Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
La PDA pasó de mi cuenta de correo a la nota informativa: nos enviaban la señal de que «el peligro había pasado».
—¿Ves? —dije.
Ordené a Hickory y Dickory que comprobaran la entrada del refugio en busca de escombros; no los había. Salí de la PDA y se la devolví a su dueño, y luego la gente empezó a salir. Gretchen y yo fuimos las últimas en hacerlo.
—Mira por dónde pisas —dijo Gretchen cuando salimos, y señaló al suelo.
Había cristales por todas partes. Miré alrededor. Todas las casas y edificios estaban en pie, pero casi todas las ventanas estaban destrozadas. Nos pasaríamos días recogiendo cristales.
—Al menos hace buen tiempo —dije. Nadie pareció oírme. Probablemente era lo mejor.
Me despedí de Gretchen y me dirigí a mi casa con Hickory y Dickory. Encontré más cristales en lugares sorprendentes y a
Babar
escondido en la ducha. Conseguí sacarlo y le di un abrazo gordo. Él me lamió la cara con frenesí. Después de acariciarlo y calmarlo, busqué mi PDA para llamar a papá o a mamá, y entonces me di cuenta de que me la había dejado en casa de Gretchen. Hice que Hickory y Dickory se quedaran con
Babar
(que necesitaba su compañía más que yo en este momento), y me dirigí a la casa de mi amiga. Cuando estaba llegando, la puerta se abrió de golpe y Gretchen salió corriendo, me vio y corrió hacia mí, con su PDA en una mano y la mía en la otra.
—Zoë —dijo, y entonces su rostro se tensó, y lo que tenía que decir se perdió durante un momento.
—Oh, no —dije—. Gretchen. Gretchen. ¿Qué ocurre? ¿Es tu padre? ¿Está bien?
Gretchen negó con la cabeza, y me miró.
—No es mi padre —dijo—. Mi padre está bien. No es papá. Zoë,
Magdy acaba de llamarme. Dice que cayó algo. Alcanzó la casa de Enzo. Dice que la casa sigue allí, pero hay algo grande en el patio. Cree que es parte de un misil. Dice que ha intentado llamar a Enzo pero no está allí. No hay nadie. No responde nadie. Dice que acababan de construir un refugio antibombas, fuera de la casa. En el patio, Zoë, Magdy dice que no para de llamar y que no responde nadie. Acabo de llamar a Enzo yo también. No recibo respuesta, Zoë. Ni siquiera conecta. Sigo intentándolo. Oh, Dios, Zoë. Oh, Dios, Zoë. Oh, Dios.
* * *
Enzo Paulo Gugino nació en Zhong Guo, primer hijo de Bruno y Natalie Gugino. Bruno y Natalie se conocían desde niños y sus amigos y familiares siempre supieron que estaban hechos el uno para el otro y pasarían juntos el resto de sus vidas. Bruno y Natalie no discutieron esta idea. Bruno y Natalie, por lo que todos sabían, nunca discutían nada y, desde luego, nunca discutían entre sí. Se casaron jóvenes, incluso para la cultura profundamente religiosa de Zhong Guo en la que vivían, donde la gente solía casarse pronto. Pero nadie podía imaginar que no estuvieran juntos; sus padres dieron su consentimiento y los dos se casaron en una de las bodas más populosas que nadie podía recordar en su ciudad natal de Pomona Falls. Nueve meses más tarde, casi el día exacto, nació Enzo.
Enzo fue un encanto desde el momento en que nació; siempre parecía feliz y sólo alborotaba de vez en cuando, aunque (como se explicaba frecuentemente, para mortificación posterior suya), tenía una marcada tendencia a quitarse los pañales y manchar con su contenido la pared más cercana que hubiera. Esto causó un verdadero problema una vez en un banco. Por fortuna, pronto aprendió a controlar sus esfínteres.
Enzo conoció a su mejor amigo, Magdy Metwalli, en la guardería. El primer día de clase, un niño de tercero se metió con Enzo y lo tiró con fuerza al suelo; Magdy, a quien Enzo no había visto nunca antes, se lanzó contra el niño de tercero y empezó a darle puñetazos en la cara. Magdy, que entonces era pequeño para su edad, no causó más daños que hacer que el otro se meara encima (literalmente); fue Enzo quien acabó zafando a Magdy del otro niño y calmándolo antes de que los enviaran a todos al despacho del director y luego a casa durante el resto del día.
Enzo mostró pronto gusto por las palabras y escribió su primer relato con siete años, una historia titulada «El horrible calcetín que olía mal y se comió Pomona Falls, excepto mi casa», donde un gran calcetín, que sufre una mutación debido a que nadie lo lava y huele fatal, empezaba a comerse el contenido de toda una ciudad y sólo era detenido cuando los héroes Enzo y Magdy lo sometían a puñetazos y luego lo lanzaban a una piscina llena de detergente. La primera parte de la historia (el origen del calcetín) ocupaba tres frases; la climática escena de la batalla ocupaba tres páginas. Se rumorea que Magdy (el que leía la historia, no el que participaba en ella) seguía pidiendo más escenas de lucha.
Cuando Enzo tenía diez años su madre se quedó embarazada por segunda vez, de las gemelas María y Katharina. El embarazo fue difícil y complicado porque el cuerpo de Natalie apenas podía con los dos bebés a la vez; el parto fue peligroso y Natalie estuvo a punto de desangrarse más de una vez. Tardó más de un año en recuperarse del todo, y durante ese tiempo su hijo Enzo, con diez y once años, ayudó a sus padres a cuidar de sus hermanas, aprendiendo a cambiar pañales y a dar de comer a las niñas cuando su madre necesitaba un descanso. En esa época se produjo la única pelea real entre Magdy y Enzo: de broma, Magdy llamó mariquita a Enzo por ayudar a su madre, y Enzo le dio un puñetazo en la boca.
Cuando Enzo tenía quince años, los Gugino y los Metwalli y otras dos familias que conocían ingresaron en un grupo que solicitaba ser parte del primer mundo colonial compuesto por ciudadanos de la Unión Colonial en vez de la Tierra. Durante los meses siguientes la vida de Enzo y la de su familia estuvo a disposición de las autoridades para ser estudiada, y él lo soportó con toda la paciencia de alguien que tenía quince años y sólo quería que lo dejaran en paz. Se exigió que todos los miembros de la familia enviaran una declaración explicando por qué querían ser parte de la colonia. Bruno Gugino explicó que era muy aficionado a la época de la colonización americana y la historia de los principios de la Unión Colonial: quería ser parte de
este
nuevo capítulo de la historia. Natalie Gugino escribió que quería criar a su familia en un mundo donde todos cooperaran. María y Katharina hicieron dibujos donde flotaban en el espacio con lunas sonrientes.
Enzo, que cada vez amaba más y más las palabras, escribió un poema, imaginándose a sí mismo en un nuevo mundo, y lo tituló «Las estrellas, mi destino». Más tarde admitió que había sacado el título de un oscuro libro de aventuras fantásticas que nunca había leído. El poema, escrito sólo para la solicitud, se filtró a los medios locales y tuvo un gran éxito. Acabó siendo una especie de himno no oficial del esfuerzo de colonización de Zhong Guo. Y como no podía ser de otro modo, después de todo eso, Enzo y su familia y el resto de solicitantes, fueron elegidos.
Cuando Enzo acababa de cumplir dieciséis años, conoció a una chica llamada Zoë y, por algún motivo incomprensible, se enamoró de ella. Zoë era una chica que parecía estar siempre de vuelta de todo y no se cortaba en decírtelo a todas horas, pero en sus momentos privados, Enzo descubrió que Zoë era tan nerviosa e insegura y estaba tan aterrada que decía o hacía algo estúpido sólo para asustar a ese chico al que tal vez amaba, y él era tan nervioso e inseguro y estaba tan aterrado que también hacía algo estúpido. Hablaban y se acariciaban y se abrazaban y se besaban, y aprendieron a no ponerse nerviosos ni sentirse inseguros y aterrados por la presencia del otro. Decían y hacían cosas estúpidas, y al final acabaron espantándose mutuamente, porque no sabían nada más. Pero lo superaron, y cuando volvieron a estar juntos por segunda vez, no se preguntaron si se querían o no. Porque sabían que así era. Y así se lo dijeron el uno al otro.
El día que murió, Enzo habló con Zoë, bromeó con ella por haberse perdido la cena que se suponía iba a tomar con su familia, y prometió enviarle un poema que le había escrito. Entonces le dijo que la amaba y oyó cómo ella decía que lo amaba. Luego le envió el poema y se sentó a cenar con su familia. Cuando sonó la alerta de emergencia, la familia Gugino, el padre Bruno, la madre Natalie, las hijas María y Katharina y el hijo Enzo, fueron juntos al refugio que Bruno y Enzo habían construido tan sólo unas semanas antes, y se sentaron todos allí, abrazándose y esperando la señal de que el peligro había pasado.
El día que murió, Enzo supo que era amado. Supo que era amado por sus padres, quienes nunca dejaron de quererse hasta el momento de su muerte. Su amor mutuo se convirtió en amor por él y por sus hermanas. Enzo supo que lo amaban sus hermanas, a quienes cuidó cuando eran pequeñas y él era pequeño. Supo que lo amaba su mejor amigo, a quien nunca dejó de sacar de líos y quien nunca dejó de meterse en líos. Y supo que lo amaba Zoë, yo, a quien declaró su amor y que le dijo esas mismas palabras.
Enzo vivió una vida de amor, desde el momento en que nació hasta el momento en que murió. Mucha gente vive su vida sin amor. Queriendo amor. Esperando el amor. Anhelando más del que tiene. Echando de menos el amor cuando se va. Enzo nunca tuvo que pasar por eso. Nunca tendría que hacerlo.
Todo lo que conoció toda su vida fue amor.
Tengo que pensar que fue suficiente.
Tendría que serlo, ahora.
* * *
Pasé el día con Gretchen y Magdy y todos los amigos de Enzo, que eran muchos, llorando y riendo y recordándolo, y en un momento dado no pude soportarlo más porque todo el mundo había empezado a tratarme como si fuera su viuda, y aunque en cierto modo me sentía así, no quería tenerlo que compartir con nadie. Era mío y quería atesorarlo durante un ratito. Gretchen vio que había llegado a una especie de punto límite, y me llevó a su habitación y me dijo que descansara un poco, y que vendría a comprobar cómo me encontraba más tarde. Entonces me dio un feroz abrazo, me besó en la sien, me dijo que me quería y cerró la puerta. Me quedé tendida en la cama de Gretchen y traté de aprovechar el descanso hasta que recordé el poema de Enzo, que me esperaba en la bandeja de entrada de mi correo.
Gretchen había dejado mi PDA en la mesa y me acerqué, la cogí y me senté de nuevo en la cama y recuperé la cuenta de correo y vi el mensaje de Enzo. Extendí la mano para pulsar la pantalla y entonces recuperé en cambio el directorio. Encontré la carpeta titulada «Enzo balón prisionero» y la abrí y empecé a reproducir los archivos y a ver cómo Enzo las pasaba canutas en la cancha de balón prisionero, recibiendo golpes en la cara y cayendo al suelo con increíble sentido cómico. Seguí mirando hasta que me reí tanto que ya no pude ver, y tuve que soltar la PDA un minuto para concentrarme en el sencillo acto de inspirar y espirar.
Cuando volví a controlarlo, cogí de nuevo la PDA, entré en la cuenta de correo y abrí el mensaje de Enzo.
Zoë:
Aquí tienes. Por ahora tendrás que imaginar el brazo agitándose. ¡Pero el espectáculo en directo viene de camino! Es decir, después de que tomemos la tarta. Mmmm...tarta.
Pertenezco
Dijiste que te pertenezco y estoy de acuerdo pero la calidad de esa pertenencia es una cuestión de cierta importancia.
No te pertenezco como una compra, algo pedido y vendido y entregado en una caja para ser mostrado con orgullo a amigos y admiradores.
No te pertenecería de ese modo y sé que así no me querrías.
Te diré cómo te pertenezco.
Te pertenezco como un anillo a un dedo, un símbolo de algo eterno.
Te pertenezco como un corazón a un pecho latiendo al compás de otro corazón.
Te pertenezco como una palabra al aire, enviando amor a tu oído.
Te pertenezco como un beso en tus labios, puesto allí por mí con la esperanza de que vengan más.
Y sobre todo te pertenezco porque donde guardo mis esperanzas guardo la esperanza de que me pertenezcas.
Es una esperanza que despliego ahora como un regalo.
Pertenéceme como un anillo y un corazón y una palabra y un beso y como una esperanza que atesoro.
Te perteneceré como todas estas cosas y también algo más, algo que descubriremos entre nosotros y que nos pertenecerá a nosotros solos.
Dijiste que te pertenezco y estoy de acuerdo.
Dime que tú también me perteneces.
Espero tu palabra y espero tu beso.
Te quiero.
Enzo
Yo también te quiero, Enzo. Te quiero.
Te echo de menos.
A la mañana siguiente, descubrí que papá había sido arrestado.
—No es exactamente un arresto —dijo papá, sentado a la mesa de la cocina, mientras tomaba su café matutino—. Me han relevado de mi puesto como líder de la colonia y tengo que volver a la Estación Fénix para ser interrogado. Así que es más bien un juicio. Y si eso sale mal, entonces me arrestarán.
—¿Va a salir mal? —pregunté.
—Probablemente. No suelen hacer un interrogatorio si no saben cómo va a acabar, y si fuera a salir bien, no se molestarían en hacerlo —papá bebió su café.
—¿Qué has hecho? —pregunté.
Yo tenía mi propio café, cargado de leche y azúcar, intacto ante mí. Todavía estaba conmocionada por lo de Enzo, y esto no me estaba sirviendo de ayuda.
—Traté de convencer al general Gau para que no cayera en la trampa que le habíamos preparado a él y a su flota —dijo papá—. Cuando nos encontramos, le pedí que no convocara a su flota. De hecho, se lo supliqué. Al hacerlo, desobedecí las órdenes que había recibido. Me dijeron que entablara una «conversación no esencial» con él. Como si se pudiera entablar una conversación no esencial con alguien que planea tomar tu colonia y a quien estás a punto de volarle toda la flota.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunté—. ¿Por qué intentaste dar una salida al general Gau?
—No lo sé. Probablemente porque no quería tener en mis manos la sangre de todas esas tripulaciones.
—No fuiste tú quien hizo estallar las bombas.
—No creo que eso importe, ¿verdad? —dijo papá. Soltó su taza—. Yo formaba parte del plan, participando activamente en él. En parte, era responsable de lo que iba a suceder. Me gustaría pensar que al menos intenté evitar el derramamiento de sangre. Supongo que esperaba que el asunto pudiera zanjarse de un modo que no fuera matar a todo el mundo.
Me levanté de la silla y le di un abrazo. Él lo aceptó y luego me miró, un poco sorprendido, cuando me senté.