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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (12 page)

En cuanto a Enzo y a mí, así es como nos iba:

—Te traigo algo —dije, tendiéndole mi PDA.

—¿Me traes una PDA? Siempre he querido una.

—Idiota —dije yo. Naturalmente, él tenía una PDA; todos la teníamos. Difícilmente podríamos ser adolescentes sin ellas—. No, abre el archivo de películas.

Lo hizo y miró las imágenes unos instantes. Entonces me miró, ladeando la cabeza.

—¿Todo son imágenes mías recibiendo balonazos en la cabeza? —preguntó.

—Por supuesto que no. En algunas te golpean en otras partes.

Cogí la PDA y pasé el dedo por la línea de avance rápido de la imagen.

—¿Ves? Mira —dije, mostrando el golpe en la entrepierna que había recibido un rato antes.

—Oh, magnífico.

—Te pones guapo cuando te desplomas como un dolorido infeliz.

—Me alegra que pienses así —dijo él, claramente no tan entusiasmado como yo.

—Veámoslo de nuevo. Esta vez en cámara lenta.

—Mejor no. Es un recuerdo doloroso. Tenía planes para estas cosas algún día.

Sentí que empezaba a ruborizarme, y lo combatí con sarcasmo.

—Pobre Enzo —dije—. Con su vocecita fina.

—Tu compasión es abrumadora. Creo que te gusta verme por los suelos. Podrías ofrecerme mejor algún consejo.

—Muévete más rápido —dije—. Intenta que no te den tanto.

—Eres una gran ayuda.

—Toma —dije, pulsando el botón de enviar de la PDA—. Ahora lo tienes en tu bandeja de entrada. Así podrás guardarlo para siempre.

—No sé qué decir.

—¿Me has traído algo? —pregunté.

—La verdad es que sí —dijo Enzo, y entonces sacó su PDA, tecleó algo, y me tendió el aparato. Había otro poema. Lo leí.

—Qué amable —dije. Era muy bonito, pero no quería ponerme tierna con él, no después de haber compartido el vídeo donde recibía un golpe en sus partes bajas.

—Sí, bueno —contestó él, recuperando la PDA—. Lo escribí antes de ver ese vídeo. Recuérdalo —pulsó la pantalla—. Toma. Lo tienes en tu bandeja de entrada. Para que lo puedas guardar siempre.

—Lo haré —contesté, y lo haría.

—Bien. Porque me dan mucho la vara por eso, ya sabes.

—¿Por los poemas? —pregunté. Enzo asintió—. ¿Quién?

—Magdy, naturalmente. Me pilló escribiéndote ése y se cachondeó de mí.

—Para Magdy un poema es una rima guarra.

—No es estúpido —dijo Enzo.

—No he dicho que sea estúpido. Sólo vulgar.

—Bueno, es mi mejor amigo. Qué se le va a hacer.

—Creo que está muy bien que le seas leal —dije—. Pero tengo que decirte que si se burla de ti porque me escribes poemas, voy a tener que patearle el culo.

Enzo sonrió.

—¿Tú o tus guardaespaldas?

—Oh, me encargaré de esto personalmente. Aunque puede que le pida a Gretchen que me ayude.

—Creo que lo haría.

—Por supuesto.

—Supongo que entonces será mejor que te siga escribiendo poemas —dijo Enzo.

—Bien —dije, y le acaricié la mejilla—. Me alegra que tengamos estas pequeñas conversaciones.

Y Enzo cumplió su palabra: un par de veces al día recibía un nuevo poema. Eran en su mayoría lindos y graciosos, sólo un poco relamidos, porque los enviaba en diferentes formatos: haikus y sonetos y sextinas y algunas formas que no sé cómo se llaman pero que se notaba que se suponía que eran algo.

Y por supuesto yo se los enseñaba todos a Gretchen, que intentaba con todas sus fuerzas no dejarse impresionar.

—La rima se le ha ido en ése —dijo, después de leer el que le mostré en uno de los encuentros de balón prisionero. Savitri se nos había unido como espectadora. Era su tiempo de descanso—. Yo lo dejaría por eso.

—No se le ha ido —dije—. Y además, no es mi novio.

—¿Un tipo te envía poemas cada hora y dices que no es tu novio? —preguntó Gretchen.

—Si fuera su novio, ya no le enviaría poemas —dijo Savitri.

Gretchen se dio un golpe en la frente.

—Pues claro. Ahora todo tiene sentido.

—Dame eso —dije, recuperando mi PDA—. Qué cinismo.

—Lo dices porque estás recibiendo sextinas —dijo Savitri.

—Que no riman —dijo Gretchen.

—Callaos las dos —dije, y le di la vuelta a la PDA para poder grabar el juego. El equipo de Enzo se enfrentaba a los Dragones en los cuartos de final del campeonato—. Toda vuestra amargura me está distrayendo y no voy a ver cómo masacran a Enzo ahí fuera.

—Hablando de cinismo —dijo Gretchen.

Hubo un fuerte pum, mientras el balón aplastaba la cara de Enzo y le daba una forma no demasiado atractiva. El se agarró la cara con las dos manos, maldijo en voz alta, y cayó de rodillas.

—Allá vamos —dije.

—Pobre chico —comentó Savitri.

—Vivirá —dijo Gretchen, y se volvió hacia mí—. Lo habrás grabado.

—Pasará a la cinta de momentos memorables con toda seguridad.

—¿He mencionado antes que no te lo mereces?

—Eh —dije—. El me envía poemas, y yo documento su ineptitud física. Así es como funciona la relación.

—Creí que habías dicho que no era tu novio —dijo Savitri.

—No es mi novio —contesté, y guardé el humillante vídeo en mi archivo «Enzo»—. Eso no significa que no tengamos una relación.

Guardé mi PDA y saludé a Enzo, que se acercaba todavía con las manos en la cara.

—Así que lo has grabado —me dijo.

Me di la vuelta y le sonreí a Gretchen y Savitri, como diciendo, ahí tenéis. Las dos pusieron los ojos en blanco.

En total, pasó como una semana desde que la
Magallanes
dejó la Estación Fénix y estuvo lo bastante lejos de cualquier pozo de gravedad importante para poder saltar a Roanoke. Pasé gran parte de ese tiempo viendo jugar al balón prisionero, escuchando música, charlando con mis nuevos amigos y grabando a Enzo cuando era alcanzado por los balones. Pero en medio de todo eso, me pasé algunos ratos aprendiendo cosas del mundo en el que viviríamos el resto de nuestras vidas.

Algunas cosas ya las sabía: Roanoke era un planeta de clase seis, lo que significaba (y aquí compruebo el Documento de Protocolo del Departamento de Colonización de la Unión Colonial, conseguidlo donde vuestra PDA tenga acceso a una red) que el planeta entraba en el quince por ciento de gravedad, atmósfera, temperatura y rotación estándar de la Tierra, pero que la biosfera no era compatible con la biología humana... lo que significaba que si comías algo de allí, probablemente te haría vaciarte vomitando si no te mataba en el acto.

(Eso me hizo sentirme levemente curiosa respecto a cuántas clases de planetas había. Resulta que hay dieciocho, doce de las cuales son compatibles con los humanos al menos nominalmente. Dicho esto, si alguien dice que os encontráis en una nave colonial con destino a un planeta de clase doce, lo mejor que podéis hacer es buscar una cápsula de escape o uniros a la tripulación de la nave, porque no querréis aterrizar en ese mundo si podéis evitarlo. A menos que os
guste
pesar dos veces y media vuestro peso normal en un planeta con una atmósfera ahogada en amoníaco que, con suerte, os aplastará antes de morir de exposición. En cuyo caso, ya sabéis. Bienvenidos a casa.)

¿Qué se hace en un planeta de clase seis, cuando eres miembro de una colonia seminal? Bueno, Jane lo dejó bien claro cuando lo dijo en Huckleberry: trabajas. Sólo tienes un suministro de comida limitado antes de poder aumentarlo con lo que has cosechado... pero antes de cosechar tu alimento tienes que trabajar el terreno para poder cultivarlo con cosas que sirvan para alimentar a los humanos (y las otras especies que empezaron en la Tierra, como casi todo nuestro ganado) sin ahogar hasta la muerte los nutrientes incompatibles del suelo. Y tienes que asegurarte de que el ya mencionado ganado (o las mascotas, o los bebés, o los adultos descuidados que no prestaron atención durante sus períodos de formación), no pasten o coman nada del planeta hasta que hayas hecho un escaneo toxicológico para ver si los matará. Los materiales entregados a los colonos sugieren que esto es más difícil de lo que parece, porque no es que el ganado atienda a razones, ni tampoco los bebés ni algunos adultos.

Así que cuando has acondicionado el suelo e impedido que todos tus animales y los adultos medio lelos se atiborren de frutos venenosos llega la hora de plantar, plantar, plantar tus cosechas como si tu vida dependiera de ello, porque el caso es que
depende.
Para reforzar este argumento, el material de formación de los colonos está lleno de imágenes de colonos demacrados que estropearon sus plantaciones y acabaron mucho más delgados (o peor) después del invierno de su planeta. La Unión Colonial no te sacará las castañas del fuego: si fracasas, fracasas, a veces al precio de perder la vida.

Has plantado y labrado y cultivado, y luego lo vuelves a hacer, y sigues haciéndolo... y mientras tanto también construyes infraestructuras, porque una de las funciones principales de una colonia seminal es preparar el planeta para la siguiente y más grande oleada de colonos, que aparecen un par de años estándar más tarde. Asumo que aterrizan, miran todo lo que has creado, y dicen «Bueno, colonizar no parece tan duro». Y en ese punto les das un puñetazo.

Y durante todo este tiempo, en el fondo de tu mente, hay un pequeño detalle: las colonias se hallan en su momento más vulnerable para ser atacadas cuando son nuevas. Hay un motivo por el que los humanos colonizan los planetas de clase seis, donde el biosistema puede matarlos, e incluso los planetas de clase doce, donde casi todo lo demás los matará también. Es porque hay un montón de otras razas inteligentes ahí fuera que tienen las mismas necesidades de expansión que nosotros, y nosotros queremos tantos planetas como podamos tomar. Si alguien ya está allí, bien. Es sólo algo que hay que sortear.

Yo lo sabía bien. Y también John y Jane.

Pero era algo que me pregunto si los demás (gente de mi edad o mayor) comprendía realmente; si comprendía que con planeta de clase seis o sin él, con suelo acondicionado o no, con cosechas plantadas o no, todo lo que han hecho y por lo que han trabajado no importa mucho cuando una nave espacial aparece en tu cielo, y está llena de criaturas que han decidido que quieren tu planeta, y tú estás en medio. Tal vez sea algo que no se pueda comprender hasta que sucede.

O tal vez se trata de que la gente no piensa en ello porque no hay nada que hacer al respecto. No somos soldados, sino colonos. Ser colono significa aceptar el riesgo. Y una vez que has aceptado el riesgo, bien puedes no pensar en él hasta que tienes que hacerlo.

Y durante nuestra semana en la
Magallanes,
desde luego no tuvimos que hacerlo. Nos estábamos divirtiendo... casi nos estábamos divirtiendo demasiado, para ser sinceros. Sospeché que estábamos obteniendo una visión muy poco representativa de la vida colonial. Se lo mencioné a papá, mientras veíamos el último encuentro del torneo de balón prisionero, donde los Dragones estaban dándole una paliza a los Moho de Fango, el equipo en el que estaba Magdy, anteriormente imbatidos. A mí me parecía perfecto: Magdy se había vuelto insufrible con la racha ganadora de su equipo. La humildad le sentaría bien al chaval.

—Naturalmente que esto no es representativo —dijo papá—. ¿Crees que tendremos tiempo de jugar al balón prisionero cuando lleguemos a Roanoke?

—No me refiero sólo al balón prisionero.

—Lo sé —dijo él—. Pero no quiero preocuparte. Déjame que te cuente una historia.

—Oh, cielos. Una historia.

—Qué sarcástica —dijo papá—. La primera vez que salí de la Tierra y me uní a las Fuerzas de Defensa Coloniales, tuvimos una semana como ésta. Nos dieron nuestros nuevos cuerpos (los cuerpos verdes, como el que todavía tiene el general Rybicki) y nos ordenaron divertirnos durante una semana.

—Parece una buena manera de atraer problemas.

—Tal vez. Pero sobre todo consiguió dos cosas. La primera fue hacernos sentir cómodos con lo que nuestros nuevos cuerpos podían hacer. La segunda fue darnos tiempo para disfrutar y hacer amigos antes de tener que ir a la guerra. Darnos un poco de calma antes de la tormenta.

—Así que nos estáis dando esta semana para que nos divirtamos antes de enviarnos a todos a las minas de sal —dije.

—No a las minas de sal, pero sí a los campos —contestó papá, y señaló a los muchachos que todavía jugaban en la cancha—. No creo que a un montón de tus nuevos amigos se les haya metido todavía en la mollera que cuando aterricemos van a ponerlos a trabajar. Esto es una colonia seminal. Hacen falta todas las manos.

—Supongo que es bueno que recibiera una educación decente antes de dejar Huckleberry.

—Oh, seguirás asistiendo a clase —dijo papá—. Eso puedo asegurártelo, Zoë. Pero también trabajarás. Igual que todos tus amigos.

—Monstruosamente injusto —dije—. Trabajo
y
colegio.

—No esperes mucha compasión por nuestra parte —contestó papá—. Mientras tú estés sentada leyendo nosotros estaremos ahí fuera sudando y labrando.

—¿Quiénes son «nosotros»? —pregunté—. Tú eres el líder de la colonia. Estarás administrando.

—Cultivé la tierra cuando era defensor del pueblo en Nueva Goa —dijo papá.

Hice una mueca.

—Querrás decir que pagaste por el grano y dejaste que Chaudhry Shujaat trabajara la tierra por ti.

—No entiendes el argumento —dijo papá—. El argumento es que cuando lleguemos a Roanoke todos estaremos ocupados. Los que nos ayudarán a superarlo son nuestros amigos. Sé que funcionó así para mí en las FDC. Has hecho nuevos amigos esta última semana, ¿no?

—Sí —dije.

—¿Querrías empezar tu vida en Roanoke sin ellos? —preguntó papá.

Pensé en Gretchen y Enzo, e incluso en Magdy.

—Definitivamente no.

—Entonces esta semana ha servido para cumplir nuestro objetivo —dijo papá—. Vamos a pasar de ser colonos de mundos distintos a convertirnos en una sola colonia, y de ser desconocidos a ser amigos. Todos vamos a necesitarnos unos a otros. Estamos en mejor situación para trabajar juntos. Y ése es el beneficio práctico de tener una semana de diversión.

—Guau —dije—. Ya veo cómo has tejido una sutil red de relaciones interpersonales.

—Bueno, ya sabes —dijo papá, con esa expresión en la mirada que quería decir que sí, que captaba la referencia—. Por eso
dirijo
las cosas.

—¿Ah, sí?

—Eso es lo que me digo a mí mismo, al menos.

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