Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
Una semana más tarde, Jane y yo nos encontrábamos en la cubierta de observación del FDCS
Amerigo Vespucci,
contemplando el mundo verde y azul llamado Huckleberry, donde viviríamos el resto de nuestras vidas, o eso pensábamos. John acababa de marcharse a resolver algunos asuntos de última hora antes de tomar la lanzadera que nos llevaría a Missouri City, desde donde iríamos a Nueva Goa, nuestro nuevo hogar. Jane y yo estábamos cogidas de la mano y nos señalábamos rasgos de la superficie, tratando de ver si podíamos localizar Missouri City desde la órbita geoestacionaria. No podíamos. Pero hicimos buenas suposiciones.
—Tengo algo para ti —me dijo Jane, después de que decidiéramos dónde estaba, o debería estar, Missouri City—. Algo que quería darte antes de que desembarquemos en Huckleberry.
—Espero que sea un cachorrito —dije. Había estado dando indicaciones en ese sentido desde hacía un par de semanas.
Jane se echó a reír.
—¡Nada de cachorros! —dijo—. Al menos hasta que nos hayamos asentado del todo. ¿De acuerdo?
—Oh, vale —dije, decepcionada.
—No, es esto.
Jane se metió la mano en el bolsillo y sacó una cadena de plata con algo verde claro en el extremo.
Cogí la cadena y miré el colgante.
—Es un elefante —dije.
—Así es —Jane se arrodilló para que estuviéramos frente a frente—. Lo compré justo antes de que saliéramos. Lo vi en una tienda y me acordé de ti.
—Por Babar.
—Sí —dijo Jane—. Pero también por otros motivos. La mayoría de la gente que vive en Huckleberry es de un país de la Tierra llamado India, y muchos son hindúes, que es una religión. Tienen un dios llamado Ganesh, que tiene cabeza de elefante. Ganesh es su dios de la inteligencia, y creo que eres muy inteligente. También es el dios de los comienzos, cosa que también tiene sentido.
—Porque empezamos a vivir nuestras vidas aquí —dije.
—Eso es —contestó Jane. Me cogió el colgante y el collar y me puso la cadena de plata alrededor del cuello, abrochándola por detrás—. También se dice que los elefantes no olvidan nunca. ¿Has oído ese dicho? —Asentí—. John y yo estamos orgullosos de ser tus padres, Zoë. Nos alegra que ahora seas parte de nuestra vida, y que vayas a ayudarnos a que nuestra vida por venir fructifique. Pero ninguno de los dos quiere que olvides a tu padre y a tu madre.
Se retiró y acarició el colgante.
—Esto es para recordarte cuánto te amamos —dijo—. Espero que también te recuerde cuánto te amaron tus padres. Te quieren dos padres, Zoë. No olvides a los primeros porque ahora estés con nosotros.
—No lo haré. Lo prometo.
—El último motivo por el que quiero darte esto es para continuar la tradición. Tus padres te regalaron un elefante cada uno. Yo también quería darte uno. Espero que te guste.
—Me encanta —dije, y me abalancé hacia Jane.
Ella me cogió y me abrazó. Permanecimos un rato abrazadas, y yo lloré también un poquito. Porque tenía ocho años y podía hacerlo.
Al cabo de un rato, me separé de Jane y volví a mirar el colgante.
—¿De qué está hecho? —pregunté.
—Es jade.
—¿Significa algo?
—Bueno —dijo Jane—, supongo que significa que creo que el jade es bonito.
—¿Papá también me regalará un elefante? —pregunté. Los críos de ocho años pueden pasar a sentir un interés adquisitivo muy rápido.
—No lo sé —respondió Jane—. No he hablado con él del tema, porque me pediste que no lo hiciera. Creo que no sabe lo de los elefantes.
—Tal vez lo descubra.
—Tal vez —dijo ella. Se levantó y me cogió de nuevo la mano, y contemplamos Huckleberry una vez más.
Una semana y media más tarde, después de que todos nos hubiéramos trasladado a Huckleberry, papá entró por la puerta cargado con algo pequeño y nervioso.
No, no era un elefante. Usad la cabeza, por Dios. Era un cachorrito.
Chillé de alegría (cosa que podía permitirme hacer, recordad que tenía ocho años), y John me entregó el cachorrito. Inmediatamente, trató de lamerme la cara.
—Aftab Chengelpet acaba de tener una carnada, así que pensé que podríamos quedarnos con uno de los cachorros —dijo papá—. Ya sabes, si quieres. Aunque no recuerdo que sintieras ningún entusiasmo por una criatura semejante. Siempre podemos devolverlo.
—Ni te atrevas —dije, entre lametones del cachorrito.
—Muy bien —dijo papá—. Pero recuerda que es tu responsabilidad. Tendrás que alimentarlo y sacarlo de paseo y cuidar de él.
—Lo haré.
—Y castrarlo y pagarle la universidad —dijo papá.
—¿Qué?
—John —dijo mamá, desde su sillón, donde estaba leyendo.
—No le hagas caso a esto último —dijo papá—. Pero tendrás que ponerle un nombre.
Le eché un buen vistazo al perrito; seguía tratando de lamerme la cara incluso a la distancia de mis brazos y se retorcía entre mis manos impulsado por el movimiento de su cola.
—¿Cuáles son buenos nombres de perro? —pregunté.
—Mancha. Rex. Fido. Campeón —
dijo papá—. Son los nombres típicos, al menos. Normalmente la gente busca algo más memorable. Cuando era niño tenía un perro llamado
Shiva,
destructor de zapatos. Pero no creo que fuera apropiado en una comunidad de antiguos indios. Tal vez otra cosa —señaló mi colgante de elefante—. He visto que te interesan los elefantes últimamente. Tienes a Celeste. ¿Por qué no lo llamas
Babar?
Por detrás de papá pude ver a Jane dejar su lectura para mirarme, recordando lo que había pasado en la tienda de juguetes y esperando a ver cómo iba a reaccionar.
Me eché a reír.
—De modo que es un sí —dijo papá después de un momento.
—Me gusta —dije. Abracé a mi nuevo perrito, y luego volví a extender los brazos—. Hola,
Babar.
Babar
soltó un ladridito feliz y luego se meó en mi camisa.
Y ésa es la historia del elefante de jade.
Llamaron a mi puerta, un ra-tat-tat que le enseñé a usar a Hickory cuando tenía nueve años, cuando lo hice miembro secreto de mi club secreto. Hice a Dickory miembro secreto de otro club secreto completamente diferente. Lo mismo con mamá, papá y
Babar.
Parece que me chiflaban los clubes secretos cuando tenía nueve años. Ahora no sabría decir ni el nombre de aquel club. Pero Hickory seguía usando esa llamada cada vez que la puerta de mi dormitorio estaba cerrada.
—Pasa —dije. Yo estaba junto a la ventana.
Hickory entró.
—Está oscuro aquí dentro —dijo.
—Es lo que pasa cuando es tarde y las luces están apagadas.
—Te oí caminar —dijo Hickory—. He venido a ver si necesitabas algo.
—¿Como un vaso de leche caliente? Estoy bien, Hickory. Gracias.
—Entonces te dejo —dijo él, dándose la vuelta.
—No. Entra un momento. Mira.
Hickory se acercó a la ventana. Miró donde yo señalaba, las dos figuras en el camino delante de nuestra casa. Mamá y papá.
—Lleva allí un rato —dijo Hickory—, El mayor Perry se reunió con ella hace unos minutos.
—Lo sé. Lo vi salir.
También la había oído salir a ella, como una hora antes; el chirrido de los muelles de la puerta de pantalla me había sacado de la cama. No estaba dormida, de todas formas. Pensar en dejar Huckleberry y colonizar un sitio nuevo mantenía mi cerebro en marcha, y luego me hizo dar vueltas por la habitación. La idea de marcharnos empezaba a calar. Me estaba poniendo más nerviosa de lo que creía.
—¿Sabéis lo de la nueva colonia? —le pregunté a Hickory.
—Lo sabemos. La teniente Sagan nos informó antes. Dickory también cursó una solicitud a nuestro gobierno para más información.
—¿Por qué los llamáis por su rango? —pregunté. Parecía que mi cerebro buscaba tangentes en este momento, y ésta era buena—. A mamá y papá, ¿por qué no los llamáis «Jane» y «John», como todo el mundo?
—No resulta apropiado. Es demasiado familiar.
—Lleváis viviendo con nosotros
siete
años —dije—. Deberíais arriesgaros con un poco de familiaridad.
—Si deseas que los llamemos «John» y «Jane», lo haremos.
—Llamadlos como queráis, Sólo estoy diciendo que si queréis llamarlos por su nombre, podéis hacerlo.
—Lo recordaremos —dijo Hickory. Dudé que hubiera cambios en el protocolo en ningún momento.
—Vendréis con nosotros, ¿no? —pregunté, cambiando de tema—. A la nueva colonia.
No había imaginado que Hickory y Dickory no fueran a venir con nosotros; bien pensado no habría sido una suposición inteligente.
—Nuestro tratado lo permite —dijo Hickory—. Decidirlo será cosa nuestra.
—Yo quiero que vengáis. Antes dejaríamos a
Babar
que a vosotros dos.
—Me alegra estar en la misma categoría que tu perro —dijo Hickory.
—Creo que no me he expresado bien.
Hickory levantó una mano.
—No. Sé que no pretendías dar a entender que Dickory y yo somos como mascotas. Querías decir que
Babar
es parte de la casa. No os marcharéis sin él.
—No es sólo parte de la casa —dije—. Es familia. Algo baboso y pesado, pero de la familia. Tú también lo eres. Eres un alienígena extraño y un poco entrometido, pero de la familia.
—Gracias, Zoë —dijo Hickory.
—De nada —dije, y de repente me sentí un poco cohibida. Las conversaciones con Hickory estaban tomando extraños derroteros ese día—. Es por eso por lo que te preguntaba por qué os referíais a mis padres por el rango. Eso no es normal en una familia.
—Si nosotros formamos realmente parte de tu familia, entonces se puede decir que no es una familia normal. Para nosotros sería difícil decir qué es habitual.
Esto me arrancó una mueca.
—Bueno, es verdad —dije. Pensé un momento—. ¿Cómo te llamas, Hickory?
—Hickory.
—No, quiero decir, cuál era tu nombre antes de que vinieras a vivir con nosotros —dije—. Tuviste que llamarte de algún modo antes de que yo te pusiera Hickory. Y Dickory también.
—No. Te olvidas que antes de tu padre biológico, los obin no teníamos conciencia. No teníamos sentido del yo, ni la necesidad de describirnos ante nosotros mismos o los demás.
—Eso haría difícil hacer cualquier cosa con más de dos —dije—. Decir «eh, tú» no te lleva mucho más lejos.
—Teníamos descriptores para ayudarnos en nuestro trabajo. No eran igual que nombres. Cuando nos pusiste nombre a Dickory y a mí, nos diste nuestros verdaderos nombres. Nos convertimos en los primeros obin en tenerlos.
—Ojalá lo hubiera sabido en su momento —dije, después de que sus palabras hicieran efecto—. Os habría puesto nombres que no fueran de una rima infantil.
—Me gusta mi nombre —dijo Hickory—. Es popular entre los demás obin. Hickory y Dickory, los dos.
—¿Hay otros obin que se llamen Hickory?
—Oh, sí. Varios millones ya.
No encontré ninguna respuesta para eso. Volví mi atención hacia mis pares, que seguían en el camino, abrazados.
—Se quieren —dijo Hickory, siguiendo mi mirada.
Lo miré.
—No es realmente hacia donde esperaba llevar la conversación, pero vale.
—Crea una diferencia —dijo Hickory—. En la forma en que se hablan el uno al otro. Cómo se comunican entre sí.
—Supongo que sí —dije.
De hecho, Hickory se quedaba corto en su observación. John y Jane no sólo se amaban. Estaban locos el uno por el otro, exactamente de esa forma que es a la vez enternecedora y embarazosa para una hija adolescente. Enternecedora porque, ¿quién no quiere que sus padres se amen hasta las trancas? Embarazosa porque, bueno, son
padres.
Se supone que no deben actuar como bobos.
Lo mostraban de formas distintas. Papá era el más obvio, pero creo que mamá lo sentía con más intensidad que él. Papá estuvo casado antes: su primera esposa murió allá en la Tierra. Una parte de su corazón todavía estaba con ella. Sin embargo, nadie más reclamaba el corazón de Jane. John lo tenía entero, y todo él se suponía que pertenecía a tu esposo. Pero no importaba por dónde lo miraras, no había nada que no estuvieran dispuestos a hacer el uno por el otro.
—Por eso están ahí —le dije a Hickory—. En el camino, quiero decir. Porque se quieren.
—¿Cómo es eso? —dijo Hickory.
—Tú mismo lo has dicho. Crea una diferencia en la forma en que se comunican —los señalé de nuevo—. Papá quiere ir a liderar esa colonia. Si no quisiera, habría dicho que no sin más. Funciona así. Ha estado reflexionando y despistado todo el día porque quiere hacerlo y sabe que hay complicaciones. Porque a Jane le encanta estar aquí.
—Más que a ti o al mayor Perry.
—Oh, sí. Es donde se casó. Donde ha tenido una familia. Huckleberry es su hogar. El dirá que no si ella no le da permiso para decir que sí. Y eso es lo que está haciendo, ahí fuera.
Hickory contempló de nuevo las siluetas de mis padres.
—Podría haberlo dicho en la casa.
Negué con la cabeza.
—No —dije—. Mira cómo alza la cabeza. Antes de que papá saliera, estaba haciendo lo mismo. Allí de pie, contemplando las estrellas. Buscando tal vez la estrella en la que órbita nuestro planeta. Pero lo que está haciendo de verdad es despedirse de Huckleberry. Papá tiene que verla hacerlo. Mamá lo sabe. Es parte del motivo por el que está allí. Para hacerle saber que está preparada para dejar este planeta. Está preparada para dejarlo porque él está preparado también.
—Dijiste que era parte del motivo por el que ella está ahí fuera —dijo Hickory—. ¿Cuál es la otra parte?
—¿La otra parte? —pregunté. Hickory asintió—. Oh. Bien. Necesita decir adiós por ella misma también. No lo hace sólo por papá —miré a Jane—. Gran parte de lo que es, lo consiguió aquí. Y puede que nunca regresemos. Es difícil dejar tu hogar. Difícil para ella. Creo que está intentando encontrar un modo de hacerlo. Y eso empieza por decirle adiós.
—¿Y tú? —preguntó Hickory—. ¿Necesitas decir adiós?
Lo pensé un momento.
—No sé —admití—. Es curioso. Ya he vivido en cuatro planetas. Bueno, tres planetas y una estación espacial. Aquí es donde he estado más tiempo, así que supongo que es más mi hogar que el resto. Sé que echaré de menos algunas cosas. Sé que echaré de menos a algunos amigos. Pero aparte de eso... estoy
entusiasmada.
Quiero hacerlo. Colonizar un nuevo mundo. Quiero ir. Estoy entusiasmada y nerviosa y un poco asustada, ¿sabes?