Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
Hickory no dijo nada. En el camino, mamá se había separado un poco de papá y él se daba la vuelta para regresar a la casa. Entonces se detuvo y se volvió hacia mamá. Ella le tendió la mano. Él se acercó y la tomó. Empezaron a recorrer el camino juntos.
—Adiós, Huckleberry —dije, susurrando las palabras. Me aparté de la ventana y dejé que mis padres dieran su paseo.
—No sé cómo podrías aburrirte —me dijo Savitri, apoyada en una cubierta de observación mientras contemplábamos la
Magallanes
desde la Estación Fénix—. Este lugar es magnífico.
La miré con recelo fingido.
—¿Quién eres tú, y qué has hecho con Savitri Guntupalli?
—No sé a qué te refieres —dijo ella, haciéndose la tonta.
—La Savitri que yo conozco es sarcástica y amarga —dije—. Tú estás llena de entusiasmo, como una niña de escuela. Por tanto, no eres Savitri. Eres un horrible ser alienígena camuflado, y te odio.
—Que quede claro: tú eres una niña de escuela y casi nunca muestras entusiasmo. Te conozco desde hace años y creo que no te he visto nunca entusiasmada. Casi eres inmune al entusiasmo.
—Bien, te entusiasmas más que una niña de escuela —dije—. Lo cual lo hace aún peor. Espero que estés contenta.
—Lo estoy —dijo Savitri—. Gracias por darte cuenta.
—Hrrrumph —dije, poniendo los ojos en blanco para recalcar el efecto, y me dediqué a la cubierta de observación con renovada parsimonia.
En realidad no estaba irritada con Savitri. Ella tenía un motivo excelente para estar entusiasmada: toda la vida en Huckleberry y ahora, por fin, estaba en otro lugar: en la Estación Fénix, la estación espacial por excelencia, la cosa más grande que los humanos habían construido jamás, flotando sobre Fénix, el planeta hogar de toda la Unión Colonial. Desde que yo la conocía (que era desde que trabajaba como ayudante de mi padre, allá en Nueva Goa, en Huckleberry), Savitri había cultivado cierto aire de sagacidad, motivo por el que la adoraba y la imitaba. Hay que tener modelos de conducta, ya sabéis.
Pero después de que saliéramos de Huckleberry su excitación por ver por fin más universo se apoderó de ella. Se mostraba entusiasmada por todo: incluso se levantó temprano para contemplar a la
Magallanes,
la nave que nos llevaría a Roanoke, atracar en la Estación Fénix. Yo estaba feliz porque se mostrara tan entusiasmada por todo, y me burlaba de ella implacablemente a cada oportunidad que se presentaba. Un día, sí, llegaría el contraataque: no en vano casi todo lo que sabía sobre cómo hacerme la listilla lo había aprendido de Savitri; sin embargo, hasta entonces era una de las pocas cosas que me mantenían entretenida.
Vamos a ver: la Estación Fénix es enorme, está llena de gente y, a menos que tengas un trabajo (o, como Savitri, te pueda la curiosidad), allí no pasa nada. No es un parque de atracciones, es sólo una gran combinación aburrida de oficinas del gobierno, muelles de atraque y cuarteles militares, todo apretujado. Si no fuera por la sensación de que salir a tomar un poco de aire fresco te mataría (no hay aire fresco, sólo vacío que te revienta los pulmones), podría ser cualquier gran, anodino y aburridísimo centro cívico adonde los humanos van a hacer grandes, anodinas y aburridísimas cosas cívicas. No está diseñada para la diversión, o al menos para ninguna diversión que pueda despertar mi interés. Supongo que podría haber archivado algo. Eso sí habría tenido gracia.
Savitri, además de estar sensiblemente emocionada por no estar en Huckleberry, también trabajaba como una mula para John y Jane. Los tres se habían pasado casi todo el tiempo desde que llegaron a la Estación Fénix preparándose para la marcha a Roanoke, aprendiendo cosas de los colonos que vendrían con nosotros, y supervisando la carga de suministros y equipo de la
Magallanes
. Para mí no era nada nuevo, pero me dejaba poco que hacer y a nadie con quien hacerlo. Ni siquiera podía relacionarme mucho con Hickory, Dickory o
Babar.
Papá le dijo a Hickory y Dickory que no llamaran la atención mientras estuviéramos en la Estación Fénix y a los perros no se les deja correr por allí. Tuvimos que poner toallitas de papel para que
Babar
hiciera sus cosas. La primera noche que las puse e intenté que hiciera el resto él solo, me dirigió una mirada que decía «Debes de estar bromeando». Lo siento, amigo. Ahora mea, maldición.
El único motivo por el que yo pasaba algún tiempo con Savitri era porque a través de una astuta combinación de quejas y reproches la había convencido para que aprovechara su descanso para almorzar conmigo. Incluso entonces se trajo la PDA y se pasó la mitad del almuerzo repasando manifiestos. Incluso eso la entusiasmaba. Le dije que me parecía que estaba enferma.
—Lamento que estés aburrida —dijo Savitri, de vuelta al presente—. Podrías dárselo a entender a tus padres.
—Créeme, lo he hecho —dije—. Papá hasta se dio por enterado. Dijo que va a llevarme a Fénix. A hacer algunas compras de última hora y otras cosas.
Las
otras cosas
eran el principal motivo para que fuéramos, pero no quise mencionárselas a Savitri. Ya me sentía bastante melancólica.
—¿No has conocido todavía a ningún colono de tu edad? —me preguntó Savitri.
Me encogí de hombros.
—He visto a algunos.
—Pero no has hablado con ninguno.
—En realidad no.
—Porque eres
tímida —
dijo Savitri.
—Ahora vuelve tu sarcasmo.
—Compadezco tu aburrimiento. Pero no tanto si estás regodeándote en él.
Echó un vistazo a la cubierta de observación, donde había otras personas, sentadas o leyendo o contemplando las naves atracadas en la estación.
—¿Qué tal ella? —dijo, señalando a una chica que parecía tener mi edad y que miraba por el ventanal de la cubierta.
La observé.
—¿Qué pasa con ella? —dije.
—Parece tan aburrida como tú.
—Las apariencias pueden ser engañosas.
—Vamos a comprobarlo —dijo Savitri, y antes de que pudiera detenerla llamó a la otra chica—. Eh.
—¿Sí? —dijo la chica.
—Mi amiga cree que es la adolescente más aburrida de toda la estación —dijo Savitri, señalándome. No encontré ningún sitio donde meterme—. Me preguntaba si tendrías algo que decir al respecto.
—Bueno —dijo la chica, después de un momento—. No es por alardear, pero mi aburrimiento es
apabullante.
—Oh, me cae bien —me dijo Savitri, y llamó a la chica—. Esta es Zoë —dijo, presentándome.
—Sé hablar —le dije a Savitri.
—Gretchen —dijo ella, extendiendo la mano.
—Hola —dije, tomándola.
—Me interesa tu aburrimiento y me gustaría oír más —dijo Gretchen.
«Vale —pensé—. A mí también me cae bien.»
Savitri sonrió.
—Bueno, ya parece que las dos que estáis en la misma situación, he de marcharme —dijo—. Hay contenedores de acondicionadores de suelo que necesitan mi atención —me dio un beso, se despidió de Gretchen, y se marchó.
—¿Acondicionadores de suelo? —me preguntó Gretchen, después de que se marchara.
—Es una larga historia.
—No tengo otra cosa sino tiempo —dijo Gretchen.
—Savitri es la ayudante de mis padres, que van a dirigir una nueva colonia —dije, y señalé la
Magallanes
—, Esa es la nave en la que vamos a ir. Uno de los trabajos de Savitri es asegurarse de que todo lo que está en la lista suba a la nave. Supongo que ahí entran los acondicionadores de suelo.
—Tus padres son John Perry y Jane Sagan —dijo Gretchen.
Me la quedé mirando un momento.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Porque mi padre habla mucho de ellos —dijo, y señaló hacia la
Magallanes
—. Esa colonia que tus padres van a dirigir fue idea suya. Era el representante de Eire en la legislatura de la UC, y durante años ha defendido que la gente de las colonias establecidas deberían poder colonizar también, no sólo la gente de la Tierra. Finalmente, el Departamento de Colonización estuvo de acuerdo con él... y entonces le dio el liderazgo de la colonia a tus padres en vez de al mío. Le dijeron que había sido un compromiso político.
—¿Qué pensó tu padre al respecto? —pregunté.
—Bueno, acabo de conocerte —respondió Gretchen—. No sé qué tipo de lenguaje puedes soportar.
—Oh. Bien, así que no es algo bueno —dije.
—No creo que
odie
a tus padres —dijo Gretchen, rápidamente—. No es eso. Sólo supuso que después de todo lo que había hecho, sería el líder de la colonia. «Decepción» ni siquiera empieza a expresarlo. Aunque yo no diría tampoco que tus padres le caigan bien. Tiene un archivo sobre ellos de cuando los nombraron para el cargo y se pasa el día murmurando mientras lo lee.
—Lamento que esté decepcionado —dije.
Me pregunté si tendría que descartar a Gretchen como posible amiga, uno de esos estúpidos escenarios de «nuestras casas en guerra». La primera persona de mi edad que conocía que iba a Roanoke, y ya estábamos en bandos distintos.
Pero entonces ella dijo:
—Sí, bueno. En cierto modo se comporta de manera un poco estúpida al respecto. Se compara con Moisés, en plan «Oh, he guiado a mi pueblo hasta la tierra prometida pero yo no puedo entrar en ella» —e hizo pequeños movimientos con la mano para recalcar el argumento—, y fue entonces cuando decidí que se estaba pasando. Porque vamos a ir, ya sabes. Y forma parte del Consejo que asesora a tus padres. Así que le dije que cerrara el pico.
Parpadeé.
—¿Usaste esas palabras?
—Bueno, no —dijo Gretchen—. Sólo le dije que me preguntaba si un perrito al que le han dado una patada lloriquearía más que él. —Se encogió de hombros—. Qué puedo decir. A veces tiene que superarse a sí mismo.
—Tú y yo vamos a ser las mejores amigas del mundo —dije.
—¿Sí? —dijo ella, y me sonrió—. No sé. ¿Cuál será mi horario?
—El horario es terrible. Y la paga es aún peor.
—¿Seré tratada horriblemente? —preguntó.
—Llorarás cada noche.
—¿Me darás migajas para comer?
—Por supuesto que no —dije—. Damos las migajas a los perros.
—Oh, muy bonito —dijo—. Vale, pasas. Podemos ser las mejores amigas.
—Bien. Otra decisión vital resuelta.
—Sí —dijo, y entonces se apartó de la barandilla—. Ven. No tiene sentido desperdiciar todas estas cualidades con nosotras mismas. Vamos a buscar algo de lo que burlarnos.
La Estación Fénix fue mucho más interesante después de eso.
Esto es lo que hice cuando papá me llevó a Fénix: visité mi propia tumba.
Es obvio que esto necesita una explicación.
Nací y viví los cuatro primeros años de mi vida en Fénix. Cerca de donde vivía, hay un cementerio. En ese cementerio hay una lápida, y en la lápida hay tres nombres: Cheryl Boutin, Charles Boutin y Zoë Boutin.
El nombre de mi madre aparece porque está enterrada allí: recuerdo que asistí a su funeral y vi cómo bajaban su ataúd al suelo.
El nombre de mi padre aparece porque durante muchos años se creyó que su cuerpo estaba allí. No está. Su cuerpo yace en un planeta llamado Arist, donde él y yo vivimos durante un tiempo con los obin. Pero sí hay un cuerpo enterrado ahí; se parece a mi padre y tiene sus mismos genes. Cómo llegó allí es una historia realmente complicada.
Mi nombre aparece porque antes de que mi padre y yo viviéramos en Arist, él creyó durante una temporada que me habían matado en el ataque a Covell, la estación espacial en la que vivía. No había ningún cuerpo, obviamente, porque yo seguía viva, pero mi padre no lo sabía. Hizo que tallaran mi nombre y la fecha en la lápida antes de saber que no había muerto.
Y ahí lo tienen: tres nombres, dos cuerpos, una lápida. El único lugar donde todavía existe mi familia biológica, en cualquier forma, en alguna parte del universo.
En cierto sentido, soy huérfana, y profundamente: mi madre y mi padre eran hijos únicos, y sus padres murieron antes de que yo naciera. Es posible que tenga primos segundos o terceros en alguna parte de Fénix, pero nunca los he llegado a conocer y no sabría qué decirles aunque existieran. De verdad, ¿qué se les dice?: «Hola, compartimos el cuatro por ciento de nuestro mapa genético, seamos amigos».
El hecho es que soy la última de mi linaje, el último miembro de la familia Boutin, al menos hasta que decida empezar a tener bebés. Vaya, eso sí que es una idea. Voy a reservarla por ahora.
En un sentido era huérfana. Pero en otro...
Bueno. En primer lugar, papá estaba detrás de mí, observándome mientras me arrodillaba para mirar la lápida con mi nombre. No sé cómo es con otros adoptados, pero puedo decir que nunca ha habido un momento con John y Jane que no me sintiera atendida y amada y
suya.
Incluso cuando pasé por esa primera fase de la pubertad donde creo que decía «Os odio» y «Dejadme en paz» seis veces al día y diez veces los domingos. Yo me habría abandonado en la parada del autobús, eso seguro.
John me contó que cuando vivía en la Tierra, tuvo un hijo, y su hijo también tuvo un hijo, Adam, que tendría más o menos mi edad, lo cual técnicamente me convertía en tía. Me pareció muy chulo. Pasar de no tener familia a ser la tía de alguien es divertido. Se lo dije a papá; él dijo «contienes multitudes», y luego estuvo sonriendo durante horas. Finalmente conseguí que me lo explicara. Ese Walt Whitman sabía de lo que hablaba.
En segundo lugar, a mi lado estaban Hickory y Dickory, retorciéndose y temblando de energía emocional, porque estaban ante la tumba de mi padre, aunque mi padre no estuviera enterrado allí, ni lo hubiera estado nunca. No importaba. Estaban inquietos por lo que representaba. A través de mi padre, supongo que podríamos decir que también los obin me adoptaron, aunque mi relación con ellos no fuera exactamente como ser la hija de alguien, o su tía. Se parecía un poco más a ser su diosa. La diosa de toda una raza.
O, no sé, tal vez algo que parezca menos egoísta: santa patrona, o icono racial, o mascota, o
algo.
Es difícil expresarlo en palabras: es difícil incluso comprenderlo la mayor parte de los días. No es que me hubieran puesto en un trono; las diosas no tienen que hacer las tareas domésticas ni recoger la caca del perro. Si ser un icono es eso, el día a día no es terriblemente excitante.
Pero entonces pienso en el hecho de que Hickory y Dickory viven conmigo y se han pasado la vida conmigo porque su gobierno se lo exigió a mi gobierno cuando los dos firmaron un tratado de paz. Soy una cláusula del tratado entre dos razas de criaturas inteligentes. ¿Qué se hace con una cosa así?