que llevamos. No podemos ir contra ese tratado, ni siquiera por ti.
—Entonces no lo rompáis —dije, y fue aquí donde crucé mentalmente los dedos. Sabía que los obin dirían que no podían romper su tratado con la Unión Colonial; Hickory lo había dicho antes. Aquí era donde las cosas iban a volverse realmente peliagudas—. Exijo que los obin me ayuden a defender Roanoke, consejero. No he dicho que sean los obin quienes tengan que hacerlo.
—Me temo que no te comprendo.
—Conseguid que alguien más me ayude —dije—. Dadles a entender que la ayuda sería apreciada. Haced lo que tengáis que hacer.
—No podríamos ocultar nuestra influencia —dijo Dock—. La Unión Colonial no se dejará convencer por el argumento de que forzar a otra raza a actuar en vuestro beneficio no constituye una interferencia.
—Entonces pedídselo a alguien que la Unión Colonial sepa que no podéis obligar.